Una revelación
Las
expresiones de gratitud, veneración y afecto hacia su Superior romano lloverán
a menudo en las palabras de Monseñor Lefebvre durante sus sermones o
conferencias espirituales. Así, en el sermón de su jubileo sacerdotal, el 23 de
septiembre de 1979, se complacerá en evocar «la elevada dirección del querido y
venerado Padre Le Floch, Padre amado, Padre que nos enseñó a ver claro en los
acontecimientos de la época, comentándonos las encíclicas de los Papas."
«Jamás agradeceré lo
bastante a Dios -decía- haberme permitido conocer a ese hombre realmente
extraordinario».
Monseñor
Lefebvre decía que las enseñanzas del Padre Le Floch fueron para él una
«revelación»:
Fue él
quien nos enseñó lo que eran los Papas en el mundo y en la Iglesia, y lo que
habían enseñado durante un siglo y medio: el antiliberalismo, el antimodernismo,
el anticomunismo y toda la doctrina de la Iglesia sobre estos temas. Nos hizo
comprender y vivir realmente este combate emprendido por los Papas con absoluta
continuidad para preservar al mundo y a la Iglesia de esas plagas que hoy nos
oprimen. Eso fue para mí una revelación.
¿En
qué fue una revelación? El antiguo alumno del colegio de Tourcoing nos lo
explicaba claramente: Durante mis estudios no había entendido antes lo que está
en juego en este combate de la Iglesia por la Iglesia y por la Cristiandad".
Recuerdo [...] haber llegado al Seminario con ideas equivocadas que fui
corrigiendo durante mi Seminario. Yo creía, por ejemplo, que era excelente que
el Estado estuviese separado de la Iglesia. ¡Sí, yo era liberal! Esa confesión
desencadenó, evidentemente, la risa de sus oyentes, los seminaristas de Écone:
¡Monseñor Lefebvre había sido liberal! Y ¿cómo ocurrió su conversión
intelectual? Simplemente, decía, escuchaba las conversaciones de mis compañeros
mayores. Escuchaba sus reacciones y, sobre todo, lo que mis profesores y mi
superior me enseñaban. Y me di cuenta de que, en efecto, tenía muchas ideas
falsas. [ ... ] Me sentía feliz de poder aprender la verdad, me sentía feliz de
comprender que estaba equivocado, que tenía que cambiar mi manera de concebir
ciertas cosas, y eso sobre todo estudiando las en cíclicas de los Papas que nos
mostraban precisamente todos los errores modernos: esas magníficas encíclicas
de todos los Papas hasta San Pío X y el Papa Pío XI.
Para mí -insistía-, fue una revelación total. Y así
iba naciendo poco a poco en nosotros el deseo de conformar nuestro juicio con
el de los Papas. Nos preguntábamos: ¿C6mo juzgaron los Papas los
acontecimientos, las ideas, los hombres, las cosas de su tiempo? Y el Padre Le
Floch nos mostraba" las ideas directivas de esos Papas en sus encíclicas:
siempre las mismas, exactamente las mismas. Eso nos enseñó [...] cómo había que
juzgar la historia [...], y eso es lo que se nos quedó grabado",
«Tal como juzgaron los Papas»: la preocupación
constante de Monseñor Lefebvre sería la de inscribirse en la continuidad de
juicio de los Papas y no tener ninguna idea personal, sino ser simplemente fiel
a la «verdad de la Iglesia, la que siempre Ella ha enseñado» Vivimos siempre en
estado de cruzada Ahora bien, la Iglesia siempre había enseñado a la vez que
combatía.
El Padre Le Floch -decía Monseñor Lefebvre-, nos
hizo entrar y vivir en la historia de la Iglesia, en ese combate que las
fuerzas perversas sostenían contra Nuestro Señor. Eso nos movilizó contra este
funesto liberalismo, contra la Revolución y las potestades del mal que trabajan
para derribar la Iglesia, el reino de Nuestro Señor, los Estados católicos y la
cristiandad entera.
La mayor parte de los seminaristas abrazaban ese
combate, y los demás no se quedaban, explicaba también Monseñor Lefebvre: «Tuvimos
que elegir: o dejar el seminario si no estábamos de acuerdo, o continuar y
entrar en el combate-F. Pero entrar en ese combate significaba comprometerse de
por vida: «Creo que toda nuestra vida sacerdotal (y episcopal) quedó orientada
por ese combate contra el liberalismo.
Ese liberalismo era también el de los católicos
liberales, «gente de doble cara» que se dice católica pero que «no puede
soportar la verdad íntegra ni que se condenen los errores, a los enemigos de la
Iglesia, y que estemos siempre en estado de cruzada».
«Eso es -concluía Monseñor Lefebvre-, vivimos en
estado de cruzada, en estado de combate continuo, y esta cruzada -precisaba-
puede exigir el rnartirio-".
