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jueves, 10 de marzo de 2016

La Pequeña Historia de mi larga Historia

Capítulo 4
Roma llama, el episcopado

Al final del segundo año, en el mes de junio, el director adjunto viene a mi encuentro y me dice:

— El Superior General está al teléfono y pide por usted.
Escuché entonces a Monseñor Le Hunsec decirme:

— ¡Padre, agárrese bien, usted ha sido… usted ha sido nombrado Vicario apostólico de Dakar! ¡Oh!… Vicario apostólico de Dakar, es decir, prácticamente, Obispo de Dakar. Si me hubiese dicho: “usted ha sido nombrado Vicario apostólico de Gabón” —sea como sea, no tenía ningún deseo de ser Vicario apostólico o de ser obispo, verdaderamente no lo busqué—, lo habría comprendido. De Gabón había salido no hacía mucho tiempo. Después de trece años de misión, conocía a los Padres, conocía la lengua, conocía a bastante gente. Habría estado enseguida en pleno contacto y sin dificultad con los sacerdotes y con toda la comunidad católica de Gabón.

¡En Dakar! Cuando se pasaba por Dakar, sólo se veían musulmanes o poco más o menos, no había muchos Padres, no había muchos centros católicos. ¡Ir así a una diócesis, donde no conozco a nadie, ni a los Padres que se encuentran allí, ni a las Congregaciones de religiosas: las Hermanas de Cluny y las Hermanas de la Inmaculada Concepción de Castres! Sería preciso ponerse al tanto de todo, y encontrarse en pleno medio musulmán, muy mayoritario. De tres millones y medio de habitantes, había tres millones de musulmanes, alrededor de cincuenta mil católicos, y el resto de animistas. Pero, en fin, no tuve elección. Monseñor Le Hunsec me dijo: «¡Usted es religioso, ha de obedecer! No tiene elección, no puede responder que sí o que no. Ha de responder que sí.» Me dije: «¿Qué puedo hacer?»

Así, pues, fui a París para ponerme en contacto con el Superior General, y decidir quién me consagraría obispo. Para mí eso era todo un cambio. Me daba cuenta de que ser misionero, o incluso ser superior de seminario, es tener contactos directos con la población, con los jóvenes, con los fieles. Pero siendo obispo, uno se encuentra en un plan superior, se tiene contacto sólo con los misioneros, pero no ya contactos directos con la población. Y luego, el solo hecho de ser obispo pone distancias con la gente: «¿Se dan cuenta?… ¡Monseñor, Monseñor!… ¡Van a recibir al obispo!…» ¡Oh! Entonces uno es colocado enseguida como sobre un pedestal, ¿no es cierto?, y ya no se tienen más contactos… y al mismo tiempo se tienen, sin lugar a dudas, mayores responsabilidades: el cuidado espiritual de toda una diócesis no es poca cosa.

La Consagración episcopal

Se pidió al Cardenal Liénart, por ser el obispo de Lille, el obispo que me había ordenado sacerdote, si aceptaría realizar la Consagración. El Cardenal aceptó y se decidió que la Consagración tendría lugar el 18 de septiembre en mi parroquia natal, en Nuestra Señora de Tourcoing. En el discurso de costumbre hice una alusión a la formación que había recibido del Padre Le Floch en el Seminario francés: cuánto agradecía al Padre Le Floch el haberme dado principios sólidos sobre la fe, el haberme apegado a Nuestro Señor hasta la muerte, y el haberme hecho comprender los dramas que la Iglesia atravesaba, los errores contra la Verdad, contra Nuestro Señor. ¡Bueno! Eso no pasó desapercibido. Es verdad que no me hicieron ninguna observación en ese momento, pero el Cardenal había estado escuchando y no pensó en nada mejor que en ir a contarle eso al Nuncio en París, que era Monseñor Roncalli, el futuro Papa Juan XXIII.

