12 de diciembre
Nuestra Señora de Guadalupe.
Epístola – Eccli; XXIV, 23-31
Evangelio - San Lucas; I, 39-47
En el año mil quinientos
treinta y uno de nuestra Redención, la Virgen Madre de Dios, según consta por
antigua y constante tradición, se mostró visible al piadoso y rústico neófito
Juan Diego en la colina del Tepeyac de México, y hablándole cariñosamente,
le
mandó presentarse al obispo y notificarle que era su voluntad que se le edificase
un templo, porque quería ser allí singularmente venerada. Para asegurarse de la
verdad del suceso difirió la respuesta Juan de Zumárraga, que era el obispo del
lugar: pero al ver que el sencillo neófito, obligado por la Virgen, que por
segunda vez se le había aparecido, repetía con lágrimas y súplicas la misma demanda,
le ordenó que con empeño pidiera una señal por la que se manifestase claramente
la voluntad de la gran Madre de Dios. Tomando el neófito un camino más apartado
de la colina de Tepeyac, y dirigiéndose a México para llamar a un sacerdote que
viniese a la casa de su tío gravemente enfermo, para administrarle los
sacramentos de la Iglesia, la benignísima Virgen le salió al encuentro y se le
apareció por tercera vez, y le mandó ir a coger unas rosas que habían brotado
en el cerro y presentarlas al obispo.
Obedeció Diego, y en aquel cerro formado
de rocas áridas donde apenas podía crecer alguna yerba, y en la estación rigurosa
del invierno, cuando en ninguna parte de aquella región se veían flores, halló
un hermosísimo y florido rosal, y cogiendo las rosas, las puso con cuidado en
un pliegue de su tilma (o capa) y se encaminó luego al palacio del obispo.
Maravillóse mucho el devoto prelado de ver aquellas rosas tan hermosas y
aromáticas en tal sazón, y mucho más porque echó de ver en la tilma del pobre indio
una maravillosa pintura de la imagen de la santísima Virgen, en la misma forma
como decía el neófito haberla visto en la colina cerca de la ciudad. Movidos
los habitantes por tan extraordinario prodigio, procuraron se guardase con gran
cuidado aquella venerable imagen, como regalo del cielo, y poco después la trasladaron
con gran pompa desde la capilla episcopal al santuario que le habían edificado
en la colina del Tepeyac. Colocóse más tarde en un suntuoso templo que los
romanos pontífices ennoblecieron concediéndole para el ¡esplendor del culto un
cabildo colegial; y el arzobispo de México y los demás obispos de aquellas
regiones, con aprobación de Benedicto XIV
Breve narración de la aparición de la virgen de Guadalupe
Reflexión:
Era Juan Diego neófito
indio de la más baja condición, y a la edad de cuarenta años había recibido el
bautismo de mano de un santo misionero franciscano, quedando tan devoto de la Virgen,
que todos los sábados andaba más de dos leguas para asistir a la misa que se
cantaba en México en honra de María. Después de las apariciones de la soberana
Señora, vivió y murió como un santo. Con los humildes y sencillos tienen su trato
familiar el Señor y su Madre santísima. Acordémonos de esto, y siempre que
visitemos los venerables santuarios de María, hagamos nuestra oración con un
corazón tierno, humilde y sencillo, y nos haremos dignos de recibir sus soberanas
mercedes.
Oración:
Oh Dios, que te dignaste
ponernos bajo el singular patrocinio de la beatísima virgen María, para
colmarnos de continuos beneficios: concede a tus humildes siervos, que pues se
regocijan con su memoria en la tierra, gocen de su presencia en el cielo. Por
Jesucristo nuestro Señor. Amén.
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