Desde hace tiempo se
vienen subiendo artículos a este blog sobre la guerra cristera que se gano en
el campo de batalla, pero se perdió con la diplomacia asesina y cruel en las
oficinas del entonces presidente de la nación Emilio Portes Gil, que de gil no
tenía nada. Lo hemos ilustrado con las páginas gloriosas de muchos mártires de
ambos sexos y clases sociales que derramaron su sangre por la noble causa de
Cristo Rey, se introdujo una corta reseña de la misma guerra y, finalmente,
hemos subido las memorias de un cristero llamado Luis Rivero del val quien nos
dio detalles muy interesantes sobre los acontecimientos que el vivió en carne
propia. Podríamos seguir con otra autobiografía de otro general cristero, pero
considero mejor subir la historia de la guerra narrada por uno de los tres
historiadores que son mexicanos y narran los hechos como sucedieron, Pedro
Sánchez Ruiz que fue exiliado a España. Otro fue Alvear Acevedo quien corrió la
misma suerte hasta donde sé, quizá me equivoque y, finalmente José Vasconcelos
contemporáneo de Anacleto Gonzales Flores, he aquí el comienzo de la narración
espero sea de vuestro agrado:
Capítulo
14. Los cristeros.
En estos tempos en los
cuales, a fuerza de sólo pensar en términos de mal menor y de bien posible,
rehúye el hombre el combate por un ideal y tiende a la conciliación y a la
coexistencia pacífica de la verdad con el error y del bien con el mal. Cuando
olvidado el sentido cristiano de la vida, como época de lucha, de prueba y de expiación,
únicamente se preocupa por los intereses de orden temporal y terreno.
Cuando en fin,
rechazado el reino social de Nuestro Señor Jesucristo se juzga inevitable la
victoria absoluta de la Revolución, es no sólo justo y debido, sino sumamente
provechoso, recordar y exaltar a unos hombres que, por llevar el Santo Nombre
de Cristo en el corazón y en los labios, sus mismos enemigos dieron el nombre
de "Cristeros" .
Renunciando esos
hombres a la vida y a todo interés temporal y terreno, sin más recursos que su Fe y su valor, gallardamente aceptaron el
reto de la Revolución universal y se lanzaron al combate proclamando la Realeza
de Cristo. Y al grito de ¡Viva Cristo Rey¡ luchaban. Y al grito de ¡Viva Cristo Rey! morían.
Esta heroica cruzada y verdadera epopeya, una de las
más gloriosas de todos los tiempos, y sin duda, la más pura y gloriosa del
siglo XX, no fue prevista ni preparada por la jerarquía católica o la clase
dirigente en general. Surgió espontáneamente de la entraña misma del pueblo
mejicano. No fue una guerra de campesinos, sino la guerra de todo un pueblo de
sincera y profunda raigambre católica, cuyo modo de ser y de sentir se
manifestó en todo el esplendor de su pureza y de su vigor.
Cristeros eran, animados por el mismo espíritu, no sólo quienes
combatían en el campo con las armas en la mano, sino todos aquellos, de
diferentes edades, sexo y condiciones sociales, que, arrostrando todos los
peligros, la muerte, la prisión, el ultraje, el despojo, el destierro y los más
grandes sufrimientos y penalidades en ciudades, pueblos y aldeas, y en las más
diversas formas, se oponían a la Revolución y proveían a los combatientes de
elementos para vivir y combatir.
"Hemos
hecho una lista, muy breve y que está lejos de ser exhaustiva, de los mártires
civiles y de los soldados que no murieron en el combate, sino en las torturas o
ante el pelotón de ejecución y que sucumbieron ante testigos. Se recordarán los numerosos testigos oscuros caídos en
secreto y que sería preciso también tener en cuenta las repulsas oscuras,
cotidianas, que proclaman la fidelidad, a veces peligrosamente: culto
clandestino, protección de un sacerdote, guardia del Santísimo Sacramento,
conservación de imágenes y de reliquias, uso de insignias prohibidas, grito de
'Viva Cristo Rey', gestiones ante las autoridades pare evitar una ejecución,
obtener el cuerpo de la víctima, velarlo y enterrarlo.
"El
gobierno llamó magníficamente a los rebeldes cristeros, colocando a Cristo
en el centro de la insurrección, dándole su sentido y significación.
