IV
CAPITULO IV: JESUCRISTO,
CONSUSTANCIAL CON EL PADRE
Después de habernos referido a los
testimonios de las Escrituras: de san Mateo, de san Juan y de san Pablo,
podemos también leer lo que la Iglesia, principalmente en los primeros tiempos,
ha querido afirmar acerca de la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, en
particular en las tres grandes profesiones de fe que son el Símbolo de los
Apóstoles, el Símbolo de Nicea y el Símbolo de San Atanasio, que constituyen
una memoria del fundamento de nuestra fe. La lectura de los dos primeros Símbolos de
nuestra fe nos permite medir la importancia que los apóstoles le dieron al
misterio de la Encarnación, al misterio de Nuestro Señor Jesucristo, que, en definitiva,
es el objeto principal de nuestro Credo. Como Jesús es Dios, todo lo que se
dice de Dios se le aplica necesariamente a El.
En primer lugar el SIMBOLO DE LOS
APOSTOLES:
«Creo en Dios, Padre todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra...». Y después el Credo afirma la Encarnación
de Nuestro Señor: «...y en Jesucristo,
su único Hijo, nuestro Señor; que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo,
y nació de Santa María Virgen; padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue
crucificado, muerto y sepultado; descendió a los infiernos; al tercer día resucitó
de entre los muertos; subió a los cielos, y está sentado a la diestra de Dios
Padre Todopoderoso; desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos». Todo lo que se dice del Espíritu
Santo se dice también de Nuestro Señor puesto que es su Espíritu y que El ha
anunciado a los apóstoles que les enviaría su Espíritu, Espíritu que procede de
El. «Creo en el Espíritu Santo, la Santa
Iglesia Católica (que El fundó), la Comunión de los Santos, elperdón de los
pecados, la resurrección de la carne, y la vida perdurable». Advirtamos en este texto la importancia que se
le da a la vida de Nuestro Señor y en particular a su Pasión. Dios ha querido realizar su
Encarnación y su obra a través de su vida en Palestina, es decir, por su vida
oculta durante treinta años y luego por su vida pública, su Pasión, su Muerte,
su Resurrección y su Ascensión. Todo
esto ha sido querido por Dios desde toda la eternidad y, por eso, querido por
El mismo, puesto que Jesús es Dios. Tenemos que recordar con gusto toda la vida
de Nuestro Señor para comprender mejor ese gran misterio que constituye Nuestro
Señor, que reúne en Sí los tres grandes misterios de la Trinidad, la Encarnación
y la Redención. El Credo es un alimento espiritual fecundo. No busquemos un
tema difícil y complicado para meditar, el Credo nos brinda uno muy lleno de
frutos, que nos inicia en los grandesmisterios que deben ser nuestro consuelo
en esta vida y nuestro gozo en el cielo.
El SIMBOLO DE NICEA es aún más
explícito: «Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la
tierra, de todas las cosas visibles e invisibles. Y en un solo Señor
Jesucristo, Hijo unigénito de Dios. Nacido del Padre antes de todos los siglos.
Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero. Engendrado, no
hecho, consubstancial al Padre»... Se trata de la naturaleza divina de Nuestro
Señor, por quien todo ha sido hecho. Luego viene su Encarnación: «... quien por nosotros, los hombres, y por
nuestra salvación, bajó de los cielos. Y tomó carne, por obra del Espíritu
Santo, de María Virgen, y se hizo hombre. Crucificado también por nosotros,
padeció bajo el poder de Poncio Pilato, y fue sepultado. Y resucitó al tercer
día, según las Escrituras. Y subió al cielo y está sentado a la diestra del
Padre. Y otra vez ha de venir con gloria a juzgar a vivos y muertos y su reino
no tendrá fin».
Todos los fragmentos de estas frases
tienen una importancia considerable. El Credo es corto, se leeo reza
rápidamente, pero todos los hombres deberían conocerlo y meditarlo durante toda
su vida. Conocer lo que Dios ha hecho por ellos es sin lugar a duda lo más
esencial. Se afirma claramente que Dios
es Creador de todas las cosas: Nuestro Señor, que es Dios, es nuestro Creador.
Es el Verbo de Dios, por quien todo ha sido hecho, por lo que es al mismo
tiempo nuestro Principio y nuestro fin. Ha querido hacerse nuestro camino, el
que conduce al fin, y no sólo nuestro camino sino también nuestro alimento y
también nuestro hermano y comunicarnos la vida divina. Es una historia
admirable. Nuestro Señor es el criterio del valor de las personas y de las
cosas: tienen valor, el verdadero valor, en la medida en que están más cerca de
Nuestro Señor, y así, en primer lugar, evidentemente, la Santísima Virgen y
también san José. En espiritualidad,
puede haber una tendencia a darle poca importancia al lugar y papel de san
José. Sin embargo él tuvo un lugar extraordinario en la economía de la Encarnación
y en la economía de la Redención. A él le fue confiada la Madre de Jesús y
Jesús mismo y, por lo tanto, Dios mismo. Desde luego que recibió gracias de luz
enteramente singulares sobre el misterio de la Encarnación. Los hombres se
transforman en Nuestro Señor y viven de El en la medida en que estén cerca de Nuestro
Señor. En la historia de la Iglesia hemos visto que las familias, comunidades,
pueblos y ciudades se han constituido alrededor de Nuestro Señor. Todo vivía realmente
alrededor de Nuestro Señor. Incluso las asociaciones profesionales tenían sus
patronos y sus fiestas en el año, en la profesión y en la sociedad. Nuestro
Señor estaba presente en la familia y en todo el ámbito de la vida. Tenemos que
esforzarnos por volver a crear este ambiente e introducir la presencia de
Nuestro Señor Jesucristo y de su realeza en la vida de cada día y en la
sociedad. Tenemos que volver a ser realmente cristianos. Tenemos que meditar el
misterio de Nuestro Señor Jesucristo y creer en su divinidad, puesto que es Dios.
El Símbolo de Nicea continúa:
«Creo en el Espíritu Santo, Señor y
vivificador, que procede del Padre y del Hijo; que con el Padre y el Hijo
juntamente es adorado y glorificado, que habló por medio de los profetas. Creo
en la Iglesia, que es una, santa católica y apostólica. Confieso que hay un
solo bautismo para el perdón de los pecados. Y espero la resurrección de los
muertos. Y la vida del siglo venidero. Amén». Advirtamos que el Símbolo de Nicea
empieza con esta frase: «Creo en un solo Dios», luego, no hay varios dioses.
Cuando la máxima autoridad de la Iglesia y los obispos llegan a decir que:
«Tenemos la misma fe en Dios» o «Tenemos un mismo Dios» dirigiéndose a los
musulmanes, es inimaginable, puesto que ellos no creen en la Santísima Trinidad
y no tienen la misma fe que nosotros. Dicen que el dios que adoran les dará
cien veces los bienes materiales que tengan en esta vida. Cuanto más sean ricos,
más lo serán, cuantas más mujeres tienen más van a tener, según la imagen que
se hacen del cielo... ¡Ese es el dios de los musulmanes, del que se nos dice
que es el mismo que adoramos nosotros! Son
palabras insensatas y blasfemas.
CONTINUA...
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