§ 3. AMPLITUD (continuación)
2.-
Hablemos ahora de su altura, la cual no es menos admirable en su elevación, que aquélla en su abajamiento. ¿Qué altura es ésta? Es
El su sublime contemplación.
Pero ¿de qué contemplación queréis hablar?, porque los teólogos místicos nos
enseñan que hay varias clases. Quiero hablar de aquella
que es la más pura, la más excelente, la más agradable a Dios; la cual consiste
en contemplar y mirar siempre fijamente, en todo lugar, en todo tiempo, y en
todas las cosas, su adorabilísima voluntad, a fin de seguirla en todo, y
siempre.
En
esta contemplación el Corazón de la Bienaventurada Virgen estaba incesantemente
empleado.
Este
era su estudio, su cuidado, su aplicación perpetua, pues no tenía otras
inclinaciones, ni otras intenciones en todos sus pensamientos, palabras,
acciones, sufrimientos, y generalmente en todas
sus cosas, que la de agradar a su Divina Majestad, y en cumplir su divina voluntad. "Con un gran corazón y un grande afecto".
Sobre lo cual se pueden emplear también estas palabras del Espíritu Santo:
Accedet homo ad cor altum, et exaltabitur Deus (1O). Pues
la expresión cor altum, significa un corazón profundo en humildad, como
acabamos de ver; y un corazón elevado por la contemplación y el amor de la
divina Voluntad. De suerte que muy bien se les puede explicar de este modo: Cuando el hombre llegue a tener un corazón profundo y
elevado, es decir, un corazón abajado y adherido inseparablemente a la
santísima voluntad de su Dios, entonces es cuando más honor y gloria
puede dar a su Divina majestad; pues éstos son los dos medios más excelentes
para agradarle y glorificarle.
Mas si
tratamos de otra clase de contemplación, cualquiera que ella sea, San
Bernardino de Sena nos asegura que la bienaventurada Virgen ha sido más
encumbrada y más perfecta en este ejercicio santo, desde el vientre de su
madre, que los más altos y santos contemplativos en su edad perfecta; e
igualmente que estaba más esclarecida y más unida a Dios, por su contemplación,
durmiendo, que cualquier otro despierto, según el testimonio que el Espíritu
Santo le hace afirmar por estas palabras que él pone en su boca: "Yo duermo y mi corazón vigila" (11).
3.-
Hablemos ahora de la anchura de nuestro océano, diciendo que consiste en el
amor casi sin medida del amabilísimo Corazón de la Madre del Amor Hermoso, con
respecto a Dios: amor que la llevaba a amar ardentísima y purísimamente su
infinita bondad en todo lugar, en todo tiempo, en todas las cosas: amor que
hacía a su Corazón estar siempre presto a hacerlo todo, a sufrirlo todo, a
renunciar a todo y a darlo todo por su gloria.
De
modo que bien podía decir: "Mi Corazón está
siempre puesto en Dios, mi Corazón está siempre presto".
4.-
Mas ¿pensáis acaso que la longitud de este océano es menor que su anchura? De
ninguna manera, como a continuación veremos.
¿Qué
longitud es ésta? Es su caridad hacia todos los hombres que han existido,
existen y existirán en los siglos pasados, presentes y venideros. Es una
caridad que se extiende de un extremo a otro del mundo, y desde el comienzo de
los siglos hasta su fin; más, usando palabras del Espíritu Santo, de una
eternidad a otra: Pues esta caridad sin límites impulsó a la Madre del Redentor
a ofrecer e inmolar a su Hijo cuando estaba al pie de su Cruz, por todos los
que habían de existir hasta el fin de los siglos. Y si hubiese habido hombres
desde toda la eternidad, que hubiesen tenido necesidad de redención, por ellos
también lo habría ofrecido lo mismo que por los demás. Y si Ella hubiese morado
para siempre en este mundo, y también hubiese sido necesario para la salvación
de las almas, hacer este sacrificio eternamente, eternamente lo habría hecho;
tan cierto es que la caridad de su Corazón no tiene términos ni límites, y que
la longitud de este mar nada desdice de su anchura.
