Nota. Esta pequeña obra de Mons. Marcel Lefebvre contiene verdades impresionantes sobre la actual crisis de la Iglesia que deberíamos saber y ponerlas siempre delante de nuestros ojos. Este librito esta compuesto de sermones dichos por él allá por los años setentas cuando el Conciliábulo Vaticano II había terminado ya asía unos 5 años, de ahí su importancia en denunciar desde esos años los errores de dicho Concilio con la intrepidez que solo un gran hombre de Iglesia podía hacerlo. Mucho trabajo me costo encontrar esta pequeña y maravillosa obra ya que, con los arreglos con Roma modernista, las autoridades de la Neo Fraternidad saco de circulación no solo este libro sino otras tantas obras de tan ilustrísimo prelado. Espero lo aprovechen tanto como un servidor.
Sabemos por el Génesis y mejor aún por Nuestro Señor mismo que Satanás es el padre de la mentira. En el versículo 44, capítulo 8 del Evangelio de San Juan, Nuestro Señor apostrofa a los judíos diciéndoles:
“El diablo es vuestro padre y vosotros queréis
cumplir sus deseos. Desde siempre él es homicida y permanece fuera de la
Verdad, puesto que no hay verdad en él, su palabra es mentirosa porque miente
por naturaleza, ya que es mentiroso y padre de la mentira...
Satanás es homicida en las persecuciones
sangrientas, padre de la mentira en las herejías, en todas las falsas
filosofías y en las palabras equívocas que están en la base de las
revoluciones, de las guerras mundiales, de las guerras civiles.
No cesa de atacar a Nuestro Señor en su cuerpo místico: la Iglesia. En el curso de historia ha empleado todos los medios, de los cuales uno de los últimos y más terribles ha sido la apostasía oficial de las sociedades civiles. El laicismo de los Estados ha sido y es siempre un escándalo inmenso para las almas de los ciudadanos. Y es por ese subterfugio que ha logrado laicizar poco a poco y hacer perder la fe a numerosos miembros de la Iglesia, a tal punto que esos falsos principios de separación de la Iglesia y el Estado, de la. libertad de las religiones, del ateísmo político, de la autoridad que toma su origen de los individuos, han terminado por invadir los seminarios, los presbiterios, los obispados y hasta el Concilio Vaticano II.
Para hacer eso, Satanás ha inventado palabras claves que han permitido que los errores modernos y modernistas penetraran en el Concilio: la libertad se ha introducido mediante la Libertad religiosa o Libertad de las religiones; la igualdad, mediante la Colegialidad, que introduce los principios del igualitarismo democrático en la Iglesia y, finalmente, la fraternidad mediante el Ecumenismo que abraza todas las herejías y errores y tiende la mano a todos los enemigos de la Iglesia. El golpe maestro de Satanás será, por consiguiente, difundir los principios revolucionarios introducidos en la Iglesia por la autoridad de la misma Iglesia, poniendo a esta autoridad en una situación de incoherencia y de contradicción permanente; mientras que este equívoco no sea disipado, los desastres se multiplicarán en la Iglesia. Al tornarse equívoca la liturgia, se torna equívoco el sacerdocio, y habiendo ocurrido lo mismo con el catecismo, la Fe, que no puede mantenerse sino en la verdad, se disipa. La jerarquía de la Iglesia misma vive en un equívoco permanente entre la autoridad personal, recibida por el sacramento del Orden y la Misión de Pedro o del Obispo y los principios democráticos.
Es preciso reconocer que la jugarreta ha sido
bien hecha y que la mentira de Satanás ha sido utilizada maravillosamente. La Iglesia
va a destruirse a si misma por vía de la obediencia. La Iglesia va a
convertirse al mundo hereje, judío, pagano, por obediencia, mediante una
Liturgia equívoca, un catecismo ambiguo y lleno de omisiones y de instituciones
nuevas basadas sobre principios democráticos.
