Mons. Lefebvre y S. S. Pío XII
La suma total ascendía a 2.280.000 francos, que
fueron pagados sin que el ecónomo supiera demasiado cómo; era como para creer
que, en medio de tanta miseria, el dinero corría a raudales.
Más aún, el Padre Lefebvre ya estaba adquiriendo la
reputación de tener el arte de gastar, una virtud que su querido Santo Tomás designaba
con el nombre de magnificencia, y a cuyo ritmo tuvo que ejercitarse el Ecónomo
provincial con cierto apuro.
«¡Nos dio de
comer!»
Ahora bien, donde el Padre Lefebvre empleó lo mejor
de su celo, y donde se ganó la gratitud ilimitada de los alumnos, fue en el
abastecimiento de un centenar de estómagos exigentes, enfrentados al
racionamiento en vigor, y para quienes no daban abasto ni la granja, ni el
gallinero, ni el huerto de la abadía.
Asimismo, el pueblo destruido sobrevivía a duras
penas; los campos arrasados por los combates eran más ricos en restos de guerra
que en ganado y cultivos: estaban todavía sembrados de carcasas de carros
alemanes o americanos, de proyectiles no estallados y de minas mal enterradas
que hacían peligroso el trabajo de los agricultores, o de osamentas que uno
encontraba debajo de un casco o dentro de un zapato abandonados.
Muchas granjas habían sido destruidas por los
enfrentamientos de artillería. Fue ahí, sin embargo, donde el ingenio del Padre
Superior hizo maravillas.
Consiguió de su hermano Michel un vehículo familiar
inutilizado, lo hizo transformar en una especie de camioneta y, al volante de
ese curioso aunque robusto vehículo, recorría, después de la Misa matutina, el
campo normando, yendo de granja en granja, ampliando su circuito según las
indicaciones de unos y de otros, y llevando al Seminario muchos víveres:
legumbres, manzanas, mantequilla, queso camembert, incluso pan y grandes trozos
de carne para los que hizo construir una cámara frigorífica.
Realmente nos dio de comer --exclamaba un antiguo
alumno de Mortain- Era el Superior, pero hacia de ecónomo [...] era un
verdadero organizador. ¡Pasamos frío, no era culpa suya, pero desde luego no
nos morimos de hambre, eso no!". «Cuando se es joven -atestiguaba otro
alumno-s- se tiene hambre. Entonces, cuando te enteras de que el Superior se
pasa el tiempo con el vehículo de su padre (el mismo vehículo de su padre
martirizado, muerto durante su deportación, él, todo un director de fábrica),
es algo que te impresiona. Además, se arremangaba la camisa. ¡Vamos, que se
ocupaba de nosotros! Sentíamos que se hacía cargo de nosotros y que nos
amaba",
SAN PIO X
3. Sana doctrina y
revolución
Fermentación de
las ideas?
Llegado para dar «lo que tenía», el Padre Lefebvre
se dedicó también a corregir las ideas equivocadas y a destruir las utopías
malsanas que se difundían entre el clero. La Liberación, al condenar el régimen
de Vichy, había censurado el movimiento espontáneo de restauración de un orden
social cristiano aprobado por el Mariscal y volvía a traer todo lo que este
último había eliminado de Francia. De este modo, las elecciones legislativas
del 21 de octubre de 1945 introdujeron a los comunistas en el gobierno del
General de Gaulle.
Además, durante la guerra, seminaristas y sacerdotes
mal formados habían estado en contacto permanente y cercano con militantes
comunistas; impresionados por el celo de éstos a favor de la victoria del
proletariado, se preguntaban: ¿No podría cristianizarse ese movimiento o al
menos orientarlo hacia Cristo?
Por otra parte, en Lisieux, el 5 de octubre de 1942,
se inauguró el Seminario de la Misión de Francia. Su Rector, el Padre Louis
Augros, PSS, seguidor de Jacques Maritain, aceptaba como él que la sociedad
humana, ya adulta, rechazase toda tutela, incluso por parte de la Iglesia, y
que desease bastarse a sí misma en su propio ámbito. En lo esencial, la tarea
misionera debía procurar, según él, la animación cristiana de esta nueva
civilización que se estaba edificando; hacían falta sacerdotes dispuestos a
bautizada y a realizar entre ella y el cristianismo una síntesis que nos
valiera una nueva cristiandad.
