Capítulo 4
Roma llama, el episcopado
Al final del segundo año, en el mes de junio, el
director adjunto viene a mi encuentro y me dice:
— El Superior General
está al teléfono y pide por usted.
Escuché entonces a Monseñor Le Hunsec decirme:
— ¡Padre, agárrese bien,
usted ha sido… usted ha sido nombrado Vicario apostólico de Dakar! ¡Oh!… Vicario apostólico de Dakar, es decir,
prácticamente, Obispo de Dakar. Si me hubiese dicho: “usted ha sido nombrado Vicario
apostólico de Gabón” —sea como sea, no tenía ningún deseo de ser Vicario
apostólico o de ser obispo, verdaderamente no lo busqué—, lo habría
comprendido. De Gabón había salido no hacía mucho tiempo. Después de trece años
de misión, conocía a los Padres, conocía la lengua, conocía a bastante gente.
Habría estado enseguida en pleno contacto y sin dificultad con los sacerdotes y
con toda la comunidad católica de Gabón.
¡En Dakar! Cuando se pasaba por Dakar, sólo se veían
musulmanes o poco más o menos, no había muchos Padres, no había muchos centros
católicos. ¡Ir así a una diócesis, donde no conozco a nadie, ni a los Padres
que se encuentran allí, ni a las Congregaciones de religiosas: las Hermanas de
Cluny y las Hermanas de la Inmaculada Concepción de Castres! Sería preciso ponerse
al tanto de todo, y encontrarse en pleno medio musulmán, muy mayoritario. De
tres millones y medio de habitantes, había tres millones de musulmanes,
alrededor de cincuenta mil católicos, y el resto de animistas. Pero, en fin, no
tuve elección. Monseñor Le Hunsec me dijo: «¡Usted
es religioso, ha de obedecer! No tiene elección, no puede responder que sí o
que no. Ha de responder que sí.» Me dije: «¿Qué puedo hacer?»
Así, pues, fui a París para ponerme en contacto con
el Superior General, y decidir quién me consagraría obispo. Para mí eso era todo
un cambio. Me daba cuenta de que ser misionero, o incluso ser superior de
seminario, es tener contactos directos con la población, con los jóvenes, con
los fieles. Pero siendo obispo, uno se encuentra en un plan superior, se tiene
contacto sólo con los misioneros, pero no ya contactos directos con la
población. Y luego, el solo hecho de ser obispo pone distancias con la gente: «¿Se dan cuenta?… ¡Monseñor, Monseñor!… ¡Van
a recibir al obispo!…» ¡Oh! Entonces uno es colocado enseguida como sobre
un pedestal, ¿no es cierto?, y ya no se tienen más contactos… y al mismo tiempo
se tienen, sin lugar a dudas, mayores responsabilidades: el cuidado espiritual
de toda una diócesis no es poca cosa.
La Consagración episcopal
Se pidió al Cardenal Liénart, por ser el obispo de
Lille, el obispo que me había ordenado sacerdote, si aceptaría realizar la
Consagración. El Cardenal aceptó y se decidió que la Consagración tendría lugar
el 18 de septiembre en mi parroquia natal, en Nuestra Señora de Tourcoing. En
el discurso de costumbre hice una alusión a la formación que había recibido del
Padre Le Floch en el Seminario francés: cuánto agradecía al Padre Le Floch el
haberme dado principios sólidos sobre la fe, el haberme apegado a Nuestro Señor
hasta la muerte, y el haberme hecho comprender los dramas que la Iglesia
atravesaba, los errores contra la Verdad, contra Nuestro Señor. ¡Bueno! Eso no
pasó desapercibido. Es verdad que no me hicieron ninguna observación en ese
momento, pero el Cardenal había estado escuchando y no pensó en nada mejor que
en ir a contarle eso al Nuncio en París, que era Monseñor Roncalli, el futuro
Papa Juan XXIII.
