LA VERDADERA ORTODOXIA DEL
PUEBLO RUSO Y
LA SEUDO ORTODOXIA DE LOS TEÓLOGOS
ANTICATÓLICOS.
El carácter eminentemente religioso del
pueblo, ruso, así como la tendencia mística que se manifiesta en nuestra
filosofía, en las letras (1) y las artes, parecen reservar a Rusia una gran
misión religiosa. También hacia la religión se vuelven, de buen o mal grado,
nuestros patriotas, cuando se ven obligados a declarar en qué consiste la
vocación suprema de nuestro país o «la idea rusa», como se dice hoy. Según
ellos, la ortodoxia o la religión de la Iglesia greco rusa, opuesta a las
comuniones occidentales, constituiría el fondo verdadero de nuestra esencia
nacional. He aquí a primera vista un círculo vicioso de los más evidentes. Si
preguntamos cuál es la razón de ser histórica de la Iglesia oriental separada,
se nos responde: Es haber formado y educado
espiritualmente al pueblo ruso. Y, cuando queremos saber cuál es la
razón de ser de este pueblo, contestan: Es pertenecer a
la Iglesia oriental separada. Conduce a este callejón, sin salida la
dificultad de determinar exactamente lo que se entiende por la ortodoxia que se
quiere monopolizar en nuestro favor. Tal dificultad no existe para las gentes
del pueblo que son verdaderamente ortodoxas a conciencia y en la simplicidad de
su corazón. Interrogados con inteligencia sobre su religión, os dirán que ser ortodoxo es ser bautizado cristiano, llevar una cruz
en el pecho o una santa imagen cualquiera, adorar a Cristo, rogar a la muy
inmaculada Santa Virgen (2) y a todos los santos representados por las imágenes
y reliquias, santificar las fiestas y ayunar según el orden tradicional,
venerar la función sagrada de los obispos y sacerdotes y tomar parte en los
santos sacramentos a la encarnación de su ideal esencialmente religioso.
Si Rusia está llamada a decir su
palabra al mundo, no será desde las regiones brillantes del arte y de las
letras, ni de las alturas soberbias de la filosofía y de las ciencias de donde
esa palabra descenderá, sino de las sublimes y humildes
cimas de la religión. Mis lectores rusos y polacos hallarán la prueba
detallada de esta tesis en la segunda edición de mi obra La cuestión nacional
en Rusia, cuyo capítulo último ha sido traducido al polaco por el Sr. Benoni y
publicado bajo el título: Rusia y la Europa. Esta es la verdadera ortodoxia del pueblo ruso
y también la nuestra. Pero no es la de nuestros patriotas militantes. Es claro
que la verdadera ortodoxia no tiene en sí nada de particularista y no puede, en
modo alguno, constituir un atributo nacional o local que nos separe fatalmente
de los pueblos occidentales; porque la mayor parte de estos pueblos (la parte
católica) tiene absolutamente el mismo fondo religioso que nosotros. Todo lo
que para nosotros es santo y sagrado lo es también para ellos. Para indicar un
solo punto esencial: uno de los aspectos característicos del catolicismo, el
culto de la Santa Virgen, es no sólo practicado por la Rusia ortodoxa (3) en
general, sino que hasta hay imágenes milagrosas especiales-veneradas en común
por los católicos romanos y los ortodoxos rusos; por ejemplo, la Santa Virgen de Czenstochowa en Polonia. Si, la piedad es
verdaderamente el carácter distintivo de nuestro espíritu nacional, el
hecho de que los principales emblemas de esta, piedad nos sean comunes con los
occidentales nos obliga a reconocer nuestra solidaridad con ellos en lo que
nosotros consideramos como más esencial. En cuanto al profundo contraste que
presenta la piedad contemplativa del Oriente con la religión activa de los
occidentales, es un contraste subjetivo y puramente humano que nada tiene que
ver con los objetos divinos de nuestra fe y de nuestro culto, y, lejos de ser
motivo de justa separación, debería más bien inducir a las dos grandes partes
del mundo cristiano a una reunión más íntima para completarse mutuamente.
Pero bajo la influencia del mal
principio que no cesa de actuar aquí abajo, se ha exagerado la diferencia para
hacer de ella una división. Y en el momento en que Rusia recibía el bautismo de
Constantinopla, los griegos, bien que todavía en formal comunión con Roma, tras
del cisma temporario de Focio (4) estaban va
fuertemente penetrados del particularismo nacional alimentado por la rivalidad
jerárquica, por la política de los emperadores y las luchas de escuela. Resultó
de ello que el pueblo ruso, en la persona de San Vladimiro, compró la perla
evangélica cubierta de polvo bizantino. El cuerpo de la nación, a quien no “interesaban
las ambiciones y odios clericales, no comprendía nada de las ficciones
teológicas resultantes de ello; el cuerpo de la nación recibió y conservó la
esencia del cristianismo" ortodoxo puro y simple, es decir, la fe y la
vida religiosa determinada por la gracia divina traducidas en obras de piedad y
caridad. Pero el clero reclutado en un principio entre los griegos y la escuela
eclesiástica, aceptaron la sucesión nefasta de los Focios y los Cerularios como
parte integrante de la verdadera religión. Esta psesudo ortodoxia de nuestra
escuela teológica, que nada tiene de común con la fe de la Iglesia universal ni
con la piedad del pueblo ruso, no contiene elemento positivo alguno, sino sólo
negaciones arbitrarias producidas y alimentadas por una polémica artificiosa.
