CAPÍTULO
4
Encíclica
Humanum genus
del
Papa León XIII
sobre
la secta de los Masones
(20
de abril de 1884)
León
XIII señala toda la perversidad de la Masonería
La encíclica Humanum
genus, que es la más importante, completa y detallada en la descripción de
lo que es la Masonería y la perversidad de sus fines, se debe al Papa León
XIII. Se le reprochó su debilidad en algunos puntos y, por desgracia, en la
práctica, no supo darse cuenta de la nocividad de los que gobernaban a Francia,
y el resultado fue que los católicos aceptaron la República. Pero más allá de
este error de apreciación que tuvo repercusiones muy tristes, las encíclicas
que escribió este Papa son auténticos tratados de teología, magníficos y
maravillosos. Vamos a ver atentamente esta encíclica Humanum genus, porque
si estuviéramos viendo lo que es la Masonería siguiendo a los Papas,
encontramos la clave de todo lo que pasa actualmente. Si no se estudian estos
documentos pontificios no se puede entender la grave situación actual de la
Iglesia y todas nuestras sociedades que se llaman civilizadas, que durante
siglos y siglos habían beneficiado de la civilización cristiana y de sus
principios y virtud.
Como dice muy bien el
Papa León XIII, la finalidad de los masones es la destrucción de todas las
instituciones cristianas, y acabar con todo lo que fue edificado e instituido
por la Iglesia durante diez o doce siglos, reduciendo todo esto a la nada. Hay
que destruir todo: la moral, los principios, los dogmas de la Iglesia… No se
puede explicar bien esta destrucción si no es por la intervención de una
organización extremadamente eficaz, que en el transcurso de los siglos ha
logrado realizar lo que había previsto y anunciado. “Emplearemos siglos si es
necesario, pero lo conseguiremos”.
¿Cómo se puede explicar
semejante proyecto si no está fundado en un principio permanente? Este
principio permanente es Satanás. El Papa lo dice claramente: “No se puede
explicar de otro modo el furor y odio que ha alimentado la Masonería contra la
Iglesia y, por ende, contra Nuestro Señor Jesucristo, si no es por el odio de
Satanás”. Además, al conocer los vínculos verdaderos entre la Masonería y
Satanás durante las ceremonias secretas y todo lo que se hace a la sombra del
secreto, se entiende esa perversidad, inteligencia y sutileza extraordinarias
con que se conduce todo el plan, que sólo pueden ser producto de una inteligencia
excepcional, extraordinaria y subversiva.
La Masonería nunca fue
tan poderosa ni su influencia tan extendida como en nuestros días. El número de
masones y su audacia crecen de un modo increíble. Ahora se reúnen a la luz del
día por-que ya no tienen nada que temer de los gobiernos, que los apoyan y
están repletos de ellos. Ya no tienen por qué esconderse. Por supuesto, aún se
reúnen discretamente para determinar su estrategia, hacer sus planes y tomar
sus grandes decisiones, pero ya no disimulan su existencia. Ahora ya no atacan
abiertamente a la Iglesia. Podemos entenderlo fácilmente, puesto que la misma
Iglesia está haciendo lo que ellos pretendían. Casi se podría decir que la
Iglesia se ha puesto al servicio de la Masonería que en otro tiempo condenaba… León
XIII lo vio claramente. Fue categórico y dijo con vigor: “No puede haber ningún
acuerdo entre el cristianismo y la Masonería”. En nuestros días se cree obrar
bien practicando un falso ecumenismo también con la Masonería. Ella está muy
contenta y se dice: “¡Lo hemos logrado! Ahora la Iglesia adopta nuestros
pensamientos y deseos, y ya no tenemos problemas con ella”. El 20 de abril de
1884 León XIII escribió la encíclica Humanum genus sobre “la secta de
los ma-sones”, titulada De secta massonum. El Papa no se limita a
emplear un lenguaje discreto, pues titula este documento: “Sobre la secta de
los masones”.
