25 DE ENERO
LA
CONVERSION DE SAN PABLO
Doble Mayor– Ornamentos
Blancos.
Hemos visto ya a los Gentiles,
representados a los pies del Emmanuel por los Reyes Magos, ofreciendo sus
místicos presentes y recibiendo en cambio los dones de la fe, esperanza y
caridad. La cosecha de las naciones está ya madura; ya es hora de la siega. Mas
¿quién ha de ser el obrero de Dios? Los Apóstoles de Cristo no han abandonado
aún la Judea. Todos tienen la misión de anunciar la salvación hasta las
extremidades de la tierra; pero nadie ha recibido todavía un título especial
para ser Apóstol de los Gentiles. Pedro, el Apóstol de la Circuncisión, está
destinado en particular, como Cristo, a las ovejas extraviadas de la casa de
Israel (San Mateo, XV, 24.) Pero, como es Jefe y fundamento, a él le
corresponde abrir la puerta de la Iglesia a los Gentiles. Y lo hace con toda
solemnidad, administrando el Bautismo al centurión romano Cornelio. Con todo
eso, la Iglesia se prepara; la sangre del Mártir Esteban y su última plegaria,
van a lograr un nuevo Apóstol, el Apóstol de las naciones. Saulo, ciudadano de
Tarso, no ha visto a Cristo en su vida mortal, y sólo Cristo puede hacer un
Apóstol. Desde los altos de los cielos donde de reina impasible y glorificado,
llamará Jesús a Saulo para que le siga, como llamaba durante los años de su
predicación a los pescadores del lago de Genesaret para que siguieran sus pasos
y escuchasen su doctrina. El Hijo de Dios arrebatará a Saulo hasta el tercer
cielo y le revelará todos sus misterios; de suerte que cuando Saulo vaya a ver
a Pedro, como él dice y a contrastar su Evangelio con el suyo, podrá decir:
"No soy menos Apóstol que los demás Apóstoles." Comienza la gran obra
el día de la conversión de Saulo. Hoy resuena la vos que quebranta los
cedros del Líbano (Salmo XXVIII, 5), cuya maravillosa potencia hace
primeramente de un judío perseguidor un cristiano, en espera de poder hacer un
Apóstol. El patriarca Jacob había predicho ya esta transformación, cuando en su
lecho de muerte revelaba a cada uno de sus hijos su futuro con el de la tribu
que debía salir de ellos. Judá fué el más honrado; de su raza real debía nacer
el Redentor, el ansiado de las naciones. También Benjamín fué anunciado, en
frases más humildes, pero con todo, elogiosas: él será el abuelo de Pablo, y
Pablo, el Apóstol de las naciones. El anciano había dicho: "Benjamín, lobo
rapaz: por la mañana cogerá la presa; por la tarde distribuirá el
alimento." (Gen., XLIX, 27.) El es como dice San Agustín: quien con
la fogosidad de su adolescencia se lanza como un lobo cazador y carnívoro sobre el rebaño de Cristo.
Saulo en el camino de Damasco, es el portador y ejecutor de las
órdenes de los pontífices del Templo, empapado en la sangre de Esteban a
quien ha lapidado por mano de aquellos a quienes guardaba sus vestidos.
Y que por la tarde no arrebata la presa del justo, sino que con mano
caritativa y tranquila distribuye a los hambrientos el alimento nutritivo; es
el mismo Pablo, Apóstol de Jesucristo, abrasado de amor por sus hermanos, haciéndose
todo a todos, hasta el punto de desear ser anatema por ellos.
Tal es la fuerza misteriosa del
Emmanuel, siempre en aumento y a la que nada resiste. Cuando quiere que su
primer homenaje sea la visita de los pastores, invítalos por medio de sus Ángeles,
cuyas dulces armonías bastan para conducir a estos corazones sencillos hasta el
pesebre, donde en pobres pañales descansa la esperanza de Israel. Cuando desea
el homenaje de los príncipes de la Gentilidad, hace aparecer en el cielo una
estrella simbólica; su aparición, al mismo tiempo que la inspiración interior
del Espíritu Santo, determina a esos hombres a ponerse en camino desde el
extremo Oriente, para depositar a los pies de un niño sus presentes y sus
corazones. Cuando llega el momento de formar el Colegio Apostólico, se adelanta
por la orilla del mar de Tiberiades, y basta aquella sola palabra: Seguidme,
para atraerse a los hombres que ha escogido. Una sola mirada suya basta
para cambiar el corazón del Discípulo infiel, en medio de las humillaciones de
su Pasión. Hoy, desde lo alto del cielo, después de haber cumplido todos los
misterios, queriendo demostrar que sólo El es el Señor de los Apóstoles, y que
está consumada su alianza con los Gentiles, se aparece a este Fariseo que cree
ir tras la ruina de la Iglesia; destruye aquel corazón de Judío y crea con su
gracia un nuevo corazón de Apóstol, aquel vaso de elección, aquel Pablo que
dirá en lo sucesivo: Vivo yo, mas ya no yo; es Cristo quien vive en
mi (Gal., II, 20.) Era justo que la conmemoración de este importante suceso
fuese colocada cerca del día en que celebra la Iglesia el triunfo del primer
Mártir. Pablo es la conquista de Esteban. Aunque el aniversario de su martirio
se encuentra en otro período del año (29 de junio) no podía por menos de
aparecer junto a la cuna del Emmanuel como el más brillante trofeo del
Protomártir; también los Magos reclamaban la presencia del conquistador de la
Gentilidad, de la cual fueron ellos las primicias.
