III. La nueva milicia.
4.
Pero los soldados de Cristo combaten confiados en las batallas del Señor, sin temor
a pecar cuando vencen al enemigo ni por poner en peligro la propia vida, porque
la muerte que se da o recibe por amor de Cristo, lejos de ser criminal, es
digna de mucha gloria. Consiguen además dos cosas: por una parte, se hace una
ganancia para Cristo, por otra es Cristo mismo lo que se adquiere; porque este
recibe gustoso la muerte de su enemigo en desagravio y se da con más gusto aún
a su fiel soldado para su consuelo.
Así,
el soldado de Cristo mata seguro a su enemigo y muere con mayor firmeza. Se sucumbe,
sale ganador; y si vence, gana Cristo, porque no lleva sinrazón la espada, pues
es ministro de Dios para ejecutar la venganza sobre los malos y defender la
virtud de los buenos. Por otra parte, cuando mata a un malhechor no debe ser
conceptuado por homicida, sino, por decirlo de alguna manera, por malicida, por
el justo vengador de Cristo en la persona de los pecadores y defensor de los
cristianos. Y cuando él mismo pierde la vida, alcanza su meta. La muerte que él
causa es un beneficio para Cristo y la que recibe de él es su dicha verdadera.
Un cristiano se honra en la muerte de un pagano porque Cristo es glorificado en
ella y la libertad del Rey de reyes se pone de manifiesto en la muerte de un
soldado cristiano pues llama al soldado para ofrecerle su recompensa. Por esta
razón, el justo se regocijará viendo la venganza consumada. Y podrá decir:
¿Quedará el justo sin recompensa? ¿No hay un Dios que hace justicia sobre la
tierra? Es cierto que no se debería exterminar a los paganos si hubiese algún otro
medio de impedir sus ofensivas y reprimir las opresiones violentas que ejercen contra
los fieles. Pero, por lo de ahora, es mejor matarlos para que el latigazo de
los pecadores no se abata sobre el destino de los justos, y para que los justos
no extiendan su mano a la iniquidad.
5. ¿Y
ahora? Si de algún modo le fuera permitido a un cristiano usar la espada, ¿por
qué el precursor del Salvador aconsejó a los soldados que debían contentarse
con su soldada y no prohibió toda clase de servicio militar? Pero si, por el
contrario –y ésta es la auténtica interpretación– tal profesión es lícita para
todos aquellos a los que Dios destinó a ella y no están empeñados en otra
profesión más perfecta, ¿quién, os pregunto, la puede ejercer mejor que
nuestros valerosos caballeros, que por la fuerza de su brazo y de su coraje
conservan generosamente la ciudad de Sion, baluarte para todos nosotros, a fin
de que, arrojados de Él los enemigos de la ley de Dios, el pueblo de los
justos, custodios de la verdad, puedan con toda seguridad entrar allí?
Dispersen, pues, y disipen con seguridad a las naciones belicosas y sean exterminados
aquellos que nos conturban continuamente y arrojados de la ciudad del Salvador
todos los impíos que cometen la iniquidad, que anhelan robar las incalculables
riquezas acumuladas en Jerusalén por el pueblo cristiano, profanando las cosas
santas, y poseer el derecho de herencia el santuario de Dios. Sean
desenvainadas las dos espadas de los fieles contra las cabezas de los enemigos
a fin de destruir todo orgullo que se erija contra la ciencia de Dios, que es
fe cristiana, para que los gentiles no digan un día: ¿Dónde está el Dios de
estas naciones?
6. Una
vez expulsados los enemigos de su casa, Él mismo volverá a su heredad, de la
cual predijo en su cólera: Ved que vuestra casa quedará desamparada como un desierto;
y de la que se queja por la boca de su profeta en estas palabras: Dejé mi casa
y abandoné mi heredad. Cumplirá esta profecía de Jeremías: El Señor rescató a
su pueblo y lo liberó; y ellos vendrán y se regocijarán sobre la montaña de
Sion y gozarán con placer de los bienes del Señor. Alégrate, ¡oh, Jerusalén! y
reconoce el tiempo de tu salvación. Regocijaos y cantad a coro, ruinas de
Jerusalén, porque Dios consoló a su pueblo, liberó a Jerusalén y levantó su
brazo delante de todas las naciones. Virgen de Israel, estabas caída y no se
hallaba persona que te levantase. Levántate ahora, hija de Sion, virgen
cautiva, y sacúdete el polvo. Levántate, repito, sube hasta las alturas y mira
el consuelo y la alegría que te trae tu Dios. Nunca más te llamarán abandonada
y no te dirán que tu tierra está devastada, porque el Señor te prefiere a ti y
tu tierra será habitada. Vuelve los ojos y mira a tu alrededor: todos estos
pueblo se juntaron y vinieron a ti. Del lugar santo fue enviado este auxilio, y
verdaderamente por medio de estas tropas fieles se cumple en tu favor esta
antigua promesa, de la que habló el profeta: Te haré el orgullo de los siglos,
la alegría de las generaciones futuras: mamarás la leche de las naciones y
serás alimentada del pecho de los reyes. Y en otra parte: Como una madre
acaricia a sus hijos, asís os consolaré yo; en Jerusalén seréis consolados. ¿No
veis cómo aprueban muchos testimonios de los profetas nuestra milicia y cómo lo
que oyéramos lo vimos en la ciudad de Dios, del Señor de los ejércitos? Es menester,
con todo, tener un gran cuidado de que esta explicación literal no perjudique en
nada el sentido espiritual. De manera que debemos esperar para la eternidad
esto que atribuimos al tiempo presente tomando a la letra las palabras de los
profetas; para que las cosas que vemos no borren de nuestros espíritus las que
creemos, ni lo poco que poseemos disminuya las riquezas que esperamos, ni la
seguridad de los bienes presentes nos haga perder los de los siglos futuros.
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