¡Son
precisas tantas humillaciones! ¿Sabríamos
nosotros escoger las buenas humillaciones, aquellas de que tenemos necesidad y
no las que nos agradan? ¿Tendríamos la firmeza de someternos a ellas con perseverancia,
como se somete un enfermo a su régimen austero? En lugar de sublevarnos,
bendigamos a Dios que ha tenido la sabiduría y la bondad de poner a nuestro
lado tal o cual persona; es de la que teníamos más necesidad. Una santa
fundadora decía a sus hijas: «Cada una tiene su modo de ser, sus
imperfecciones, sus rarezas. Si no existieran en la Comunidad caracteres un
tanto difíciles, sería necesario comprarlos para que nos ayudasen a ganar el
cielo.» Dios nos provee de ellos gratuitamente. ¡A nosotros toca aprovecharnos de
estas gracias para morir a nosotros mismos! Además, estas contrariedades
constantemente renovadas, «os ofrecerán cada día no pocas ocasiones de
practicar las más
raras y sólidas virtudes: la caridad, la paciencia, la dulzura, la humildad de
corazón, la benignidad, la renuncia a vuestras inclinaciones, etc.; y estas
pequeñas virtudes de cada día, practicadas fielmente, os formarán una rica mies
de gracias y de méritos para la eternidad. Por éstas, mejor que por todas las
otras prácticas y los demás medios, es como podréis obtener el gran don de la
oración interior, la paz del corazón, el recogimiento, la presencia continua de
Dios y su puro y perfecto amor. Esta sola cruz llevada con paciencia os atraerá
infinidad de gracias, y os servirá más eficazmente que las pruebas en
apariencia más dolorosas, para desprenderos perfectamente de vosotros mismos y
uniros plenamente a Dios». Así se expresa el P. de Caussade, y dice después: «Lejos
de compadeceros, no puedo menos de felicitaros de haber tenido por fin ocasión
de practicar la verdadera caridad.
La
antipatía que experimentáis hacia la persona con quien estáis en continuas
relaciones, la oposición de vuestras ideas y de vuestras miras, los rozamientos
que ella os causa por sus modales o su lenguaje, son otras tantas señales
infalibles de que la caridad que usáis para con ella será puramente sobrenatural
sin mezcla alguna de sentimientos humanos. Oro puro es lo que vais a reunir, y
sólo de vos depende formar un inmenso tesoro. Agradecédselo, pues, a Nuestro
Señor, y para no perder nada de las ventajas inapreciables de vuestra posición
presente, seguid con exactitud las reglas que os voy a trazar.
»1ª
Soportad apaciblemente las rebeldías involuntarias que os hacen experimentar
los procedimientos de esta persona, a la manera que soportaríais un acceso de
fiebre o de jaqueca.
Vuestra
antipatía es, en efecto, una fiebre interior con sus escalofríos y subidas.
¡Oh! ¡Cuán crucificador, humillante y penoso es todo esto, y por consiguiente,
cuán meritorio y santificador!
»2ª No
habléis jamás a propósito de esta persona, como quizá hacen las otras; sino
hablad siempre de ella en buen sentido, pues tiene algo bueno. Y, ¿quién no
tiene algo malo? ¿Quién es perfecto en este mundo? Puede ser que sin querer ni
pensar en ello, vos la probéis más de lo que Dios os prueba por ella! Dios pule
a veces un diamante con otro diamante, dice Fenelón.
»3ª
Cuando cometiereis algunas faltas, levantaos sin tardanza, humillándoos
dulcemente, sin despecho voluntario ni contra ella, ni contra vos, sin
turbación ni enojo y sin inquietud.
Nuestras
faltas así reparadas llegan a sernos de provecho y ventajosas, y por estas miserias
y estas faltas diarias, es como Dios nos empequeñece de continuo y nos mantiene
en la verdadera humildad de corazón.
»4ª No
os mezcléis en nada, sino en la medida en que vuestro deber os obliga; cumplido
éste, no os preocupéis de nada; no penséis siquiera en ello, si no es en la
presencia de Dios. Abandonemos todo a la Providencia, pues la única cosa importante
es que seamos todo de Dios y que consigamos la salvación. »
En las
pruebas de este género, Santa Juana de Chantal es un perfecto modelo. Viuda a
los veintiocho años, recibió de su padre político orden de ir a vivir en su
compañía con sus cuatro hijos. Sin dificultad pudo entrever la amargura del
cáliz que había de beber, pues conocía el carácter del viejo barón, los
desórdenes de su casa y los aún mayores de su conducta.