Vicario Apostólico en Dakar

Me fui, pues —creo que era el mes de octubre—, a Dakar, donde las autoridades y los Padres me hacen una gran recepción. Y ahí me tienen encargado de esta diócesis a la que, a fe mía, tenía intención de dedicarme como mejor podría, según mis medios. Una de las primeras realizaciones que quise hacer, porque realmente hacía falta, fue la fundación de un colegio para niños. Había ya colegios de niñas que funcionaban muy bien con las Hermanas de San José de Cluny y las Hermanas de Castres. Ellas tenían cuatro magníficas instituciones en Dakar para las chicas. Pero no existía nada para los chicos. Por eso las familias vinieron a verme enseguida:

— Monseñor, espero que usted hará algo para que podamos tener un colegio para nuestros hijos. Ya tenemos lo que hace falta para nuestras hijas, pero no tenemos aun lo que hace falta para nuestros hijos.

— En efecto, les dije, es sorprendente que no haya un colegio para los chicos.
Por esta razón me puse a buscar algo, y un año más tarde regresaba de nuevo a Francia para ir a ver a los Padres Maristas, al Padre Thomas en particular, Superior de la Provincia de Francia, que se encontraba en Saint-Brieuc.

Delegado Apostólico

Cuando llegué a la Casa madre, en septiembre de 1948, el Superior General me aguardaba. Baja a la portería:

— Venga, Monseñor, venga, tengo algo que decirle.

— ¿Qué sucede?… ¿Qué quieren de mí ahora?

— Venga, venga, vamos a un locutorio.
Me dijo:

— ¡Usted no dirá que no! Acaba de ser nombrado Delegado Apostólico por el Papa.

— ¿Qué significa todo ese cuento? Soy Vicario apostólico de Dakar, soy Obispo de la diócesis de Dakar. ¿Delegado Apostólico? ¿A qué corresponde eso?

— Usted estará al cargo, con el Papa, de todas las diócesis de habla francesa de Africa. Será necesario que tome contactos. Por otra parte, es muy simple, el Papa lo espera el mes de octubre. Usted debe ir a Roma. Será recibido por el Papa, luego irá a los despachos de Roma: allí se le dirá lo que debe hacer.

¡Ay, Dios mío! No me pueden dejar tranquilo. ¡Partir, recorrer toda el Africa! ¿Y las demás Congregaciones? Los Padres Blancos, los Padres Jesuitas, los Padres de las Misiones Africanas de Lión van a tener celos de que sea un Padre del Espíritu Santo, Delegado Apostólico, el que vaya a visitarlos. ¡Ah, santo cielo!

— ¡Usted no va a negarse a eso! ¡Es un honor para la Congregación, nunca hemos tenido un Delegado Apostólico!
Contesté :

— Bueno, acepto, no me queda otra… (¡Oh! Qué lindo es esto… ¡Dios mío, Dios mío!…).

Entonces me fui a ver al Padre Santo. El Padre Santo me recibió como un verdadero padre, y enseguida sentí que había una comunión de pensamientos, una comunión de deseos de extender el Reino de Nuestro Señor y de vivir verdaderamente la vida cristiana y la vida sacerdotal… Verdaderamente, esta visita al Papa Pío XII me conmovió. Conversamos, y me dijo que confiaba en mí para tratar de desarrollar la evangelización en todo ese territorio africano, que evidentemente no tendría que dirigir, sino sólo visitar. Debería dar cuenta de lo que viese, de lo que oyese, dar sugerencias para el desarrollo de la evangelización, alentar a los obispos, y también constituir las conferencias episcopales en los diferentes territorios. «Finalmente, añadió, todo eso le será indicado por el Cardenal Prefecto de la Propaganda, a quien, evidentemente, ha de ir a ver; él le dará consignas muy precisas sobre todo este tema.» En todo caso, el Papa esperaba que la colaboración sería muy eficaz, muy buena, muy fructuosa, y estaba dispuesto también a ayudarme y a recibirme si necesitaba verlo. Luego me bendijo. Me fui a ver al Cardenal Prefecto de la Propaganda, que me explicó exactamente cuál era la situación. «Mire, tiene que visitar cuarenta y seis diócesis: ver si es preciso multiplicar o dividir esas diócesis, consagrar nuevos obispos… Cuando un obispo dé su dimisión o muera, usted se encargará de presentar los nombres en Roma para el nombramiento de los obispos, etc. Para eso deberá preparar los respectivos expedientes. Se pondrá en contacto con los Superiores generales de las Congregaciones religiosas, puesto que esto depende también de las Congregaciones religiosas, para saber cuáles son los candidatos más aptos para el episcopado, etc., etc., etc.»