No solamente el apostolado, sino la propia vida
sacerdotal corrían el riesgo de descarriarse: en octubre de 1945 se vio entrar
en Lisieux a antiguos prisioneros o movilizados para el servicio de trabajos
forzados, orgullosos de sus misas simplificadas y «fraternales» y de sus
experiencias pastorales, que incitaban a los superiores a simplificar los ritos
y los ornamentos sagrados, y a enviar a los seminaristas a cursillos en las
fábricas o a sesiones organizadas por Economía y Humanismo.
Fundado en Marsella en 1940 por el Padre
Louis-joseph Lebret, O.P., ese centro de análisis y de síntesis sociológicas
examinaba la economía capitalista, incluso el apostolado parroquial, y libre de
«teorías rígidas» y de «nociones caducas», proponía reformas de estructuras,
tales como «equipos sacerdotales» que tuvieran influencia en los sectores
rurales des cristianizados (cosa que no era, por lo demás, ninguna tontería).
Pronto, en 1949, decididos a conservar ciertos «valores del comunismo», el
Padre Lebret denunciaba «el anticomunismo simple y bruto» de demasiados
cristianos.
Los cursillos dieron sus frutos: en mayo de 1946
Louis Augros soñaba con sacerdotes obreros, y en junio algunos seminaristas quisieron
inscribirse en el partido comunista: Sólo podemos abrir el comunismo a Cristo
desde dentro.
[ ... ] Para esto, nuestras esperanzas y nuestras
luchas tiene que
ser las mismas que las suyas".
Un celo que había que esclarecer con las enseñanzas
de los Papas En Mortain, algunos alumnos habían sido ganados por «el nuevo
ambiente” el Padre Lefebvre reaccionó: No se pongan nerviosos, no se dividan -recomendaba-,
estudien bien la moral social. Tengamos la precaución de no ser a priori «todo
para el pueblo», o de no estar a priori a favor de «los que poseen las
riquezas». Ambos grupos existen y existirán siempre.
El Superior confiaba en sus profesores para enseñar
la ética social, pero desconfiaba de la ciencia demasiado cambiante y pretenciosa
del sindicalismo y de la Acción Católica especializada.". Si bien es
verdad -les decía a sus alumnos- que hay que poseer muchos conocimientos sobre
estos temas, «aún es más necesario ir al África con una humildad profunda».
Dejaba una amplia libertad a las «reuniones de
equipo de círculos de estudio» del domingo por la mañana, siempre que en ellos
se estudiase la doctrina. La apertura de espíritu del Padre Lefebvre llegó
hasta conseguir, en 1946, la afiliación de Mortain al Instituto Católico de
París; así varios de los mejores alumnos podrían preparar un bachillerato en
filosofía escolástica y luego proseguir sus estudios en Roma".
La biblioteca ofrecía a los escolásticos diversas
revistas doctrinales, desde La Pensée catholiqut? hasta los Cahiers de l'action
religieuse et sociale de la Acción Popular, pasando por la Revue thomiste. El
Superior consideraba que su deber era dirigir la sana libertad en el estudio,
pues veía en algunos «un celo mal esclarecido que buscaba la alegría o la
animación a expensas de la caridad y de la Iglesia jerárquica». El Padre
Superior se esforzaba por enderezar esa mala mentalidad sin tomar medidas que
perjudicaran la atmósfera de confianza. Se contentaba con explicar que «la
verdadera alegría y la verdadera libertad de corazón proceden del amor a la
autoridad, a la verdad y a los hermanos».
Para esos espíritus jóvenes tentados por una acción
mal andada en los principios, el Padre Lefebvre hacía leer en el comedor las enseñanzas
de la Iglesia jerárquica: la carta de León XIII al Cardenal Gibbons sobre el
americanismo, la encíclica Pascendi de Pío X sobre el modernismo y su carta
sobre Le Sillon a propósito del modernismo social.
Mientras Pío XII les recordaba a los franceses los
«dones maravillosos que Francia recibió por su bautismo en Reims», poniéndolos
en guardia contra «el asalto de las fuerzas destructoras para seducir a Francia
y hacerla caer, para su mal y para mal de todas las naciones y de todos los
pueblos-", el Padre Superior recordaba a sus jóvenes el papel misionero de
la Francia católica, su papel de «sal de la tierra», su misión de iluminar, pero
«guardando el depósito incorruptible, la verdad, toda
la verdad».
En efecto, la verdad permanece, no evoluciona. Y
aunque las circunstancias puedan modificar sus aplicaciones, no modifican jamás
ni su enunciado ni su contenido. La verdad es tan
eterna como el propio Dios.
