Bajo el patrocinio de la Virgen
María
Ansiando poner al aspirante a la santidad, y
especialmente a la santidad sacerdotal, en las mejores condiciones para llegar
a ella, y aun antes de considerar sus elementos y etapas esenciales, me parece
imprescindible evocar la acción particular de la Virgen María en esta
adquisición, por la voluntad misma de Dios. Si el Verbo Encarnado, que no tuvo necesitaba alguna
de una madre para venir hasta nosotros y cumplir su misión de Redentor, quiso
sin embargo que su persona divina recibiera su cuerpo y su alma en el seno de
María, y durante treinta años de un total de treinta y tres permaneció sometido
a María y fue en cierto modo formado por María, ¿cómo podríamos nosotros, pobres
creaturas pecadoras, imaginar siquiera que no tengamos necesidad de la ayuda
eficaz de María para formar en nosotros al cristiano y al sacerdote?
Espero que tendremos ocasión de hablar más
extensamente de esta influencia necesaria de María para la santificación de
nuestras almas, pero me parecía necesario evocar esta condición “sine qua
non” de nuestra santificación, a fin de que este estudio, en su totalidad,
se encuentre colocado bajo su protección y auxilio.
“Tota pulchra es, o Maria, et macula non est in te” (Cant. 4 7)
ITINERARIO ESPIRITUAL siguiendo a Santo Tomás.
“O Sapientia, quæ ex ore Altissimi prodiisti,
attingens a fine usque ad finem, fortiter suaviterque disponens omnia, veni ad
docendum nos viam prudentiæ”.
Esto es, en efecto, lo que nos enseñará Nuestro Señor
al venir a nosotros. El es la Sabiduría encarnada; El es el Profeta; El es el
Sacerdote; El es el Rey. Su alma divina es el templo que abriga todas estas
riquezas. ¿Acaso existió cuna o nacimiento de niño entre los hombres en que
hayan brillado, de manera incomparable, todos los esplendores del gobierno de
Dios en el mundo? Sí, es la cuna o el nacimiento del Niño que pronto se
presentará como la vía o el camino de vuelta del hombre hacia Dios (Ia,
109, 2 ad 4).
Entre 1945 y 1947, por decisión del Superior General
de los Padres del Espíritu Santo, tuve que dejar el Africa, donde me encontraba
desde 1932, para tomar la dirección del escolasticado de filosofía de la
Provincia de Francia, situado en Mortain. Por este mismo motivo, quedé
encargado de dar las conferencias espirituales. Para programarlas, me apoyé en
el tratado de las virtudes de la Suma Teológica, y redacté unos pocos apuntes
que me ayudaron a dar esas conferencias. Pasaron los años, y mis convicciones
sobre el tesoro que representa la Suma Teológica, en conformidad con el
magisterio constante de la Iglesia, siguieron aumentando.
La Suma de Santo Tomás representa el armazón de la
ciencia de la fe para todo seminarista o sacerdote que quiere, según el deseo
de la Iglesia, iluminar su inteligencia con la luz de la Revelación y adquirir
así la sabiduría divina. Por eso, me parece muy deseable que estas almas
sacerdotales encuentren en esta Suma, no solamente la luz de la fe, sino
también la fuente de la santidad, de la vida de oración y de contemplación, de
la oblación total y sin reserva a Dios por Nuestro Señor Jesucristo
crucificado. Así se prepararán ellos mismos, y prepararán también a las almas
que les son confiadas, a la vida bienaventurada en el seno de la Trinidad.
Mucho deseo que, con la gracia de Dios, algunos
sacerdotes de la Fraternidad más capacitados que yo emprendan la obra de
elaborar la suma espiritual de la Suma Teológica de Santo Tomás. Por mi parte,
como este ideal me parece demasiado pretencioso para mis capacidades, me
limitaré por el momento a escoger algunas ideas maestras de la Suma, tratando
de atraer la atención sobre la inmensa riqueza espiritual que encierra, y
principal-mente sobre la seguridad espiritual que procuran las meditaciones
fundadas en una fe esclarecida, y no en un sentimentalismo religioso o un
subjetivismo carismático.
¡Ojalá que estas meditaciones ayuden a conseguir una
inmutabilidad espiritual que participe de la inmutabilidad de Dios!
