¿QUIEN FUE MUJAMAD?
Existe
una tradición de origen árabe como base de cualquier biografía que se intente
sobre el Profeta, y una denodada resistencia por parte de los historiadores a
tomar con seriedad los datos aportados por ella. No obstante, existe un acuerdo
tácito en respetar algunos aspectos de la versión oficial. Acuerdo aceptado con
demasiada ligereza por algunos intelectuales franceses durante el tiempo en que
se cultivó la amistad con el Islam y con mucho menos entusiasmo por quienes
carecían del mismo interés político y mantenían una discreta objetividad frente
al diluvio de las fantasías. Hubo un lapso en el que se creyó que el Islam se ponía
al ritmo de la historia tal como es aceptada por los occidentales y serenaba
sus ímpetus agresivos en las pantanosas landas del liberalismo democrático.
Curados por lo que sucedió después de ese espejismo pacifista, hoy vemos, con
bastante claridad, el carácter expansionista y fanático de esa ideología
religiosa a la que sólo faltan los instrumentos apropiados para incendiar el
planeta a la mayor gloria de Allah. Entonces
se soñó con una amistad a nivel religioso y se cultivó con obstinada simpatía
todos los pasajes en los que el Corán parecía aceptar el cristianismo y
abrir un ancho crédito al nacimiento virginal de Cristo y al valor profético de
su predicación. Tal vez por esta razón, algunos historiadores de la religión
provenientes del cristianismo abandonaron los viejos prejuicios que la Iglesia
había abrigado contra Mujamad y comenzaron a buscar en la prédica del Profeta
una autenticidad religiosa que antes habían negado. Este esfuerzo hermenéutico
encontró en su camino el movimiento sincretista auspiciado por la unión de las
iglesias e iniciaron juntos el camino de hermanar todas las religiones en una suerte
de escepticismo universal sostenido por las ciencias positivas, el humanismo
existencialista y la masonería internacional. Los primeros católicos que pusieron
sus ojos en el Corán con algún sentido crítico no encontraron en él
ningún valor religioso que no fuera un eco de la revelación bíblica, de cuyo
contenido parecía un "pastiche" absolutamente innecesario
desde el punto de vista teológico. Fray Manuel de Santo Tomás de Aquino decía
que no había en "...el Alcorán cosa alguna de las llamas que se llaman
sublimes que no esté dicha primero en nuestros sagrados libros con más nervio y
hermosura". Savary, que conoció perfectamente el árabe, aseguró que "...
la admiración que el Corán inspira a sus adeptos se debe al embeleso del
estilo, al esmero conque el falso profeta hermoseó su prosa con la cadencia y
el ritmo de sus versículos". Renan, que no cedía fácilmente al
prestigio de la inspiración carismática, lo consideró un libro tedioso y
difícilmente aguantable para un occidental formado en la lectura de los textos
clásicos. "Hay que tener presente -escribía- que los árabes no
tuvieron la menor idea de las artes plásticas, ni de las grandes
bellezas de la composición, virtudes que inciden positivamente en los
detalles estilísticos". En nuestro tiempo, la crítica católica se ha
suavizado y el Dr. H.L. Gottschalk, colaborador de Monseñor Konig en "Cristo
y las Religiones de la Tierra" escribe que las revelaciones de Mujamad
"...acusan desde el principio una falta de originalidad; todas sus
ideas han sido formuladas con anterioridad en el judaismo y en el cristianismo.
