CAPITULO X: EL VERBO, EN EL SENO DE LA
CARIDAD DEL PADRE
Continuemos nuestro
estudio sobre Nuestro Señor Jesucristo en su divinidad, es decir, en sus
relaciones con la Santísima Trinidad. Primero tenemos que intentar comprender
mejor lo es para nosotros Nuestro Señor y su obra y, al mismo tiempo, su
grandeza y sublimidad, para unirnos más con El, seguirlo, abandonarnos en El y
para que nuestra vida sea realmente una vida cristiana, una vida como a menudo
la pedía El mismo en el Evangelio. Que viva en nosotros y que nosotros vivamos
en El. Si queremos apreciar lo que es Nuestro Señor, tenemos que considerar
todos los aspectos bajo los cuales se nos ha presentado y en particular, en
primer lugar, en la Santísima Trinidad.
¿Cómo puede ayudarnos el
Evangelio a comprender mejor lo que Nuestro Señor es en la Santísima Trinidad?
Uno de los fragmentos más
significativos se halla en la primera epístola de san Juan, cuando nos habla de
la caridad (I Juan 4, 12-15): «A Dios nunca le vio nadie; si nosotros nos
amamos mutuamente, Dios permanece en nosotros su amor en nosotros es perfecto.
Conocemos que permanecemos en El y El en nosotros en que nos dio su Espíritu. Y
hemos visto y damos de ello testimonio, que el Padre envió a su Hijo por
Salvador del mundo. Quien confesare que Jesús es el Hijo de Dios, Dios
permanece en él y él en Dios».
En pocas frases, el apóstol que
Jesús amaba precisa muy claramente cuál es el lugar de Nuestro Señor en la
Santísima Trinidad y también en relación con nosotros. Por la simple confesión
de la divinidad de Nuestro Señor, si se hace con una fe verdadera, Dios mora en
nosotros y nosotros en Dios. «Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que
Dios nos tiene: et nos credidimus caritati. Dios es amor, y el que vive
en amor, permanece en Dios y Dios en él» (I Juan 4, 16). Deus caritas est. Conviene
meditar este pasaje de la epístola de san Juan preguntándole a santo Tomás de
Aquino qué es la caridad.
Santo Tomás define la cualidad
particular de la caridad con estas palabras: bonum est diffusivum sui. Así
como el bien tiende a difundirse y a comunicarse, la caridad sale, en cierto
modo, de sí misma, de la persona, de sí. La caridad se da. Sería contrario a la
caridad que se retuviese, puesto que es exactamente lo contrario del egoísmo.
Tiende a dar lo que tiene y lo que es. Si esto es precisamente la caridad y
Dios es caridad, comprendemos mejor, en cierta medida, que Dios haya engendrado
al Hijo y que del Padre y del Hijo proceda el Espíritu Santo.
Puesto que Dios es caridad, es casi
imposible que no se dé. Al darse, lo hace de tal manera que Dios Padre no
retiene nada de sí mismo y el Hijo engendrado desde toda la eternidad es igual
a El mismo, al Padre. No podemos tildar al Padre de egoísmo o de darse sólo
parcialmente, no. El Padre se da de tal modo a su Hijo que desde toda la
eternidad engendra un Hijo igual a sí mismo, sin ninguna diferencia y sin
ninguna desigualdad. La única distinción es precisamente que el Hijo proviene,
procede del Padre, pero como el Padre le da todo desde toda la eternidad, el
Hijo es exactamente igual al Padre.
Evidentemente, es un misterio, pero
la Escritura misma nos invita a estudiar la caridad en Dios ya que define a
Dios como caridad y que lo propio de esta virtud precisamente es darse. Dios es
caridad, el Hijo es Dios y así hay caridad en El y no sería normal que no
procediese nada de El, que El mismo no se dé. El Padre es caridad y si del Hijo
no procediese ninguna otra Persona de la Trinidad, podríamos decir: sí, el
Padre es caridad, pero el Hijo no, no es realmente caridad, a pesar de lo que
dice el Evangelio.
Puesto que Dios es caridad, también
el Hijo es caridad. Y del Hijo, precisamente, procede otra persona, la que
representa al amor del Padre y del Hijo entre sí: la tercera Persona que es el
Espíritu Santo. Realmente es el ejemplo más perfecto de la caridad entre el
Padre y el Hijo. Y esta tercera Persona, que es el Espíritu Santo y que procede
de las otras dos, es igual al Padre y al Hijo. Esta es, en el interior de la
Santísima Trinidad, la expresión más perfecta que se pueda imaginar de una
caridad. Esta caridad trinitaria está admirablemente expresada en la liturgia
de la fiesta de la Santísima Trinidad: «Caritas Pater est, gratia Filius,communicatio
Spiritus Sanctus, o beata Trinitas». Leamos los profundos acentos de Dom
Guéranger comentando este texto: «¡Oh complacencia del Padre en el Hijo, por
quien tiene conciencia de Sí mismo; complacencia de amor íntimo que proclama a
nuestros oídos mortales en la ribera del Jordán y en la cumbre del Tabor! (Cf.
San Luc. 3, 22; San Mat. 17, 5).»(...) ¡Oh Hijo de Dios, eres el Verbo del
Padre! Palabra increada, eres tan íntimo con El como su pensamiento, y su
pensamiento es su ser. En Ti este ser se expresa todo entero en su infinidad,
en Ti se conoce. (...) Tú eres el esplendor de la gloria del Padre, la forma de
su substancia (Heb. 1, 3).
CONTINUA...
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