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viernes, 13 de octubre de 2017

LA VIDA DE MONSEÑOR LEFEBVRE

Mons. Lefebvre y S. S. Pío XII

La suma total ascendía a 2.280.000 francos, que fueron pagados sin que el ecónomo supiera demasiado cómo; era como para creer que, en medio de tanta miseria, el dinero corría a raudales.
Más aún, el Padre Lefebvre ya estaba adquiriendo la reputación de tener el arte de gastar, una virtud que su querido Santo Tomás designaba con el nombre de magnificencia, y a cuyo ritmo tuvo que ejercitarse el Ecónomo provincial con cierto apuro.
«¡Nos dio de comer!»
Ahora bien, donde el Padre Lefebvre empleó lo mejor de su celo, y donde se ganó la gratitud ilimitada de los alumnos, fue en el abastecimiento de un centenar de estómagos exigentes, enfrentados al racionamiento en vigor, y para quienes no daban abasto ni la granja, ni el gallinero, ni el huerto de la abadía.
Asimismo, el pueblo destruido sobrevivía a duras penas; los campos arrasados por los combates eran más ricos en restos de guerra que en ganado y cultivos: estaban todavía sembrados de carcasas de carros alemanes o americanos, de proyectiles no estallados y de minas mal enterradas que hacían peligroso el trabajo de los agricultores, o de osamentas que uno encontraba debajo de un casco o dentro de un zapato abandonados.
Muchas granjas habían sido destruidas por los enfrentamientos de artillería. Fue ahí, sin embargo, donde el ingenio del Padre Superior hizo maravillas.
Consiguió de su hermano Michel un vehículo familiar inutilizado, lo hizo transformar en una especie de camioneta y, al volante de ese curioso aunque robusto vehículo, recorría, después de la Misa matutina, el campo normando, yendo de granja en granja, ampliando su circuito según las indicaciones de unos y de otros, y llevando al Seminario muchos víveres: legumbres, manzanas, mantequilla, queso camembert, incluso pan y grandes trozos de carne para los que hizo construir una cámara frigorífica.
Realmente nos dio de comer --exclamaba un antiguo alumno de Mortain- Era el Superior, pero hacia de ecónomo [...] era un verdadero organizador. ¡Pasamos frío, no era culpa suya, pero desde luego no nos morimos de hambre, eso no!". «Cuando se es joven -atestiguaba otro alumno-s- se tiene hambre. Entonces, cuando te enteras de que el Superior se pasa el tiempo con el vehículo de su padre (el mismo vehículo de su padre martirizado, muerto durante su deportación, él, todo un director de fábrica), es algo que te impresiona. Además, se arremangaba la camisa. ¡Vamos, que se ocupaba de nosotros! Sentíamos que se hacía cargo de nosotros y que nos amaba",


