Confianza en los peligros
JESÚS, TRAIDORAMENTE VENDIDO.
17. Al alma que devotamente quiera considerar la pasión
de Jesucristo, lo primero que se le ofrece es la perfidia del traidor. Rebosó
de tanto veneno de fraude, que entregó á su Maestro y Señor; se abrasó en tales
llamas de codicia, que vendió por dinero a Dios infinitamente bueno, a vil
precio la sangre preciosísima de Cristo; tan grande fue su ingratitud, que
persiguió de muerte al que lo había hecho familiar tesorero suyo y enaltecido a
la gloria del apostolado; tan obstinada su dureza, que no pudieron apartado de
su pérfida alevosía ni la familiaridad de la cena, ni la humildad del
lavatorio, ni la suavidad de la plática. i Oh admirable bondad del Maestro para
con el duro discípulo, del piadoso Señor con el peor de los siervos! Cierto,
más le 'valiera no haber nacido. Más, con ser tan inexplicable la impiedad del
traidor, es mucho más infinitamente la
dulcísima mansedumbre del Cordero de Dios, dada en ejemplo a los mortales, para
que el débil corazón humano, traicionado por la amistad, no diga en adelante:
Si estos ultrajes me vinieran de un enemigo declarado, los llevaría con
paciencia; pues he aquí que el hombre en quien Jesús puso toda su confianza, el
hombre que parecía ser uno en la voluntad con el Maestro, su íntimo y familiar,
el hombre que saboreaba el pan de Cristo, el hombre que en la sagrada cena
comió con El los regalados manjares, levantó contra Él el golpe de la iniquidad. y sin embargo de
esto, el mansísimo Cordero, sin engaño ni dolo, en la misma hora de la traición
no dudó en aplicar sus labios divinos a la boca rebosante de malicia,
sellándola con beso suavísimo, para dar al discípulo aleve todas las muestras
de afecto, que hubieran podido ablandar la dureza del corazón más perverso.
18. Sabiendo Jesé todas las cosas que habían de venir
sobre El, por misteriosa disposición de lo alto, cantado el himno después de la
cena, salió para el monte de las Olivas a orar, según costumbre, al Padre, Y
especialmente entonces, ya próximo al combate de la muerte, viendo en espíritu
desbandadas y desoladas sus ovejuelas -las ovejuelas que el piadoso Pastor
abrazaba con tierno afecto, fue tan horrible en la naturaleza sensible de
Cristo la aprehensión de la muerte, que vino a decir: Padre, si es posible,
pase de mí este cáliz. Pero cuán grande fuese la ansiedad, que por diversas
causas embistió el espíritu del Redentor, lo testifican las gotas del sudor de
sangre, que de todo su cuerpo corrían hasta el suelo. ¡Oh Jesús, Señor y Dominador!
, ¿De dónde proceden tan fuerte angustia y tan angustiosa plegaria? ¿No te
ofreciste, con entera voluntad, al Padre en sacrificio?" Sí, por cierto;
mas para confirmar nuestra fe en tu humanidad, para robustecer nuestra
esperanza en las horas amargas del sufrimiento, para encendernos más y más en
tu amor, mostraste la natural flaqueza de la carne con signos evidentes,
dándonos a entender que verdaderamente llevaste nuestros dolores y que no sin
dolor, vivo y real, bebiste el cáliz amargo de la pasión.
19. Con todo, el espíritu en Jesús' estaba pronto para
la pasión, como evidentemente se colige de lo acaecido en el huerto de Getsemaní.
Pues como viniesen de noche a prenderle los sicarios con el discípulo traidor,
bien 'pertrechados de teas, linternas y armas, El mismo salió a su encuentro y
se dejó prender. Y para que conociese la humana presunción que nada podía contra
El, salvo lo' que El permitiese, con una sola palabra de su omnipotente virtud
dio en tierra con aquellos satélites del infierno. Pero ni aun entonces aquel mansísimo
Cordero detuvo la corriente de sus misericordias, ni aquel panal de miel cesó
de destilar su piadosa dulzura; pues tocando la oreja del atrevido siervo
mutilada por el discípulo, la sanó, y refrenó el celo de su defensor, ya a
punto de arremeter contra los invasores, Maldito sea el obstinado furor de los
malvados, que ni se rindió al milagro de la majestad, ni con el beneficio de la
piedad se amansó. Amarraron al matadero ignominiosamente, como a un ladrón, al
mansísimo Cordeta, que no profería una palabra? ¿Qué espada de dolor penetraría
entonces el corazón de los discípulos, al ver a su dilectísimo Señor y Maestro
entregado por un condiscípulo, y, atadas las manos a las espaldas, llevado como
malhechor a la muerte, cuando el mismo alevoso Judas, dolido de su traición,
vino a preferir la muerte a la vida? ¡Desventurado
él, que no acudió a la fuente de la misericordia a implorar perdón, antes,
horrorizado de la enormidad de su delito, se desesperó!
