DESCENDIMIENTO DE
CRISTO A LOS INFIERNOS
En
el Símbolo de la fe sigue a la muerte y sepultura de Jesucristo su
descendimiento a los infiernos. Ocho artículos dedica Santo Tomás a este nuevo
artículo de la fe. El primero se ocupa del hecho mismo del descendimiento, y
los demás, de su permanencia y de su obra en ese lugar.
Muerto
Jesús, su cuerpo fue sepultado, y en el sepulcro debía esperar el momento de la
resurrección. Era natural que el alma descendiera a la morada de los muertos y
que allí esperase la hora de volver a unirse con su cuerpo. Por esto los
apóstoles, hablando de la resurrecci6n del Salvador, dicen que resucitó de
entre Ios muertos.
Conviene
advertir que este artículo de la" fe no se haya mencionado en las diversas
formas del Símbolo usuales en las iglesias hasta fines del siglo IV, en que
aparece por primera vez en el de Aquileya, A partir de esta fecha, se va poco a
poco introduciendo, hasta que en el siglo IX lo hace la Iglesia romana, al
adoptar le forma simbólica de la iglesia galicana. Pero, aunque, la inserción
de este artículo de fe en el Símbolo sea tardía, el artículo mismo no fue nunca
desconocido de la Iglesia. Creemos que la expresión más clara que tiene en la
Sagrada Escritura es la que dejamos mencionada. Otras más hallamos que confirman,
la fe de los apóstoles sobre este, punto. Dice el Salvador que, como Jonás
estuvo tres días y tres noches en el vientre del pez, así el Hijo del hombre
estará tres días y tres noches en el seno de la tierra (Mt 12,40). Es
precisamente en el seno de la tierra donde los hebreos ponían el seol, o sea,
la morada de las almas. San Pedro (Act. 2,24'S) dice de Jesús que fue por Dios
resucitado, rotas las ataduras de la muerte, por cuanto no era posible que
fuera dominado por ella. Como en otros pasajes. El Apóstol personifica aquí, la muerte, a quien
se atribuye el poder sobre el reino de los muertos. Jesús no pudo ser retenido
en este reino, porque precisamente estaba destinado a ser vencedor de la muerte.
San Pablo, glosando unas palabras del Deut. 30, 21, dice: ¿Quién subirá al
cielo? Esto es, para hacer bajar a Cristo. Esto es, para ser bajar a Cristo o
¿Quien bajara al abismo? Esto es, para hacer subir a Cristo de entre los
muertos (Rom. 10.7), Pero, si Jesús estuvo en la morada de Ios muertos no fue
como sujeto a la muerte sino como triunfador de ella y que venía a despojarla.
Así en el Apocalipsis dice San Juan que tiene las llaves de la muerte y del infierno
(2.18), es decir, del reino de la muerte. En virtud de este poder promete al
ladrón, que estaba para caer en las garras de la muerte: Hoy serás conmigo en
el paraíso (Luc. 2, 42, 51) San Pablo dice a los Colosenses (2,14S) que Jesús
clavo en la cruz el decreto que nos condenaba y despojo a los principados y
potestades, sacándolos violentamente a la vergüenza y triunfo de ellos en la
cruz. Esos
principados y potestades no son otros que Ios poderes infernales, que se concebían
reinando sobre, los muertos.
Por
esto, al subir al cielo, llevó consigo a los cautivos que había puesto en
libertad (Eph. 4,8ss). Más claro habla la Epístola a los Hebreos (2,14), al
decir que Cristo participó de nuestra carne y sangre para destruir por la
muerte (suya) al que tenía el imperio de la muerte, esto es, ¡al diablo,
y librar a aquellos que, por el temor de la muerte estaban
sujetos a servidumbre. San Pedro tiene dos pasajes no tan claros como desearíamos.
Dice el primero que Jesucristo, muerto en, la carne, volvió a la vida por el
Espíritu y que en Él fue a predicar a los espíritus que estaban en la prisión, incredulos
en otro tiempo, cuando en los días de Noé los esperaba la paciencia de Dios mientras
se fabricaba el arca (1 Petr. 3,¡~SS). Según esto, Jesucristo, en espíritu,
bajó a predicar a los espíritus, es decir, a las almas retenidas en la prisión,
a los que, incrédulos en otro tiempo, se burlaban de Noé viéndole trabajar en
el arca, mientras los esperaba la paciencia de Dios. Parece razonable suponer que
a estos incrédulos y burlones, les aprovechó al fin la paciencia de Dios, y
que, sin llegar a salvarse en el arca, alcanzaron con el desengaño la salud.
Les llegó ésta al presentarse a ellos Jesucristo y dar les noticia de la redención ya consumada. Esto interpretación parece confirmar el segundo pasaje: Por esto
fue anunciado el Evangelio a los muertos, para que, condenados en carne. Según los hombres, vivan en el espíritu según
Dios (1.6). Estos muertos a quien fue anunciado el Evangelio, es decir, la buena nueva de la redención, habían perecido en el diluvio y, según el juicio humano, habrían sido condenados por la justicia de Dios; pero en realidad no fue así, porque después de esta pena viven en el espíritu según Dios. Semejante interpretación parece lo única conforme con las palabras del texto sagrado y con la analogía de la fe y La más autorizada por la tradición exegética.
Por
otra parte, la doctrina del descendimiento de Jesucristo a los infiernos halla eco desde los primeros siglos, en la enseñanza de los Padres, de los concilios y de los papas. Citemos; por vía de ejemplo, algunos, pasajes: «Se acordó el Señor Dios de los muertos de Israel, que dormían bajo la tierra y descendió o ellos para anunciarles su salud». Así San Jerónimo (Diál. con Trifon; 7.2: MG 7,645). San Ireneo refiere la tradición recogida por él de boca de un anciano, el cual Ia había oído a los apóstoles, que el Señor había descendido a la región subterránea y anunciado a los que allí moraban su venida y la remisión de los pecados para los que en Él crean (Adv. haer .• JV 27 J1.1-2: MG
6,1056-8). Tertuliano dice que Jesucristo, antes de subir a los cielos, bajó a los infiernos para comunicar a los patriarcas y profetas la buena nueva de su venida (De anima. 55: ML 2,742S). EI1 concilio IV de Toledo (6.13), en su profesión de fe, reconoce que Jesucristo «descendió a los
infiernos para librar a los santos que allí estaban detenidos y, quebrantado el
poder de la muerte, resucitó». Ya antes San León Magno había escrito a Santo
Toribio de Astorga maravillándose de la corta inteligencia que algunos tenían de la fe, pues ignoraban que Jesucristo descendió a los infiernos, mientras su carne descansaba en el sepulcro para luego resucitar al tercer día (ML 54,690).
Sobre
este punto no puede haber ninguna duda para quien admite el testimonio de la Escritura y la tradición católica como la más segura norma de su interpretación, pues los
protestantes, después de asegurar que Jesucristo había sufrido hasta las penas
del infierno por nosotros, acabaron por renunciar totalmente a este artículo de
la fe, Pero veamos, el sentido hondo de este artículo.
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