El Dolor
La tierra disfrutó
de verdadera felicidad en los primeros días de la creación; pero aquellos días
fueron fugaces; muy pronto Se disiparon, como las nubes ante el influjo de un
vendaval, por la negra ingratitud de los primeros mortales. Desde entonces el
dolor entró en el mundo.
En efecto, sus
primeros moradores salieron del paraíso terrestre llorando Lágrimas de
amargura, que presagiaban los océanos de dolor en que necesariamente se habían
de abrevar las generaciones del porvenir; que simbolizaban todas las lágrimas
que habían de derramarse en el transcurso de las edades y eran el preludio de
una sinfonía de dolor interminable.
Se dejó oír
entonces la palabra severa y terrible de Jehová: "Vivirás con el sudor de tu frente; la tierra que antes te
brindaba flores, hoy sólo te ha de ofrecer espinas; el suelo que antes era
bendito para tí, hoy será maldito, maledícta terra in opere tuo!" ¿Qué
significa todo esto? Significa la, ley del sufrimiento formulada no ciertamente
por labios humanos, sino por los divinos, y no tan sólo para aquel hombre
culpable, sino también para todos los que habían de ser sus hijos, es decir,
para todos los miembros que habían de pertenecer, en el correr de los años, al
cuerpo inmenso de la humanidad.
Así se ha
comprobado en las páginas de la historia; porque cada una de ellas es una
página de dolor. Job, David, Jeremías y otros personajes célebres del Antiguo
Testamento supieron expresar de mil maneras las amarguras de su corazón. ¡Cómo
sabían arrancar a las cuerdas de su lira los acentos dolorosos que se
levantaban de este triste destierro! Y ellos poseían esa ciencia del dolor,
porque compendiaban en sí mismos los dolores todos de la humanídad; y los
compendiaban todos, porque eran el tipo de la Víctima sangrienta del Calvario.
Entonces ¿cómo no sabían de cantar? ¿Cómo no habían de expresar los
sentimientos de su cuerpo martirizado? ¿Cómo no habían de exhibir la tortura de
su espíritu? El dolor es expansivo, comunicativo, difusivo, es en una palabra
el poeta más inspirado de la humanidad.
Lo mismo que se
dice de todas aquellas almas que pertenecieron a la ley antigua, se debe afirmar
también de las que pertenecen a la nueva. ¡Cómo saben arrancar a la lira de su
alma acentos aún más desgarradores y más dolorosos! Y tienen esa prerrogativa,
no porque anuncien de lejos el martirio del Señor, sino porque reproducen en
sus miembros cada una de sus heridas, Entonces ¿cómo no entonar el himno del
desterrado? ¿Por ventura las flores no exhalan su perfume, su cántico natural, cuando
san sacudidas por la violencia del torbellino? Y las almas ¿no son las flores
más escogidas del universo? ¡Y nosotros! ¿No somos acaso el comentario más
elocuente de esa tragedia universal? ¿Quién podrá confesar que no ha sufrido en
la tierra? Inquietudes íntimas, preocupaciones intensas, sorpresas inesperadas,
decepciones amargas, separaciones desgarradoras, miserias extremas, en una
palabra, el dolor bajo todas sus formas está tan arraigado en nuestro corazón
que nadie puede negarlo sin mentira.
Se comprende,
por lo tanto, que toda la humanidad esté herida mortalmente, esté sacrificada e
inmolada por la espada de todos los dolores. Por eso, cada una, de las almas
que cruza por el desierto del mundo puede expresarse como el profeta de las
lamentaciones: ¡PESSIMA PLAGA MEA! ¡Siento en el fondo
de mi naturaleza la llaga inmensa de mi dolor! Sin embargo, no quiero decir que
en este valle de lágrimas no brille nunca un rayo de consuelo, no aparezca
jamás una nota de alegría, no resplandezca una luz de bienandanza; lo que
pretendo significar es que ese rayo de consuelo trae consigo nubes de tristeza,
y esa gota de alegría es la precursora de una tempestad de lágrimas, y esa luz
de bienandanza no es más que un relámpago en la noche de nuestra, vida. Así lo
expresaba con un dejo profundo de melancolía uno de los hombres más sabios de
la tierra: risus dolore miscebitur et
extrema gaudii luctus occupat - aun la risa está impregnada de dolor,
porque hasta cuando reímos sentimos en el fondo del alma la punzada de nuestros
sufrimientos y aún nuestros grandes gozos están humedecidos por el llanto y casi
siempre se rompen con un sollozo desgarrador.
En fin, tan sólo
se necesita que volvamos nuestros ojos primero sobre la historia del mundo, y
después sobre la historia de nuestro propio corazón, para que veamos con
evidencia la verdad de que venimos tratando: el dolor es un hecho universal. ¿Y
qué debemos hacer cuando nos hallemos en la presencia del dolor?...Rechazado,
sería imposible; maldecirlo, sería injusto; tratarlo con desdén e indiferencia sería una locura. Sería imposible
rechazarlo, porque el dolor es realmente una ley universal, es decir, a todos
afecta necesariamente, y como dice el autor de la Imitación "Quieras o no
quieras tienes que sufrir' '. Sería injusto maldecirlo, porque es el compañero
de toda nuestra vida y por lo tanto mejor será bendecirlo. Sería una locura
tratarlo con desdén e indiferencia, porque conmueve naturalmente nuestros
sentidos y nuestras facultades y todo nuestro ser.
