¿Son
las manifestaciones en Jordania el inicio de un nuevo episodio de la primavera
árabe o, por el contrario, es una forma de presionar al rey Abdallah II para
que acepte el plan estadounidense para Palestina?
ordania
se ha visto sacudida, a principios de junio, por una semana de manifestaciones
pacíficas contra un proyecto de ley fiscal que preveía un alza de impuestos, de
5 a 25%, para toda persona cuyo ingreso anual sea superior a los 8 000 dinares
(11 245 dólares). Los manifestantes, cuyo nivel de vida se ha visto gravemente
afectado por las consecuencias de la guerra de Occidente contra Siria,
exigieron y obtuvieron la renuncia del primer ministro y la retirada del
proyecto de ley.
La
realidad es que el Reino Hachemita no tiene otra opción: la ley cuestionada era
un dispositivo conforme a los compromisos que Jordania contrajo en 2016 para
obtener un préstamo del Fondo Monetario Internacional (FMI). Su puesta en vigor
se pospuso varias veces, debido a la guerra, y fue presentado al Parlamento
ahora que el conflicto está terminando. Modificarlo supondría un completo
cambio de la política económica del reino, cambio que no está previsto. La
única solución sería obtener un respaldo financiero de Arabia Saudita para
reembolsar la deuda.
Numerosos
medios han evocado la posibilidad de un nuevo episodio de la «primavera árabe».
Pero eso es poco probable. En 2011, las manifestaciones en Jordania se apagaron
por sí solas, sin que fuese necesario recurrir a la fuerza. Bastó para ello la
escisión del frente unido inicial, los islamistas se separaron de los laicos. Y
fue lo más lógico del mundo dados los vínculos del Reino Hachemita con los
británicos y con la Hermandad Musulmana.
No
está de más recordar que, lejos de ser un movimiento espontaneo, la «primavera
árabe» es una operación del MI6, concebida desde 2004-2005, para poner a la
Hermandad Musulmana en el poder, siguiendo el modelo de la «Gran Revuelta
Árabe» organizada en 1915 por los servicios secretos ingleses con Lawrence de
Arabia [1]. Pero Jordania siempre ha controlado en su suelo a los miembros de
la Hermandad Musulmana, cuyo Guía Honorario Nacional fue el príncipe Hassan,
tío del actual rey. Hoy en día, el Reino Hachemita sigue manteniendo excelentes
relaciones con el Hamas (que se había declarado «rama palestina de la Hermandad
Musulmana». Es por eso que, durante la «primavera árabe», la Hermandad
Musulmana no reclamó en Jordania «la caída del régimen», como hizo en los demás
países árabes, sino un gobierno que incluyese a sus miembros.
Posteriormente,
Jordania se unió al bando contrarrevolucionario al convertirse en «asociado»
del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), a pesar de la reticencia de Kuwait,
que sigue reprochando al Reino Hachemita haber respaldado a Saddam Hussein,
cuando Irak invadió este pequeño Estado, en 1990.
Aunque
la situación local justificaba las manifestaciones que se produjeron en
Jordania a principios de junio, no es menos cierto que tuvieron que disponer de
respaldados precisos para que llegaran a tener lugar en un país que ha vuelto
al autoritarismo.
Eso
indica que las manifestaciones constituían quizás una forma de presionar a
Amman antes de que la Casa Blanca presentara su plan de paz para Palestina. Hay
que recordar que el Reino Hachemita sigue siendo considerado el reino de los
palestinos y que el rey Abdallah II es el «Protector» de los lugares sagrados
musulmanes en Jerusalén y el «Guardián» de los lugares sagrados cristianos en
la Ciudad Santa, título reconocido a Jerusalén en el año 2000 por el papa Juan
Pablo II. Hasta el inicio de la aplicación de los acuerdos de Oslo, Jordania
administraba el territorio de Cisjordania, a pesar de que ese territorio se
hallaba bajo la ocupación israelí desde la Guerra de los Seis Días. El propio
Yasser Arafat se planteó entonces la posibilidad de jurar lealtad a la
monarquía hachemita. Los palestinos son al menos tres cuartas partes de la
población jordana, sólo el 25% restante son beduinos y pobladores autóctonos.
En
este momento, todas las potencias regionales están tratando de implantarse en
Palestina. Por ejemplo, Turquía está tratando de quitarle a Irán el control del
grupo palestino conocido como Yihad Islámica. Simultáneamente, Estados Unidos e
Israel tratan de ejercer presiones sobre cada protagonista.
Sea
cual sea el plan elaborado por Jared Kushner, consejero especial y yerno del
presidente Donald Trump, Jordania estará llamada a desempeñar un papel en ese
plan. Actualmente están saliendo de los archivos numerosos documentos que nunca
se habían publicado. Y resulta que la creación de la capital de un Estado
independiente para los palestinos en Abous Dis ya se había discutido antes.
Según el plan de partición de Palestina de 1947, Abous Dis es un barrio de
Jerusalén. Y durante los acuerdos de Oslo, el segundo de Yasser Arafat –su hoy
sucesor Mahmud Abbas– aprobó la idea de instalar allí la capital palestina. Por
cierto, en aquella época la Autoridad Palestina incluso inició allí la construcción
del futuro parlamento palestino. Pero el «proceso de paz» se estancó, aquel
punto nunca llegó a ratificarse y la construcción se detuvo. Cambiando de
posición al respecto, los israelíes construyeron un muro que separa Abous Dis
de Jerusalén mientras que los palestinos, estimando que Abous Dis es sólo un
minúsculo barrio de Jerusalén, reclamaron la mitad de la ciudad.
En
todo caso, no es imposible que Jordania se convierta en el Estado de los
palestinos, con una doble capital: Amman y Abou Dis. Se plantearía entonces
nuevamente la cuestión de la forma de régimen de ese Estado: ¿Reino o
República?
Thierry
Meyssan
[1] Sobre este tema, ver los emails internos del ministerio británico de Exteriores revelados en 2004 por Derek Pasquill, empleado de ese ministerio, y los primeros comentarios publicados en When progressives threat with reactionaries. The British State flirtation wih radical Islamism, Martin Bright, Policy Exchange, 2004. Ver también mis conclusiones en De la impostura del 11 de septiembre a Donald Trump. Ante nuestros ojos, la gran farsa de las “primaveras árabes”. Orfila Valentini, Ciudad México, 2017.
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