CAPITULO 30
De muchas causas que hay para confiar que el Señor nos librará en
toda tribulación, por grave que sea; y de dos significaciones que tiene esta
palabra CREER.
Según
San Gregorio dice, «el cumplimiento de las cosas pasadas da certidumbre de las
cosas por venir». Y pues los hombres
fian sobre prendas, no parece que se hace mucho con Dios en esperar que nos
librará en la tribulación que nos viene, pues nos ha librado muchas veces en
las pasadas. Claro es que si un hombre nos hubiese enseñado su amor y favor,
socorriéndonos en nuestros trabajos diez o doce veces, creeríamos que nos amaba,
y que nos favorecería si en otros trabajos tuviésemos necesidad de él. Pues
¿por qué no tendremos esta credulidad de que Dios nos amparará en nuestros peligros,
pues que no doce, sino muchas veces hemos experimentado su socorro en las
tribulaciones? Acordaos bien de cuántas veces os ha sacado a vos con victoria
de estas peleas tan reñidas con nuestro adversario, y le fuisteis agradecida
por ello, y concebisteis crédito y confianza de Él que os amaba, pues tras la
tempestad os había enviado bonanza, y tras las lágrimas, gozo; y os había sido
verdadero Padre y amparo. Pues ¿por qué ahora, que os quiere probar—con la tribulación presente—la
confianza, y amor y paciencia, y hace como que se esconde, y que no responde a
vuestros clamores, os enflaquecéis tanto, que una prueba que de presente os
viene, os hace perder la confianza que en muchas habías ganado?
Ya
sabéis que lo que de presente tenemos lo sentimos más. Y si miráis al aprieto
que de presente tenéis, y cómo el Señor no os saca de él, juzgaréis que el
cuidado que el Señor tenía de vos lo ha ya perdido; y diréis lo que dijeron los
Apóstoles en una grave tempestad de la mar, al Señor que estaba durmiendo (Mc.,
4, 38): ¿Maestro,
no se te da nada de que perecemos? Y de esta manera comprenderos a
la reprensión de la Escritura, que dice (Eccli., 27, 12): El necio se muda como la luna;
conviene a saber, porque ya está de una manera, ya está de otra. Y seréis como
la veleta del tejado, que aun en un día tiene muchas mudanzas, porque con cada
viento se muda. Tuvisteis al Señor en posesión de cuidadoso de vos, y de amparo
en vuestros trabajos, porque entonces os sopló el viento de su misericordia y
consolación, con que os libró, y le disteis gracias. Y porque ahora os sopla
otro viento, con que el Señor os quiere probar y atribular, no tenéis el crédito
ni la confianza que antes tenías. De manera que no creéis sino lo que veis; y
no tenéis al Señor en otra posesión, sino según de presente lo hace con vos,
sin aprovecharos de lo que muchas Veces pasadas experimentasteis, para estar confortada
en el Señor en la prueba presente. Extraña incredulidad fue la de aquellos que,
habiendo visto en Egipto las maravillas de Dios, y las victorias y favores que en
el desierto obró Dios con ellos, no creyeron a su palabra, con que les había
prometido la entrada en la tierra de promisión; por lo cual, como dice San
Pablo (Hebr., 3, 19; 4, 7), no entraron allá. Y así—aunque no según igualdad,
mas según semejanza—, es grande la desconfianza y pusilanimidad de aquel hombre
que, habiéndolo Dios librado muchas veces de peligros pasados, no cobra fiucia
(esperanza esforzada) de que no será desamparado ni confundido en el peligro
presente, ni aun en los por venir; pues según hemos dicho, la esperanza que en
el Señor se pone, si el hombre no le falta, no echará a nadie en falta, ni le
será causa que diga: Engañado fui.
Y
conviene saber, que unas veces se toma CREER, por aquella obra que el
entendimiento hace, afirmándose en las verdades de la fe católica con suprema
certidumbre, según arriba se dijo. Y el que cree contra esta fe, se llama y es
hereje e incrédulo a boca llena; y el tal error creído, tiene nombre de herejía
e incredulidad. Y de esta manera este desconfiado, de quien estamos hablando,
ni es incrédulo ni tiene incredulidad, pues que no tiene obligación de creer,
como cosa de fe católica, que Dios le librará de este trabajo (Muy importante es
para la vida espiritual distinguir cuidadosamente lo que pertenece a la fe y lo
que toca a la confianza, para no confundir los términos, ni perder la fe,
cuando Dios pone a prueba nuestra confianza.), como eran los del desierto obligados a creer que les
diera Dios vencimiento de los enemigos que estaban en la tierra de promisión,
si fueran a pelear contra ellos. Mas otras veces suelen los Santos, y el uso
común del hablar, llamar CREER al tener una opinión, causada de razón o
conjeturas, la cual llaman credulidad; y si es vehemente, llamase fe. Y esta
manera de credulidad tiene uno, que por conjeturas probables cree que está perdonado
de Dios y en su gracia, y que Dios le ayudará en lo que adelante hubiere
menester. Y esto que en el entendimiento; está, ayuda a la confianza o
esperanza que están en la voluntad. Y por esto algunas veces se toma incredulidad
por desconfianza, y credulidad o fe por confianza. Y de esta manera se puede
decir que éste, que por haberle Dios librado de otros peligros, y por otros motivos,
tenía razón para creer—no con certidumbre—que Dios también le librará en este
peligro, tiene incredulidad, no contra la fe católica, mas contra la que
resulta de las conjeturas. Mas, porque los luteranos usan tomar unas palabras de éstas
por otras [Los luteranos llaman fe a la confianza, y dijeron que sola la fe
(esta es la confianza) justifica, debemos los católicos hablar
distintamente, llamando la fe y confianza con sus propios nombres; declarando
el creer o la incredulidad de qué manera se entiende; pues lo que en un tiempo
se puede seguramente decir por unas palabras, en otro se debe evitar.