SAN PIO X

3. Sana doctrina y revolución

Fermentación de las ideas?
Llegado para dar «lo que tenía», el Padre Lefebvre se dedicó también a corregir las ideas equivocadas y a destruir las utopías malsanas que se difundían entre el clero. La Liberación, al condenar el régimen de Vichy, había censurado el movimiento espontáneo de restauración de un orden social cristiano aprobado por el Mariscal y volvía a traer todo lo que este último había eliminado de Francia. De este modo, las elecciones legislativas del 21 de octubre de 1945 introdujeron a los comunistas en el gobierno del General de Gaulle.
Además, durante la guerra, seminaristas y sacerdotes mal formados habían estado en contacto permanente y cercano con militantes comunistas; impresionados por el celo de éstos a favor de la victoria del proletariado, se preguntaban: ¿No podría cristianizarse ese movimiento o al menos orientarlo hacia Cristo?
Por otra parte, en Lisieux, el 5 de octubre de 1942, se inauguró el Seminario de la Misión de Francia. Su Rector, el Padre Louis Augros, PSS, seguidor de Jacques Maritain, aceptaba como él que la sociedad humana, ya adulta, rechazase toda tutela, incluso por parte de la Iglesia, y que desease bastarse a sí misma en su propio ámbito. En lo esencial, la tarea misionera debía procurar, según él, la animación cristiana de esta nueva civilización que se estaba edificando; hacían falta sacerdotes dispuestos a bautizada y a realizar entre ella y el cristianismo una síntesis que nos valiera una nueva cristiandad.
No solamente el apostolado, sino la propia vida sacerdotal corrían el riesgo de descarriarse: en octubre de 1945 se vio entrar en Lisieux a antiguos prisioneros o movilizados para el servicio de trabajos forzados, orgullosos de sus misas simplificadas y «fraternales» y de sus experiencias pastorales, que incitaban a los superiores a simplificar los ritos y los ornamentos sagrados, y a enviar a los seminaristas a cursillos en las fábricas o a sesiones organizadas por Economía y Humanismo.
Fundado en Marsella en 1940 por el Padre Louis-joseph Lebret, O.P., ese centro de análisis y de síntesis sociológicas examinaba la economía capitalista, incluso el apostolado parroquial, y libre de «teorías rígidas» y de «nociones caducas», proponía reformas de estructuras, tales como «equipos sacerdotales» que tuvieran influencia en los sectores rurales des cristianizados (cosa que no era, por lo demás, ninguna tontería). Pronto, en 1949, decididos a conservar ciertos «valores del comunismo», el Padre Lebret denunciaba «el anticomunismo simple y bruto» de demasiados cristianos.
Los cursillos dieron sus frutos: en mayo de 1946 Louis Augros soñaba con sacerdotes obreros, y en junio algunos seminaristas quisieron inscribirse en el partido comunista: Sólo podemos abrir el comunismo a Cristo desde dentro.
[ ... ] Para esto, nuestras esperanzas y nuestras luchas tiene que
ser las mismas que las suyas".
Un celo que había que esclarecer con las enseñanzas de los Papas En Mortain, algunos alumnos habían sido ganados por «el nuevo ambiente” el Padre Lefebvre reaccionó: No se pongan nerviosos, no se dividan -recomendaba-, estudien bien la moral social. Tengamos la precaución de no ser a priori «todo para el pueblo», o de no estar a priori a favor de «los que poseen las riquezas». Ambos grupos existen y existirán siempre.
El Superior confiaba en sus profesores para enseñar la ética social, pero desconfiaba de la ciencia demasiado cambiante y pretenciosa del sindicalismo y de la Acción Católica especializada.". Si bien es verdad -les decía a sus alumnos- que hay que poseer muchos conocimientos sobre estos temas, «aún es más necesario ir al África con una humildad profunda».
Dejaba una amplia libertad a las «reuniones de equipo de círculos de estudio» del domingo por la mañana, siempre que en ellos se estudiase la doctrina. La apertura de espíritu del Padre Lefebvre llegó hasta conseguir, en 1946, la afiliación de Mortain al Instituto Católico de París; así varios de los mejores alumnos podrían preparar un bachillerato en filosofía escolástica y luego proseguir sus estudios en Roma".
La biblioteca ofrecía a los escolásticos diversas revistas doctrinales, desde La Pensée catholiqut? hasta los Cahiers de l'action religieuse et sociale de la Acción Popular, pasando por la Revue thomiste. El Superior consideraba que su deber era dirigir la sana libertad en el estudio, pues veía en algunos «un celo mal esclarecido que buscaba la alegría o la animación a expensas de la caridad y de la Iglesia jerárquica». El Padre Superior se esforzaba por enderezar esa mala mentalidad sin tomar medidas que perjudicaran la atmósfera de confianza. Se contentaba con explicar que «la verdadera alegría y la verdadera libertad de corazón proceden del amor a la autoridad, a la verdad y a los hermanos».
