CAPITULO 20
De algunas cosas que suele traer el demonio contra el remedio ya
dicho para desmayarnos; y cómo no por eso debemos perder el ánimo, antes
animarnos más, mirando la infinita misericordia del Señor.
Mas ya
oigo, hombre, lo que tu flaqueza responde a lo dicho. Que ¿qué te aprovecha a ti que Cristo haya muerto
por tus pecados, si el perdón no se aplica a ti? Y que, con haber
muerto Cristo por todos los hombres, están muchos en el infierno, no por falta
de su redención, que es copiosa (Ps., 129, 7), mas por no aparejarse los hombres
a la recibir; y por esta parte es tu desesperación.
A lo
cual digo, que aunque dices verdad, no te aprovechas bien de ella. San Bernardo
dice, que para tener uno testimonio de buena conciencia, que le dé alegría de
buena esperanza, no basta creer en general que por la muerte de Cristo se
perdonan los pecados, mas es menester confiar y tener conjeturas que se aplica el
perdón al tal hombre en particular, mediante las disposiciones que la Iglesia
enseña; pues que con creer lo primero puede desesperar, mas no con tener lo segundo;
porque esperando, no puede desesperar. Mas debes mirar que es mucha razón que,
viendo tú las entrañas del celestial Padre abiertas para dar a su Hijo, como lo
dio, y viendo tal cosa hecha y el Cordero divino ya muerto para que tú comas de
Él y no mueras, debes desechar de ti toda pusilanimidad y pereza, y procurar de aprovecharte de la
redención, confiando que te ayudará Dios para ello. Y pues que, para
ser tú perdonado, no es menester que Cristo trabaje de nuevo, ni muera por ti,
ni padezca poco ni mucho, ¿por qué piensas que ha de querer que, pues está hecha la costa
de su convite, falten convidados para le comer? No es así, cierto,
ni es de su voluntad que el pecador muera, más que y porque así se hiciese, Él perdió su vida en la cruz.
Y no
pienses que, lo que has menester hacer para gozar de su redención, es alguna
cosa imposible, o tan dificultosa que desesperes de salir con ella, según eres flaco;
un gemido de corazón que a Dios des con dolor por haber ofendido a tal Padre, y
con intención de la enmienda; manifiesta tus pecados a un sacerdote que te pueda absolver,
y oirán aun tus orejas de carne, para mayor consolación tuya, la sentencia de
tu proceso, por la cual te digan: Yo te absuelvo de todos tus pecados en el
nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
Y si
aun te parece que tu dolor no es tan cabal como había de ser, y por esto
desmayas, no te fatigues; porque es tanta la gana que el Señor tiene de tu
salvación, que suple Él nuestras faltas con el privilegio que dio a su Sacramento,
para hacer del atrito contrito (Del atrito, contrito. La atrición, junto con el
sacramento de la penitencia, perdona el pecado e infunde la gracia santificante;
y así equivale a la contrición perfecta). Y si te parece que aun para hacer
esto poco no eres, te digo que no presumas de lo hacer tú a solas, mas llama al
celestial Padre, y pídele que, por Jesucristo su Hijo, te ayude a dolerte de la
vida pasada, y a proponer la enmienda de lo por venir, y a bien confesarte, y, finalmente,
para todo lo que has menester. Y Él es tal, que no hay por qué esperar de sus
manos sino toda blandura y socorro, pues el mismo que da el perdón inspira la disposición para
ello.
Y si
con todo esto no sientes consuelo, aunque oíste la sentencia de tu absolución,
no te desmayes, ni dejes lo comenzado: que si en una confesión no sentiste
consuelo, en otra o en otras lo sentirás, y se cumplirá en ti lo que dijo David
penitente (Ps., 50): A mi oído darás gozo y alegría, y gozarse han mis huesos
humillados. Cierto, así pasa, que las palabras de la absolución
sacramental, ya que no den a un hombre tanta certidumbre del perdón, que tenga
de ello fe ni evidencia, mas danle tal reposo y consuelo, con que se pueden
alegrar las fuerzas de su ánima, que por el pecado estaban humilladas y quebrantadas.
