BEATO ANACLETO GONZALES FLORES
"No hemos nacido, se
decía, únicamente para comer frijoles, sino para trabajar por el bien de la
sociedad, de nuestros hermanos, por el progreso intelectual y moral,
especialmente de todos los hijos de una misma patria, por el honor y
glorificación de Dios, y la consecución del último fin para que fuimos
creados".
Y
empezando desde luego a realizar su ideal apostólico, las tardes de los domingos,
antes de la serenata, reunía a los desarrapados chicuelos de la aldea, los
llevaba a pasear a las afueras de la población, para al mismo tiempo enseñarles
el Catecismo.
No
faltó entre los pudientes de Tepatitlán, alguno que notara los nuevos rumbos de
la vida del simpático rebocero, y le propuso caritativamente, nada menos que el
objeto de sus deseos de tanto tiempo atrás, llevarlo al Seminario de San Juan
de los Lagos, y costearle todos los gastos de sus estudios.
Y así
fue cómo en septiembre de 1908, cuando tenía ya los veinte años, se separó de
los suyos para ingresar en el Seminario, no con el anhelo de hacerse sacerdote
del Señor, para lo que no tenía vocación, sino para convertirse en apóstol
seglar culto, futuro guía de una juventud que, como la suya hasta entonces,
vagaba sin rumbo fijo por los eriales de la patria mexicana.
Anacleto
era uno de esos caracteres viriles, que cuando se proponen algo no descansan ni
aflojan en su constancia hasta conseguir su objeto, por más dificultades que se
les atraviesen.
Había
ido al Seminario de Lagos a estudiar, y comenzó a hacerlo de tal modo y con tal
aplicación, que a los tres meses, con asombro de sus compañeritos, niños
todavía de pantalón corto, se vio al hasta ayer obrero inculto, y de veinte
años de edad, poder sostener una conversación en latín con su profesor. Y así
siguió con tal aprovechamiento que al año siguiente ya podía substituir a algún
profesor que por cualquier motivo faltara a su clase.
Fue entonces
cuando sus compañeros, admirados, le pusieron el sobrenombre del
"Maistro", que le venía tan bien, y era tan revelador de la personalidad
de Anacleto, que se le quedó para siempre.
"Es
insólito e inexplicable humanamente", escribía D. Efraín González Luna, su
pariente y testigo de su vida. "Sólo una vocación providencial
especialísima es la clave de la vida de Anacleto".
"Su
infancia está rodeada de un medio sin tradición, sin horizontes, sin nada que
trascienda de una mediocridad muy limitada. Ni la intensa pulsación de la
religiosidad, ni la audacia y energía en la acción, ni el anhelo intelectual, ni
la apostólica generosidad, pudieron tener en los suyos y en su medio, un punto
de partida, o siquiera un punto de apoyo. Todo lo empujaba a una modesta y
estéril oscuridad. La pobreza, que él amó siempre a pesar de haber sido
duramente pobre, y de que pudo dejar de serlo sin grandes esfuerzos, le impuso
en la adolescencia el yugo bendito del oficio manual.
Luego,
músico ínfimo de su pueblo natal, encontró en éste, que no deja de ser un
oficio para elevarse a un arte, ocasión para vislumbrar el mundo de la belleza,
con atisbos humildes que nunca olvidó y que probablemente fueron el germen de
su constante devoción estética".
Del
Seminario de Lagos, pasó a estudiar la preparatoria, al de Guadalajara, siempre
protegido por sus buenos amigos, que por las espléndidas calificaciones que
obtenía en todos sus exámenes veían en él algo prometedor para la patria. Con
el mismo éxito terminó sus estudios en el Seminario y en 1913 se matriculó en
la Escuela Libre de Leyes de la capital tapatía.
Unido
a otros estudiantes de diversas materias, de varias poblaciones de Jalisco,
formaron una casita humilde bajo la dirección de una pobre vieja a la que
llamaban cariñosamente doña Giro (doña Gerónima) y a la casa tanto por esta
circunstancia, como por formar todos los estudiantes una especie de partido de
oposición a las ideas revolucionarias, le pusieron el nombre de "La
Gironda", como los célebres oposicionistas de la Revolución Francesa.
Y
entonces Anacleto, ya con bastantes conocimientos, comenzó también a dar clases
de Apologética e Historia, en algunos Colegios particulares, y así a ganar
algún dinero, para las necesidades de su vida de estudios. Inmediatamente que
logró esto se apersonó con sus protectores de los años pasados, para darles las
gracias por su caridad y rehusar en adelante aquella ayuda, que ya por sí mismo
podía encontrar en su trabajo.
No
trato de escribir una biografía completa del "Maistro" Anacleto.
Otros,
y entre ellos, Efraín González Luna y Antonio Gómez Robledo, sus amigos y
testigos, ya la han hecho, y por cierto los dos últimos admirablemente.
Gómez
Robledo, sin embargo, con una fina ironía, critica la formación escolar de
aquellos tiempos, prefiriendo los métodos modernos, a los estudios clásicos.