Este
anciano sombrío ante quien todo había de doblegarse, había caído bajo la
dependencia de una criada que mandaba como ama en el castillo, dilapidaba los
bienes y hacía murmurar a todo el mundo. Durante más de siete años, la santa
será tratada como una extraña que se admite en el hogar doméstico, pero a la
que en nada se la consulta ni tiene derecho a hacer observación alguna. Estará,
por decirlo así, bajo la férula de una inferior insolente, que no escaseará ni siquiera
las injurias. Tenía que pasar por la amargura de ver a los hijos de la
sirvienta preferidos a los suyos. Se apoderaba de ella la indignación,
revolvíase toda su sangre, especialmente al principio. Mas ahogaba estos gritos
de la naturaleza, y a cada insolencia no oponía sino un corazón dulce y un
semblante gracioso, llegando hasta el grado de heroísmo de cuidar los hijos de
la sirvienta como a los suyos, y prestarles con sus propias manos los servicios
más humildes. ¿Y cuál era el secreto de su victoria? Únicamente ocupada en su
importante obra, la conversión de su padre político y de la indigna criada, se
proponía vencerlos a uno y a otra a fuerza de dulzura; no habla situación ni
sacrificio que la asustasen con la esperanza de llevarlos a Dios. Aprovechaba todas
las circunstancias para hacerles bien y ninguna violencia, ninguna vejación,
fue jamás capaz de disminuir su respeto ni desanimar su paciencia. «A este
motivo tan elevado que la sostuvo durante siete años en esta vida heroica, vino
a juntarse otro que no le prestó menor apoyo. Era naturalmente un tanto altiva;
había heredado con la sangre paterna, yo no sé qué de orgullosa y dominante que
ella quería ahogar a todo trance. La ocasión le pareció excelente para llegar a
ser humilde a fuerza de humillaciones, y lo con siguió más de lo que puede
decirse. En esta ruda escuela, mejor que en el más severo noviciado, hízola
Dios adquirir esta rara humildad y esta perfecta obediencia que muy pronto
hicieron de ella, bajo la dirección de San Francisco de Sales, el instrumento
de tan grandes obras.» ¡Quiera Dios que a las gracias de este género respondamos
también nosotros con el mismo espíritu de fe e igual generosidad!
SUNAMI EN JAPON AÑO 2011
4. EL ABANDONO EN LOS BIENES NATURALES DEL CUERPO Y DEL
ESPÍRITU
Artículo
1º.- La salud y la enfermedad Se puede hacer un buen uso de la salud y de la enfermedad,
y se puede abusar de la una y de la otra.
La
salud se recomienda suficientemente por sí misma, sin que sea necesario afirmar
que favorece la oración, las piadosas lecturas, la ocupación no interrumpida
con Dios, que facilita el trabajo manual e intelectual, que hace menos penoso el
cumplimiento de nuestros deberes diarios. Es un precioso beneficio del cielo
del que nunca se hace caso sino después de haberlo perdido. En tanto que se la
posee, no siempre se pensará en agradecerla a Dios que nos la concede; se experimentará
quizá más dificultad en someter el cuerpo al espíritu, en no derramarse
demasiado en los cuidados de la vida presente, en vivir tan sólo para la
eternidad que no parece cercana.
«La
enfermedad como la salud es un don de Dios. Nos lo envía para probar nuestra
virtud o corregirnos de nuestros defectos, para mostrarnos nuestra debilidad o
para desengañarnos acerca de nuestro propio juicio, para desprendernos del amor
a las cosas de la tierra y de los placeres sensuales, para amortiguar el ardor
impetuoso y disminuir las fuerzas de la carne, nuestro mayor enemigo; para
recordarnos que estamos aquí abajo en un lugar de destierro y que el cielo es
nuestra verdadera patria; para procurarnos, en fin, todas las ventajas que se
consiguen con esta prueba, cuando se acepta con gratitud como un favor especial.»
Bien santificada es, en efecto, «uno de los tiempos más preciosos de la vida, y
con frecuencia, en un día de enfermedad soportada cual conviene, avanzaremos
más en la virtud, pagaremos más deudas a la justicia divina por nuestros pecados
pasados, atesoraremos más, nos haremos más agradables a Dios, le procuraremos
más gloria que en una semana o en un mes de salud. Mas si el tiempo de enfermedad
es tiempo precioso para nuestra salvación, son muy pocos los que lo emplean
útilmente, los que hacen producir a sus enfermedades el valor que merecen».
«Por mi parte -dice San Alfonso, llamo al tiempo de enfermedades la piedra de
toque de los espíritus; pues entonces es cuando se descubre lo que vale la
virtud del alma.
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