El peligro era llevar inconscientemente dentro de sí
los errores que proceden del naturalismo ambiente y obrar en consecuencia.
¿Quieren algunos ejemplos de ello? ¿Qué piensan ustedes de
- la libertad de conciencia,
-la libertad de cultos,
- la libertad de prensa,
- la laicidad del Estado,
-la declaración de los Derechos del Hombre
de 1789?
«¡Nos hizo leer un
libro de la Acción Francesa!»
El Padre Lefebvre tocaba el punto justo. Más de un
oyente, con el espíritu inconscientemente laicizado, se ofuscó al ver que el Superior atacaba los «sacrosantos» dogmas
republicanos.
«¡Escuchen a Pío IX -insistía el Padre
Marcel-, estudien las enseñanzas de los Papas!» Y para insistir bien en esto, hizo leer en el
comedor un pequeño opúsculo... que chocó con los prejuicios tenaces, según la
reacción que nos refirió uno de ellos: Recuerdo que en el comedor se hizo leer
un libro de la Acción Francesa. Yo era muy joven, pero de todos modos me extrañó
un poco, y me decía: Oye, ¿cómo puede ser estor".
Ahora bien, la obra leída no tenía nada que ver con
la Acción Francesa. Titulada La Revolución Francesa, a propósito del centenario
de 1789-1891, el autor era Monseñor Freppel, Obispo de Angers (1827-1891), que de ningún modo criticaba, como Maurras, la abolición de
la monarquía, sino que denunciaba en la Revolución la obra del naturalismo,
negador del Reinado Social de Jesucristo.
Enfrentado a la sorpresa de algunos oyentes y a su
confusión de espíritu, el Padre Lefebvre remachó el clavo:
La extrañeza de algunos de ustedes con
motivo de esta lectura no me sorprende demasiado, dada la atmósfera de laicismo
en la cual vivimos, que es una herencia de la Revolución; dada la educación y
la instrucción recibida en los colegios, intervenidas en todos sus programas, y
los libros en los que se falsifican las nociones históricas y cristianas. Tienen, pues, que
plantearse la cuestión: deben comprender que existe una verdadera forma de
enfocar la historia, la que nos enseñan los Sumos Pontífices y los Obispos que
siguen su pensamiento. Tienen que juzgar la historia a la luz de la Iglesia.
¿Se rechaza a la Iglesia? ¡Entonces, la civilización se derrumba y se cae en la
anarquía y en la esclavitud! Respondiendo a una objeción similar: «Estamos en un seminario y usted quiere darnos una formación
política; pero se nos ha dicho que el sacerdote no debe hacer política»,
el Padre Lefebvre distinguía:
Comprendan la siguiente verdad: el sacerdote no debe
hacer política. Pero distingamos: si por política entendemos las distintas
buenas formas de reinar y gobernar, entonces es verdad; pero si por política entendemos la estructura de la sociedad, su origen,
su constitución y su finalidad, en ese caso forma parte de la moral y, por
tanto, de la enseñanza de la Iglesia. El sacerdote ha de poder decir: tal
principio es falso o exagerado. Ustedes deben ser guías, luces, hombres de
principios.
MARISCAL PETAIN
El Padre Lefebvre
y la política
El Padre Lefebvre veía claramente la aplicación de
estos principios a la actualidad. El 15 de noviembre de 1945 el Mariscal
Pétain, condenado injustamente a muerte el 15 de agosto en la festividad de la
Asunción de la Santísima Virgen, fue transferido al fuerte de la Pierre-Levée
en la isla de Yeu. ¿Expresó entonces el Padre Marcel los sentimientos que lo
oprimían? Los manifestó en todo caso más tarde, cuando les explicaba a sus
seminaristas:
De Gaulle nos volvió a traer todo lo que el Mariscal
Pétain había suprimido de Francia". Todo fue destruido de nuevo, y se
decapitó el movimiento de orden católico y cristiano.
El 13 de abril de 1987, sobre la tumba del Mariscal
en la isla de Yeu, rindió homenaje en estos términos al soldado que se
sacrificó por su país: Salvaste a Francia dos veces y
no solamente la salvaste, sino que la restauraste espiritual y moralmente,
cuando le hiciste volver a encontrar sus profundas tradiciones de fe, de
trabajo y de amor a la familia. [...] Demostraste entonces un heroísmo y una virtud
excepcionales que habrían debido valerte el título de Padre de la Patria.
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