Capítulo 1
Dios
A ejemplo de Santo Tomas y en su seguimiento, nuestras
consideraciones se establecerán sobre la fe, sobre la Revelación, y
eventualmente sobre los argumentos de razón. “Iustus ex fide vivit”: el
justo, el santo, vive de la fe, porque la fe lleva en sí como en germen la
visión beatífica; y nosotros hemos sido creados con este fin. La fe asume la
luz de nuestra inteligencia y le confiere una sabiduría incomparable. El primer tema de estudio que presenta la Suma
Teológica es Dios. Es también el primer tema de la Oración de Nuestro Señor:
“Padre Nuestro que estas en los cielos”. Es la primera afirmación de
nuestro Credo: “Creo en Dios”. Es el primer mandamiento: “Adorarás a
un solo Dios”. El primer bien del hombre y el último, su origen y su fin,
su felicidad de todos los días y de la eternidad, es Dios. Desde sus primeras
horas de conciencia, el alma del niño debe volverse hacia Dios y florecer en el
gran sol de Dios, “qui illuminat omnem hominem venientem in hunc mundum: que
ilumina a todo hombre que viene a es-te mundo” (Jn. 1 9).
¡Bienaventurados los ángeles, que conservaron inscrito
en su corazón el “quis ut Deus?: ¿quién como Dios?”, y no vacilaron en
la prueba!
¡Bienaventurada la Virgen María, Inmaculada en su
Concepción, que orientó para siempre su alma hacia Dios desde su más tierna
infancia!
¡Bienaventurada el alma de Nuestro Señor, iluminada
por la visión beatífica desde el instante de su creación!
¿Por qué tanta demora, por qué tanto retraso, por qué
tanta ceguera en el conocimiento y en el amor de Dios, incluso en muchos
bautizados? Esta comprobación provoca la lamentación de Nuestro
Señor en los Salmos, los improperios del Viernes Santo, en el primer capítulo
de San Juan. Se puede pensar que su agonía en el huerto de los Olivos era la
constatación de este ateísmo de hecho. El Amor no es amado: “Non requirunt
Deum...”, “non receperunt”.
¿Este drama puede dejarnos indiferentes? La realidad
de la ignorancia de Dios nos supera. ¿Qué podemos hacer? Toda la sociedad
moderna lleva a esta ignorancia. Pero ¿acaso nosotros mismos no tenemos
demasiada ignorancia de Dios? ¿Nos esforzamos por meditar sobre Dios, por
acercarnos a este misterio insondable, al “Alfa y Omega”, al “Principium
et Finis”, al Misterio de amor expresado en el Verbo Encarnado? Santo Tomás
nos invita a conocer mejor a Dios, en su Unidad, en su Trinidad, en sus obras.
Esta contemplación de la Trinidad bienaventurada, que
será nuestra felicidad eterna, ¿no puede darnos ya desde ahora, en la fe y en
el Espíritu Santo, un esbozo, un efluvio de lo que será esta felicidad? Doy aquí la referencia de algunos estudios que pueden
ayudar a completar o explicar la enseñanza de la Suma: • “Las Perfecciones
Divinas”, del Padre Garrigou-Lagrange; • los Comentarios de la Suma
Teológica, del Padre Pègues y del Padre Hugon; • “Los Nombres Divinos”, del
Padre Lessius; • “Dios”, “La Trinidad”, del Padre Emmanuel; • “Cristo,
Ideal del Monje”, capítulo 1, de Dom Columba Marmion.
No se trata de hacer un estudio teológico, sino de
acercarse un poco más a la realidad que es Dios, y ante sus atributos y
perfecciones infinitas lanzarnos en la adoración, en la humildad, en la
oblación ardiente, a imitación de Jesucristo y de la Virgen María. Un conocimiento más profundo de la infinitud de Dios,
de su infinita caridad y misericordia, debería hacer-nos progresar en la
Caridad de Dios, alejarnos del pecado y confirmarnos en la virtud; pues este es
el camino que han seguido todas las almas santas, bajo la influencia del
Espíritu de Jesús.
EXISTENCIA DE DIOS
La fe, la ciencia más segura a que podamos referimos,
nos enseña la existencia de Dios: “Credo in unum Deum Patrem omnipotentem,
factorem coeli et terræ, visibilium omnium et invisibilium”. Ella nos
enseña que Dios es Espíritu: “Deus spiritus est”, como se lo enseña
Nuestro Señor a la samaritana. Por lo tanto, un Espíritu poderoso lo ha creado
todo. Hubo luego un momento en el que el mundo no existía, en el cual sólo Dios
existía eternamente, en su santidad y felicidad perfectas e infinitas, no
teniendo ninguna necesidad de crear. Nuestro Señor, al principio de su oración
sacerdotal, hace alusión a esta época: “Y ahora Padre, glorifícame con la
gloria que tenía junto a Ti antes de que el mundo existiese” (Jn. 17, 5).La fe nos enseña que la razón puede y debe llegar a la
conclusión de la existencia de Dios, y San Pablo en su Epístola a los Romanos (1, 18) reprocha con vehemencia a los hombres el no haber conocido al verdadero
Dios, que se manifiesta por sus obras. Y es que, en efecto, todo lo que existe, todo lo que
somos, proclama la existencia de Dios, y canta sus perfecciones divinas. Todo
el Antiguo Testamento, y particularmente los Salmos y los Libros Sapienciales,
cantan la gloria del Creador. Por eso los Salmos tienen un lugar primordial en
la oración litúrgica y sacerdotal.