Pues su anchura es su amor a Dios, y su longitud su caridad hacia los hombres.
Ahora bien, este, amor y esta caridad no son sino una misma cosa en el Corazón
de la Madre de amor, pues Ella no ama más que a Dios en sus criaturas más que
por el amor que ella dirige al Creador.
Oigo a
San Pablo que exclama: en el ardor de su caridad y de su celo por las almas: "Mi corazón se ha dilatado y extendido para en él
meteros a todos, ¡oh Corintios!" (12). Sobre lo cual habla así San
Juan Crisóstomo: "Nada hay más dilatado dice
él, que el corazón de San Pablo. No es de maravillar que tuviese un tal corazón
para los fieles, puesto que su caridad se extendía también a todos los infieles
y a todo el mundo. Era de una capacidad tan grande este corazón, que encerraba
en si las ciudades, los pueblos y las naciones enteras" (13). No
obstante sería hacer una grande injuria al respeto que este divino Apóstol
tiene a la sacrosanta Madre de Dios, el comparar su caridad a la de Ella,
puesto que la caridad de su corazón maternal sobrepasa tanto a la de los
corazones de los Ángeles y de los Santos, como su dignidad en cierta manera
infinita de Madre de Dios, a la que es proporcionada, excede a todas las
dignidades de la tierra y del cielo. No hagamos, pues, comparación entre una
cosa en cierto modo infinita y otra finita.
He
aquí la profundidad, la altura, la longitud y la anchura del mar inmenso del
Corazón admirable de la Reina del cielo, que consisten
en su humildad profundísima, en su altísima contemplación, en su caridad
extendida a todos los hombres y
en su grandísimo amor a Dios.
Entreguémonos
de todo corazón al Espíritu divino, que estableció todas estas virtudes en el
Corazón sagrado de nuestra muy honrada Madre, de una manera tan excelente, para
imitarla tanto como podamos, con la gracia de su hijo Jesucristo Nuestro Señor,
y por medio de su santa intercesión.
¡Bienaventurados
quienes lo hagan: Bienaventurados los que se pierdan en
este mar de amor, de caridad, de humildad y de abandono de sí mismos a la
divina Voluntad!
CAPÍTULO VII
Sexto cuadro del
santísimo Corazón de la,
bienaventurada
Virgen, que es
el Paraíso Terrenal
Una de
las más expresas figuras que la poderosísima y sapientísima mano del Padre
Eterno nos ha trazado del Corazón dichoso de su, muy amada Hija la Preciosísima
Virgen, es el Paraíso Terrenal que se nos describe en los capítulos
segundo y tercero del Génesis. Es un muy excelente cuadro que su
infinita bondad nos ha dado de este buenísimo Corazón. Es un paraíso que
representa perfectamente otro paraíso. Es el paraíso del primer hombre, que nos
manifiesta excelentemente el paraíso del segundo.
§ 1. DELICIAS DE
DIOS
Comencemos
por el nombre. Si consultamos al oráculo divino, veremos que este primer
paraíso es llamado "Paraíso de deleite, lugar de
placer, jardín de delicias", nombre que perfectamente conviene al
Corazón sagrado de la Madre de Dios, verdadero paraíso del nuevo hombre Jesús;
Jardín del Bien Amado, Jardín cerrado y doblemente cerrado, Jardín de delicias.
Son tres nombres que el Espíritu Santo da al Corazón de su Santa Esposa, y que
dicen mucho.
Primeramente,
es el Jardín del Bien Amado. Pues
no oís cómo este divino Espíritu la hace hablar de este modo: "Que venga
mi bien amado a su jardín"'. ¿Quién es este bien amado del que habla? ¿No
es acaso su Hijo Jesús, el único objeto de su amor? ¿Qué jardín es éste, al
cual ella le invita a venir, sino su Corazón virginal, según la explicación del
sabio, al cual ella le atrajo como ha sido dicho, por su amor, por su humildad? De suerte que el jardín del Bien
Amado es el Corazón de la bien amada; el Corazón de María es el Jardín de
Jesús.