Bajo la bandera de
Cristo Rey y Sacerdote
Como lo atestigua Denis Fahey"; las lecturas
que se proponían a los seminaristas o se hacían en el comedor les hacían contemplar
con Godefroid Kurth'" «el Cuerpo Místico de Cristo transformando la
sociedad pagana del Imperio Romano y preparando el movimiento creciente de
reconocimiento del programa de Nuestro Señor Jesucristo Sacerdote y Rey»; les
ayudaba a comprender con el Padre Deschamps" que «las revoluciones
provocaban la exclusión del gobierno de Cristo Rey con la intención de eliminar
finalmente la misa y la vida sobrenatural de Cristo sumo Sacerdote». El De Ecclesia
del Padre (luego Cardenal) Billot, S.]., les hacía «captar el sentido de la
realeza de Cristo y el horror al liberalismo». Con las enseñanzas del Cardenal
Pie aprendían «el significado pleno del "Venga a nosotros tu reino",
esto es, que el reino del Señor debe establecerse no solamente en las almas
individuales y en el cielo, sino también en la tierra mediante la sumisión de
los Estados y de las naciones a su gobierno. Destronar a Dios sobre la tierra
es un crimen al que no hemos de resignarnos jamás».
«El Syllabus del Papa Pío IX y las encíclicas de los
cuatro últimos papas -decía Fahey- fueron el objeto principal de mis meditaciones
sobre la realeza de Cristo y sus relaciones con el sacerdocio».
Marcel Lefebvre hizo lo mismo.
En San Pedro, cuando visitaba la basílica, Fahey se
quedaba un buen rato en la Confesión y allí prometía al primer Papa «enseñar la
verdad sobre su Maestro como él y sus sucesores, los Romanos Pontífices,
querían que se enseñases ".
La verdad sobre Cristo Rey y Sacerdote, a la luz de
los Papas, en el combate contra los adversarios de esta verdad, era también el
depósito sagrado que Marcel Lefebvre decidió transmitir.
3. Un filósofo
contemplativo
¡Esa buena y antigua Gregoriana! Pero antes de
transmitir, había que dejarse formar. El 5 de noviembre la Universidad
Gregoriana abrió sus puertas para la lectio brevis a la bandada pintoresca y
multicolor de setecientos seminaristas que llegarían a ella cada mañana desde
todas las callejuelas adyacentes, los alemanes vestidos de rojo, los hispanos
de azul y negro, y los religiosos en toda la variedad de sus sayales. De esa
lección inaugural recitada en un latín cantarín y voluble por el Padre
Lazzarini, Mareel sólo entendió algunas palabras. Se quedó casi desanimado.
Pero no tardaría en arreglárselas", Se
inscribió en la Facultad de Filosofía, en el curso de «segundo año, cuyo ritmo
diario incluía dos o tres horas por la mañana y otras tantas por la tarde.
Hacían falta tres minutos para cruzar la Piazza
della Minerva y llegar, en la Vía del Seminario, al alto portal del Palazzo
Borromeo que, después de la expoliación del Colegio Romano en 1870, albergaba la
Universidad Gregoriana. Su nombre original era el que le dio su creador San
Ignacio: Colegio Romano?.
Allí Louis Billot había enseñado, como un dívus
Thomas redivivus, el tomismo y el combate contra
el modernismo y contra el liberalismo, al que calificaba de «perfecta y
absoluta incoherencia, por la oposición que sus partidarios establecen entre
los principios y la práctica, ya que los principios que ellos dicen aceptar no
son sino las reglas prácticas de acción, que precisamente se niegan a admitir».
Creado Cardenal por San Pío X en noviembre de 1911, tuvo que dejar la docencia,
pero en 1923 todavía seguía siendo el maestro ideal, venerado por los Padres y
seminaristas de Santa Chiara.
Aridez metafísica y verdades políticas
antirrevolucionarias No sin esfuerzo, el joven estudiante llegó a saborear «la
única y verdadera filosofía del sentido común y de lo real»43 que ofrecía el
Padre Charles Boyer en su clase de lógica y de metafísica general, que hacía
las delicias de las mentes más especulativas que Marcel.
Aprobó el examen el 2 de julio con la calificación
de bene probatus.
Le costó tener que «hacer pura filosofía sin
relación con la fe»; faltaban las aplicaciones y consecuencias cristianas de
los principios filosóficos; ahora bien -pensaba el alumno- «la filosofía no
escapa al dominio universal de Nuestro Señor, es la sierva de la teología», y
por eso ha de ser «asumida por la gracia, del mismo modo que la naturaleza
humana de Nuestro Señor por su naturaleza divinax,
La política que enseñaba el Padre Lorenzo Giammusso
en su clase de ética apasionaba a Marcel Lefebvre. Exponía las verdades que
acababan con los mitos revolucionarios de la «voluntad popular» y de «la
armonía de las libertades de las personas»; y concluía que la sociedad civil,
tal como la concibió el Autor de la naturaleza, debía honrar a Dios con un
culto público. La filosofía se convertía en el trono de Cristo Rey. (pag. 77)
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