No cese el hombre de buscar el
perdón; que si en la demanda porfía, el Padre de las misericordias saldrá al encuentro
a su hijo pródigo, y se lo dará y le vestirá con celestial ropa de gracia, y se
holgará de ver ganado a su hijo por la penitencia, que estaba perdido por el
pecado (Lc., 15, 20). Y no
sea a nadie increíble que Dios usa con los pecadores leyes de tanta blandura y
dulzura, sacadas de su bondad y verdaderísimo amor, pues que usó con su Hijo leyes de tanto rigor,
que queriéndolo tanto como a sí mismo, y siendo quien es, y pagando por pecados
ajenos, no le hizo suelta de un solo pecado, de que su justicia quedase por
satisfacer. Y por esto, como un león, aunque bravo, si está bien
harto y contento, no hace daño a los animales; que si hambriento estuviera, se
los tragara; así la divina Justicia, con el satisfecho (El satisfecho: la
satisfacción, hartura) que tiene en Jesucristo, Cordero divino, no hace mal a
los que ve llegarse a Él para incorporarse en su cuerpo, ni impide a la
misericordia para que haga en ellos según su costumbre. Y de aquí viene, que en lugar de airado Juez, nos
sea Dios piadoso Padre.
CAPITULO 21
En que se prosigue la grandeza de la misericordia de Dios, que usa
con los que le piden perdón de corazón.
Es una
consideración bastante para vencer toda desesperación.
Peligrosa ponzoña bebe quien hace pecado; feísima y terrible faz
tiene para espantar a quien de verdad lo conoce, y muy bastante para desmayar a
cualquier hombre, por fuerte que sea, si se para a considerar con vivo sentido
lo que ha hecho, y contra quién lo ha hecho, y las promesas del bien que ha
perdido, y amenazas del mal que están sobre su cabeza. Mirando las cuales cosas David, aunque hombre
esforzado, dice (Ps., 39, 13): Mi corazón se me ha desmayado. Mas este mal tan
grande no lo deja Dios sin remedio, según hemos dicho. Y porque tome este
remedio la persona que lo hubiere menester, manifestaré algo de las grandezas
de la misericordia de Dios, de que usa con los pecadores que le piden perdón.
El
demonio hará de las suyas, y asombraros ha, según hemos dicho, con la muchedumbre
y grandeza de vuestros pecados. No le respondáis vos, mas volveos a Dios y
decidle (Ps., 24, 11): Por tu nombre, Señor, me perdonaras mi maldad, porque
mucha es. Y si Dios os da a sentir el misterio de estas palabras,
cierto, estarías bien lejos de desesperar, por mucho que hayáis pecado.
¿Visteis nunca, u oísteis tribunal de juez, donde siendo uno acusado de muchos
y grandes pecados, con intención de que sea condenado y castigado según él merece,
él mismo confiese sus culpas, y conceda su acusación, y tome por medio para que
le absuelvan, la confesión de aquello que el acusador mucho exageraba, y en que
estribaba para lo condenar? Dice el culpado al juez: Señor, yo concedo y confieso que he pecado
mucho, mas vos me perdonaréis por la honra de vuestro nombre; y sale con ello
por parte de Dios, y por parte de sí.
El
Señor Dios tiene justicia y misericordia; y cuando mira nuestras culpas con su
justicia, provócanle a ira; y mientras más pecados tenemos, a mayor castigo le provocamos.
Más cuando mira nuestros pecados con misericordia, no le mueven a ira, sino a compasión;
porque no los mira como a ofensa suya, sino como a mal maestro; y como ningún
mal nos puede venir que tanto daño nos haga como el pecar, ninguno es materia
de misericordia tan a lo propio, como la culpa, mirándola según he dicho. Y cuanto más hemos
pecado, tanto más nos hemos hecho más mal, y tanto más se provoca a misericordia
el corazón que la tiene y quiere usar de ella, como lo es el corazón del Señor
misericordioso y hacedor de misericordias. Ahora sabed, que en una
de dos maneras se han los hombres que mucho han pecado. —Unos, desesperados de
remedio, cómo Caín, vuelven las espaldas a Dios y entrégame, como dice San
Pablo (Ephes., 4, 19), a toda suciedad y pecado, y le endurece cada día más su
corazón para todo bien, hasta que, cuando vienen al profundo de los pecados, no
Se les da nada de ellos, gloriándose en su malicia, y tanto más dignos de ser
llorados cuanto ellos menos se lloran. Lo que a éstos acaecerá es lo que la
Escritura dice (Eccli., 3, 27): Al corazón duro, mal le irá en sus postrimerías.
¡Y ay de aquel
que este mal ha de probar, que muy mejor le fuera no haber nacido!—Otros
hay, que habiendo hecho muchos pecados, tornan sobre sí con el socorro de Dios,
e hiriendo su corazón con dolor, y llenos do confusión y vergüenza, humíllanse
delante de la misericordia de Dios, tanto con mayor humildad y gemido, cuanto
han sido sus pecados más y mayores.
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