VIGESIMOCUARTO
DOMINGO
DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
EL FIN DEL AÑO LITÚRGICO. — El número de Domingos
después de Pentecostés puede pasar de veinticuatro y llegar hasta veintiocho,
según que la Pascua se acerque más o menos, en los diversos años, al equinoccio
de primavera. Pero la Misa que sigue se reserva siempre para el último; el intervalo
se llena, si le hay, con los varios, más o menos, Domingos después de Epifanía,
que en este caso no se usaron al principió del año. Pero esto debe entenderse
exclusivamente de las Oraciones, Epístolas y Evangelios: pues, como ya dijimos,
el Introito, Gradual, Ofertorio y Comunión son hasta el fin los mismos que los
del Domingo veintitrés.
LA MISA DEL DOMINGO VIGÉSIMOTERCERO. —
Y a hemos visto que esta Misa del Domingo era considerada verdaderamente por
nuestros antepasados como la última del Ciclo. El Abad Ruperto nos ha explicado
el profundo sentido de sus diversas partes. Según la doctrina que tuvimos ocasión
de meditar anteriormente, la reconciliación de Judá se nos presenta en ella como
término de las intenciones divinas en el tiempo; las últimas notas de la
Sagrada Liturgia se han mezclado en ella con la última palabra de Dios en la
historia del mundo. El fln que la eterna Sabiduría pretendió en la creación y que
misericordiosamente prosiguió después de la calda con la redención, está
conseguido en efecto y de modo completo; porque este fin no fué otro sino la
unión divina con el género humano, verificada en la unidad de un solo cuerpo 1.
Ahora que los dos pueblos enemigos, gentil y judío, quedan unidos en un solo
hombre nuevo, en su cabeza Jesucristo los dos Testamentos que tan
hondamente señalaron a través de los siglos la distinción de los tiempos viejos
y nuevos, se borran a si mismos para dar lugar a los esplendores de la eterna
alianza.
LA MISA DE ESTE DÍA. —La Iglesia, pues,
detenía antiguamente aquí la marcha de su Liturgia. Estaba contenta de haber
llevado a sus hijos, no sólo a penetrar de esta forma en el desarrollo completo
del pensamiento divino, sino también y principalmente a unirse de esa manera
con el Señor en una verdadera unión, mediante la comunidad de intentos, de
intereses y de amor. Tampoco volvía ya a anunciar la segunda venida del
Hombre-Dios y el juicio final, que hizo durante el Adviento objeto de sus meditaciones
al empezar la vía purgativa. Sólo después de siglos, queriendo dar al Ciclo una
conclusión más precisa y más al alcance de los cristianos de nuestros días, se
decidió a terminarlo con el relato profético de la tremenda venida del Señor,
que da fin al tiempo y principio a la eternidad. Como San Lucas ya desde tiempo
inmemorial es el encargado de anunciar esta terrible venida en los días del
Adviento, se escogió el Evangelio de San Mateo para describirla de nuevo y más
ampliamente en el último Domingo después de Pentecostés.
MISA
INTROITO
Dice el Señor: Yo pienso pensamientos de paz y no de aflicción: me invocaréis, y yo os escucharé: y os haré volver de vuestra cautividad en todos los lugares. — Salmo: Bendijiste, Señor, tu tierra: redimiste la cautividad de Jacob. V. Gloria al Padre.
Dice el Señor: Yo pienso pensamientos de paz y no de aflicción: me invocaréis, y yo os escucharé: y os haré volver de vuestra cautividad en todos los lugares. — Salmo: Bendijiste, Señor, tu tierra: redimiste la cautividad de Jacob. V. Gloria al Padre.
La práctica de las buenas
obras nos hace alcanzar con la ayuda de la gracia una gracia mayor. Pidamos con
la Iglesia, en la Colecta, una acción eficaz de este divino motor sobre
nuestras voluntades.
COLECTA
Suplicamoste, Señor, excites la voluntad de tus fieles: para que, buscando con más diligencia el fruto de buenas obras, reciban de tu misericordia mayores remedios. Por Nuestro Señor Jesucristo.