Es bueno meditar sobre la creación, “ex nihilo sui
et subiecti”, hecho de la nada, por la simple decisión del Creador: “Qui
putat se esse aliquid, cum nihil sit, ipse se seducit: si alguien cree ser
algo, no siendo nada en realidad, se engaña a sí mismo” (Gal. 6 5). Cuanto más profundizamos esta realidad, tanto más nos
asombramos de la omnipotencia de Dios y de nuestra nada, y de cuán necesario es
que toda creatura sea constantemente sostenida en la existencia, bajo pena de
desaparición, de volver a la nada. Así nos lo enseñan la fe y la filosofía. Por
sí solas, esta meditación y esta comprobación deberían arrojamos en la
humildad, en la adoración pro-funda, y darle a esta actitud una inmutabilidad
parecida a la de Dios mismo, que es inmutable. Deberíamos estar llenos de una
confianza sin límites hacia Aquel que es nuestro Todo y que decidió creamos y
salvamos.
¡Con qué devoción y sinceridad deberíamos rezar cada
mañana, al comienzo de Maitines, el Salmo 94: “Venite, exsultemus... Venite,
adoremus... quoniam ipsius est mare, et ipse fecit illud, et aridam fundaverunt
manus ejus; venite, adoremus et procidamus ante Deum, ploremus coram Domino,
qui fecit nos, quia ipse est Dominus Deus noster, nos autem populus ejus et
oves pascuæ ejus” .
¡Cómo no dar gracias a la Iglesia, que pone estas
palabras en nuestros labios para expresar los sentimientos más profundos de
nuestras almas de creaturas! La creación es un gran misterio, porque Dios es para
nosotros el gran Misterio y seguirá siéndolo eternamente, incluso en la visión
beatífica. “Nemo Deum vidit unquam, nisi qui ex Deo est: sólo el Verbo y
el Espíritu Santo ven a Dios, pues proceden de Dios y son un solo Dios con el
Padre” (Jn. 6 46). Tratar de los atributos y de las perfecciones de Dios,
realidad espiritual que lo abraza todo, que lo vivifica todo, que lo sostiene
todo en la existencia, no hará más que aumentar el Misterio divino, para
nuestra mayor satisfacción, edificación y santificación.Santo Tomas dice esto: “Cuanto más perfectamente
conozcamos a Dios en este mundo, tanto más entenderemos que supera todo lo que
la inteligencia comprende” (IIa IIæ, 8, 3).
Puesto que la fe viene en socorro de la razón para
convencernos de la existencia de Dios, y nos abre horizontes maravillosos sobre
la intimidad de Dios por la Revelación y sobre todo por la Encarnación del
Verbo Divino, hemos de preguntarnos si puede darse a Dios un nombre que sea
propio de El y nos ayude a conocerlo mejor. Ahora bien, es precisamente lo que Dios hizo tanto en
el Antiguo Testamento como en el Nuevo. Así habló Dios a Moisés: “Preguntó
Moisés a Dios: Si voy a los israelitas y les digo: El Dios de vuestros padres
me ha enviado a vosotros; cuando me pregunten: ¿Cuál es su nombre?, ¿qué les
responderé? Dijo Dios a Moisés: Yo soy el que soy. Y añadió: Así dirás a los
israelitas: El que es, me ha enviado a vosotros” (Ex. 3 13-14). Y
Nuestro Señor se expresa de la misma manera con los judíos que le decían: “¿Aún
no tienes cincuenta años y has visto a Abraham? Jesús les respondió: En verdad,
en verdad os digo: antes de que Abraham existiera, Yo soy” (Jn. 8 57-58).
Nunca admiraremos lo suficiente estas respuestas tan
luminosas, que por otra parte coinciden con las conclusiones de nuestra razón. “Dios
es”, El es el “ens a se”, el ser por sí mismo; todos los otros seres
son “ab alio”, no tienen en sí mismos su razón de ser.
Estas afirmaciones simples son una fuente de
meditación y de santificación inagotable. Tanto en la mirada en Dios que se
pierde en lo infinito, como en la comprobación de las relaciones de la criatura
con el Creador, o en la consideración de la nada de la creatura, estamos frente
a lo que hay de más verdadero, de más profundo y de más misterioso en Dios y en
nosotros mismos.
CONTINUA...
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