La persecución del sacerdote, reverenciado, amado como dispensador de los
sacramentos, realizador de la venida de Cristo y en el pan y el vino, se sintió
como guerra demoníaca contra el mismo Cristo. El perseguidor es, por lo tanto,
el Diablo. El diagnóstico gubernamental llega al tanda de las cosas y da su
verdadera dimensión al problema, tendiendo a probar que el cristianismo
mejicano, lejos de estar deformado o ser superficial, esta sólida y exactamente
fundamentado en Cristo, es mariológico a causa de Cristo, y sacramental por
consiguiente, orientado hacia la salvación, la vida eterna y el Reino contra
"Esta guerra era la guerra de ellos, a de un pueblo de Macabeos contra sus
dirigentes, su Estado y su ejército "He
hablado de Macabeos, pero David es su referencia bíblica. Hablan la lengua
franciscana del siglo XVI, la de San Agustín, la del texto inspirado... Cristo
da su nombre a su guerra; el ejército que los ahorca, los quema y los desuella
los llama Cristos Reyes, los de la coronación de espinas... Representan una
cima de santidad, como lo atestigua la belleza, la riqueza de su lenguaje de
sus conceptos. Su cristianismo es autentico a pesar de
todo lo que se ha dicho, de todo lo que sigue diciéndose, en 1974 por los clérigos sobre la
idolatría de un catolicismo mejicano que, según ellos, no sería otra cosa que
una parodia burdamente material de la religión romana.
"Un diplomático escribe estas líneas cuando el
pueblo ha comenzado ya a derramar su sangre por el advenimiento del Reino... "En general, la motivación es religiosa. Los
testimonios particulares ilustran esta afirmación.
"El motivo indiscutible de por qué
nos rebelamos fue que quedamos inconformes con los artículos persecutorios...
Es enteramente falso que el clero nos haya empujado a las armas. Desde que se
declaró la persecución eso fue mi pensamiento. Levantarme en armas. Aunque por
ninguna parte se movía nada de defensa armada". Como dice Jerónimo
Gutiérrez de sobra había por qué pelear.
'Estoy decidido a levantarme en armas en
contra de este mal gobierno para defender los derechos de Dios y de la Iglesia. Será la última vez que nos
veamos. Yo soy vasallo de Cristo Rey y nadie me
puede detener. Porque he jurado luchar por Él hasta la muerte.'
"Los cánticos y el Rosario acompañaban todos
los instantes de la vida, en la marcha o en el campamento. Los cristeros oraban
y cantaban a altas horas de la noche, rezando colectivamente el Rosario, de
rodillas, y cantando las laudes a la Virgen o a Cristo, entre las decenas.
Aurelio Acevedo contaba que la única vez que su tropa fue sorprendida por la
federación, por haber confiado en el otro grupo cristero, en lugar de disponer
sus propios centinelas, expuso su sospecha de que no habían rezado el Rosario,
y como uno de los soldados protestará, Acevedo le replicó: 'Con razón no
pereció ninguno, todos salieron; pero lo cierto es que si no hubieran rezado el
Rosario en lugar de perder las monturas hubieran perdido la vida. Sí, mi
coronel -respondió Margarito-, pero eso no nos sucede. Si nos matan es porque
Cristo Rey ya nos quiere llevar con Él, pero no porque dejemos de rezar el
Rosario. Eso no, mí coronel".
"La religión impregnaba toda la vida
del pueblo y de los combatientes, que pedían la bendición antes de partir para
la guerra, a los que sus jefes invitaban, antes de entablar el combate, a la
verdadera contrición, que no se separaban de sus escapularios que combatían
cantando salmos y gritando '¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!'
"No podía ser de otro modo en aquel ejército
consagrado por sus jefes a Cristo Rey. El apodo federal: 'los Cristos Reyes,
los cristeros, con que quedaron bautizados para la posteridad, subraya lo
esencial: el Cristo vivido en la Trinidad, accesible en sus sacramentos. México fue el primero que celebró el Cristo Rey: en 1914, 'en estos momentos de
suprema angustia nacional' los obispos mejicanos pidieron a Roma que se proclamara
el reinado de Cristo sobre el país, y el 11 de enero las multitudes católicas
gritaron por primera vez: ¡Viva Cristo Rey! Antes de que hicieran a petición
los prelados mejicanos, ningún Estado con excepción de la Florencia de
Savonarola, había sido colocado bajo tal protección. Pío Xl instauró en 1925 la
fiesta de Cristo Rey, para responder a la corriente precipitada por México, y
que, en el caso que nos interesa, debe tomarse estrictamente en el sentido
escatológico: que venga tu Reino. "La historia de la propagación a la
devoción a Cristo Rey no se ha hecho aun, pero puede afirmarse que fue muy
rápida mezclándose al culto del Sagrado Corazón antes de suplantarlo. El lugar
de la Virgen de Guadalupe corresponde a la devoción profunda que el pueblo
mejicano le ha profesado siempre. Pero si bien ella estuvo siempre mezclada a
su vida y a su historia, jamás Cristo, sobre todo bajo la forma de Rey de
Reyes, había adquirido tal importancia en la vida y la muerte de los
mejicanos."
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