Vicario Apostólico en
Dakar
Me fui, pues —creo que era el mes de octubre—, a
Dakar, donde las autoridades y los Padres me hacen una gran recepción. Y ahí me
tienen encargado de esta diócesis a la que, a fe mía, tenía intención de
dedicarme como mejor podría, según mis medios. Una de las primeras realizaciones
que quise hacer, porque realmente hacía falta, fue la fundación de un colegio
para niños. Había ya colegios de niñas que funcionaban muy bien con las
Hermanas de San José de Cluny y las Hermanas de Castres. Ellas tenían cuatro
magníficas instituciones en Dakar para las chicas. Pero no existía nada para
los chicos. Por eso las familias vinieron a verme enseguida:
— Monseñor, espero que
usted hará algo para que podamos tener un colegio para nuestros hijos. Ya
tenemos lo que hace falta para nuestras hijas, pero no tenemos aun lo que hace
falta para nuestros hijos.
— En efecto, les dije, es
sorprendente que no haya un colegio para los chicos.
Por esta razón me puse a buscar algo, y un año más
tarde regresaba de nuevo a Francia para ir a ver a los Padres Maristas, al
Padre Thomas en particular, Superior de la Provincia de Francia, que se
encontraba en Saint-Brieuc.
Delegado Apostólico
Cuando llegué a la Casa madre, en septiembre de
1948, el Superior General me aguardaba. Baja a la portería:
— Venga, Monseñor, venga,
tengo algo que decirle.
— ¿Qué sucede?… ¿Qué
quieren de mí ahora?
— Venga, venga, vamos a
un locutorio.
Me dijo:
— ¡Usted no dirá que no!
Acaba de ser nombrado Delegado Apostólico por el Papa.
— ¿Qué significa todo ese
cuento? Soy Vicario apostólico de Dakar, soy Obispo de la diócesis de Dakar.
¿Delegado Apostólico? ¿A qué corresponde eso?
— Usted estará al cargo,
con el Papa, de todas las diócesis de habla francesa de Africa. Será necesario
que tome contactos. Por otra parte, es muy simple, el Papa lo espera el mes de
octubre. Usted debe ir a Roma. Será recibido por el Papa, luego irá a los
despachos de Roma: allí se le dirá lo que debe hacer.
¡Ay, Dios mío! No me pueden dejar tranquilo.
¡Partir, recorrer toda el Africa! ¿Y las demás Congregaciones? Los Padres
Blancos, los Padres Jesuitas, los Padres de las Misiones Africanas de Lión van
a tener celos de que sea un Padre del Espíritu Santo, Delegado Apostólico, el
que vaya a visitarlos. ¡Ah, santo cielo!
— ¡Usted no va a negarse
a eso! ¡Es un honor para la Congregación, nunca hemos tenido un Delegado
Apostólico!
Contesté :
— Bueno, acepto, no me
queda otra… (¡Oh! Qué lindo es esto… ¡Dios mío, Dios mío!…).
Entonces me fui a ver al Padre Santo. El Padre Santo
me recibió como un verdadero padre, y enseguida sentí que había una comunión de
pensamientos, una comunión de deseos de extender el Reino de Nuestro Señor y de
vivir verdaderamente la vida cristiana y la vida sacerdotal… Verdaderamente,
esta visita al Papa Pío XII me conmovió. Conversamos, y me dijo que confiaba en
mí para tratar de desarrollar la evangelización en todo ese territorio
africano, que evidentemente no tendría que dirigir, sino sólo visitar. Debería
dar cuenta de lo que viese, de lo que oyese, dar sugerencias para el desarrollo
de la evangelización, alentar a los obispos, y también constituir las conferencias
episcopales en los diferentes territorios. «Finalmente,
añadió, todo eso le será indicado por
el Cardenal Prefecto de la Propaganda, a quien, evidentemente, ha de ir a ver;
él le dará consignas muy precisas sobre todo este tema.» En todo caso, el
Papa esperaba que la colaboración sería muy eficaz, muy buena, muy fructuosa, y
estaba dispuesto también a ayudarme y a recibirme si necesitaba verlo. Luego me
bendijo. Me fui a ver al Cardenal Prefecto de la Propaganda,
que me explicó exactamente cuál era la situación. «Mire, tiene que visitar cuarenta y seis diócesis: ver si es preciso
multiplicar o dividir esas diócesis, consagrar nuevos obispos… Cuando un obispo
dé su dimisión o muera, usted se encargará de presentar los nombres en Roma
para el nombramiento de los obispos, etc. Para eso deberá preparar los
respectivos expedientes. Se pondrá en contacto con los Superiores generales de
las Congregaciones religiosas, puesto que esto depende también de las
Congregaciones religiosas, para saber cuáles son los candidatos más aptos para
el episcopado, etc., etc., etc.»
