8
de marzo
San Juan de Dios, fundador
Nació el admirable varón San Juan de Dios en la villa de
Monte-mayor en el reino de Portugal, de padres virtuosos y pobres. En su
mocedad andaba mudándose de pastor a soldado, y de soldado a pastor, sin hallar
reposo en ningún ejercicio. Púsose después a vender libros y estampas, y en
traje de mercader se hizo predicador apostólico, porque repartiendo estampas a
los niños les enseñaba la doctrina, y a los mayores exhortaba a huir de las
culpas, reduciendo muchos pecadores a penitencia. Así pasó algunos años, y
andando un día su camino, encontró un niño muy hermoso, con vestido pobre y
roto y los pies descalzos. Tomó le, pues, en hombros, y era al principio la carga
liviana, pero luego hízose tan pesada que sudaba el santo, y se fatigaba en
gran manera, por lo cual, hallando una fuente, dejó le para beber y reposar.
Pocos pasos había dado hacia la fuente cuando oyó a su espalda una voz del niño
que le decía: Juan, Granada será tu cruz, y volviendo el rostro, vio que el
niño celestial le mostraba una granada abierta que tenía en la mano, y en medio
una cruz, y luego desapareció. Encaminóse el santo a Granada, y en una mala
casilla puso su pequeña librería, mas ansioso de ganar almas que dineros. Predicaba
a la sazón en Granada el beato Padre maestro de Avila, y oyendo sus sermones el
santo, quedó tan encendido en un divino fervor, que comenzó a servir a Dios con
una muestra de altísima y perfectísima santidad. Porque repartió todo lo que
tenía a los pobres y encarcelados, y se dio a tan maravillosos extremos de
penitencia y humildad, que se hizo espectáculo del pueblo, hasta el punto de
tenerle muchos por loco y afligirle como tal en las calles y en el hospital de
locos. Fué allí a verle el maestro Avila, que dirigía su conciencia, y le dijo
que ya era tiempo de quitarse aquella máscara de fingida locura, para atender a
otras obras del servicio divino. Entendiendo, pues, que el Señor le llamaba a
los oficios de misericordia con los pobres enfermos, echó los cimientos de la
Orden de los Hermanos Hospitalarios, y alcanzó al poco tiempo médicos,
cirujanos, boticarios, regalos y medicinas, e hizo entre sus amados enfermos
indecibles proezas de caridad. Encendióse fuego en el hospital real de Granada;
nadie se atrevía a entrar dentro por estar la puerta ocupada de humo y de
fuego. Vino corriendo san Juan de Dios, y fué sacando cuantos pobres había en
la sala que ardía, trayéndolos a cuestas, y saliendo ileso al cabo de media
hora de entre las llamas. Finalmente, después de una vida llena de prodigios,'
méritos y virtudes, a la edad de cincuenta y cinco años descansó en la paz del
Señor, quedando su cuerpo hermosísimo y arrodillado como cuando oraba.
Reflexión: Presenten a la admiración del mundo los
modernos filántropos un solo ejemplo de caridad como san Juan de Dios, y así
podrán blasonar de amor al prójimo; pero mientras se vean tan lejos de los
hospitales, de las cárceles y de las moradas de los pobres, sin enjugar jamás una
lágrima, ni oír un suspiro, ni presenciar un espectáculo de dolor y de miseria,
bien podemos decir que la única verdadera caridad es la que nos enseña el santo
Evangelio y que fuera de ella no hay más que hipocresía y detestable egoísmo. Nunca
han producido otra cosa la falta de religión y_la impiedad.
Oración: Señor Dios nuestro, que concediste al
bienaventurado Juan la virtud de andar sin lesión en medio de las llamas, e ilustraste
tu Iglesia con su nueva Religión, concédenos por sus méritos el fuego de la
caridad para enmendar nuestros vicios, y alcanzar los eternos remedios. Por
Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Orden Hospitalaria |
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