Queda sin resolver de quién recibió el Profeta su inspiración; en general
la moderna investigación se inclina a aceptar, por lo menos en lo que
hace a su época primitiva, un predominio de la influencia cristiana" ("Cristo
y las Religiones de la Tierra", tomo 111, p. 9: El Islam, su origen, su
evolución y su doctrina). Acepto
el juicio de este eminente historiador tudesco con toda la humildad y la
modestia que me es posible reunir, pero no logro entender a qué llama "influencias
cristianas" y de qué manera las encuentra realizadas en ese libro
violento, carnal y por momentos de una ferocidad difícil de encontrar en otros
textos de inspiración religiosa. Si hay algo evidente en el Corán es su
total ausencia de inspiración cristiana. Parece hecho de propósito para negar
todo cuanto en el cristianismo tiene valor religioso y sobrenatural. Ahora nos
interesa la figura y la personalidad de Mujamad y para encuadrarla históricamente
nada más juicioso que repetir lo que dicen de él los musulmanes; luego habrá
tiempo de corregir algún exceso interpretativo o disminuir el alcance de un ditirambo
fuera de lugar. Sabemos que la antorcha que ilumina al mundo y la espada de
Dios que exterminará a los infieles nació en los aledaños de la Meca el 12 de
rabí, 29 de abril, del año 570 de nuestra era a las nueve de la mañana. La
invocación con que se recuerda el nacimiento del profeta es de Kasidei Banat
Suad y nos coloca suavemente en esa atmósfera de espiritualidad cristiana que
según el sabio profesor Gottschalk baña la integridad de los escritos del
Profeta.
La
tradición árabe es sospechosamente precisa en cuanto a la fecha del nacimiento
de Mujamad y a todos los otros datos que hacen a su minuciosa filiación
familiar. Los historiadores de oficio desconfían de tanta exactitud en quienes
tienen una bien ganada fama de descuidados y fantasiosos en el asentamiento de
sus genealogías. De cualquier manera, mi Corán afirma que era hijo de
Abdallah, de la familia Hachim y nacido en la década que transcurre entre 570 y
580 de nuestra era. Con más precisión fija los datos suministrados más arriba
asegurando que nació el año del Elefante "...en la casa de Abu Talib,
situada cerca de la Ka'ba, en el lado Este del Valle y bajo la
protectora sombra del monte Abu Cubais, lugar donde fue enterrado
Adam". Da también los nombres de la madre, la partera, la niñera y
luego el de los parientes que lo criaron a la muerte de sus padres. Un tío
paterno, Abu Talib, concluyó su educación, si tal puede llamarse, y cuando
Mujamad cumplió nueve años, lo puso a pastorear ovejas en los alrededores de La
Meca. Más tarde, lo llevó consigo en algunos viajes que emprendió por el Yemen,
Basara y Siria. Tenía veinticuatro años cuando entró al servicio de una rica
viuda llamada Jadiya y con la cual se casó un año más tarde a pesar de la
diferencia de edades. La leyenda quiere que Mujamad amaba inmensamente a su
mujer Jadiya y que durante los años que vivió con ella fue, contra las
costumbres reveladas más tarde, de una fidelidad ejemplar. La diferencia de
edad, la fidelidad ejemplar y la circunstancia un poco sospechosa de que ella
era muy rica y él muy pobre, ha hecho pensar a muchos historiadores que Jadiya
llevaba la voz cantante en el matrimonio e impuso las condiciones bajo las
cuales Mujamad se vio obligado a vivir. Guiados siempre por la leyenda,
fabricada con posterioridad a la muerte del profeta, sabemos que un día que
caminaba por las tierras que rodean el monte Hirá, se metió, llevado por un
oscuro presentimiento, en una de las cuevas que los pastores cavaban en el flanco
de la montaña. En ella tuvo una visión donde se le apareció un ser de
refulgente belleza que le presentaba un libro diciéndole: ¡Lee! Mujamad no
sabía leer y respondió, con toda la fuerza que pudo juntar, que no podía, pero
la voz insistió instándole a que leyera ese libro por el amor del Señor que lo
enviaba. De vuelta a su casa se sintió atacado por una fiebre extraña. Llamó a
su mujer y le contó el sueño que había tenido. Cito textualmente la
contestación que ella le dio, según atestigua mi Corán en la página 62
de su Introducción: "Sí, es verdad, es el Santo Espíritu que ha venido
sobre ti, el que acostumbraba a venir sobre los profetas". Ignoro
absolutamente la autenticidad de esta referencia a mi coranólogo, pero
indudablemente recoge una tradición que pone Ém boca de Jadiya una respuesta de
clara procedencia judía. ¿De dónde una idólatra podía conocer el Santo Espíritu
y los profetas? El Corán afirma explícitamente el origen sobrenatural de
la revelación recibida por Mujamad. Era el propio Angel Gabriel quien garantizaba
la procedencia divina del mensaje. "Que vuestro camarada ¡Oh
Curaichíes! Jamás yerra ni se descamina, ni habla por capricho. Ello
no es sino inspiración que le fue revelada; que le transmitió el
fortísimo Gabriel, el Sensato, quien se le apareció en su esencial
estado, cuando estaba en el sublime horizonte: luego se le aproximó
cerniéndose lentamente hasta una distancia de dos arcos, menos aún, y reveló al
Siervo de Dios, lo que Allah le reveló a Gabriel" (Sura 53,
aleyas 2-10). La leyenda menciona también los siete hijos que Mujamad tuvo con
Jadiya y la muerte de esta última cuando el Profeta frisaba los cuarenta y ocho
años. Por ese tiempo hizo un viaje místico de La Meca a Jerusalem y en el trayecto
vio algunos paisajes del mundo ultra terrestre.
