La imagen por si misma representa la destrucción dela Iglesia
IX
EL CREDO Y LA EUCARISTIA SON TAMBIEN CAMBIADOS
EN VIRTUD A LA EVOLUCION DEL MUNDO... ¿Y LO DOGMATICO QUE?
La Iglesia siempre consideró las cátedras universitarias
de teología, de derecho canónico, de liturgia y de derecho eclesiástico como
órganos de su propio magisterio o por lo menos de su predicación. Pero en la
actualidad, es un hecho cierto el de que en todas las universidades católicas o
casi católicas ya no es más el credo católico ortodoxo lo que se enseña. No veo
ninguna universidad que lo haga ni en Europa libre ni en los Estados Unidos, ni
en la América del Sur. Siempre hay algunos profesores que, con el pretexto de
realizar investigaciones teológicas, se permiten dar opiniones contrarias a
nuestro credo y no sólo en aspectos secundarios. Ya hablé de ese decano de la
facultad de teología de Estrasburgo para quien la presencia de Nuestro Señor en
la misa puede compararse con la presencia de Wagner en los festivales de
Bayreuth. Para ese decano ya no se trata del Novus Ordo, sino que el
mundo evoluciona con una velocidad tal que estas cosas se encuentran
rápidamente en el tiempo pasado. Estima pues que hay que prever una Eucaristía
que surja del grupo mismo (fruto del
sentimentalismo y no de la fe. Para ellos la presencia real de Nuestro Señor
Jesucristo no se realiza en la consagración sino cuando dice el sacerdote: “este
es el sacramento de nuestra fe” y los fieles contestan: “anunciamos tu muerte,
proclamamos tu resurrección, VEN SEÑOR JESÚS” es aquí cuando desciende Nuestro
Señor, según ellos. Leer carta encíclica Pascendi Gregis de S. S. San Pío X en
la parte de cómo piensa un filosofo modernista). ¿En qué consistirá
dicha Eucaristía? Él mismo no lo sabe, pero profetiza en su libro Pensamiento
contemporáneo y expresión de la fe eucarística que los miembros del grupo,
al estar juntos, crearán el sentimiento de la comunión con Cristo quien estará
presente en medio de ellos, pero sobre todo no en las especies del pan y del
vino. Sonríe ante la Eucaristía que se llama "signo eficaz",
definición común a todos los sacramentos y dice: "Eso
es ridículo, en la hora actual ya no se pueden decir esas cosas, en nuestra
época eso no tiene sentido". Los jóvenes alumnos que oyen estas
afirmaciones de boca de su profesor, que por añadidura es decano de la
Facultad, los jóvenes seminaristas que acuden a sus cursos se ven poco a poco
impregnados por el error y reciben una formación que ya no es católica, Lo
mismo cabe decir de aquellos que asistían antes a las clases de un profesor
dominico de Friburgo, quien aseguraba que las
relaciones prematrimoniales eran normales y deseables.
Smulders, de la Escuela Superior de Teología de
Amsterdan, sospecha que san Pablo y san Juan impusieron abusivamente el
concepto de Jesús hijo de Dios y rechaza el dogma de la
Encarnación.
Schillebeeckx, de la universidad de Nimega, expone las
ideas más extravagantes, inventa la transignificación (Termino condenado por el Concilio de TRENTO), somete el dogma a las variaciones impuestas por las
circunstancias de cada época, asigna un fin social y terrenal a la doctrina de
la salvación.
Hans Küng, en Tubingen, antes de que le prohibieran
enseñar en una cátedra de teología católica, ponía en tela de juicio el misterio de la Santísima Trinidad, a la Virgen María, los
sacramentos y decía que Jesús era un narrador de feria desprovisto de
"toda cultura teológica".
Snackenburg, en la universidad de Wüzburg, acusa a san
Mateo de haber forjado el episodio de la confesión de Cesárea para autenticar
la primacía de Pedro.
Carl Rahner, que acaba de morir, minimizaba la tradición
en sus cursos de la universidad de Múnich, negaba
propiamente la Encarnación al hablar sin cesar de Nuestro Señor como de
un hombre "naturalmente concebido", negaba el pecado original y la
Inmaculada Concepción, preconizaba el pluralismo teológico.
Los elementos
avanzados del neo modernismo pusieron por las nubes a toda esa gente que cuenta
con el apoyo de la prensa, de manera tal que sus teorías asumen importancia a
los ojos del público y sus nombres son conocidos. Parecen, pues, representar
toda la teología y favorecen la idea de que la doctrina de la Iglesia ha
cambiado. Esos hombres pueden continuar su perniciosa enseñanza durante largos
años interrumpidos a veces por ligeras sanciones. Los papas recuerdan de manera
regular los límites de la misión del teólogo. No hace mucho aún Juan Pablo II
decía: ''No es posible apartarse, por separarse, de
los puntos fundamentales de referencia que son los dogmas definidos sin perder
la identidad católica." Schillebeeckx, Küng, el padre Pohier
fueron reprendidos pero no sancionados, este último por un libro en el que negaba la resurrección corporal de Cristo. ¿Se puede
imaginar que en las universidades romanas, incluso en la Gregoriana, se
permitan, con el pretexto de la indagación teológica, las teorías más
peregrinas sobre las relaciones de la Iglesia y el Estado, sobre el divorcio y
sobre otras cuestiones fundamentales? Es seguro que el hecho de haber transformado
el Santo Oficio, que siempre fue considerado por la Iglesia como el tribunal de
la fe, favorece estos excesos. Hasta entonces, cualquier fiel, sacerdote y con
mayor razón cualquier obispo, podía someter a la consideración del Santo Oficio
un escrito, una revista, un artículo y preguntar qué pensaba de él la Iglesia y
si se trataba de un escrito que estaba de acuerdo o no con la doctrina
católica. Un mes o seis semanas después el Santo Oficio respondía: "Esto
es justo, esto es falso, eso debe ser distinguido porque hay una parte
verdadera y una parte falsa".