Suplicamoste, Señor, excites la voluntad de tus fieles: para que, buscando con más diligencia el fruto de buenas obras, reciban de tu misericordia mayores remedios. Por Nuestro Señor Jesucristo.
EPISTOLA
Lección de la Epístola del Ap. San Pablo a los Colosenses (Col., I, 9-14).
Lección de la Epístola del Ap. San Pablo a los Colosenses (Col., I, 9-14).
Hermanos: No cesamos de
orar por vosotros, y de pedir que seáis llenados del
conocimiento de la voluntad de Dios, con toda sabiduría y toda inteligencia
espiritual: para que caminéis dignamente, agradando a Dios en todo:
fructificando en toda clase de obras buenas y creciendo en la ciencia de
Dios: confirmándoos en toda virtud según el poder de su claridad, en
toda paciencia y longanimidad, con gozo, dando gracias al Dios Padre,
que nos hizo dignos de participar de la herencia de los Santos en la luz: que
nos arrancó del poder de las tinieblas y nos trasladó al reino
del Hijo de su amor, en el cual poseemos la redención, por su sangre, la
remisión de los pecados.
ACCIÓN DE GRACIAS. — Acción de gracias y
oración es el resumen de nuestra Epístola y la conclusión digna de las
instrucciones del Apóstol y de todo el Ciclo de la sagrada Liturgia. El Doctor
de las naciones no ha desmayado en la tarea que la Madre común le confió; no es
culpa suya el que las almas cuyo guía quiso ser desde el día siguiente al de la
venida del Espíritu de amor, no hayan llegado a las cumbres de perfección que soñaba
para todas ellas. De hecho, los cristianos que han sido fieles en caminar por
la senda que hace un año viene mostrándoles la Santa Madre Iglesia, saben
ahora, por haberlo dichosamente experimentado, que ese camino de salvación va a
parar de modo seguro a la vida de unión, donde reina como soberana la
caridad divina. ¿En qué hombre, además, por poco que haya dominado a su
inteligencia y a su corazón el interés que presenta el desarrollo de las
estaciones litúrgicas, en qué hombre, digo, no ha aumentado al mismo tiempo la luz?
Pues la luz es el elemento indispensable que nos arranca del imperio de las
tinieblas y nos traslada, con la ayuda de Dios Altísimo, al reino de su
amadísimo Hijo. La obra de la redención que este Hijo de su amor vino a realizar
en el mundo, no ha podido menos de adelantar en todos los que se han asociado
de una forma o de otra a los pensamientos de la Iglesia, desde las semanas de
Adviento hasta estos últimos días del Ciclo Litúrgico. Por eso, todos,
cualesquiera que seamos, debemos dar gracias al Padre de las luces, que nos
ha hecho dignos de tener una parte, por minúscula que sea, en la
herencia de los santos.
SÚPLICA —Pero todos también tenemos que rogar, en
una u otra medida, para que el don excelente depositado en
nuestros corazones crezca con el nuevo año litúrgico a punto de empezar. El
justo no puede permanecer estacionario aquí en este mundo; tiene que subir o bajar;
y cualquiera que sea la altura a donde ya le subió la gracia, debe subir
siempre más y más mientras esté en esta vida. Los Colosenses, a los que se
dirigía el Apóstol, habían recibido totalmente el Evangelio; la palabra de
verdad sembrada entre ellos fructificaba allí de modo admirable en la fe, la
esperanza y el amor: pues bien, lejos de servir de ocasión para aflojar en su
solicitud hacia ellos, son precisamente sus progresos la razón por la que San Pablo, que ya rogaba por ellos, no cesa
de hacerlo. Roguemos, por tanto, nosotros también. Pidamos a Dios que nos
colme todavía y siempre de su divina Sabiduría y del Espíritu de inteligencia. Lo
necesitamos para responder a sus intenciones misericordiosas. El año que va a
comenzar reserva a nuestra fidelidad ascensiones nuevas tal vez laboriosas;
pero serán recompensadas con horizontes nuevos en los jardines del Esposo, y
una cosecha de frutos más abundantes y suaves. Caminemos, pues, de una manera
digna de Dios, alegres y fuertes bajo de la mirada de su amor, por el
camino ascendente que nos lleva al descanso sin fin de la visión beatifica.