Las órdenes, las contraórdenes, las
circulares, las constituciones, las cartas pastorales serán tan bien
manipuladas, tan bien orquestadas, sostenidas por la omnipotencia de los medios
de comunicación social, por lo que queda de los movimientos de Acción Católica,
todos marxistizados, que todos los fieles honrados y los buenos sacerdotes
repetirán con el corazón roto, pero consintiendo: ¡Hay que obedecer! ¿A quién,
a qué? No se sabe exactamente: ¿a la Santa Sede, al Concilio, a las Comisiones,
a las Conferencias Episcopales? Uno aquí se pierde como en los libros
litúrgicos, en los ordos diocesanos, en la inextricable maraña de los
catecismos, de las oraciones del tiempo actual, etcétera. Hay que obedecer, con
peligro de volverse protestante, marxista, ateo, budista, indiferente, ¡poco
importa! ¡hay que obedecer a través de las negaciones de los sacerdotes, la
inoperancia de los obispos, salvo para condenar a quienes quieren conservar la
Fe, ¡a través del matrimonio de los consagrados! a Dios, de la comunión a los
divorciados, de la intercomunión con los
herejes, etc. ¡hay que obedecer! ¡Los seminarios se vacían y se venden igual
que los noviciados, las casas religiosas y las escuelas; ¡se saquean los
tesoros de la Iglesia, los sacerdotes se secularizan y se profanan en su
vestimenta, en su lenguaje, en su alma!... hay que obedecer. Roma, las
Conferencias Episcopales, el Sínodo presbiteral lo quieren. Es lo que todos los
ecos de las Iglesias, de los diarios, de las revistas repiten: aggiornamento,
apertura al mundo. Desgraciado sea el que no consiente. Tiene derecho a ser
pisoteado, calumniado, privado de todo lo que le permitía vivir. Es un hereje,
es un cismático, que merece únicamente la muerte.
Satanás ha logrado verdaderamente un golpe
maestro: logra
hacer condenar a quienes conservan la fe católica por aquéllos mismos que
debieran defenderla y propagarla.
Ya es tiempo de encontrar de nuevo el sentido
común de la fe, de reencontrar la verdadera obediencia a la verdadera Iglesia,
oculta bajo esa falsa máscara del equívoco y la mentira. La verdadera Iglesia,
la Santa Sede verdadera, el Sucesor de Pedro, los Obispos en cuanto sometidos a
la Tradición de la Iglesia, no nos piden y no pueden pedirnos que nos volvamos
protestantes, marxistas o comunistas. Ahora bien, se podría creer al leer
ciertos documentos, ciertas constituciones, ciertas circulares, ciertos
catecismos que se nos pide que abandonemos la verdadera Fe en nombre del
Concilio, de Roma, etcétera.
Debemos
negarnos a volvernos protestantes, a perder la Fe y a apostatar como lo hizo la
sociedad política después de los errores difundidos por Satanás en la
Revolución de 1789. Nos rehusamos a apostatar, aunque fuera en nombre del
Concilio, de Roma, de las Conferencias Episcopales.
Permanecemos adheridos, por, sobre todo, a
todos los Concilios dogmáticos que han definido a perpetuidad nuestra Fe. Todo
católico digno de este nombre debe rechazar todo relativismo, toda evolución de
su fe en el sentido de que lo que ha sido definido solemnemente por los
Concilios en otros tiempos dejaría de ser válido hoy y podría ser modificado
por otro Concilio, con mayor razón si es tan sólo pastoral.
La confusión, la imprecisión, las
modificaciones de los documentos sobre la Liturgia, la precipitación en la
aplicación, demuestran bien a las claras que no se trata de una reforma
inspirada por el Espíritu Santo. Esta manera de obrar es de tal modo contraria
a las costumbres romanas que obran siempre “cum consilio et sapientia”. Es
imposible que el Espíritu Santo haya inspirado la definición de la Misa según
el artículo VII de la Constitución y aún más inaudito que se haya sentido la
necesidad de corregirla enseguida, lo que es una confesión de chapucería en la
más importante realidad de la Iglesia: el Santo Sacrificio de la Misa.
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