¡Dios mío, Dios mío, Dios mío, yo que pensaba
quedarme tranquilo en la diócesis de Dakar para ocuparme de mi diócesis…! «Usted tendrá un auxiliar», me dijeron.
En efecto, tuve un auxiliar dos años después, en 1950, Monseñor Guibert, a
quien consagré en la catedral de Dakar y que, evidentemente, me ayudó un poco
para la diócesis, porque yo estaba ausente de ella prácticamente siempre. Como
ustedes pueden comprender, yo tenía que viajar constantemente para ir a visitar
las diócesis, reunir a los obispos —cuarenta y seis diócesis no es poca cosa—,
en lugares que estaban lejos: Madagascar, la isla de la Reunión, Djibouti,
Marruecos, toda el África ecuatorial francesa, toda el Africa occidental francesa,
Camerún. Para todas esas visitas hacían falta varias semanas, como bien pueden
imaginar.
Desarrollo de las
misiones
Luego, si debía nombrar a un obispo, debía ir a ver
al Superior General de la Congregación, y para eso viajar a Roma, que es donde
generalmente se encontraban todos. Había que discutir la cosa, y sobre todo no
olvidarse de consultar a la Congregación de la Propaganda. Se me pedía también
que estableciera la Delegación apostólica, que es algo distinto de la diócesis:
debía estar el Obispado por una parte, y la Delegación apostólica por otra.
También me esforzaba en contestar a los pedidos de los obispos que deseaban
tener en su diócesis hermanos dedicados a la enseñanza o religiosas. Trataba
entonces de ponerme en contacto con las Superioras generales de las Congregaciones
religiosas, para alentarlas a que enviasen religiosas al África, a los lugares
donde me las habían pedido, y para hacerles las oportunas propuestas.
Evidentemente fueron años muy, pero muy cargados… Pero, debo confesarlo, no me
esperaba que fueran también años muy alentadores, diría incluso entusiasmantes,
porque pude ver, en el territorio de todas esas diócesis, el desarrollo de las
misiones desde 1946, entre la guerra y el Concilio, por lo tanto en el espacio
de más de diez, casi quince años. Hubo entonces un desarrollo extraordinario de las
misiones. ¡Extraordinario! Se construyeron seminarios, se multiplicaron los
sacerdotes. Muchas Congregaciones religiosas vinieron al África y, si tenían
sacerdotes, pudieron enviar misioneros. Se fundaban, se multiplicaban las misiones,
los conventos, las instituciones de todo tipo. Se encontraban religiosas para
los dispensarios y los hospitales. Hice venir a las Hermanas Franciscanas
misioneras de María para que se hicieran cargo de los hospitales, a las
Hermanas de Santo Tomás de Villanueva, a las Hermanas hospitalarias… Muchas
religiosas dedicadas a la enseñanza vinieron al África para ayudar. Fue un
desarrollo magnífico, extraordinario. Era verdaderamente alentador. Fueron grandes
años. Cada año iba a ver al Papa Pío XII, lo cual,
evidentemente, me ofrecía la ocasión de ponerme en contacto con mucha gente de
la Curia Romana. Me veía obligado a consultar, ya a la Congregación de los
religiosos, ya a la Congregación de la Propaganda, ya al Santo Oficio, ya a la
Secretaría de Estado. Siendo Delegado Apostólico, yo dependía, como los
nuncios, de la Secretaría de Estado, para la cual me habían dado un código
secreto de correspondencia. Debía hacer informes, presentar la situación de las
diócesis, y todo eso me ponía necesariamente en contacto con muchos cardenales,
con muchos monsignori…, en fin, con
todo ese mundo de la Curia Romana. Sentía muy bien que había quienes me alentaban,
quienes me sostenían, en particular el Papa, felizmente. El Papa me alentaba
mucho. Eso fue un apoyo considerable, principal, es evidente. También tenía el
apoyo del Cardenal Tardini, de la Secretaría de Estado. Pero había un cierto
número, entre los que figuraban Monseñor Montini (el futuro Pablo VI), Monseñor
Martin, que en ese momento estaba en la Secretaría de Estado, y otros monsignori de la Propaganda, que
estimaban casi que yo les había quitado supuestamente un hermoso puesto.