GRADUAL
Nos libraste, Señor, de los que nos afligían: y confundiste a los que nos odiaron. T. Nos gloriaremos en Dios todo el día, y alabaremos tu nombre por los siglos. Aleluya, aleluya. T. Desde lo profundo clamo a ti, Señor: Señor, escucha mi oración. Aleluya.
Nos libraste, Señor, de los que nos afligían: y confundiste a los que nos odiaron. T. Nos gloriaremos en Dios todo el día, y alabaremos tu nombre por los siglos. Aleluya, aleluya. T. Desde lo profundo clamo a ti, Señor: Señor, escucha mi oración. Aleluya.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según San Mateo (Mat., XXIV, 15-34).
Continuación del santo Evangelio según San Mateo (Mat., XXIV, 15-34).
En aquel tiempo dijo Jesús
a sus discípulos: Cuando viereis la abominación de la desolación predicha por
el Profeta Daniel caer sobre el templo: el que lea, que entienda:
entonces, los que estén en Judea, huyan a los montes: y el que esté en
la terraza, no baje a tomar nada de su casa: y el que esté en campo,
no vuelva a tomar su túnica. Y ¡ay de las preñadas y de las que
alimenten en aquellos días! Rogad, en cambio, para que vuestra fuga no
sea en invierno, o en sábado. Porque habrá entonces una tribulación
muy grande, como no ha existido ni existirá otra, desde el principio del mundo hasta
hoy. Y, si no fuesen acortados aquellos días, no se salvaría nadie:
pero, por amor de los elegidos, serán abreviados aquellos días. Si alguien os dijere
entonces: Aquí o allí está el Cristo: no lo creáis. Porque surgirán seudocristos
y seudoprofetas: y harán grandes milagros y prodigios, de tal modo que
sean engañados (si fuese posible) los mismos elegidos. Ya os lo he predicho.
Si os dijeren, pues: Está en el desierto; no salgáis: Está escondido; no lo creáis. Porque, como el relámpago sale de Oriente y aparece
al punto en Occidente,, así será también la llegada del Hijo del hombre.
Donde estuviere el cuerpo, allí se congregarán las águilas. Y, en
seguida, después de la tribulación de aquellos días, el sol se
oscurecerá, y la luna no lucirá, y las estrellas caerán del cielo, y los
pilares del cielo se tambalearán: y entonces aparecerá en el cielo la
señal del Hijo del hombre: y entonces llorarán todas las tribus de la
tierra: y verán al Hijo del hombre venir en las nubes del cielo con
mucho poder y majestad. Y enviará sus Ángeles con trompeta y con gran
voz: y congregarán a sus elegidos de los cuatro vientos, desde lo más
alto de los cielos hasta su extremo. Y aprended esta parábola de la
higuera: cuando ya está tierna la rama, y han nacido las hojas, sabéis
que está cerca el verano: así también vosotros, cuando viereis todas estas cosas,
sabed que el Hijo del hombre está cerca, está a las puertas. En verdad
os digo, que no pasará esta generación, hasta que se realice todo esto.
El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
EL JUICIO. — Muchas veces, a través de las semanas de
Adviento, han sido tema de nuestras meditaciones las circunstancias que
acompañarán a la última venida del Señor; dentro de pocos días, esas mismas
enseñanzas van de nuevo a llenar nuestras almas de un temor saludable. Permítasenos
hoy, con el deseo y la alabanza, volvernos hacia el Jefe que tiene que terminar
la obra y señalar el triunfo de la hora solemne del juicio. Oh Jesús, tú vendrás
entonces a librar a tu Iglesia y vengar a Dios de los insultos que tanto se han
prolongado; ¡qué terrible será al pecador esa hora de tu llegada! Entonces
comprenderá claramente que el Señor hizo todo para él, todo hasta el implo
ordenado a dar gloria a su justicia en el día maloConjurado el universo para perdición
de los malvados se resarcirá por fin de la esclavitud del pecado que le fué
impuesta. Los insensatos inútilmente
gritarán a las montañas que los aplasten para librarse así de la mirada del que
estará sentado en el trono: el abismo se negará a tragarlos; y obedeciendo al que
tiene las llaves de la muerte y del infierno, vomitará hasta el último de sus
tristes habitantes al pie del terrible tribunal.
