3 de noviembre
Los innumerables mártires de Zaragoza.
(†305)
(†305)
La misma Reina de los ángeles,
que, según el Leccionario antiquísimo de la Catedral de Zaragoza, se dignó
poner su asiento y morada en esta ciudad, cuando aún vivía en carne mortal,
parece que quiso ennoblecerla también con el glorioso título de ciudad real de
los mártires. En la décima persecución de la Iglesia, que fue la más cruel de
todas, el impío procónsul Daciano, entró en Zaragoza; y después que hubo
martirizado con inauditos suplicios al fortísimo diácono san Vicente, y
derramado la sangre de santa Engracia y de diez y ocho ilustres varones: viendo
que con tales castigos no amedrentaban a los cristianos, imaginó un artificio
sobremanera cruel e inhumano para conseguir su total exterminio. Hizo publicar
a son de trompeta por toda la ciudad un edicto, en que concedía amplia licencia
para que todos los ciudadanos que profesaban la fe de Cristo pudiesen salir de
la población y pasar a vivir en cualquiera otra parte que quisiesen: y que si
alguno quedase, experimentaría el rigor de la ley imperial. Este decreto fue
recibido de todos los cristianos con singular alegría, creyendo que cesaba en
parte la persecución; y que en cualquier otro pueblo podrían vivir según su fe.
Obligóseles a salir por determinada puerta, y a la misma hora. Era de ver
aquella muchedumbre innumerable de hombres y mujeres, desterrándose con gozo de
sus hogares por no abandonar la fe de Cristo. Estando ya todos en las afueras de la ciudad, los
soldados y ministros de Daciano, escondidos y puestos en acecho, se arrojaron como
sangrientos lobos sobre aquel numeroso rebaño de inocentes corderos. A unos
cortan la cabeza, a otros les traspasan el corazón, a todos los despedazan con
furor infernal, cubriendo, en breve tiempo, aquellos campos de sangre y de cadáveres
horriblemente mutilados. Manda luego el sacrílego procónsul juntar en un montón
todos aquellos sagrados cuerpos para abrasarlos y reducirlos a ceniza; y con el
intento de impedir que los cristianos las recogiesen y venerasen, hacen matar y
quemar a todos los crimínales que había en las cárceles, y mezclar sus cenizas con
las de los cristianos. Mas, por un admirable portento de la mano de Dios, se
separaron las unas de las otras, formando las de los santos unas masas de una
blancura extraordinaria. Conservanse aún en nuestros días estas reliquias,
llamadas Las santas Masas, en la cuales se echan de ver algunas señales
de color de sangre.
Reflexión
¡Qué diferencia entre la conducta
de los innumerables mártires de Zaragoza y la nuestra! La caridad estaba de tal
manera arraigada en sus corzones, que ni las promesas, ni las amenazas, ni los
suplicios, ni la misma muerte podía debilitar su valor. Es que entonces reinaba
el verdadero espíritu del cristianismo: y se templaban constantemente los ánimos
con el rigor de la austeridad y penitencia cristianas. ¿Qué mucho que salgas
una y otra vez derrotado en el combate que sostienes con tus pasiones, si te
preparas a la lucha por medio de regalos y placeres? ¿Quieres salir vencedor?
Pues practica la penitencia y austeridad cristianas: y procura que estas virtudes
aparezcan en la sencillez de tus vestidos, en la frugalidad de tu mesa, en la
supresión de los deleites y de cuanto debilita el vigor propio de los que
siguen al Crucificado.
Oración
Mirad, Señor, a vuestra
familia, y concedednos que, amparada con la intercesión de los santos
innumerables mártires, sea preservada de toda culpa. Por Jesucristo, nuestro
Señor. Amén.
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