De esta manera se examinaba y juzgaba definitivamente
todo documento. ¿Es chocante que se sometan los escritos al conocimiento de un
tribunal? ¿Qué ocurre en las sociedades civiles? ¿No existe en ellas un consejo
constitucional para decidir lo que está de conformidad o no con la
Constitución? ¿No existen tribunales a los que se acude en el caso de
diferentes ofensas sufridas por los particulares y por las colectividades?
Hasta puede uno pedir al juez que intervenga en casos de moral pública contra
anuncios licenciosos o contra una publicación vendida a la plena luz del día y
cuya primera página constituye un ultraje a las buenas costumbres, por más que
en estos últimos tiempos y en numerosos países el límite de lo que está
permitido se haya ampliado considerablemente. Pero en la Iglesia ya no se
aceptaba la intervención de un tribunal, ya no había que juzgar ni condenar. Lo
mismo que los protestantes, los modernistas tomaron de los Evangelios la frase
que les interesaba: "No juzguéis". Pero
no han tenido en cuenta el hecho de que inmediatamente después Nuestro Señor
dijo: "Guardaos de los falsos profetas... Por
sus frutos los juzgaréis".
El católico no debe juzgar inconsideradamente las faltas
de sus hermanos, sus actos personales, pero Cristo le ha mandado conservar su
fe y ¿cómo podría hacerlo sin echar una mirada crítica
a lo que se le da a leer o a oír? El católico se dirigirá al magisterio
cuando una opinión le parece dudosa; para eso servía el Santo Oficio. Pero
éste, después de la reforma a que se lo sometió, se definió a sí mismo como "Oficio de indagaciones teológicas". La
diferencia es enorme. Recuerdo que pregunté una vez al cardenal Browne, ex
superior general de los dominicos, que estuvo mucho tiempo en el Santo Oficio:
—Eminencia, ¿tiene usted la impresión de que este cambio es radical o sencillamente
superficial y accidental? ¡Oh! —me respondió—. ¡No! El
cambio es esencial. Por eso no hay que asombrarse si ya no se condena,
si el tribunal de la fe de la Iglesia no ejerce ya su papel frente a los
teólogos y a todos aquellos que escriben sobre cuestiones religiosas. Se sigue
de ello que los errores se difunden por todas partes; habiendo salido de las
cátedras universitarias invaden los catecismos y los presbiterios de las
parroquias más alejadas. El veneno de la herejía
termina por invadir a toda la Iglesia. De manera que el magisterio
eclesiástico se halla sumido en una crisis muy grave. Los razonamientos más
absurdos se utilizan para prestar apoyo a esos teólogos que sólo tienen el
nombre de tales. Un padre Duquoc, profesor en Lyon, recorrió Francia dando
conferencias sobre la oportunidad de conferir un sacerdocio provisional a
ciertos fieles, incluso a mujeres. Buen número de católicos reaccionó aquí y
allá y un obispo del sur de Francia asumió una posición firme contra este
predicador dudoso; porque esto ocurre algunas veces. Pero en Laval, los laicos
escandalizados tuvieron que oír por parte del obispado estas palabras.- "En esta circunstancia nuestro deber absoluto es
preservar la libertad de palabra en la iglesia". Realmente esto
causa estupor. ¿De dónde sacaron ese concepto de libertad de palabra? Es un
concepto enteramente extraño al derecho de la Iglesia. ¡Y por añadidura lo
convirtieron en un deber absoluto del obispo! Esto equivale a trastrocar de un
extremo al otro el sentido de la responsabilidad episcopal que consiste en defender la fe y en preservar de la herejía al pueblo que
le ha sido confiado.
Debo citar ejemplos que, por lo demás, son del dominio
público; pero ruego al lector que crea que yo no escribo este libro para
criticar a las personas. Y ésa es la actitud que siempre se fijó el Santo
Oficio. El Santo Oficio no consideraba a las personas, sino que tan sólo se
atenía a las obras. Un teólogo se quejaba de que uno de sus libros hubiera sido
condenado sin oírlo a él. Pero, precisamente, el Santo Oficio condenaba las
obras y no a los autores. Decía: "Este libro
contiene afirmaciones que no están de acuerdo con la doctrina tradicional de la
Iglesia". ¡Eso era todo! ¿Por qué remontarse a quien había
escrito esas obras? Las intenciones del autor, su culpabilidad, incumben a otro
tribunal, el tribunal de la penitencia.
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