LA ALEGRÍA DE LOS ELEGIDOS. — ¡Oh Jesús, Hijo del
hombre, cuán grande nos parecerá tu poder, al verte rodeado de las falanges
celestes, que forman tu lucida corte, juntar a los elegidos de los cuatro ángulos
del universo! Pues también nosotros, tus redimidos, miembros tuyos ahora por
haberlo sido de tu Iglesia muy amada, también nosotros estaremos allí ese día;
y nuestro lugar ¡misterio inefable! será el que el Esposo reserva a la Esposa:
tu trono, donde, sentados contigo, juzgaremos hasta a los ángeles. Desde ahora,
todos los benditos del Padre esos elegidos cuya juventud se ha renovado tantas
veces como la del águila al contacto de tu sangre preciosa, tienen ya preparados sus ojos para clavarlos sin pestañear
en el Sol de justicia, cuando aparezca en el cielo. Con su hambre acrecida por
el lento caminar del destierro, ¿quién podría detener su vuelo? ¿Qué fuerza
sería capaz de romper la impetuosidad del amor que los reunirá en el banquete
de la Pascua eterna? Porque aquello será la vida y no la muerte, la destrucción
de la antigua enemiga, la redención que llega hasta los cuerpos, el tránsito
perfecto a la verdadera tierra prometida, en una palabra, la Pascua, esta
vez real para todos y sin ocaso, anunciada por la trompeta del Ángel sobre las
tumbas de los justos. ¡Qué alegría sentirán entonces en aquel verdadero día del Señor los que hayan
vivido de Cristo por la fe y, sin verle, le hayan amado! No obstante la debilidad
de la carne frágil, oh Jesús, identificándose contigo, han continuado en el
mundo tu vida de dolores y humillaciones; qué triunfo el suyo cuando, al verse
libertados para siempre del pecado y revestidos de cuerpos inmortales, sean
llevados a tu presencia para estar ya siempre con tu majestad
EL TRIUNFO DE CRISTO. — Pero su gozo mayor consistirá
sobre todo en asistir ese gran día a la exaltación de su amantísimo Capitán,
cuando se haga público el poder que le fué concedido sobre toda carne. Entonces
aparecerás, oh Emmanuel, como el único príncipe de las naciones haciendo añicos
la cabeza de los reyes y poniendo a tus enemigos por escabel de tus pies. Y
entonces también juntos el cielo, la tierra y el infierno doblarán las rodillas
delante del Hijo del Hombre, que vino antes en forma de esclavo, fué juzgado,
condenado y muerto entre criminales; y juzgarás, oh Jesús, a los jueces inicuos
a quienes anunciaste esta venida sobre las nubes del cielo« cuando te hallabas
en lo más profundo de tus humillaciones. Una vez terminada la tremenda
sentencia los réprobos irán al suplicio eterno y los justos a la vida que no acaba
Tu Apóstol nos dice que entonces vencedor de todos tus enemigos y rey
indiscutible, pondrás en manos del Padre Eterno el reino conquistado a la
muerte, como homenaje perfecto de la Cabeza y de los miembros. Dios será todo
en todos. Será eso el cumplimiento de la oración sublime que nos enseñaste a
los hombres y que sale más ferviente cada día del corazón de tus fieles,
cuando, dirigiéndose al Padre que está en los cielos, le piden incansables, a
pesar de la apostasía general, sea santificado su Nombre, venga a nos
el su reino, y hágase su voluntad así en la tierra como en el cielo. ¡Incomparable
serenidad la de aquel día en que cesará la blasfemia y la tierra será un nuevo
paraíso, purificada por el fuego del fango del pecado! ¿Qué cristiano no saltará
de gozo esperando ese último día que dará comienzo a la eternidad? ¿Quién no
tendrá en poco la agonía de la última hora, pensando que aquellos sufrimientos
tan sólo significan, como dice el Evangelio, que el Hijo del Hombre
está ya muy cerca, a la puerta?