Para esos espíritus jóvenes tentados por una acción mal andada en los principios, el Padre Lefebvre hacía leer en el comedor las enseñanzas de la Iglesia jerárquica: la carta de León XIII al Cardenal Gibbons sobre el americanismo, la encíclica Pascendi de Pío X sobre el modernismo y su carta sobre Le Sillon a propósito del modernismo social.
Mientras Pío XII les recordaba a los franceses los «dones maravillosos que Francia recibió por su bautismo en Reims», poniéndolos en guardia contra «el asalto de las fuerzas destructoras para seducir a Francia y hacerla caer, para su mal y para mal de todas las naciones y de todos los pueblos-", el Padre Superior recordaba a sus jóvenes el papel misionero de la Francia católica, su papel de «sal de la tierra», su misión de iluminar, pero «guardando el depósito incorruptible, la verdad, toda la verdad».
En efecto, la verdad permanece, no evoluciona. Y aunque las circunstancias puedan modificar sus aplicaciones, no modifican jamás ni su enunciado ni su contenido. La verdad es tan eterna como el propio Dios.
El peligro era llevar inconscientemente dentro de sí los errores que proceden del naturalismo ambiente y obrar en consecuencia. ¿Quieren algunos ejemplos de ello? ¿Qué piensan ustedes de
- la libertad de conciencia,
-la libertad de cultos,
- la libertad de prensa,
- la laicidad del Estado,
-la declaración de los Derechos del Hombre de 1789?
«¡Nos hizo leer un libro de la Acción Francesa!»
El Padre Lefebvre tocaba el punto justo. Más de un oyente, con el espíritu inconscientemente laicizado, se ofuscó al ver que el Superior atacaba los «sacrosantos» dogmas republicanos.
«¡Escuchen a Pío IX -insistía el Padre Marcel-, estudien las enseñanzas de los Papas!» Y para insistir bien en esto, hizo leer en el comedor un pequeño opúsculo... que chocó con los prejuicios tenaces, según la reacción que nos refirió uno de ellos: Recuerdo que en el comedor se hizo leer un libro de la Acción Francesa. Yo era muy joven, pero de todos modos me extrañó un poco, y me decía: Oye, ¿cómo puede ser estor".
Ahora bien, la obra leída no tenía nada que ver con la Acción Francesa. Titulada La Revolución Francesa, a propósito del centenario de 1789-1891, el autor era Monseñor Freppel, Obispo de Angers (1827-1891), que de ningún modo criticaba, como Maurras, la abolición de la monarquía, sino que denunciaba en la Revolución la obra del naturalismo, negador del Reinado Social de Jesucristo.
Enfrentado a la sorpresa de algunos oyentes y a su confusión de espíritu, el Padre Lefebvre remachó el clavo:
La extrañeza de algunos de ustedes con motivo de esta lectura no me sorprende demasiado, dada la atmósfera de laicismo en la cual vivimos, que es una herencia de la Revolución; dada la educación y la instrucción recibida en los colegios, intervenidas en todos sus programas, y los libros en los que se falsifican las nociones históricas y cristianas. Tienen, pues, que plantearse la cuestión: deben comprender que existe una verdadera forma de enfocar la historia, la que nos enseñan los Sumos Pontífices y los Obispos que siguen su pensamiento. Tienen que juzgar la historia a la luz de la Iglesia. ¿Se rechaza a la Iglesia? ¡Entonces, la civilización se derrumba y se cae en la anarquía y en la esclavitud! Respondiendo a una objeción similar: «Estamos en un seminario y usted quiere darnos una formación política; pero se nos ha dicho que el sacerdote no debe hacer política», el Padre Lefebvre distinguía:
Comprendan la siguiente verdad: el sacerdote no debe hacer política. Pero distingamos: si por política entendemos las distintas buenas formas de reinar y gobernar, entonces es verdad; pero si por política entendemos la estructura de la sociedad, su origen, su constitución y su finalidad, en ese caso forma parte de la moral y, por tanto, de la enseñanza de la Iglesia. El sacerdote ha de poder decir: tal principio es falso o exagerado. Ustedes deben ser guías, luces, hombres de principios.
MARISCAL PETAIN
El Padre Lefebvre y la política
El Padre Lefebvre veía claramente la aplicación de estos principios a la actualidad. El 15 de noviembre de 1945 el Mariscal Pétain, condenado injustamente a muerte el 15 de agosto en la festividad de la Asunción de la Santísima Virgen, fue transferido al fuerte de la Pierre-Levée en la isla de Yeu. ¿Expresó entonces el Padre Marcel los sentimientos que lo oprimían? Los manifestó en todo caso más tarde, cuando les explicaba a sus seminaristas:
De Gaulle nos volvió a traer todo lo que el Mariscal Pétain había suprimido de Francia". Todo fue destruido de nuevo, y se decapitó el movimiento de orden católico y cristiano.
El 13 de abril de 1987, sobre la tumba del Mariscal en la isla de Yeu, rindió homenaje en estos términos al soldado que se sacrificó por su país: Salvaste a Francia dos veces y no solamente la salvaste, sino que la restauraste espiritual y moralmente, cuando le hiciste volver a encontrar sus profundas tradiciones de fe, de trabajo y de amor a la familia. [...] Demostraste entonces un heroísmo y una virtud excepcionales que habrían debido valerte el título de Padre de la Patria.



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