Entonces, ¿qué
debemos hacer cuando el dolor se presenta? Aceptarlo de buena voluntad. ¿Y cómo
puede ser eso? ¿Qué el dolor no es un mal? ¿No es por ventura enteramente opuesta
a nuestro corazón, sedienta de gozo y hambriento de dicha? Efectivamente,
muchas almas se quejan de esta manera; pero en realidad el dolor necesita mejor
recibimiento. El dolor, como vimos, es el fruto natural de la primera
prevaricación; esto no obstante en los planes actuales de la Providencia está
llamado a realizar grandes bienes. Sí, desde un principio, Dios ha tomado en
sus manos omnipotentes las espinas del dolor para coronar El mismo las sienes y
el corazón de sus criaturas privilegiadas. Desde entonces el dolor no viene del
Infierno, ni de la tierra, ni de los ángeles, ni de los hombres: únicamente
viene de Dios. De esta manera, cuando sufrimos, no sufrimos por ciego
fatalismo, sino por divina disposición; no por azote humano, sino por un
flagelo celestial; no por la influencia de una criatura, sino por la voluntad
del Creador omnipotente que todo lo dispone para nuestro bien.
Así
considerado, el dolor es una caricia de misericordia, es un abrazo de
benevolencia, es un ósculo de bondad, Por eso San Andrés Apóstol se acercaba a
la Cruz de su martirio, ofreciéndole los más íntimos requiebros de su alma; San
Lorenzo Diácono reía victoriosamente entre las llamas de su tormento, y San
Felipe de Jesús saludaba a su patíbulo con verdaderos transportes de alegría.
Así también procedieron todos los santos del cristianismo ¡Ah! pero ese mismo
dolor es para otros una asfixia insoportable, una tortura tremenda un cadalso
intolerable; y por eso no quieren recibirlo, al contrario, se apartan de él
como de un ser contagioso. Pero, como en fuerza de un sortilegio, mientras más
creen alejarse, más pronto caen en sus brazos opresores. Y tienen esa impresión
desagradable, porque no piensan que el dolor viene de Dios, y entonces
naturalmente se desesperan.
Los judíos se
apartaron de la Cruz con la blasfemia en los Labios, y los paganos de la
antigua Roma la quisieron desterrar con el estruendo y los placeres, y los impíos
de todas las edades la pretendieron destruir con los ataques de la impiedad; en
una palabra, todos han intentado evadir, en el transcurso del tiempo, la acción
amenazante del dolor. No lo han conseguido a pesar de todo, y han sido también
las víctimas forzadas de esa acción universal y nosotros ¿cuál conducta preferimos?
¿La de los héroes ola de los cobardes? ¿La de los santos o la de los impíos?
sólo sabré responder que si tomamos la actitud de los impíos, las penas de la
vida no tendrán ningún valor, ninguna utilidad, ni delante de los hombres ni
tampoco delante de Dios; serán indudablemente como las perlas falsas de un
collar ¡y algo menos todavía! En cambio, si seguimos el ejemplo de los santos,
nuestros dolores tendrán precio incalculable y soberano esplendor. Entonces las
lágrimas que caen de nuestros ojos y la gotas de sangre que se desprenden de
nuestras venas y hasta nuestras pequeñas amarguras cotidianas, serán diamantes
auténticos que, engastados en la diadema de nuestra gloria; esplenderán por los
siglos.
El dolor
aceptado voluntariamente es un místico crisol que purifica el oro de esta vida
para formar la moneda, de la bienaventuranza. Después de estas reflexiones,
¿quién de nosotros querrá imitar todavía la actitud de los cobardes? ¿Quién no
se abrazará del sufrimiento con la generosidad de los héroes? ¿Quién no soportará
con alegría, a lo menos con resignación, las asperezas del destierro? Si
procediéramos ya no digo como cristianos, sino hasta como simples seres
racionales, tendríamos que responder, empleando las palabras del profeta
Jeremías: "PESSIMA PLAGA MEA... ET PORTABO ILLAM: ES MUY GRAVE LA LLAGA DE
MI DOLOR, ¡MAS YO LA SOPORTARE!" Jesús Crucificado, imagen viva de los
dolores más íntimos, compendio de las amarguras más intensas, síntesis de los
martirios más crueles, todas las almas que redimiste deben recorrer la senda de tu Calvario; yo
no tengo mejor suerte; en realidad tampoco la deseo; acostumbrado a vivir en un
ambiente mortificante desde mi juventud -in
Iaboribus a juventute mea, me he familiarizado con la herida de mi dolor.
Ciertamente busco ante todo la verdadera alegría, puesto que es el fin de mi naturaleza
racional; sin embargo, en este triste destierro prefiero siempre tus lágrimas,
tus abrojos y tu Cruz para recibir un día, a la hora de mi muerte, esto es,
después del dolor supremo, la plenitud de la dicha perdurable; por eso, yo te suplico
que me concedas la gracia singular de que nunca falten espinas en mi vida ni
flores en mi tumba...
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