16 de noviembre.
Santa Gertrudis, abadesa.
(† 1292)
Epístola – II Cor; X, 17-18; XI, 1-2.
Evangelio – San Mateo; XXV, 1-13.
La ilustre maestra
espiritual — santa Gertrudis, hermana de santa Matilde, nació de nobles padres
en Eisleben en la Alta Sajonia. A la temprana edad de cinco años fué ofrecida a
Dios en monasterio de Rodersdor, de las religiosas de san Benito. Dióse al estudio
de la lengua latina, como era costumbre entre las monjas; en la cual aprovechó
tanto, que llegó a escribir en latín con elegancia muchos libros. Aprendio
también las letras divinas y la doctrina de los ascetas; y aunque estaba adornada
de talentos naturales no comunes, y de los más extraordinarios dones de la
divina gracia, se tenía por la más vil y despreciable criatura. La sacratísima
pasión del Redentor y la sagrada Eucaristía eran la materia más ordinaria de
sus altísimas contemplaciones, en las cuales vertía copiosas y suaves lágrimas,
y se arrobaba con éxtasis de amor divino. Fué elegida abadesa de su monasterio
a los treinta años de su edad; y un año después, pasó con sus monjas a otro
monasterio llamado de Heldes, donde fué ejemplar perfectísimo de todas las
virtudes, haciéndose por su humildad sierva de todas. Con las vigilias, ayunos, abstinencias y una constante
abnegación de su propia voluntad, venció todas las desordenadas aficiones que
podían estorbarla el perfecto cumplimiento de la voluntad divina. Tenemos un vivo
retrato de su alma cándida y santísima, en el compendioso libro, que escribió
de las Divinas insinuaciones, o comunicaciones y sentimientos de amor de
Dios; que es tal vez la obra más provechosa escrita por mujer, y comparable con
las que escribió santa Teresa de Jesus. En ella propone la santa piadosísimos ejercicios
para renovar los votos bautismales, para convertirse el alma a Dios, para
renovar sus espirituales desposorios, y para consagrarse á su Redentor divino
por vínculo de amor indisoluble, pidiendo la gracia de morir para sí misma, y
ser sepultada en el Señor, de manera que no haga otro empleo de su vida, que el
mar a su divino Esposo, que tanto la ama. Tenía esta santa virgen altísima
contemplación, en la cual con frecuencia se arrobaba en éxtasis seráficos; y
hablaba de Cristo y de los misterios de su vida adorable con tanta fuerza de
espíritu y afectuosa devoción, que encendía en amor del Redentor divino a los
que la oían: y como el amor divino había sido durante toda su vida el único
principio de todas sus obras y afectos, así también fué como el término de ella;
pues la enfermedad de que murió no tanto fué dolencia corporal, como enfermedad
de amor divino, que desatándola del cuerpo a la edad de setenta años, hizo que
volase a su celestial Esposo.
Reflexión:
Por lo dicho puedes ver en
dónde aprendió esta esclarecida maestra, de espíritu los sublimes documentos de
perfección, que nos dejó, y ella misma practicó. El libro más familiar de esta gloriosa
santa, no era otro que Cristo crucificado. Entiende, pues, la frecuencia con
que debes leer y contemplar la pasión del Salvador, si deseas aprovechar en la
ciencia de los santos. ¡Oh! ¡Qué lecciones tan sabias de humildad, de mortificación,
de paciencia y de todas las demás virtudes nos enseña Jesús en el curso de su pasión
sacrosanta! