León Bloy
LEON BLOY
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Recordemos
brevemente que León Bloy, nacido en Perigueux, de padre ateo y madre muy
piadosa, fue, desde su infancia, de temperamento violento, absoluto,
inadaptado. Barbey d'Aurevilly le dio la fe — en París — y lo formó en esta
búsqueda de un estilo suntuoso y fuerte, salpicado de palabras raras y
expresivas, que son el rasgo principal de su modalidad. Es indiscutible que
Léon Bloy fue un escritor magistral, que tiene un sentido del ritmo, de la
música de la frase, que lo coloca en primera fila. Se relacionó estrechamente con
Ernest Helio y con el abate Tardif de Moidrey. Tuvo una entusiasta admiración
por el escritor lionés, Blanc de Saint-Bonnet. Pero de acuerdo con el libro de
R. Barbeau, ya es una verdad que frecuentó mucho a los ocultistas, que vivió a
la espera de revelaciones grandiosas, de catástrofes sorprendentes, y con la
convicción de que tenía que cumplir una misión capital.
Debido a su
carácter absoluto, se halla en conflicto agudo con su época. "Tengo la
sensación clara —escribirá el 29 de mayo de 1892 — que todo el mundo se
equivoca, que todo el mundo está engañado, que el espíritu humano ha caído en
las más densas tinieblas.,¿De dónde le viene a él, pues, la luz? No de la
Iglesia Católica como tal, sino de una pobre prostituta llamada Anne-Marie
Roulé, la Verónica de su novela; “El desesperado”. Se ha vinculado con ella;
asegura que la ha convertido. La mujer tiene visiones sobrenaturales antes de
caer en la locura y acabar sus días en un manicomio. Basado en la fe de esta
mujer y en las revelaciones que cree contenidas en el secreto de Melanie
Calvat, la vidente de La Salette, proclama su segunda de la inminencia de la "parusia",
os decir del fin del mundo. Y esta "parusia" consistirá en el
advenimiento del Paráclito que ¡no sería otro que Lucifer en persona! Semejante
extravagancia desemboca en la blasfemia más inadmisible.
Todo el libro de R.
Barbeau tiende a demostrar que ésta fue la idea dominante y esencial de Léon
Bloy, idea que consideraba como su "secreto" personal, que disimulaba,
por consiguiente, pero ¡que inspiraba secretamente todo lo que escribía! Constantemente
decepcionado en sus esperanzas de asistir al acontecimiento que tenía por
misión preparar, escribirá, en su Biografía (publicada por Joseph Bollery,
Albin-Michel, 1947): "No he podido hallar en mí más que el resentimiento
más amargo y feroz contra un Dios tan duro e ingrato. . . Yo tendría vergüenza de
tratar a un perro sarnoso como Dios me trata" (I, 428-429), Cree en efecto
que Dios Padre fue un amo imperioso y despiadado, que Dios Hijo no hizo más que
reparar la obra del Padre que había dado tan mal resultado, pero que únicamente
con el Espíritu Santo llegará el reino universal del Amor.
Léon Bloy renovaba
así a su manera las ensoñaciones de Joaquín de Flore (hacia 1145 - 1202). Pero
¡es sobre todo la identidad que establece entre Satán y el Espíritu Santo lo
monstruoso! El Satán de Léon Bloy Y sin embargo León Bloy se glorifica de ser
el único — es con frecuencia: ¡el único! — que ha comprendido lo que es Satán.
Desde el momento que ve en él a la tercera persona de la Santísima Trinidad, no
podríamos sorprendernos lo bastante de la enormidad de los poderes que le
atribuye. En su libro sobre Cristóbal Colón, intitulado El revelador del Globo
(1884), leemos: "La noción del Diablo es de todas las cosas modernas la
que más carece de profundidad, a fuerza de haberse tornado literaria. Con toda
seguridad, el Demonio de la mayoría de los poetas no espantaría ni siquiera a
los niños. Sólo conozco un Satán poético que sea verdaderamente terrible. El de
Baudelaire, porque es sacrilegio. "Todos los otros, comprendido el de
Dante, dejan nuestras almas bien tranquilas, y sus amenazas harían encogerse
los hombros muy poco literarios de las niñitas del catecismo de perseverancia.