¡Dios mío, Dios mío, Dios mío, yo que pensaba quedarme tranquilo en la diócesis de Dakar para ocuparme de mi diócesis…! «Usted tendrá un auxiliar», me dijeron. En efecto, tuve un auxiliar dos años después, en 1950, Monseñor Guibert, a quien consagré en la catedral de Dakar y que, evidentemente, me ayudó un poco para la diócesis, porque yo estaba ausente de ella prácticamente siempre. Como ustedes pueden comprender, yo tenía que viajar constantemente para ir a visitar las diócesis, reunir a los obispos —cuarenta y seis diócesis no es poca cosa—, en lugares que estaban lejos: Madagascar, la isla de la Reunión, Djibouti, Marruecos, toda el África ecuatorial francesa, toda el Africa occidental francesa, Camerún. Para todas esas visitas hacían falta varias semanas, como bien pueden imaginar.

Desarrollo de las misiones

Luego, si debía nombrar a un obispo, debía ir a ver al Superior General de la Congregación, y para eso viajar a Roma, que es donde generalmente se encontraban todos. Había que discutir la cosa, y sobre todo no olvidarse de consultar a la Congregación de la Propaganda. Se me pedía también que estableciera la Delegación apostólica, que es algo distinto de la diócesis: debía estar el Obispado por una parte, y la Delegación apostólica por otra. También me esforzaba en contestar a los pedidos de los obispos que deseaban tener en su diócesis hermanos dedicados a la enseñanza o religiosas. Trataba entonces de ponerme en contacto con las Superioras generales de las Congregaciones religiosas, para alentarlas a que enviasen religiosas al África, a los lugares donde me las habían pedido, y para hacerles las oportunas propuestas. Evidentemente fueron años muy, pero muy cargados… Pero, debo confesarlo, no me esperaba que fueran también años muy alentadores, diría incluso entusiasmantes, porque pude ver, en el territorio de todas esas diócesis, el desarrollo de las misiones desde 1946, entre la guerra y el Concilio, por lo tanto en el espacio de más de diez, casi quince años. Hubo entonces un desarrollo extraordinario de las misiones. ¡Extraordinario! Se construyeron seminarios, se multiplicaron los sacerdotes. Muchas Congregaciones religiosas vinieron al África y, si tenían sacerdotes, pudieron enviar misioneros. Se fundaban, se multiplicaban las misiones, los conventos, las instituciones de todo tipo. Se encontraban religiosas para los dispensarios y los hospitales. Hice venir a las Hermanas Franciscanas misioneras de María para que se hicieran cargo de los hospitales, a las Hermanas de Santo Tomás de Villanueva, a las Hermanas hospitalarias… Muchas religiosas dedicadas a la enseñanza vinieron al África para ayudar. Fue un desarrollo magnífico, extraordinario. Era verdaderamente alentador. Fueron grandes años. Cada año iba a ver al Papa Pío XII, lo cual, evidentemente, me ofrecía la ocasión de ponerme en contacto con mucha gente de la Curia Romana. Me veía obligado a consultar, ya a la Congregación de los religiosos, ya a la Congregación de la Propaganda, ya al Santo Oficio, ya a la Secretaría de Estado. Siendo Delegado Apostólico, yo dependía, como los nuncios, de la Secretaría de Estado, para la cual me habían dado un código secreto de correspondencia. Debía hacer informes, presentar la situación de las diócesis, y todo eso me ponía necesariamente en contacto con muchos cardenales, con muchos monsignori…, en fin, con todo ese mundo de la Curia Romana. Sentía muy bien que había quienes me alentaban, quienes me sostenían, en particular el Papa, felizmente. El Papa me alentaba mucho. Eso fue un apoyo considerable, principal, es evidente. También tenía el apoyo del Cardenal Tardini, de la Secretaría de Estado. Pero había un cierto número, entre los que figuraban Monseñor Montini (el futuro Pablo VI), Monseñor Martin, que en ese momento estaba en la Secretaría de Estado, y otros monsignori de la Propaganda, que estimaban casi que yo les había quitado supuestamente un hermoso puesto. ¡Delegado Apostólico! ¡Era ser casi un nuncio! ¡Y eso sin haber pasado por la jerarquía normal de secretario de nunciatura, de secretario de esto, de secretario de aquello… sin haber hecho carrera! ¡Usted no pasó por Roma, por la Academia de los nobles que forma a los futuros diplomáticos, a los nuncios… De golpe Arzobispo de Dakar y luego, pum, Delegado Apostólico! ¡Usted es un intruso, un intruso! ¡Usted viene a ocupar un puesto que también nosotros habríamos podido tener! Por eso había una especie de desconfianza…

