13 de diciembre.
Santa Lucía,
virgen y mártir.
(†304)
(†304)
Epístola – II Cor; X, 17-18; XI, 1-2.
Evangelio – San Mateo; XIII, 44-52.
La gloriosa virgen y
mártir santa Lucía nació de padres ilustres y ricos en Siracusa de Sicilia, y
desde niña fué cristiana y muy inclinada a la virtud y piedad, especialmente a
conservar la pureza de cuerpo y alma. Muerto su; padre, Eutiquia su madre concertó de casarla con un caballero mozo y
principal, aunque pagano; mas Lucía repugnaba y buscaba ocasión para que no
tuviera efecto: la cual le ofreció una enfermedad molesta y larga de su madre.
Aconsejóla Lucía que fuese a Catania, a visitar el cuerpo de santa Águeda,' en
cuyo sepulcro hacía Dios grandes milagros. Dejóse convencer la enferma: fueron
a su piadosa romería, y habiendo sanado de su dolencia la madre, y vueltas las
dos a Siracusa, rogóle la santa hija que no le mentase esposo carnal, sino que el
dote que le había de dar le permitiese distribuirlo entre los pobres. Aunque se
le hacía de mal a Eutiquia despojarse de su hacienda y darla en vida; con todo
cedió a las súplicas de la santa doncella, que decía no ser tan aceptas a Dios las
limosnas hechas después de la muerte, como las que se hacen en vida; con que recibió
el dote, lo comenzó a vender y lo fué repartiendo con larga mano a los pobres. Supo
esto aquel caballero, y de aquí entendió que Lucía era cristiana y le rehusaba
por ser él gentil: de lo cual concibió gran saña contra ella, y la acusó delante
del prefecto, como a enemiga de los dioses del imperio. Mandóla llamar el presidente,
y con buenas palabras procuró persuadirla que dejase su fe y sacrificase a los
dioses; mas no halló entrada en el pecho de la santa virgen. Y como instase de
nuevo, díjole ella: «No te canses, ni pienses que me podrás con sus razones apartar
del amor de mi Señor Jesucristo.» Embraveció se el prefecto; y trocando la
primera blandura en braveza y enojo, tratóla como mujer que había gastado su
patrimonio en mal vivir. Defendióse Lucía con firmeza: y entonces mandó el
malvado juez que la llevasen al lugar de las mujeres públicas; mas con todos
los esfuerzos que hicieron, no les fué posible moverla del lugar en que est taba.
Mandó, pues, el presidente poner mucha leña, resina y aceite alrededor de la
santa, y encenderlo para abrasarla; y ella, como si estuviese en un jardín muy ameno
y delicioso, estuvo segura y queda y sin recibir detrimento. Finalmente la hizo
el juez atravesar una espada por el cuello: y estando la bienaventurada virgen
herida de muerte, oró todo el tiempo que quiso, y habló cuanto quiso a los
cristianos, que estaban, allí presentes, diciéndoles que se consolasen, porque
presto la Iglesia tendría paz, y los emperadores que le hacían la guerra
dejarían el mundo y el señorío: y luego dio su bendita alma a Dios.
Reflexión:
Ni lo tierno de la edad,
ni la debilidad del sexo, con que tan de ordinario se disculpan los mundanos
para no darse a la virtud, son, como acabas de leer, excusas suficientes. ¿Qué responderán los tales a Cristo, cuando por toda
acusación les ponga ante los ojos tantos niños, tantas delicadas doncellas como
santa Lucía, que supieron arrebatar el cielo? Si el demonio trata de engañarte con
un día que quizás no amanecerá para ti, contéstale que muchos habían diferido
su conversión y han muerto sin ver el sol que se prometían. Si te pone delante
lo tierno de tu edad, ¡qué! Debes exclamar con san Agustín: ¿pudieron estos
niños, estas delicadas doncellas conquistar el cielo, y no lo podré yo?
Oración:
Óyenos, Señor Salvador
nuestro, y como nos regocijamos en la festividad de tu bienaventurada virgen y
mártir Lucía, así experimentemos el afecto de una verdadera piedad y devoción.
Por nuestro Señor Jesucristo. Amén,
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