En
segundo lugar, es un Jardín cerrado, dice, su celestial Esposo. Mas ¿por
qué dice dos veces que es un jardín cerrado? No sin misterio: Es para
enseñarnos que el Corazón de su queridísima Esposa está absolutamente cerrado a
dos cosas: cerrado al pecado, que jamás en él
tuvo entrada, lo mismo que a la serpiente que es el autor del pecado; cerrado al mundo y a todas las
cosas del mundo, y en general a todo lo que no es Dios, el cual ha
estado siempre ocupado, sin dar lugar a cualquier otra cosa.
Es
también para manifestarnos que siempre estuvo doblemente cerrado al pecado, es
decir, por dos fuertes murallas; y doblemente cerrado al mundo y a todo lo que
no es Dios, por otras dos inquebrantables murallas.
¿Cuáles
son estas murallas que le cerraron al pecado? Es la gracia extraordinaria que
fue concedida a la Santísima Virgen, en el momento de su inmaculada concepción,
la cual cerró la entrada de su Corazón y de su alma al pecado original; y es el
grandísimo odio al pecado del que siempre estuvo lleno su Corazón, el que cerró
su puerta a toda clase de pecado actual.
¿Y
cuáles son las otras dos murallas, que lo han cerrado también al mundo y a
todas las cosas creadas? La primera es el perfecto amor de Dios, del que estuvo
siempre tan henchido, que en él nunca hubo lugar para ninguna criatura. La
segunda es el perfecto conocimiento que esta divina María tenía de sí misma y
de todas las cosas creadas. Pues, como sabía muy bien que por sí misma nada era
y nada merecía, así nada se apropiaba, estimándose indigna de todo; y, como
conocía clarísimamente que todas las cosas que hay en el mundo nada son, no les
daba entrada alguna en su Corazón, que Ella sabía que había sido creado, no
para las cosas que no son nada, sino para aquel que lo es todo. He aquí las
razones porque el Espíritu Santo dice dos veces que es un Jardín Cerrado.
El
tercer nombre que le da, al contemplarla en su figura que es el primer paraíso,
es el de: Jardín de Delicias. Pues
en efecto es el jardín de las delicias del Hijo de Dios, y de sus más grandes
delicias, después de aquellas de las que ha gozado desde toda la eternidad en
el seno y en el Corazón de su Padre.
Si Vos
nos aseguráis, Jesús mío, que vuestras delicias son estar con los hijos de los
hombres (2), aunque estén tan llenos de pecados, de ingratitudes, de
infidelidades, ¿qué delicias no tendrías en el amabilísimo Corazón de vuestra
Santísima Madre, donde jamás habéis visto nada que no os fuese agradable, donde
siempre habéis sido alabado y glorificado y amado más perfectamente que en el
paraíso de los Querubines y de los Serafines? Ciertamente se puede bien afirmar
que después del seno adorable de nuestro Padre eterno, no ha habido ni habrá
jamás un lugar tan santo, tan digno de vuestra grandeza y tan lleno de gloria y
de contento para vos, como el Corazón virginal de vuestra bienaventurada Madre.
De
aquí viene, Salvador mío, que después que Ella os ha invitado a venir a su
jardín, esto es a su Corazón, diciéndoos: Veniat
Dilectus in hortum suum, Vos le hayáis respondido: "He venido a mi jardín Hermana mía, Esposa mía; en él he
recogido mi mirra con mis aromas", es decir, he recogido todas las
mortificaciones y angustias de vuestro Corazón, y todos los actos de virtud que
ha practicado por mi amor, a fin de conservarlos en mi Corazón, y cifrar en
ellos mi alegría y mi gloria eternamente: "En él
también he comido mi miel, y en él he bebido mi vino y mi leche"
(3), es decir, encuentro tantas delicias en este paraíso que m¡ eterno Padre me
ha dado, que me parece que tengo en él un continuo festín, y un festín de miel,
de vino y de leche.
Esto
por lo que se refiere al nombre.
