(Aparición de la Virgen de la Merced a San Pedro Nolasco)
28 DE ENERO
SAN PEDRO NOLASCO, CONFESOR.
DOBLE
– ORNAMENTOS BLANCOS
(y
2º memoria de Santa Inés, Virgen y Mártir)
|
Epístola
– Ep. 1º del Apóstol San Pablo a los Corintios (IV, 9-14)
Evangelio
– San Lucas (XII, 32-34)
COLECTA
“Deus, qui in tuae caritátis
exémplum ad fidélium redemptiónem, sanctum Petrum Ecclésiam tuam nova prole
foecundáre divínitus, docuísti: ipsíus nobis intercessióne concéde, a peccátti
servitúte solútis, in caelésti pátria perpétua libertáte gaudére: Qui vivis et
regnas.”
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“Oh Dios, que para poner de manifiesto tu caridad, inspiraste
desde el cielo a San Pedro Nolasco la Idea de enriquecer a tu Iglesia con una nueva Orden para la redención de los
fieles cautivos: concédenos por su intercesión que, libres de las cadenas del
pecado, gocemos de perpetua libertad en la patria celestial. Tú que vives y
reinas por los siglos de los siglos.”
VIDA. — S. Pedro Nolasco nació junto a Carcasona, y se
distinguió sobre todo por su caridad para con el prójimo. Huyendo de los
herejes Albigenses llegó a España, y fue a orar ante N. S. de Monserrat; vendió
sus bienes y con el dinero obtenido, libertó a algunos cautivos. Apareciósele
la Santísima Virgen, y le animó a que fundase una Orden para la redención de cautivos,
lo que llevó a cabo de acuerdo con san Raimundo y el rey Jaime I de Aragón.
Murió el día de Navidad del año 1256.
Escudo de los Mercedarios |
"Pedro Nolasco, Redentor de
cautivos, va a asociarse hoy a su maestro Raimundo de Peñafort; ambos presentan
al Redentor universal, como homenaje, los miles de cristianos, rescatados de la
esclavitud, en virtud de aquella caridad, que nacida en Belén halló asilo en
sus corazones. Natural de la provincia de Languedoc, en Francia, eligió Pedro a
España por segunda patria, porque brindaba a su celo campo de abnegación y
sacrificio. Como el Mediador bajado del cielo, dedicóse al rescate de sus
hermanos; renunció a su libertad para procurar la de ellos, quedándose a veces
en rehenes bajo las cadenas de la esclavitud para poder devolverles a su
patria. Su abnegación fué fecunda; gracias a sus esfuerzos se estableció una
nueva Orden religiosa en la Iglesia, compuesta enteramente de hombres generosos
que durante seis siglos, sólo rogaron, trabajaron y vivieron para procurar el beneficio
de la libertad a innumerables cautivos, que morían lentamente en las cadenas,
con riesgo de sus almas. ¡Bendita sea María que suscitó tales Redentores humanos!
¡Gloria a la Iglesia católica que los produjo! Pero sobre todo gloria al
Emmanuel, que al entrar en este mundo dijo: "Padre, los holocaustos por
los pecados de los hombres no te aplacaron; deja ya de castigarlos; heme aquí. Me
has dado un cuerpo; yo voy y me inmolo." (Salmo XXXIX, 8.) El sacrificio
del divino Niño no podía quedar estéril. El se dignó considerarnos como
hermanos, y ofrecerse en lugar nuestro; ¿habrá en lo sucesivo algún corazón que
pueda permanecer insensible a las desgracias y peligros de sus hermanos? El
Emmanuel recompensó a Pedro Nolasco, llamándole a sí, el misino día en que,
doce siglos antes nacía El en Belén. De las alegrías de la noche de Navidad fué
este Redentor humano a unirse con su Redentor inmortal. En sus últimos
instantes, los trémulos labios de Pedro murmuraban su postrer cántico en la tierra,
y al llegar a las palabras: El Señor envió la Redención a su pueblo,
selló con él su alianza eterna, su alma bienaventurada voló libre al
cielo. La Santa Iglesia tuvo que señalar otro día distinto del de su muerte
para celebrar la memoria de Pedro, porque aquel estaba dedicado enteramente al
Emmanuel; pero era también natural, que quien fué distinguido con la gran
prerrogativa de nacer para el cielo, el día en que nació Jesús en la tierra,
ocupase un lugar en el tiempo consagrado
al Nacimiento del divino Redentor. Viniste, oh Emmanuel, a traer fuego del
cielo a la tierra, y sólo deseas verla inflamada. Semejante deseo tuvo su
realidad en el corazón de Pedro Nolasco y de sus hijos. De esa manera te dignas
asociar a los hombres a tus designios misericordiosos de amor, y al restaurar
la armonía entre Dios y nosotros, haces más estrechos los lazos primitivos que
nos unían a nuestros hermanos. Es imposible que te amemos, oh divino Niño, sin
amar también a todos los hombres; y si es verdad que te llegas a nosotros como
víctima y rescate, también quieres que estemos dispuestos a sacrificarnos los
unos por los otros. De este amor fuiste tú, oh Pedro, apóstol y modelo; por eso
quiso el Señor honrarte llamándote a la corte de su Hijo, el día del
aniversario de su Nacimiento. Entonces se te reveló en todo su esplendor el
dulce misterio que tantas veces sostuvo tu valor y animó tus sacrificios; tus
ojos no contemplan ya solamente al tierno Niño que sonríe en su cuna, sino que
se quedan extrañados ante los divinos fulgores del Rey vencedor, del hijo de
Dios. María no aparece ante tu vista pobre y humilde como ante nosotros,
inclinada con reverencia ante el pesebre donde yace su amor; para ti brilla ya
en su trono de Reina, y resplandece con destellos que sólo ceden ante los de la
majestad divina. Tu corazón no ha extrañado esta gloria, porque estando en el
cielo estás en tu patria. El cielo es templo y palacio del amor, y el amor
llenaba ya tu corazón desde aquí abajo; era el móvil de todas sus operaciones. Ruega
para que conozcamos mejor ese amor verdadero de Dios y de los hombres que nos hace
semejantes a Dios. Escrito está que el que permanece en la caridad,
permanece en Dios y Dios en él (I Juan, IV, 16); haz, pues, que el
misterio de caridad que celebramos nos transforme en Aquel que debe ser objeto
de todas nuestras aspiraciones, en este tiempo de gracias y maravillas. Haz que
amemos a nuestros hermanos como a nosotros mismos, que les suframos, que les
disculpemos, y que nos olvidemos de nosotros para servirlos. Haz que sirvan
nuestros ejemplos para servirles y nuestras palabras para edificarles; que
sepamos ganar y consolar sus almas con nuestro afecto, y aliviar sus
necesidades corporales con nuestras dádivas. ¡Oh Pedro, ruega por Francia, tu
patria! Ampara a España, en cuyo seno nació tu Instituto. Cuida de los últimos
restos de esa insigne Orden, por cuyo medio obraste tantos prodigios de
caridad. Consuela y devuelve la libertad a los cautivos que se encuentran
todavía en prisiones o en la esclavitud. Alcánzanos a todos nosotros, esa santa
libertad de hijos de Dios de que habla el Apóstol, y que consiste en la
obediencia a su ley. Si esa libertad llega a dominar en los corazones, hará
también libres a los cuerpos. En vano busca el hombre exterior la libertad, si
el interior se halla esclavizado. Oh Redentor de tus hermanos, haz que dejen de
atenazar a nuestras sociedades las cadenas del error y del pecado; de esa
manera conseguirás devolverles la verdadera libertad, causa y norma de todas
las demás libertades."
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