Finalmente, era conveniente que, para
completar la corte de nuestro gran Rey, al lado del pesebre se elevasen las dos
potentes columnas de la Iglesia, el Apóstol de los Judíos y el Apóstol de los
Gentiles; Pedro con sus llaves y Pablo con su espada. De este modo se nos presenta
Belén como verdadero símbolo de la Iglesia, y los tesoros de la liturgia en
este tiempo, nos parecen más bellos que nunca. Te damos gracias, oh Jesús,
porque con tu poder derribaste hoy por tierra a tu enemigo, y le levantaste
misericordiosamente. Eres en verdad el Dios fuerte, y mereces que todas las
criaturas canten tus victorias. ¡Cuán admirables son tus planes para la
salvación del mundo! Te asocias hombres para la obra de la predicación de tu palabra,
y para la administración de tus Misterios; y para hacer a Pablo digno de tal
honor, empleas todos los recursos de tu gracia. Te complaces en hacer del
asesino de Esteban un Apóstol, para que aparezca tu poder a la vista de todos,
y para que tu amor por las almas brille en su más gratuita generosidad, y
superabunde la gracia donde abundó el pecado. Visítanos con frecuencia, oh
Emmanuel, con esa gracia que muda los corazones, porque deseamos tener una vida
exuberante, pero a veces sentimos que su principio está próximo a abandonarnos.
Conviértenos como convertiste al Apóstol; y asístenos, luego porque sin ti nada
podemos hacer. Anticípate, acompáñanos y no nos abandones nunca; asegúranos la perseverancia
final, ya que nos diste el comienzo. Haz que reconozcamos, con amor y respeto
el don de la gracia que ninguna criatura puede merecer, pero al cual la
voluntad humana puede poner obstáculos. Somos prisioneros: sólo Tú posees el
Instrumento necesario para poder romper las cadenas. Colócale en nuestras manos
animándonos a usarlo, de manera que nuestra libertad es obra tuya y no nuestra,
y nuestro cautiverio, dado caso de que exista, no debe atribuirse más que a
nuestra negligencia y pereza. Danos, Señor, esta gracia; y dígnate aceptar la
promesa que te hacemos humildemente de unir a ella nuestra cooperación. Ayúdanos,
oh Pablo, a responder a los designios misericordiosos de Dios sobre nosotros;
haz que nos sometamos al yugo suave de Jesús. Su voz no atruena; no deslumbra
nuestros ojos con sus rayos; pero con frecuencia se queja de que le
perseguimos. Ayúdanos a decirle como tú "¿Señor, qué quieres que
haga?" Seguramente nos responderá que seamos sencillos y niños como él, que
seamos agradecidos, que rompamos con el pecado y luchemos contra nuestros malos
instintos, que procuremos la santidad siguiendo sus ejemplos. Tú dijiste, oh
Apóstol: "¡Sea anatema, quien no ame a Nuestro Señor Jesucristo!" Haz
que le conozcamos más y más, para poder amarle, y que misterios tan amables no
sean por nuestra ingratitud, causa de nuestra condenación. Oh Vaso de elección,
convierte a los pecadores que no piensan en Dios. En la tierra te diste completamente
a la obra de la salvación de las almas; continúa tu ministerio en el cielo
donde reinas, y pide al Señor para los que persiguen a Jesús en sus miembros,
las gracias que triunfan de las mayores rebeldías. Como Apóstol de los
Gentiles, mira a tantas naciones sentadas aún en las sombras de la muerte. En
otros tiempos te abrasaron dos deseos: el de reunirte con Cristo, y el de
permanecer en la tierra para trabajar en la salvación de los pueblos. Ahora
estás ya para siempre con el Salvador a quien predicaste; no olvides a los que
no le conocen todavía. Suscita hombres apostólicos que continúen tus trabajos.
Haz fecundos sus sudores y su sangre. Atiende a la Sede de Pedro, tu hermano y
jefe; protege la autoridad de la Iglesia Romana que es heredera de tus poderes,
y que te considera como su segundo pilar. Sal por su honor allí donde es
despreciada; destruye los cismas y las herejías; infunde tu espíritu en todos
los pastores, para que a imitación tuya, no se busquen a sí mismos; sino sólo y
siempre los intereses de Jesucristo.
Epístola – Hechos de los
Apóstoles (IX, 1-22)
Evangelio – San Mateo (XIX,
27-29)
COLECTA
“Deus, qui univésum mundum beáti Pauli Apóstoli praedicatióne docuísti:
da nobis quaesemus; ut, qui ejus hódie Conversiónem cólimus, per ejus ad te
exémpla gradiámur. Per Dóminum.”
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“Oh Dios, que enseñasteis a
todo el mundo con la predicación del apóstol San Pablo: concédenos, a cuántos
celebramos hoy su Conversión la gracia de llegar a Ti siguiendo sus ejemplos.
Por Jesucristo Nuestro Señor.”
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