"Confianza en Dios Porque yo, el Señor tu Dios, fortalezco tu
diestra; Y yo te digo: No temas nada, porque yo vengo en tu ayuda."
LUNES
de la cuarta
semana de adviento
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Del Profeta
Isaías.
El pueblo escogido,
sostenido por Dios, nada tiene que temer Y
tú, Israel, siervo mío, y tú, oh Jacob, a quien escogí, raza de Abraham,
amigo mío... Tú, a quien traje de las extremidades de la tierra y llamé
de lejanas regiones; a quien dije: Siervo mío eres tú, te he escogido y no
te desecharé; no temas porque estoy contigo; nada de inquietas miradas,
porque soy tu Dios. Yo te fortalezco, sí, yo vengo en tu ayuda; mi justa
diestra te sostiene. Los enemigos de Israel serán aniquilados
He aquí que serán confundidos, cubiertos de vergüenza los que se ensañan
contigo; serán reducidos a la nada, aniquilados todos sus adversarios.
En vano buscarás sin encontrarlos, a los que te odian. Serán reducidos
a la nada los que te combaten. Confianza
en Dios Porque yo, el Señor tu Dios, fortalezco tu diestra; Y
yo te digo: No temas nada, porque yo vengo en tu ayuda. ¡No temas nada,
gusanillo de Jacob, gusanillo de Israel! Yo vengo en tu ayuda, dice el Señor:
¡Tú Redentor es el Santo de Israel! Israel aplastará a los enemigos
He aquí que yo haré de ti como un rastrillo agudo, nuevo y armado de
dientes, y tú trillarás y desmenuzarás los montes y triturarás las montañas
como menuda paja. Los aventarás y se los llevará el viento y los
esparcirá la tormenta. Y tú te alegrarás en el Señor y te gloriarás en el Santo
de Israel. (Is„ XLI, 8-16.)
Así nos levanta de nuestra
bajeza ¡oh eterno Hijo del Padre! Asi nos animas contra el temor natural que
suscitan nuestros pecados. "Israel, siervo mío, nos dices, Jacob, mi
elegido, hijo de mi amigo Abraham, desde lejos te he buscado: no temas, porque
estoy contigo". ¡Oh Verbo divino! ¡De qué alturas has tenido que
descender: para estar así con nosotros! Nosotros no podíamos llegar hasta Ti;
un abismo nos separaba. Es más, ningún deseo teníamos de verte; de tal manera nos
habían adormecido el corazón nuestros pecados... además, nuestros ojos no hubieran
podido resistir tus destellos. Puestos en este extremo, has tenido a bien bajar
personalmente y oculto en tu humanidad como en una nube, te has dejado
contemplar por nuestros débiles ojos. "¿Quién dudará, exclama San Bernardo
en su primer Sermón de Adviento, quién dudará que es algo grande, el que una
tan sublime Majestad se haya dignado bajar desde tan alto hasta un lugar tan
indigno? Ciertamente, es algo grande; es realmente una inmensa misericordia,
una excesiva piedad, una caridad infinita. En efecto ¿para qué viene? A buscar
su centésima oveja perdida. ¡Oh condescendencia admirable de un Dios! ¡oh
sublime dignidad del hombre, objeto de tal solicitud! En verdad, si el hombre
se gloría de ella, no será sin motivo; no porque deba pensar que es algo por sí
mismo, sino porque es objeto de tan solícito cuidado por parte de su Dios.
Todas las riquezas, la gloria toda del mundo, todo lo que el mundo ansia, es
menor que esta gloria; digo más, en su comparación no es nada. ¡Oh Señor! ¿qué
es, pues, el hombre para que con tanto honor le trates, para que
te apegues a él con tal cariño?" Manifiéstate, pues, pronto a tus
ovejas ¡oh divino Pastor! Tú las conoces, las has visto desde lo alto del
cielo, las contemplas con amor desde el seno de María, donde aún descansas;
ellas también te conocen; tienen prisa por contemplar tus rasgos queridos, por
oír tu voz y entrar en los pastos de felicidad que les has prometido.
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