Pero el verdadero Satán que no conocemos más, el Satán de la Mujer y el Tentador
de Jesucristo, ése es tan monstruoso que si le fuera permitido a ese Esclavo
mostrarse tal cual es — es la desnudez sobrenatural del No-Amor — la raza
humana y la animalidad toda entera sólo lanzaría un grito y caería
muerta." Hasta aquí estamos completamente de acuerdo con Léon Bloy.
Lo estamos un poco
menos en lo que sigue, porque exagera: "El (Satán) está entre todos los
labios y todas las copas; está sentado en todos los festines y nos llena de
horror en medio de los triunfos; está acostado en el fondo más oscuro del lecho
nupcial; ¡roe y mancha todos los sentimientos, todas las esperanzas, todas las blancuras,
todas las virginidades y todas las glorias! Su trono preferido es el cáliz de
oro del amor en flor y su baño más suave es el hogar de púrpura del amor en
llamas. Cuando no hablamos a Dios y por Dios, es al Diablo que hablamos y él
nos escucha... en un formidable silencio. Envenena los ríos de la vida y las
fuentes de la muerte, horada precipicios en medio de todos nuestros caminos, arma
contra nosotros la naturaleza entera, a tal punto que Dios ha debido confiar el
cuidado de cada uno de nosotros a un espíritu celeste para que no perezcamos
desde el primer instante de nuestro nacimiento. En fin, Satán está sentado
sobre la cima de la tierra, con los pies sobre las cinco partes del mundo, y
nada de humano se cumple sin que el intervenga, sin que haya intervenido y sin
que deba intervenir."
Y concluye: "Es
el imperio ilimitado de Satán. Reina como patriarca sobre la multitud de
horrorosos hijos de la libertad humana." Muchas veces Léon Bloy ha vuelto
sobre estas mismas ideas que podrían estar firmadas por Lutero, el teólogo
pesimista del pecado original, imborrable e indestructible. Ha vuelto sobre
ellas en sus libros: Bella aires et Parchars
(Domadores y porqueros) (1905), El alma cíe Napoleón (1912), y otros. Escribió,
un día, a Pierre Termier: "Todo lo moderno es del Demonio. Tal es la clave
de mis libros y de su autor." Y en El invendible (1909), leemos (pág. 219):
"Podríamos encontrarnos mañana en presencia de un caso de posesión
universal Pero, justamente ¿cómo después de haber exagerado tan violentamente la
potencia maléfica de Satán puede Léon Bloy identificarlo con el Paráclito?
¿Cómo aquel que según él es el No-Amor, y según nosotros también, puede
convertirse en el Amor personificado? Esto es el secreto más profundo de Léon
Bloy. Está perdido en los simbolismos más impenetrables y goza de éxtasis que
no pertenecen más que a él. Escribiendo a su novia, la hija del escritor
dinamarqués Molbech, le dice el 24 de octubre de 1889: "Recuerda . . .
esta cosa que me fue revelada otrora que sólo yo en el mundo he podido decir, a
saber que este Signo de dolor y de ignominia —La Cruz— es la figura más
expresiva del Espíritu Santo. Jesús que es el Hijo de Dios, el Verbo hecho
carne y que representa a toda la humanidad, lleva pues esta Cruz, que es más grande
que él y que lo abruma. Simón el Cirineo tiene que ayudarlo a llevarla. Cuando
pienso en este grande personaje misterioso, elegido de toda eternidad entre
miles de millones de criaturas para ayudar un día a la Segunda Persona divina a
llevar la imagen de la Tercera, me siento penetrado de un respeto infinito que
se asemeja al espanto. "El nombre de Simón quiere decir: obediente, y es
la desobediencia lo que ha impuesto la Cruz, es decir, el Espíritu Santo, sobre
las espaldas de este otro obediente que es Jesucristo. Advierte bien, Jeanne,
que esto nos da tres, dos obedientes para llevar la carga terrible de la
desobediencia y que este trío lamentable está en marcha para ir a vencer a la
muerte. ¡Qué abismo!"