«Dios Hijo no participa en el orden
divino de la Procesión del Espíritu Santo”. “La Santa Virgen no ha sido
inmaculada desde el primer instante de su existencia.” (5). «El primado de jurisdicción no
pertenece a la sede de Roma, y el Papa no tiene la autoridad dogmática de
pastor y doctor de la Iglesia Universal.” Tales son las principales negaciones
que examinaremos más adelante. Bástenos comprobar ahora que dichas negaciones
no han recibido ninguna clase de sanción religiosa ni se apoyan sobre ninguna
autoridad eclesiástica aceptada como obligatoria e infalible por todos los
ortodoxos. Ningún concilio ecuménico ha condenado ni siquiera juzgado las
doctrinas católicas anatematizadas por nuestros polemistas; y cuando se nos
presenta a este nuevo género de teología negativa como la verdadera doctrina de
la Iglesia Universal, no podemos ver en ello más que una pretensión exorbitante
derivada de la ignorancia o la mala fe. En segundo lugar, es evidente que esa
falsa ortodoxia no podría, como tampoco la verdadera, servir de base positiva a
«la idea rusa». En efecto, intentemos substituir por cantidades reales la X
algebraica de la «ortodoxia» proclamada sin cesar con ficticio entusiasmo por
una prensa seudopatriótica. Según vosotros, la esencia ideal de Rusia es la
ortodoxia, y esta ortodoxia que enarboláis especialmente contra el catolicismo
se reduce para vosotros a las diferencias entre ambas confesiones. El fondo verdaderamente
religioso que tenemos en común con los occidentales parece no ofreceros más que
mediocre interés; son las diferencias las que os interesan sobre todo. Pues
bien: en lugar de ese vago término de «ortodoxia» poned esas diferencias
determinadas y declarad abiertamente que la idea religiosa de Rusia consiste en
negar el dogma la inmaculada Concepción, la autoridad del Papa. Este último es
el que os interesa particularmente. Los otros —ya lo sabéis— sólo son
pretextos; pero el Soberano Pontífice, ¡ese es el enemigo! Toda vuestra
«ortodoxia», toda vuestra «idea rusa», no es, pues, en el fondo, más que una
protesta nacional contra la potestad universal del Papa. Pero, ¿en nombre de qué? Aquí comienza la verdadera dificultad de
vuestra situación. Ese odio protestante contra la monarquía eclesiástica, para
hablar al espíritu y al corazón, debería ser justificado por algún gran
principio positivo. A la forma del gobierno teocrático que desaprobáis
deberíais oponer otra forma mejor. Y es justamente lo que os es imposible hacer
¿Qué clase de constitución eclesiástica tenéis para ofrecer a los pueblos
occidentales? ¿Iríais a preconizarles el gobierno conciliar, a hablarles de
concilios ecuménicos? ¡Medice cura te ipsum! ¿Por qué no ha opuesto el Oriente
un verdadero concilio ecuménico al de Trento o
al, del Vaticano? ¿De dónde proviene ese silencio impotente de la verdad frente
al error afirmado solemnemente? ¿Desde cuándo los guardianes de la ortodoxia se
han convertido en cobardes perros que sólo se atreven a ladrar tras el muro? No
cabe duda; al paso que las grandes asambleas de la Iglesia continúan ocupando
un lugar de importancia en la doctrina y en la vida del catolicismo, el Oriente
cristiano es quien, desde hace mil años, está privado de esta manifestación
valiosa de la Iglesia Universal y nuestros mejores teólogos (Filareto de Moscú,
por ejemplo) confiesan que es imposible un concilio ecuménico en la Iglesia
oriental mientras permanezca separada del Occidente. Pero a nuestros
pretendidos ortodoxos nada les cuesta oponer un concilio imposible a los
concilios reales de la Iglesia católica y defender su causa con armas que han
perdido y bajo una bandera que se les ha arrebatado.
(1) Nuestros
mejores escritores modernos, cediendo a una aspiración religiosa más fuerte que
su vocación estética, han debido dejar el estrecho terreno literario para
actuar, con más o menos éxito, como moralistas y reformadores, apóstoles o
profetas. La prematura muerte de Pushkin nos impide apreciar
si la tendencia religiosa que sus obras más cumplidas revelan era bastante
profunda como para llegar a ser con el tiempo su idea predominante y hacerle
abandonar el dominio de la poesía pura, como sucedió a Gogol (la
Correspondencia con mis amigos), a Dostoievski (el Diario de un escritor), a
Tolstoi (Confesión,Mi religión, etc.)- Parece que el genio ruso no encontrara
su expresión definitiva en la producción poética, ni el medio.
(2) «Muy Inmaculada «toda.Inmaculada»
seneporotchnaia), es el epíteto constante que se agrega al nombre de la Santa
Virgen en nuestros libros litúrgicos, traducido del griego panárnonos y de
otros nombres análogos.
(3) No excluyo de esta
calificación a los viejos creyentes propiamente dichos, cuyas diferencias con
la Iglesia de Estado no se refieren al verdadero objeto de la religión.
(4) La ruptura definitiva que
recién tuvo lugar más tarde, en 1054, no fué por lo demás sino un simple hecho
sin carácter alguno de sanción legal y obligatoria, puesto que el anatema de
los legados del Papa León IX no se dirigía contra la Iglesia Oriental, sino
únicamente contra la persona del patriarca Miguel Cerulario v contra idos
partidarios de su locura» (locura, a decir verdad, bien manifiesta); y,'por su
lado, la Iglesia oriental nunca ha podido reunir un Concilio ecuménico, el que,
según nuestros mismos teólogos, es el solo tribunal competente para juzgar de
nuestras diferencias con el Papado.
(5) Estos teólogos
enceguecidos por el odio se atreven así a renegar de la creencia manifiesta de
la Iglesia Oriental, griega y rusa, que proclama siempre a la Santa Virgen toda
Inmaculada, Inmaculada por excelencia.
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