La
"Hégira" o emigración a Medina sucede también el día 12 del
mes de Rabi, aniversario de su nacimiento, pero se hace corresponder esta fecha
con el día 22 de septiembre del año 622 de nuestra era. La leyenda asegura que
después de haber fracasado en La Meca como predicador fue recibido
jubilosamente en Medina por una multitud de creyentes. ¿De qué prédica eran
creyentes, cómo habían llegado a la nueva fe? No lo sabemos, pero allí estaban
y nuestro coranólogo lo dice con la certidumbre de un dato indiscutido: "Alrededor
de un camello se agolparon los grupos de habitantes conversos que se
contaban por miles. Mezclados con ellos, acá y allá, llenos de regocijo
por volver a verlo, estaban los fugitivos de La Meca. Tampoco
faltaron curiosos por parte de los paganos y de los judíos que naturalmente
deseaban ver al extranjero, al glorificado enviado de Dios" (Sagrado
Corán, ed. cit., p. 69). Ya viudo y responsable de un movimiento religioso
multitudinario, el Profeta se siente obligado a contraer una serie de enlaces
que, como muestran los usos árabes, eran un medio político para extender su
influencia e incorporar nuevas familias a la suerte de su predicación. El
traductor al castellano del Corán que tengo en las manos lo dice con
sencilla convicción: "...dan más parentela, más hijos legales, más
realeza, más fuerza, más armas, más grandeza y más civilización". Esto
último no parece una consecuencia inevitable, pero, si se tiene en cuenta que
se trata de un acto político con el valor moral de evitar el concubinato, debe
pensarse que se hace para conservar en sus legítimos derechos la descendencia y
la estirpe. Se evita también el adulterio, la corrupción y el libertinaje entre
la gente del pueblo y se mantienen incólumes los reglamentos de la vida
matrimonial, hace innecesarios los hijos adoptivos y permite el divorcio, "...piedra
angular de la felicidad humana, porque los matrimonios divorciados
pueden contraer nuevamente casamiento legítimo" (lbíd., p. 79). La
poligamia no es, indudablemente, una de las influencias cristianas recibidas
por Mujamad, pero como éste la limitó, para los otros no para él, al nú- mero
de cuatro mujeres se atuvo a las prescripciones del Antiguo Testamento que, de
acuerdo con el Código de Hammurabi, convenía que este era el número ideal para
que los antiguos patriarcas expandieran su simiente. Mujamad se casó trece
veces porque su condición de caudillo religioso lo obligaba muy especialmente a
cuidar sus alianzas y consolidar relaciones con las familias más importantes de
la comunidad árabe. Así
podía mantener el prestigio de su apostolado y hacer llegar hasta el profesor
Gottschalk el aroma de sus virtudes cristianas. Una vez afianzado su poder en
Medina, luego de los años triunfales de su predicación y sus guerras victoriosas
contra los infieles, Mujamad volvió a La Meca montando en su famosa camella "Al
Cuswa" y entró en la ciudad santa aclamado por una muchedumbre de casi
ciento veinte mil musulmanes. Allí cumplió el ritual de dar siete vueltas a la
Ka'ba y repitió frente a la piedra negra la oración consagrada: "¡Oh
Dios mío! Danos el bien de este mundo y el del otro y protéjenos contra
las penas del Infierno". Al pie del monte Arafat, donde según la
versión musulmana se encontraron Adán y Eva cuando fueron expulsados del
Paraíso, Mujamad improvisó un sermón que, en sus líneas principales, se
encuentra contenido en el Corán. En él expuso los fundamentos éticos de
su prédica. Cumplida su misión en La Meca, retomó a Medína pero tres meses más tarde
cayó enfermo y murió, como era de esperar, un día lunes del mes de Rabi, a las
nueve de la mañana. Era el décimo año de la "Hégira", según el
calendario islámico y corresponde al 632 de nuestra era. Tenía sesenta y tres
años y lo que más tarde se llamó "Alcorán" era un centón desperdigado
de aleyas escritas, sobre cualquier cosa, o celosamente guardadas en la memoria