En otra carta fechada
el 2 de diciembre de 1889, deja traslucir una vislumbre de su modo de concebir
la caída original y la restauración final: "Verás — dice — cómo concibo en
este instante el drama inmenso de la Caída. La Serpiente, figura sombría del
Espíritu Santo, engaña a la mujer que allí es la figura radiante. La mujer
acepta y come la muerte. Hasta ese momento el género humano no ha caído, puesto
que si la mujer ha cambiado su maravillosa inocencia por el pudor que no es más
que su reflejo lamentable, el hombre, figura deslumbrante de la Segunda Persona
divina, no ha alterado todavía esta inocencia haciendo uso de su libertad. Tal
es la situación inaudita, casi incosebible. Ahora requiero toda tu atención. El
hombre y la mujer están en presencia el uno del otro, en conflicto, solos,
porque la Serpiente ha pasado por la mujer, se ha amalgamado a ella; la sombra
y la luz se han fundido, una y otra,
para los siglos de los siglos. El hombre
y la mujer, es decir, Jesús y el Espíritu Santo, están el uno frente al otro,
bajo la mano terrible del Padre.
"La mujer,
figura del Espíritu Santo, representa todo lo caído, todo lo que caerá. El
hombre, figura de Jesús, representa la salvación universal por la aceptación,
la asunción misma de todas las caídas, de todo el mal posible y, por el milagro
de una ternura infinita, consiente en perder la luz de su inocencia para
compartir el fruto de la muerte, con vistas a triunfar un día de la misma
muerte, cuando el dolor haya ampliado prodigiosamente su libertad. Entonces los
dos advierten que están desnudos, porque la Redención —ya iniciada— que un día deberá
cumplirse sobre un árbol del cual el del Edén no es más que una prefiguración,
ese día la víctima, el holocausto universal de la Libertad y del Pudor tendrá
que ser contemplado completamente desnudo sobre la Cruz de la expiación
universal. ¡Tendría otras cincuenta cosas que decir sobre esto si no me
estuviera muriendo de frío! "No importa: el Amor, en un movimiento
inefable e incomprensible, cae sobre la tierra; el Verbo, del cual es
inseparable, cae después de él, y el Padre los eleva el uno por el otro,
sucesivamente, debiendo el hombre primero dar su libertad de manera terrible
para salvar a la mujer, y debiendo la mujer después entregar su pudor de manera
aún más terrible para libertar a su esposo. Cuando me escribes que tal vez la
mujer sea la única rica y el hombre el único pobre, expresas — ¿es a pesar
tuyo? — una de las más adorables exégesis trascendentes.
Pero esta fórmula
no es perfectamente cierta sino en el sentido de la exégesis y esto me hace
volver al objeto de mi carta." Si comprendemos bien este lenguaje sibilino
y presuntuoso, la Serpiente, es decir Satán, figura sombría del Paráclito,
engaña a la Mujer y no solamente a Eva, sino a la Mujer que será la Virgen María,
figura radiante del mismo Paráclito. La Serpiente "se ha amalgamado a
ella", lo cual quiere decir que Satán y la Luz y la Mujer "se han
fundido unos en los otros para todos los siglos de los siglos". La
Serpiente y la Mujer no forman más que un solo ser que es el Paráclito. Pero
después de la caída, la elevación. El Amor, en un movimiento inefable e
incomprensible, cae sobre la tierra. El Verbo, del cual es inseparable, cae
después del, y el Padre los eleva el uno por el otro sucesivamente."
Paráclito es sinónimo de Lucifer. Su imagen más notable es el hijo pródigo. El
Padre espera ansiosamente su regreso. Lucifer volverá. Será recibido con
alborozo por el Padre. Su hermano mayor no estará contento. Esto quiere decir que
la Iglesia perseguirá al Paráclito Liberador que debe desclavar a Cristo al
final de los tiempos.
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