No es
lugar éste para discutir la excelencia y superioridad de un método sobre el
otro. El hecho es que Anacleto en el estudio y formación por medio de los
clásicos de la antigüedad, templó su alma y fortificó sus ideales de algo mucho
más grande y noble, que no la prosperidad económica, ideal éste general en la
gran mayoría de los jóvenes que se forman con los métodos modernos. Él se
levantaba mucho más alto que el amor a los bienes de la tierra, a algo más
digno del hombre. Era si se quiere un Quijote, en comparación con los Sancho
Panza de nuestra moderna juventud. "No hemos nacido, se decía, únicamente
para comer frijoles, sino para trabajar por el bien de la sociedad, de nuestros
hermanos, por el progreso intelectual y moral, especialmente de todos los hijos
de una misma patria, por el honor y glorificación de Dios, y la consecución del
último fin para que fuimos creados".
Tenía
una vocación especial de "apóstol seglar" y naturalmente, Dios que lo
llamaba a eso, le había dado las cualidades requeridas para el mejor desempeño
de su misión, cualidades que no trató de ocultar como aquel hombre de los
talentos de la parábola, sino que puso en acción, como los otros de la misma
parábola, alabados por Jesucristo.
Ya le
hemos visto desde su conversión dedicarse en los tiempos libres a reunir
rapazuelos para enseñarles el catecismo; y esta ocupación le era tan querida,
que en los años posteriores durante sus estudios no la abandonó nunca.
En
Guadalajara ideó un arbitrio curioso para reunir a los chicos de la vecindad.
En una
de las ventanas de la casa de "La Gironda", logró colocar un viejo
fonógrafo que pagó poco a poco con sus exiguas entradas. Las tardes de los
domingos lo ponía a funcionar temprano, y los muchachos, atraídos por la
novedad y la destemplada música del fonógrafo, se reunían poco a poco frente a
la morada estudiantil; cuando ya había un número suficiente los invitaba tan
entusiasta y atractivamente a entrar en el patio, que pocos lo rehusaban, y
entonces con habilidad suma e interés creciente, les explicaba el Catecismo por
un buen rato, para terminar con otra audición fonográfica.
La
situación general de nuestra patria, dominada desde los tiempos de Juárez por
el laicismo liberal, era algo que no podía soportar, y le llenaba de amargura,
sobre todo con la consideración de que, en gran parte, los culpables de aquello
eran los mismos católicos.
Oigámosle
a él mismo, en un bello artículo, que escribió en un periódico fundado por él,
La Palabra, porque también esgrimió la poderosa arma de la prensa, contra los
enemigos de Dios y de la Patria: —-"Si hemos de ser sinceros y deseamos
sanar —escribe en su artículo Hacia todos los vientos—, debemos empezar por
reconocer, que nada nos ha perjudicado tanto, como el hecho de que los
católicos nos entreguemos a vivir con éxtasis en nuestros templos, y
abandonemos todas las vías abiertas de la vida pública a todos los errores.
"En
lugar de haber estado en todas partes, especialmente allí donde hicieron su
aparición los portaestandartes del mal, nos encastillamos en nuestras iglesias
y en nuestros hogares. Y allí estamos todavía.
"Nos parece que baste rezar, que basta practicar muchos actos de
piedad, y que basta la vida del hogar y del templo para contrarrestar la
inmensa conjuración de los enemigos de Dios.
"Y
les hemos dejado a ellos la escuela, la prensa, el libro, la cátedra en todos
los establecimientos de enseñanza, les hemos dejado todas las rutas de la vida
pública y no han encontrado una oposición seria y fuerte por los caminos por
donde han llevado la bandera de la guerra contra Dios.
"Y
han logrado arrebatarnos a la niñez, a la juventud, a las multitudes, a todas
las fuerzas vivas de la sociedad con rarísimas excepciones. Y nos han arrebatado
todas esas fuerzas, porque, claro está, que con nuestra acción recluida dentro
de nuestros templos y de nuestras casas, no hemos podido defender, no hemos podido
amurallar el alma de las masas, de los jóvenes, de los viejos y de los niños.
"Y
tenemos necesidad urgentísima de que nuestros baluartes se alcen, dentro y
fuera de nuestras iglesias y de nuestros hogares, para que cada corazón, cada alma,
nos encuentre en plena vía pública para conservar los principios, que hemos sembrado
en lo íntimo de las conciencias, dentro del santuario del hogar y del templo.
"Y
si la guerra contra Dios se ha enconado furiosamente en la calle y en todas las
vías públicas, y si las paredes de nuestras iglesias han tenido que sufrir duros
golpes, ha sido fundamentalmente porque la acción de los católicos se ha limitado
a hacerse sentir dentro de los templos y las casas.
"Y
urge que en lo sucesivo, el católico rectifique radicalmente su vida en este punto
y tenga entendido que hay que ser soldados de Dios en todas partes: iglesias, escuelas,
hogar; pero sobre todo allí donde se libran las ardientes batallas contra el mal.
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