La primera
consideración que León XIII pone en el prólogo de su texto pontificio es la
imagen de la oposición que señala San Agustín en La Ciudad de Dios entre
las dos ciudades y que se suele emplear en los Ejercicios Espirituales de San
Ignacio. El género humano está dividido en dos campos opuestos:
«El humano
linaje, después que, por envidia del
demonio, se hubo, para su mayor desgracia, se-parado de Dios, creador y
dador de los bienes celestiales, quedó dividido en dos bandos diversos y adversos:
uno de ellos combate asiduamente por la verdad y la virtud, y el otro por todo
cuanto es contrario a la virtud y a la verdad. El uno es el reino de Dios en la
tierra, es decir, la verdadera Iglesia de Jesucristo (…); el otro es el reino
de Satanás».
El Papa nos da
una descripción sencilla y nítida, y prosigue:
«Agudamente
conoció y describió Agustín estos dos reinos a modo de dos ciudades contrarias
en sus leyes y deseos, compendiando con sutil brevedad la causa eficiente de
una y otra en estas palabras…»
Y cita a San
Agustín:
«Dos amores edificaron dos ciudades:
el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios edificó la ciudad terrena; el
amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo, la celestial» . Son cosas totalmente opuestas. Por
el amor a Dios nos despreciamos a nosotros mismos —el cristiano se desprecia—;
mientras que, al contrario, Satanás lleva el amor de sí mismo —el egoísmo—
hasta el desprecio de Dios y la oposición a El. «En el transcurso de los siglos, las dos ciudades han luchado, una
contra otra, con armas tan dis-tintas como los métodos, aunque no siempre con
igual ímpetu y ardor». El Papa describe estas dos ciudades
apoyándose en el texto de San Agustín, en la experiencia y en la historia de la
Iglesia:
«En nuestros
días, todos los que favorecen la peor parte parecen conspirar a una y pelear
con la mayor vehemencia, bajo la guía y auxilio de la sociedad que llaman de
los Masones, por doquier
dilatada y firmemente constituida».
De este modo, León XIII califica a
la sociedad de los masones como la ciudad del demonio y de Satanás. Determina
también su finalidad:
«Sin disimular
ya sus intentos, con la mayor audacia se revuelven contra la majestad de Dios,
maquinan abiertamente y en público la ruina de la Santa Iglesia, y esto con el
propósito de despojar, si pudiesen, enteramente a los pueblos cristianos de los
beneficios conquistados por Jesucristo, nuestro Salvador».
Ante este estado de cosas y
situación, el Papa concluye que su deber, como Sumo Pontífice, es el de señalar
el peligro: «Es Nuestro deber indicar el
peligro, señalar los adversarios, resistir cuanto podamos a sus malas artes y
consejos, para que (…) no sólo permanezca firme y entero el reino de Jesucristo
que Nos hemos obligado a defender, sino que se dilate con nuevos aumentos por
todo el orbe».
Anteriores condenas
El Papa se apoya en el magisterio
anterior y dice: “Además, yo no soy el único que ha levantado el grito de
alarma ante este ataque terrible del enemigo, sino que todos los Papas,
Nuestros predecesores lo han hecho también”. Hace referencia a todos los
documentos que ya hemos citado y estudiado: los de
Clemente XII, Benedicto XIV y Pío VII.
Esto
es algo muy importante. Cuando un Papa denuncia o afirma algo apoyándose en el
pasado, refuerza su propia palabra. Tal es la fuerza de la Iglesia, referirse a
lo que tantos Papas ya han dicho y repetido sobre el mismo tema: “Y yo confirmo
otra vez lo que dijeron mis predecesores”. Toda doctrina que se haya enseñado
así, o una condenación hecha en estas condiciones, parece que es in-falible,
porque realmente es un magisterio de la Iglesia que se manifiesta de un modo
mucho más claro que cuando el Papa declara simplemente una opinión personal. En
el caso que nos concierne, León XIII no expresa una opinión personal sino que
recurre a todo lo que los Papas han dicho antes. Recuerda que los Papas, debido
a su obligación de denunciar, han tomado medidas de excomunión y otras penas
canónicas contra los masones:
«Llenos de ira
con esto sus secuaces, juzgando evadir o debilitar a lo menos, parte con el
desprecio, parte con las calumnias, la fuerza de aquellas censuras, culparon a
los Sumos Pontífices que las decretaron de haberlo hecho injustamente o de
haberse excedido en el modo. Así procuraron eludir el peso y autoridad de las
Constituciones apostólicas de Clemente XII, Benedicto XIV, Pío VII y Pío IX».
