Los Magos
Innumerables son los pasajes en que los
profetas anuncian la universalidad del reino mesiánico, cada uno en aquella
forma que le ofrecía la realidad histórica que tenían a la vista. Pero, entre
todos un pasaje debemos notar, el salmo 72 (Vulg. 71), de cuyo sentido
mesiánico no dudaban los antiguos. Pues en este salmo leemos, así del Rey
Mesías:
Dominara de mar a mar
del río hasta los cabos de la tierra.
Ante El se inclinaran los habitantes del desierto,
y sus enemigos morderán el polvo.
Los reyes de Tarsis y de las islas le ofrecerán dones,
y los reyes de Seba y de le pagarán tributo.
Postraránse ante El los reyes
Y le serviran todos los pueblos (72,8-1I).
Es San Mateo el que nos habla de la venida de
los Magos a Jerusalén y a Belén. Nacido Jesús en Belén. de Judá, en los días
del rey Herodes, llegaron del Oriente a Jerusalén. unos magos, diciendo; ¡Dónde
está el rey de los judíos que acaba de nacer porque hemos visto su estrella en
el oriente y venimos a adorarte. He aquí un extraño suceso. Los magos constituían
la clase sacerdotal en el imperio persa, y en Babilonia habían adquirido gran
influencia. Se distinguían por su aplicación al estudio de la astronomía, o,
mejor, de la astrología, basada en el principio de que la vida del hombre se
desarrolla bajo la influencia de los astros, y así, conociendo la posición de
éstos en el nacimiento de un niño, se podía conocer el destino del recién
nacido. Al lado de estos científicos, había llegado muchos, llamados también
magos o caldees, charlatanes difundidos por Oriente y Occidente, que vivían a
costa de le credulidad del vulgo. Los que el evangelista nos presenta eran, sin
dudo personajes graves, dados a la contemplación del cielo. Y vienen de Oriente.
El mapa nos dice que el Oriente próximo de la Judea es lo Arabio, y en lo
Biblia los hilos de occidente son los árabes (Is, 11,14 j Ier. 49,28). Extendiendo
más la vista, pasa más por encima de, la Arabia a la Caldea. Pero, como para
llegar a ésta, desde Palestina se comenzaba por subir hasta Siria para seguir
luego el curso del Éufrates, de aquí que en la Escritura la Caldea y Babilonia
se consideran situadas al aquilón (Jer. 1,13s). Tales datos nos ponen en un
aprieto sobre la interpretación de este Oriente, patria de los Magos. Con todo,
no sabiendo que en Arabia haya habido magos ni estudiosos de astronomía, optamos
por colocar este Oriente en Babilonia. Desde la cautividad se había constituido
allí una floreciente colonia de judíos, que no dejarían de hacer prosélitos,
como los de Occidente. Por esta colonia podían los magos tener noticia de ese
rey de los judíos. La estrella, aster en griego, el astro que los magos
observan al oriente, debe de ser un cometa, signo de calamidades para los
antiguos, pero también señal del nacimiento de grandes reyes. De este principio
se sirvió el Señor para llevar estos magos ante la cuna de su Hijo en Belén.
Deseosos de averiguar noticias sobre un nuevo
de los judíos, se dirigen a Jerusalén, la capital del reino judío. Allí
preguntan, y la pregunta de estos extranjeros produjo una gran conmoción en la
ciudad, San Mateo se contenta con esta frase general, pero es indudable que en
medio de las universales esperanzas mesiánicas, con el odio general hacia el
viejo Herodes, tan cruel cuando sospechaba alguna conspiración contra su autoridad,
los sentimientos serian en Jerusalén muy diferentes. Heredes, noticioso de lo
que pasaba, tal vez quiso disimular y cortésmente procuró satisfacer a la
pregunta de aquellos forasteros, consultando a los representantes de la ciencia
sagrada, que le contestaron con el testimonio del profeta Miqueas. Suponemos
que Herodes no tendría mucha fe en el Mesías pero le bastaba saber que el
pueblo alimentaba esas esperanzas, para que se pusiera en guardia. Sin embargo,
por esta vez no quiso dar señales de inquietud ni de temor, y así comunicó a
los magos la respuesta de los doctores y los despidió para Belén, rogándoles
que viniesen a dar le nuevas de recién nacido, No, dudó que tendría tiempo para
tomar sus medidas contra aquel peligro que parecía amenazar a su dinastía.