¿Queréis
ahora saber quién fue el que hizo el paraíso terrenal? Escuchad la divina
Palabra: fue Dios, fue el Señor quien plantó por su propia mano el paraíso de
delicias desde el comienzo del mundo".
Fue su
infinita bondad para con el primer hombre la que le obligó a hacer este primer
paraíso para él y para su posteridad, con el objeto de hacerles pasar, en caso
de haber sido obedientes, de un paraíso terrestre y temporal a otro celestial y
eterno.
De
igual manera, el amor incomparable del eterno Padre al segundo Adán, es decir a
su hijo Jesús, fue el que le hizo crear este segundo Paraíso para él y para sus
verdaderos hijos, los cuales permanecerán en él eternamente con su buen Padre,
quien desde ahora les hace y les liará por siempre participantes de las santas
y divinas delicias que él posee. Por esto, después que ha dicho a su dignísima
Madre que ha venido a su jardín para comer en él su miel y beber su vino y su
leche, se dirige a sus mismos hijos y les dice: "Comed
y bebed conmigo, amigos, y embriagaos, carísimos" (4).
§ 2. RECREO DE
DIOS
Qué
significa el caminar de las tres Personas eternas por las tres alamedas del
Paraíso? He aquí su sentido: El Padre se pasea por la primera, que figura la memoria, para excitar a su Hija
predilecta a acordarse no sólo de todas las gracias que ella recibió de su
bondad, sino también de todos los bienes que otorgó a todas las creaturas, para
bendecirle y darle gracias continuamente ello. El Hijo se pasea por la segunda
alameda, que para
iluminarlo con sus luces celestiales y hacerle conocer su adorabilísima
voluntad en todas las cosas de su santísima Madre, a fin de que la siga en todo
y en todas partes. El Espíritu Santo se pasea por la tercera alameda, que es la voluntad, para animarla a ejercitar
incesantemente su amor a Dios y su caridad con las creaturas de Dios.
Además,
este santo caminar de estas tres adorables Personas por nuestro verdadero
Paraíso terrestre y celestial al mismo tiempo, es decir, por el Corazón de
nuestra incomparable, María, representa las impresiones y comunicaciones que,
en un grado altísimo, hicieron de sus divinas perfecciones a este mismo
Corazón: el Padre, de su poder; el Hijo, de su
sabiduría; el Espíritu Santo, de su bondad. Por una participación
eminentísima del poder del Padre, este Corazón maternal de nuestra dignísima
Madre tiene todo poder para ayudar, favorecer y llenar a sus verdaderos hijos
de toda suerte de bienes; por una comunicación abundantísima de la sabiduría
del Hijo, sabe una infinidad de medios y de invenciones para hacerlo; y por
tina impresión fortísima de la bondad del Espíritu Santo, está todo él lleno de
caridad y de benignidad para quererlo hacer.
En
fin, la divina Misericordia y las tres Personas de la santísima Trinidad
reciben un contento singular al caminar sobre las violetas de que están
cubiertos estos cuatro paseos, porque no hay nada que
contente tanto a su Divina Majestad como la humildad, y sobre todo la humildad del Corazón de la más digna y de la
más elevada de todas sus creaturas.
Cuando
Dios camina sobre estas violetas, ellas se abajan,
después se vuelven a levantar y quedan más hermosas. Es para hacernos ver que
cuantas más gracias concedió Dios a este mismo Corazón por la impresión y
comunicación de sus divinas perfecciones, tanto más él
se abajó por su humildad, a vista de su nada; y luego se levantó por el
amor a Dios, a vista de su bondad; y así quedó más agradable a su Divina
Majestad. Cierto que es cosa grande en nuestra
humildísima María, el ser Virgen; es cosa más grande el ser Virgen y
Madre al mismo tiempo; es cosa grandísima el ser Virgen y Madre de un Dios.
Pero lo que es admirable sobre todas las cosas es, que siendo tan grande -como
era, y elevada en alguna manera infinitamente sobre todas las cosas creadas por
su dignidad en cierto modo infinita de Madre de Dios, se
humilló siempre por debajo de todas las creaturas, creyéndose la más pequeña y
la última de todas.
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