Tornando,
pues, al propósito, huid de la desconfianza, y de las mudanzas que la Escritura
reprende, que el necio tiene como la luna. Y procurad de tener parte en la
estabilidad de que alaba al justo, diciendo (Eccli., 27, 12): Como sol permanece; quiere decir, que siempre está
de una manera. Aprended de unas veces cómo habéis de haberos en otras; y como
la Escritura dice (Eccli., 11, 27): En el día de los bienes, no te olvides de los males; y en el
día de los males, no te olvides de los bienes; para que templando lo próspero
de lo uno con lo adverso de lo otro, viváis en una igualdad, que ni estéis
derribada en el tiempo de la tribulación con el peso de la desconfianza y
tristeza, ni tampoco desvanecida la cabeza con la demasiada alegría, en el tiempo
de las consolaciones espirituales. Así se lee de aquella santa Ana, madre del
profeta Samuel, que después de haber orado en el templo de Dios, no fue su rostro
mudado en cosas diversas (1 Reg., 1,
18); quiere decir, que guardó esta igualdad de corazón. Isaías (4, 6) dice: Que había de haber
una morada que diese sombra contra el calor del sol, y que diese seguridad y fuese
defensa contra el torbellino y la lluvia. Y sería bien que procuraras
vivir en esta morada, para que teniendo una fortaleza de corazón, confiado en
la misericordia de Dios, os causase esta seguridad aun en los negocios y
lugares en que suele haber peligro; según está profetizado del tiempo de la
nueva Ley, que en los bosques habían de dormir los hombres seguros (Ezeq., 34, 25).
Y aunque parece cosa extraña tener sosiego y seguridad en este destierro; más
así como en comparación de la que hay en el cielo, es muy pequeña, más en
comparación de los temores que tienen los malos, es muy grande y de mucha
estima. La cual dice Job (11, 14), que tendrá quien echare de si la maldad.
Y
particularmente dice San Pablo (Hebr., 6, 19), que la virtud de la esperanza es como ancora
firme y segura del ánima. Porque
aunque tenemos por enemigo al demonio, que con estas peleas nos quiere
amedrentar y desconfiar, también tenemos un Amigo más fuerte que él y más
sabio. Y si él nos aborrece, mucho más nos ama Cristo, sin comparación. Y si él
no duerme, buscando cómo nos dañe, los ojos benditos, de Dios velan sobre nosotros,
para ayudarnos a salvar, como sobre ovejas, por quien dio su sangre preciosa.
Pues si tenemos con nos el brazo del Omnipotente, ¿qué temeremos al demonio, cuyo
poder es flaqueza en comparación del divino? ¿Cómo temerá al demonio quien cree
muy de verdad—si se quiere aprovechar de la fe, según arriba se dijo que en
ninguna cosa puede el demonio dañarnos sin tener licencia de Dios? ¿Pudieron,
quizá, los demonios, sin tener primero esta licencia, tocar en Job (1, 12; 2,
6) o en cosa suya o ahogar los puercos de los gerasenos? (Mt, 8, 31). Pues
quien no puede tocar a los puercos, ¿podrá tocar a los hijos? Confortaos, pues,
en el Señor, dice San Pablo (Ephes., 6, 10), y en la potencia de su virtud, y
tomad las armas de Dios, para poder estar en pie contra las asechanzas del
demonio. Y habiendo contado algunas particulares armas, añade diciendo: En
todas las cosas tomando el escudo de la fe, en el cual podáis apagar todas las
lanzadas encendidas con fuego. Porque como este enemigo pueda más que nosotros,
debemos aprovecharnos del escudo de la fe, que es cosa sobrenatural,
escudándonos con alguna cosa de nuestra fe, así como con una palabra de Dios, o
con recibir los Sacramentos, o con una doctrina de la Iglesia. Y creyendo firme
con el entendimiento que todo el poder es de Dios, y confortados con el
capacete de la esperanza, y ofrecidos a Dios con el amor, tomando de buena gana
lo que Él nos enviare, venga por donde viniere, haremos burla de nuestro
enemigo, y adoraremos al Señor, que nos dio contra Él victoria, no sólo por Si,
más aun mediante el socorro de sus santos ángeles; los cuales pelean por nos,
como fue enseñado al criado del gran Eliseo; el cual tenía mucho temor de un
gran ejército de gente que venía a prender a su señor; al cual dijo Eliseo (4
Reg., 6, 101: No quieras temer, porque más son por nosotros que contra
nosotros. Y como orase Eliseo diciendo: Abre, Señor, los ojos de este mozo
porque vea, abrió Dios los ojos del mozo, y vio que estaba un monte lleno de
caballería y carros en derredor de Eliseo, los cuales eran ángeles del Señor,
venidos a defender al Profeta de Dios. De manera que si queremos ser del bando
de Dios, tendremos de nuestra parte muchedumbres de ángeles; uno de los cuales
puede más que todos los infernales poderes. Y lo que más es, tendremos al Señor
de los ángeles, el cual solo, puede más que los infernales y celestiales
poderes. Y por tanto, bastarnos debe tanto favor para despreciar al demonio, dejando
todo vano temor, y hacernos fuertes leones contra él, en virtud de Cristo, que
fue manso Cordero en entregarse por nosotros a muerte, y fue León en despojar los
infiernos, y venciendo y atando los demonios, y defendiendo con su brazo a sus
amadas ovejas.
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