León XIII se apoya no sólo en lo que
han hecho los Papas, sino en lo que han hecho también los jefes de Estado, y
dice que muchos de ellos han tomado medidas para impedir la existencia de esas
sectas en sus Estados, y los enumera:
«Varios príncipes y jefes de Gobierno (…) promulgaron
leyes a este propósito, como en Holanda, Austria, Suiza, España, Baviera,
Saboya y en algunas otras partes de Italia. Pero lo que sobre todo importa es
ver comprobada por los sucesos la previsión de Nuestros Antecesores».
Progreso de la
Masonería
El Papa se ve
obligado a reconocer que a pesar de la intervención de sus predecesores y de
los jefes de Estado:
«En el espacio
de siglo y medio la secta de los masones ha logrado unos aumentos mucho
mayores de cuanto podía esperarse».
Por desgracia, es lo que vemos hoy;
que a pesar de todo lo que los Papas dijeron, los masones han hecho tales
progresos que ya no hay ningún jefe de Estado que se oponga a la Masonería —de
aquellos que antes la habían prohibido en su país— que salga a ayudar o
secundar la acción de los Papas.
Hubo algunos intentos durante la
última guerra por parte del mariscal Pétain y Salazar, que toma-ron medidas
contra la Masonería. Pero sólo fueron intentos esporádicos que provenían de la
personalidad de esos hombres que se habían levantado en circunstancias particulares
a causa de la anarquía de la guerra y que se daban cuenta de dónde estaba el
mal, viendo que entre los masones había personas que traicionaban a su patria;
por eso los reprimían, pero no duró mucho tiempo. Al final, después de
terminarse la IIª Guerra Mundial, con la desaparición de esos pocos hombres más
va-lientes, todo se acabó. Ahora ya no hay ninguna resistencia. Al contrario,
ahora son los masones los que dirigen a todos los países, incluso a los que
supuestamente son católicos.
«Se ha llegado a punto de temer grandemente para lo
venidero».
El Papa, viendo con claridad, teme
por el porvenir, y asegura que el peligro es grave: «No ciertamente por la Iglesia, cuyo fundamento es bastante firme para
que pueda ser socavado por esfuerzo humano…» Si hubiese
presenciado lo que sucede ahora, ¿cuál habría sido su reacción? Por supuesto
hubiera dicho que la Iglesia no puede ser destruida, como de hecho lo dijo,
pero nadie podía imaginarse, an-tes del Concilio Vaticano II, que la Iglesia
sería sitiada por sus enemigos los masones y que la Masonería conseguiría tener
adeptos o afiliados ¡aun entre los cardenales de la Curia romana!
«…sino por aquellas mismas naciones en que logran
influencia grande la secta de que hablamos u otras semejantes que se le agregan
como auxiliares y satélites».
Entonces el
Papa dice: “¡Tengo que hablar, ya no puedo callarme ante esta conjuración
general!”.
«Ahora, a
ejemplo de Nuestros Predecesores, hemos resuelto ocuparnos expresamente de la
misma sociedad masónica, de toda su doctrina, así como de sus planes y manera
de pensar y de obrar, a fin de que así llegue a conocerse, con la mayor
claridad posible, su maliciosa naturaleza, y pueda evitarse el contagio de peste
tan funesta».
El Papa intenta otra vez impedir que
la secta tenga demasiada influencia. Habla en primer lugar de la existencia de
estas sectas; luego de la finalidad que se proponen; en tercer lugar describe
sus principios; en cuarto lugar las consecuencias de esos principios; en quinto
lugar el juicio que hay que hacer sobre ellas; y, finalmente, los remedios que
hay que emplear contra ellos.
CONTINUA...
No hay comentarios:
Publicar un comentario