¡Delegado Apostólico! ¡Era ser casi un nuncio! ¡Y eso sin haber pasado por la
jerarquía normal de secretario de nunciatura, de secretario de esto, de
secretario de aquello… sin haber hecho carrera! ¡Usted no pasó por Roma, por la
Academia de los nobles que forma a los futuros diplomáticos, a los nuncios… De
golpe Arzobispo de Dakar y luego, pum, Delegado Apostólico! ¡Usted es un
intruso, un intruso! ¡Usted viene a ocupar un puesto que también nosotros
habríamos podido tener! Por eso había una especie de desconfianza…
Fin de la Delegación
Apostólica; Arzobispo de Dakar
En 1959 terminaba mi mandato como Delegado
Apostólico. El Papa Pío XII había fallecido en 1958; ahora bien, Pío XII fue el
Papa que me había nombrado y, puedo decirlo, sostenido verdaderamente, porque
lo vi casi cada año. Iba a Roma y tuve ocasión de verlo; era para mí un gran
aliento, evidentemente, un gran consuelo; era verdaderamente un hombre de Dios,
de la Iglesia. Cuando era Delegado Apostólico y tenía ocasión de ir
a París, me encontré algunas veces con Monseñor Roncalli en la nunciatura. Me
invitaba y quería verme a toda costa cada vez que pasaba. Ahora bien, me había
hecho ya esta reflexión: «Oh, yo no estoy
totalmente de acuerdo en que arzobispos como usted, que tienen una diócesis,
tengan además el cargo de Delegado Apostólico. Me parece que no es deseable, no
estoy de acuerdo con el Papa Pío XII sobre este punto.» ¡Bah! Eso no era de
mi incumbencia, ¿no es cierto? Pero me había hecho esa reflexión. Por eso, evidentemente, cuando fue elegido Papa en
1958, me dije: «¡Bueno! Esto no durará
mucho tiempo, seguramente recibiré de Roma una invitación a abandonar uno u
otro puesto.» Y así fue.
Menos de un año después recibía una carta de Roma,
diciéndome que me dejaban elegir entre el Arzobispado de Dakar (por lo tanto,
la diócesis de Dakar) y la Delegación Apostólica, pero que desde ahora esos dos
cargos quedarían separados. Contesté: «No
me toca a mí elegir, porque no soy yo quien me nombré ni Arzobispo de Dakar, ni
Delegado Apostólico. Por consiguiente, me remito a las autoridades que han
hecho estos nombramientos; que ellas me digan si debo quedarme como Delegado
Apostólico, o como Arzobispo de Dakar.»
La respuesta es muy romana : «Puesto que usted eligió ser Arzobispo de
Dakar, seguirá siendo Arzobispo de Dakar, pero ya no será Delegado Apostólico.»
«¡Qué osados que son!», pensé. Tengo todavía la carta, la respuesta de
Roma. No querían asumir la responsabilidad, y por eso, el medio más simple es
endosármela a mí, y decirme, «puesto que usted eligió el Arzobispado de Dakar»… ¡Bueno!…
Estaba claro, por lo tanto, que conservaba el
Arzobispado de Dakar, pero que ya no era Delegado Apostólico. Seguí siendo
Arzobispo de Dakar desde 1959 hasta 1962, pero ya no tenía el cargo de todas
esas diócesis y de todas esas delegaciones apostólicas de antes. Mi auxiliar, Monseñor
Guibert, como ya no era absolutamente necesario, puesto que ahora yo tenía todo
el tiempo para ocuparme de la diócesis de Dakar, fue nombrado obispo en la isla
de la Reunión.
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