¡Oh tú, quienquiera que seas, que a instancias de la
mala sierva de tu carne, negaste descaradamente, de voluntad o de obra, a
Cristo apasionado de ti! Acuérdate de la pasión del Maestro dilectísimo, y
saliendo fuera con Pedro, llórate a ti mismo amargamente, para que Jesús te
mire con los mismos ojos que a Pedro, cuando lloraba. Sea doble tu llanto, uno
de compunción por ti, otro de compasión a Cristo. Embriágate de ajenjos, para
que, purificado con Pedro del rearo de culpa, merezcas con Pedro recibir el
espíritu de santidad. ¡Oh sincero y piadoso Jesús!, ¿qué alma devota,
viendo y oyendo tales cosas, podrá contener las lágrimas y ocultar el dolor de
su corazón?
JESÚS, ENTREGADO A PILATOS
23. !Horrenda y espantosa la impiedad de los judíos,
aún no. harta de injurias! Bramando de rabia bestial presentan al juez impío el
alma del justo, para que, como can rabioso, la devore. Condujeron, pues, los
pontífices ante Pilatos a Jesús maniatado, pidiendo quitase la vida con el
suplicio de cruz al que estaba exento de todo pecado. Y El, como cordero
delante del que lo trasquila, permanecía de pie en presencia del juez, manso y
callado, mientras acusador es falsos e impíos, con I un cúmulo de soñados
delitos, con grandes clamores piden la muerte del autor de la vida y la
libertad del ladrón homicida y revolucionario, prefiriendo, locos e impíos, el
lobo al cordero, la muerte a la vida, las tinieblas a la luz. !Oh dulce Jesús!, ¿ quién será tan duro a los
gritos horribles: "Talle, talle", crucifícalo, que pueda oírlos o
meditados sin gemidos ni protestas?
JESÚS, CONDENADO A MUERTE
24. Mas, aunque sabía Pilatos que la nación judía se
ensañaba en Jesús más por celo de envidia que de justicia; aunque declaró no
haber hallado en El la menor causa de muerte, vencido al fin de humano temor,
llenó de amargura el alma de Jesús, y le envió a Herodes, sometiendo al
piadosísimo Rey al juicio del cruel tirano. Herodes le escarneció y le remitió
a Pilatos, quien, con providencia inhumana, ordenó que compareciese desnudo en
presencia de la corte, y que con atrocísimos cordeles desgarrasen fieros sayones
sus cándidas carnes virginales, añadiendo llagas a llagas, cardenales a
cardenales. Corría la sangre preciosísima por las espaldas sacratísimas del
joven I inocente y amorosíssimo. i Y no se había encontrado en El la más ligera
culpa! y tú, hombre perdido, tú, que eres causa de tantas heridas y vituperios,
¿ no lloras? Mira al inocentísimo Cordero que, por librarte a ti de la justa
sentencia de condenación, quiso por amor de ti ser condenado contra toda
justicia. El restituye lo que tú robaste; y tú, alma mía, perversa y sin
entrañas, ¡no pagas la gratitud de la devoción, ni devuelves el afecto de la
compasión!
Constancia en los suplicios
JESÚS, DESPRECIADO DE TODOS
25. Pilatos, para satisfacer los deseos de los enemigos
de Jesús, pronunció la inicua sentencia. Más no bastó a aquellos sacrílegos
soldados crucificar al Salvador, quisieron antes hartar de oprobios su bendita alma.
Reunida, pues, en el pretorio toda la cohorte, lo desnudaron, le vistieron una
túnica de grana y un manto de púrpura, y tejiendo una corona de espinas, se la
pusieron a la cabeza y una caña en la mano, a guisa de cetro, y como a rey de
burlas le doblaban las rodillas, dábanle de bofetadas, lo escupían y herían su
sagrada cabeza con la caña.
Soberbia del corazón
humano, que huyes de los desprecios y aspiras a los honores, atiende y
considera: ¿quién es este que viene, trayendo la imagen de Rey, y es, con todo,
escarnecido como el Ínfimo de los esclavos? Es tu Rey y tu Dios, reputado como
leproso y el desecho de la humanidad, por Iibrarte a ti de la eterna confusión
y sanarte de la peste de la soberbia. ¡Ay una y mil veces de aquellos que,
después de tan preclaro espejo de humildad, todavía se engríen como mofándose de
nuevo del Hijo de Dios, tanto más digno de ser reverenciado de los hombres,
cuanto mayores fueron los ultrajes que por los hombres sufrió!
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