de sus más fieles seguidores. Esta es, muy sintéticamente bocetada, la historia
de Mujamad que los creyentes aceptan sin pestañear y de la que no se puede
dudar en presencia de uno de ellos, sin desatar 1una engorrosa querella. ¿Tienen
los historiadores motivos valederos para creerla verdadera? Los más entusiastas
coranólogos, como entre nosotros Rafael Cansinos Assens, reconocen que la
biografia de Mujamad "...aparece envuelta en una atmósfera de confusión
y oscuridad, debida a la falta de documentación escrita y también a la
pasión contradictoria con que fueron juzgados sus actos desde el primer
momento" (Mahoma y el Korán, Bell, Buenos Aires, 1954, p. 35).
Datos
fehacientes tenemos muy pocos, apenas el perfil borroso de una personalidad de
rasgos muy indefinidos que aparece en el Corán como el destinatario de
una enseñanza que otro personaje, aún menos conocido, le imparte. La leyenda
quiere que ese otro sea el Ángel Gabriel, y tal pudiese ser si algunos rasgos demasiado
humanos no aparecieran aquí y allá mostrando una fisonomía mucho menos angélica
que aquella exigida por los fieles. La doctrina no está mejor definida y se
encuentra presentada en un confuso "...montón de apuntes que debieron
ordenar sus sucesores, si eso se llama ordenar, y que llega hasta nosotros
después de haber pasado por las manos de muchos compiladores que los
utilizaron como instrumentos de sus ambiciones políticas o como argumentos a favor
de sus opiniones personales" (lbíd., p. 37). Cansinos Assens reconoce
lo dificil que es rehacer una biografía de Mujamad sobre una base tan poco
consistente. Sus hagiógrafos parecen caminar sobre las nubes de una leyenda
dorada, inventada algunos años después de su muerte. Sus detractores se hicieron
gustoso eco de la malevolencia y no tuvieron el menor deseo de aclarar las
circunstancias reales de su vida y sí muchísimas ganas de aumentar el número de
sus supuestas ignominias. Dorada o negra, la leyenda en torno a Mujamad arroja sobre
su nombre la bruma de sus fantasías y no deja a los historiadores otro recurso que el de las conjeturas plausibles. En el
tiempo de Mujamad y tanto en el mundo árabe como en el cristiano, las historias
piadosas pertenecían al género literario de las hagiografías, su propósito era
edificar al creyente y fortalecer las razones de su fe tomando en préstamo episodios
enteros de libros mejor conocidos. La vida de Mujamad tiene muchas cosas de las
ilustraciones piadosas "...elaboradas por los talmudistas hebreos en
torno a Moisés, David y Salomón y otras por los Evangelios apócrifos sobre
Jesús" (Ibíd.). Como Jesús de Nazaret, fue de buena familia pero
pobre. Careció de cultura literaria y sólo aprendió por ciencia infusa. No supo
leer ni escribir pero tuvo, sin lugar a duda, excelentes conocimientos del Antiguo
Testamento, del Talmud y los Apócrifos. ¿Cómo los obtuvo? ¿De qué modo llegó a
escribir en árabe según el estilo literario de los hebreos? La hipótesis de que
fuera el Ángel Gabriel el autor de las aleyas no satisface a nadie y resulta
bastante extraño que un espíritu superior se limite a repetir lo que ya estaba
escrito en la Biblia y a imitar la sintaxis de Isaías. No existe ningún
antecedente, en la historia de la revelación, ni aún en los más inspirados
textos de la Biblia, en donde el instrumento conjunto, el hombre que escribió
bajo la inspiración del Espíritu Santo, no haya puesto algo de su saber, de su
temperamento y de su formación literaria en el trabajo realizado. No obstante
hay un hecho seguro: la existencia de Mujamad y la del Corán que aparece como si fuera su obra. Queda como
un misterio inexplorado el carácter acentuadamente hebreo del libro adjudicado
a Mujamad y las constantes referencias a un Corán que debía tener
consistencia literaria cuando todavía no había sido redactada ni la décima
parte del texto que ha llegado hasta nosotros.