¡VEN, SEÑOR,
JESÚS! — Oh Jesús, despréndenos cada vez más de este mundo, cuya
figura pasa con sus tareas inútiles, sus glorias falsificadas y sus falsos
placeres. Como en los días de Noé y como en Sodoma, según nos lo anunciaste,
los hombres siguen comiendo y bebiendo y dejándose absorber por el tráfico y el
placer; no pensar en la proximidad de tu venida, como tampoco sus antepasados
se preocuparon del fuego del cielo y del diluvio hasta el momento en que todos
perecieron. Dejémoslos gozarse y hacerse regalos mutuamente, como dice tu
Apocalipsis, figurándose que Cristo y su Iglesia son cosa pasada. Mientras de
mil modos oprimen a tu ciudad santa y la imponen pruebas que antes no conoció, no tienen la menor idea de que contribuyen a las bodas de la
eternidad; ya sólo la faltaban a la Esposa las joyas de estas pruebas nuevas y
la púrpura esplendorosa con que la adornarán sus últimos mártires. En cuanto a nosotros,
prestando atención a los ecos de la patria, percibimos la voz que sale del
trono y que grita: "Alabad a nuestro Dios todos sus siervos y cuantos le
teméis, pequeños y grandes, aleluya, porque Nuestro Señor, Dios todopoderoso, ha
establecido su reino. Alegrémonos y regocigémonos, démosle gloria porque han
llegado las bodas del Cordero y su Esposa está preparadas. Un poco más de
tiempo para que se complete el número de nuestros hermanos; y te diremos juntamente
con el Espíritu y la Esposa, con entusiasmo de nuestras almas, tanto tiempo
sedientas: ¡"Ven, oh Jesús, ven a perfeccionarnos en el amor por la unión
eterna, para gloria del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, por los siglos
sin fin"!
OFERTORIO
Desde lo profundo clamo a ti, Señor: Señor, escucha mi oración: desde lo profundo clamo a ti, Señor.
Desde lo profundo clamo a ti, Señor: Señor, escucha mi oración: desde lo profundo clamo a ti, Señor.
Pidamos al Señor en la
Secreta que, al acercarse el último juicio, dirija hacia Sí todos los corazones
y se digne reemplazar en nosotros los
apetitos terrenales por los deseos y gustos del cielo.
apetitos terrenales por los deseos y gustos del cielo.
SECRETA
Sé propicio, Señor, a nuestras súplicas: y, aceptadas las oblaciones y preces de tu pueblo, convierte a ti los corazones de todos nosotros; para que, libres de las ambiciones terrenas, nos llenemos de anhelos celestiales. Por Nuestro Señor Jesucristo.
Sé propicio, Señor, a nuestras súplicas: y, aceptadas las oblaciones y preces de tu pueblo, convierte a ti los corazones de todos nosotros; para que, libres de las ambiciones terrenas, nos llenemos de anhelos celestiales. Por Nuestro Señor Jesucristo.
COMUNION
En verdad os digo: Todo lo que pidiereis en la oración, creed que lo recibiréis, y se os concederá.
En verdad os digo: Todo lo que pidiereis en la oración, creed que lo recibiréis, y se os concederá.
Ojalá el divino
Sacramento, como lo pide la Iglesia en la Poscomunión, cure del todo por su
virtud lo que pueda quedar todavía de vicioso en nuestras almas al fin de este
año.
POSCOMUNION
Suplicamoste, Señor, hagas que, por medio de estos Sacramentos que hemos recibido, todo lo que haya de vicioso en nuestra alma, sea curado con el don de su medicamento. Por Nuestro Señor Jesucristo.
Suplicamoste, Señor, hagas que, por medio de estos Sacramentos que hemos recibido, todo lo que haya de vicioso en nuestra alma, sea curado con el don de su medicamento. Por Nuestro Señor Jesucristo.
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