El Liberalismo práctico es un mundo completo de máximas, modas, artes,
literatura, diplomacia, leyes, maquinaciones y atropellos enteramente suyos. Es
el mundo de Luzbel, disfrazado hoy día con aquel nombre, y en radical oposición
y lucha con la sociedad de los hijos de Dios, que es la Iglesia de Jesucristo.
He aquí, pues el Liberalismo, retratado como doctrina y como práctica.
3. sí es pecado el liberalismo, y qué pecado es…
El Liberalismo es pecado, ya se le considere en el orden de las
doctrinas, ya en el orden de los hechos.
En el orden de las doctrinas es pecado grave contra la
fe, porque el conjunto de las doctrinas suyas es herejía, aunque no lo sea tal
vez en alguna que otra de sus afirmaciones o negaciones aisladas.
En el orden de los hechos es pecado contra los
diversos Mandamientos de la ley de Dios y de su Iglesia, porque de todos es
infracción. Más claro. En el orden de las doctrinas el Liberalismo es la
herejía universal y radical, porque las comprende todas:
en el orden de los hechos es la infracción radical y universal, porque
todas las autoriza y sanciona. Procedamos por parte en la demostración. En el
orden de las doctrinas el liberalismo es herejía. Herejía es toda doctrina que niega con
negación formal y pertinaz un dogma de la fe cristiana.
El liberalismo doctrina los niega primero todos en general y después
cada uno en particular. Los niega todos en general, cuando afirma o supone la
independencia absoluta de la razón individual en el individuo, y de la razón
social, o criterio público, en la sociedad.
Decimos afirma o supone, porque a veces en las consecuencias
secundarias no se afirma el principio liberal, pero se le da por supuesto y
admitido.
Niega la jurisdicción absoluta de Cristo Dios sobre los individuos y
las sociedades, y en consecuencia la jurisdicción delegada que sobre todos y
cada uno de los fieles, de cualquier condición y dignidad que sea, recibió de
Dios la Cabeza visible de la Iglesia.
Niega la necesidad de la divina revelación, y la obligación que tiene
el hombre de admitirla, si quiere alcanzar su último fin.
Niega el motivo formal de la fe, esto es, la autoridad de Dios que
revela, admitiendo de la doctrina revelada sólo aquellas verdades que alcanza
su corto entendimiento.
Niega el magisterio infalible de la Iglesia y del Papa, y en
consecuencia todas las doctrinas por ellos definidas y enseñadas. Y después de
esta negación general y en global, niega cada uno de los dogmas, parcialmente o
en concreto, a medida que, según las circunstancias, los encuentra opuestos a
su criterio racionalista.
Así niega la fe del
Bautismo cuando admite o supone la igualdad de todos los cultos;
o niega la santidad del
matrimonio cuando sienta la doctrina del llamado matrimonio civil; o niega la infalibilidad del Pontífice
Romano cuando rehúsa admitir como ley sus oficiales mandatos y enseñanzas,
sujetándolos a su pase o exequatur, no como en su principio para asegurarse de
la autenticidad, sino para juzgar del contenido.
En el orden de los hechos es radical inmoralidad. Lo es porque
destruye el principio o regla eterna de Dios imponiéndose a la humana; canoniza
el absurdo principio de la moral independiente, que es en el fondo la moral sin
ley, o lo que es lo mismo, la moral libre, o sea una moral que no es moral,
pues la idea de moral además de su condición directiva, encierra esencialmente
la idea de enfrentamiento o limitación Además, el Liberalismo es toda
inmoralidad, porque en su proceso histórico ha cometido y sancionado como
lícita la infracción de todos los mandamientos, desde el que manda el culto de
un solo Dios, que es el primero del Decálogo, hasta el que prescribe el pago de
los derechos temporales a la Iglesia, que es el último de los cinco de ella.
Por donde cabe decir que el Liberalismo, en el orden de las ideas, es
el error absoluto, y en el orden de los hechos, es el absoluto desorden. Y por
ambos conceptos es pecado, ex genere suo, gravísimo; es pecado mortal.
Enseña la teología católica que no todos los pecados graves son
igualmente graves, aun dentro de su esencial condición que los distingue de los
pecados veniales.
Hay grados en el pecado, aun dentro de la categoría de pecado mortal,
como hay grados en la obra buena dentro de la categoría de obra buena y
ajustada a la ley de Dios. Así el pecado directo contra Dios, como la
blasfemia, es pecado mortal más grave de sí que el pecado directo contra el
hombre, como es el robo. Ahora bien, a excepción del odio formal contra Dios y
de la desesperación absoluta, que rarísimas veces se cometen por la criatura,
como no sea en el infierno, los pecados más graves de todos son los pecados
contra la fe.
La razón es evidente. La fe es el fundamento de todo orden
sobrenatural; el pecado es pecado en cuanto ataca cualquiera de los puntos de
este orden sobrenatural; es, pues, pecado máximo el que ataca el fundamento
máximo de dicho orden. Un ejemplo lo aclarará. Se ocasiona una herida al árbol
cortándole cualquiera de sus ramas; se le ocasiona herida mayor cuando es más
importante la rama que se le destruye; se le ocasiona herida máxima o radical
si se le corta por su tronco o raíz.
San Agustín, citado por Santo Tomás, hablando del pecado contra la fe,
dice con fórmula incontestable: Hoc est peccatum quo tenentur cuncta peccata:
"Pecado
es éste en que se contienen todos los pecados".
Y el mismo Ángel de las Escuelas discurre sobre este punto, como
siempre, con su acostumbrada claridad. "Tanto, dice, es más grave un pecado,
cuanto por él se separa más el hombre de Dios. Por el pecado contra la fe se
separa lo más que puede de Él, pues se priva de su verdadero conocimiento; por
donde, concluye el santo Doctor, el pecado contra la fe es el mayor que se
conoce"
Pero es mayor todavía cuando el pecado contra la fe no es simplemente
carencia culpable de esta virtud y conocimiento, sino que es negación y combate
formal contra dogmas expresamente definidos por la revelación divina.
Entonces el pecado contra la fe, de suyo gravísimo, adquiere una
gravedad mayor, que constituye lo que se llama herejía. Incluye toda la malicia
de la infidelidad, más la protesta expresa contra una enseñanza de la fe, o la
protesta expresa a una enseñanza que por falsa y errónea es condenada por la
misma fe. Añade al pecado gravísimo contra le fe la terquedad y contumacia en
él, y una cierta orgullosa preferencia: le da razón propia sobre la razón de
Dios.
De consiguiente, las doctrinas heréticas y las obras hereticales
constituyen el pecado mayor de todos, a excepción de los arriba dichos, de los
que, como ya dijimos, sólo son capaces por lo común el demonio y los
condenados. De
consiguiente, el Liberalismo, que es herejía, y las otras liberales, que son
obras hereticales, son el pecado máximo que se conoce en el código de la ley
cristiana. De consiguiente (salvo los casos de buena fe, de ignorancia y de
indeliberación), ser liberal es más pecado que ser blasfemo, ladrón, adúltero u
homicida, o cualquier otra cosa de las que prohíbe la ley de Dios y castiga su
justicia infinita.
No lo comprende así el moderno Naturalismo;
pero siempre lo creyeron así las leyes de los Estados cristianos hasta el advenimiento
de la presente era liberal, y sigue enseñándolo así la ley de la Iglesia, y
sigue juzgando y condenando así al tribunal de Dios. Sí, la herejía y las obras
hereticales son los peores pecados de todos, y por tanto el Liberalismo y los actos
liberales son ex genere suo, el mal sobre todo mal.
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