La
sospecha de que Mujamad tuvo un instructor judío es muy vieja. Nació cuando
todavía vivía el profeta y estaba sometido a la fuerte administración de
Jadiya. Apoya la hipótesis el hecho de que los judíos eran los únicos en La
Meca que sabían leer y escribir y podían actuar como preceptores. Entre los
biógrafos musulmanes los hay que admiten la existencia de un maestro hebreo
experto en las Sagradas Escrituras, pero niegan importancia a su influencia
sobre Mujamad. En cambio, los impugnadores· del Profeta sostuvieron que fue "un
Rabino quien sembró en su alma sugestionable las primeras inquietudes
y aspiraciones proféticas" (lbíd., pp. 48- 49). Cansinos, que era un lector
infatigable, examinó con terca objetividad todo lo concerniente a Mujamad y advirtió,
entre los allegados a Jadiya, la presencia de un pariente de nombre Uaraka que
era, según unos, un sabio rabino, y, según otros, un sabio árabe. Cualesquiera
fuera su procedencia nacional, este sabio conocía a la perfección las Sagradas Escrituras
y es el primero que confirma la visión de Mujamad como inspirada por el ángel "...que
se le apareció a Moisés, porque estaba como el gran legislador hebreo, llamado a
ser el profeta y el legislador de los árabes" (Ibíd., p. 58). Manuel
de Santo Tomás atribuyó la formación religiosa de Mujamad a la presencia de un
monje nestoriano de Armenia, llamado Sergio, quien expulsado de su monasterio
por haber caído bajo la influencia de Arrio llegó hasta la Meca, se puso en contacto
con Mujamad y lo instruyó en sus creencias. Para aceptar esta hipótesis es
necesario levantar muchas incógnitas y la primera y más seria de todas consiste
en ver qué apoyo testimonial tiene la existencia del monje Sergio. ¿Quién es?
Su nombre no aparece por ninguna parte y, si bien se observa, no hay rastros en el Corán
ni de arrianismo ni de nestorianismo, como lógicamente tendría que haberlos
de aceptarse la presencia de Sergio. Como advertimos al referirnos a la opinión
del profesor Gottschalk, no hemos encontrado nunca una intención cristiana en
el Corán y aunque Ahmed Abboud, autor de una reciente edición castellana
del libro árabe, afirma sin pestañear que el dogma de la Inmaculada Concepción
fue conocido en el Islam antes que en la Iglesia Católica, aumenta nuestra
perplejidad cuando pensamos que justamente se preocupen por la inmaculada
concepción de María en una religión que nunca puso su atención ni en las causas
ni en los efectos del pecado original. Sin lugar a duda, el Corán habla del
parto virginal de María y este hecho milagroso, anunciado por el Profeta
Isaías, no es exactamente el dogma de la Inmaculada Concepción que la Iglesia
Católica tardó dieciocho siglos en formular como verdad de fe. A los musulmanes
no hay que pedirles precisión en materia teológica y muchas veces tenemos que
conformarnos con su buena voluntad para aceptar misterios que su poderosa
fantasía admite sin demasiados recaudos.
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