Fin de la Delegación Apostólica; Arzobispo de Dakar

En 1959 terminaba mi mandato como Delegado Apostólico. El Papa Pío XII había fallecido en 1958; ahora bien, Pío XII fue el Papa que me había nombrado y, puedo decirlo, sostenido verdaderamente, porque lo vi casi cada año. Iba a Roma y tuve ocasión de verlo; era para mí un gran aliento, evidentemente, un gran consuelo; era verdaderamente un hombre de Dios, de la Iglesia. Cuando era Delegado Apostólico y tenía ocasión de ir a París, me encontré algunas veces con Monseñor Roncalli en la nunciatura. Me invitaba y quería verme a toda costa cada vez que pasaba. Ahora bien, me había hecho ya esta reflexión: «Oh, yo no estoy totalmente de acuerdo en que arzobispos como usted, que tienen una diócesis, tengan además el cargo de Delegado Apostólico. Me parece que no es deseable, no estoy de acuerdo con el Papa Pío XII sobre este punto.» ¡Bah! Eso no era de mi incumbencia, ¿no es cierto? Pero me había hecho esa reflexión. Por eso, evidentemente, cuando fue elegido Papa en 1958, me dije: «¡Bueno! Esto no durará mucho tiempo, seguramente recibiré de Roma una invitación a abandonar uno u otro puesto.» Y así fue.

Menos de un año después recibía una carta de Roma, diciéndome que me dejaban elegir entre el Arzobispado de Dakar (por lo tanto, la diócesis de Dakar) y la Delegación Apostólica, pero que desde ahora esos dos cargos quedarían separados. Contesté: «No me toca a mí elegir, porque no soy yo quien me nombré ni Arzobispo de Dakar, ni Delegado Apostólico. Por consiguiente, me remito a las autoridades que han hecho estos nombramientos; que ellas me digan si debo quedarme como Delegado Apostólico, o como Arzobispo de Dakar.»

La respuesta es muy romana : «Puesto que usted eligió ser Arzobispo de Dakar, seguirá siendo Arzobispo de Dakar, pero ya no será Delegado Apostólico.» «¡Qué osados que son!», pensé. Tengo todavía la carta, la respuesta de Roma. No querían asumir la responsabilidad, y por eso, el medio más simple es endosármela a mí, y decirme, «puesto que usted eligió el Arzobispado de Dakar»… ¡Bueno!…

Estaba claro, por lo tanto, que conservaba el Arzobispado de Dakar, pero que ya no era Delegado Apostólico. Seguí siendo Arzobispo de Dakar desde 1959 hasta 1962, pero ya no tenía el cargo de todas esas diócesis y de todas esas delegaciones apostólicas de antes. Mi auxiliar, Monseñor Guibert, como ya no era absolutamente necesario, puesto que ahora yo tenía todo el tiempo para ocuparme de la diócesis de Dakar, fue nombrado obispo en la isla de la Reunión.


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