§ 3. MESA
La
segunda cosa notable que había en el templo de Salomón es la Mesa. Estaba hecha para recibir
los panes de la proposición que los sacerdotes ofrecían todos los días a Dios;
así llamados porque estaban allí como propuestos o expuestos ante su Divina
Majestad en sacrificio perpetuo; y después, eran comidos por los sacerdotes.
Todos
los santos Padres están de acuerdo en que estos panes eran figura de Nuestro
Señor Jesucristo, que es el pan que descendió del cielo; pan de los Ángeles,
pan de Dios, pan de los hijos de Dios, pan que es el alimento y la vida de los
cristianos, que tienen todos el nombre de sacerdotes en las santas Escrituras:
unos por oficio, del cual poseen un carácter especial; otros por participación;
Pan, en fin, que está compuesto de la carne inmaculada y de la purísima sangre
de la Virgen Madre, y de la Persona del Verbo eterno, que es como el espíritu y
la vida de este pan vivo y vivificante.
Mas
¿cuál es la mesa que recibe este pan divino, y que estaba figurada en aquella
mesa que recibía los panes de la proposición? San Germán, patriarca de
Constantinopla, responde que es la bienaventurada Virgen (4). San Epifanio dice
lo mismo: "María es la mesa espiritual de los
fieles, que nos dio el pan de vida"(5). "Esta
mesa virginal está siempre cubierta de una gran abundancia de exquisitísimos y
excelentísimos manjares". Porque, como la mesa expone y da en
alguna manera el pan y los manjares de que está cubierta, y hasta invita y
atrae para comerlos, así la Madre del Salvador nos produjo y dio el verdadero
pan de vida, y nos llama e invita a comerle: Venid, dice, venid a comer mi pan
(6).
Pues
si por esta razón, estaba ella representada por la mesa de los panes de la
proposición, bien puede decirse igualmente que esa
misma mesa era figura de su sagrado Corazón, y
que este Corazón admirable es la verdadera mesa de la casa de Dios: Mesa que la
Madre del amor preparó para todos sus hijos. Mesa hecha de una madera absolutamente
incorruptible, para hacer ver que el Corazón de esta Madre de gracia, no sólo
no sufrió jamás la corrupción del pecado, sino que hasta era enteramente
incapaz de él, por la grandísima abundancia de gracia de la que estaba colmada.
Mesa revestida toda de láminas de oro purísimo, es decir, de las divinas
perfecciones, como veremos en otra parte: Mesa que tiene tres coronas de oro, que
son: un amor purísimo a Dios, un amor perfectísimo para
con el prójimo, y una caridad desinteresadísima hacia ella misma.
La
mesa ¿no está hecha para recibir el pan que se ponga en
ella, para llevarlo, para darlo y para ponerlo en las manos y en la boca de los
que lo comen? Pues ¿no es verdad que el Corazón de la Madre de Jesús es
el primero que lo recibió al salir del Corazón de su Padre, y que lo recibió
para dárnoslo? ¿No es verdad que, así como el Padre eterno lo lleva desde toda
la eternidad en su Corazón, la bienaventurada Virgen lo llevará también por
toda la eternidad en su Corazón? ¿No es verdad que así como este Padre adorable
nos declara que su Corazón paternal nos dio en la Encarnación y nos da aún
todos los días en la Eucaristía, a su Verbo y a su Hijo muy amado: Eructavit, o
según otra versión, Effudit cor
meum Verbum bonum: también esta misma Virgen nos dio lo mismo de su Corazón
materna, ya que la Iglesia nos la presenta frecuentemente diciendo estas mismas
palabras con el Padre eterno: Eructavit Cor meumVerbum bonum (8)? Por lo cual
el Espíritu Santo la hace hablar de este modo: "Yo
estaba con él, es decir, con el Padre eterno, disponiendo y ordenando todas las
cosas" (9); y según la dicción hebrea: Ego eram prope ipsum
nutritia: "Yo estaba con él y cerca de él en
calidad de nutricia", para ser la Madre y la nodriza de los
hombres. Yo estaba unida estrechísimamente a él, de voluntad, de espíritu y de
Corazón; no teniendo más que una misma voluntad, un mismo espíritu, un mismo
Corazón con él, y Corazón totalmente abrasado de amor a los hombres. Este amor
le impulsó a darles a su único y muy amado Hijo: este mismo amor me llevó a
darles también este mismo Hijo, que es mi Hijo propio y verdadero como lo era
suyo; y a darles este Hijo, que es el fruto de su Corazón y del mío, para que fuera
el pan de sus almas y la vida de sus corazones.
Los
panes de la proposición se cocían en vasos de oro: El Corazón de María es un
vaso sagrado de oro purísimo, en el que este pan divino fue cocido y preparado
con el fuego de su amor y de su caridad. Y por eso la llama San Epifanio: "un horno celeste y espiritual, que nos dio el pan de
vida".
Este
santo Corazón es el altar, como después veremos, sobre el que se ofreció y
presentó a Dios este Pan del cielo: también este mismo Corazón es la mesa
celestial en la que se nos dio para alimento nuestro. Salió una vez del Corazón
y del seno de su Padre, para venir al Corazón y al seno de María: y sale todos los días y a todas horas, sin salir, no
obstante, del Corazón de su Padre y del Corazón de su Madre para venir a
nuestros corazones, y a nuestras almas por la santa Eucaristía.
De
este modo el Corazón sagrado de nuestra piadosísima Madre es una santa mesa que
lleva el pan de los Ángeles, y que está siempre cubierto para nosotros de un
festín magnífico, en que los manjares extraordinarios son la carne adorable y
la sangre preciosa de su Hijo, que son una parte de su carne inmaculada y de su
purísima sangre.
Aquí,
carísimos hermanos, exclama el santo Cardenal Pedro Damián, aquí os conjuro que
consideréis atentamente cuán deudores somos a esta dichosísima Madre de Dios, y cuán obligados estamos
a rendirle, después de Dios, acciones
de gracias. Porque este cuerpo adorable que recibimos en la santa Eucaristía,
es el mismo cuerpo que formó la dichosísima Virgen en sus entrañas, el que llevó
en su seno, y alimentó tan cuidadosamente, y esta sangre preciosa que bebemos
en el Sacramento de nuestra redención, es una parte de su sangre. ¿Qué lengua podría ,alabar dignamente a una tal Madre, que
alimenta a sus hijos con la carne inmaculada de sus entrañas, es decir, con
aquel que dijo, hablando de sí mismo: Yo soy el pan vivo que descendí ,del
cielo?
Por
esta divina María, todavía dice él mismo, comemos todos los días este pan
celestial, porque por sus oraciones Dios
nos excita a recibirle, y nos da la gracia de recibirlo dignamente.
Porque, así como Eva indujo al hombre a comer del fruto prohibido, que le causó
la muerte: era conveniente que María nos excitara a comer el pan de vida. Eva
nos hizo gustar un fruto que nos privó de las delicias del festín eterno de la
casa de Dios: María nos dio
un manjar que nos ha abierto la puerta del cielo y nos ha hecho dignos de
sentarnos para siempre a la mesa del Rey de los Ángeles.
¡Oh, sea por siempre bendita y honrada, en la tierra y en el cielo,
esta buenísima María, que tuvo tanta caridad con unas miserables creaturas, tan
indignas de ello! ¡Oh, sea por siempre alabado y glorificado por todo el
universo su benignísimo Corazón, tan lleno de amor a unos hijos que le son tan ingratos!
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