Los Magos, hacia la caída de la tarde,
tomaron el camino de Belén, y luego el astro que habían visto al oriente, los precedía,
hasta que llegado encima del lugar en que estaba el Niño, se detuvo. Un astro difícilmente
puede indicar con precisión una casa o sitio determinado, pero las noticias
recibidas les ayudaban para seguir su camino hasta Belén. La vista del astro
los llena de alegría, porque les trae la seguridad de lo que buscaban con tan
largo camino. Llegados a Belén, preguntarían en la capital, y el eco de las
noticias de los pastores les haría fácil el dar con la gruta o casa donde se
encontraba el Niño. Entrados en la casa, vieron al Niño con Maria, su Madre, y
de hinojos le adoraron, y abriendo sus tesoros, le ofrecieron dones, oro,
incienso y mirra. Los Magos vienen en busca de un rey recién nacido, y encuentran
un niño con su madre, sin ninguna señal de realeza. Más en ellos tenía también
valor lo que hemos dicho de los, pastores. Sabían que grandes reyes habían
tenido humildes principios, y ellos no dudaron en rendir homenaje a aquel niño,
predestinado para venir a ser un gran monarca. Según el estilo oriental, se
postraron de hinojos y le ofrecieron sus dones.
El evangelista narra el suceso como
historiador; pero no podemos olvidar que es Dios quien gobierna a estos Magos,
y que iluminaria sus inteligencias para darles a conocer algo del misterio que
en aquel niño se encerraba. Los Magos son las primicias de la gentilidad que
creyó en Cristo, y no podrían ser lo si no hubiera en ellos lumbre de fe. Qué
grado alcanzaba, eso Dios lo sabe. El evangelista termina su relato, diciendo
que, advertidos en sueños los Magos de no volver a Herodes, se tornaron a su
tierra por otro camino. En vez de volver hacia Jerusalén, seguirían por el
desierto hacia el sur y, atravesando el Arabá, se encontrarían en el reino de
los nabateos, fuera del alcance de la policía de Herodes. Los efectos de esta
visita de los Magos, igual que los de la visita de los pastores y de otros que
los acompañaron, no son conocidos; pero el Señor, que a unos y a otros había
conducido a la cuna de su Hijo para rendirle con los ángeles, los primeros homenajes,
sabía bien a qué ordenaba esas visitas.
En cuanto a la estrella San Agustín dice: “No
era una de las estrellas que desde el principio de la creación guardan el orden
de su camino bajo la ley del creador, sino que, para indicar el nuevo parto de
la virgen, una nueva estrella apareció” Y santo Tomas dice: “Dice San
Crisóstomo que la estrella apareció a los Magos no fue una de las estrellas del
cielo y esto es evidente por muchas razones:
Primera, porque ninguna otra estrella sigue
esa dirección moviéndose del septentrión al mediodía. La Judea se halla al sur
de la Persia, de donde los Magos habrán venido.
Segunda por el tiempo de su aparición, pues
no apareció solo de noche, sino en pleno día, lo que no sucede con ninguna
estrella, ni aun con la luna.
Tercera, porque a veces se deja ver, a veces
se ocultaba, pues cuando entraron en Jerusalén se oculto, para mostrarse luego
que se alejaron de Herodes.
Cuarta, porque no tenía movimiento continuo,
antes bien caminaba cuando convenía que caminasen los Magos y se detenía cuando
ellos debían detenerse, como la columna de nube en el desierto. Hay otras
tantas razones, pero esa las dejamos para otro tiempo.
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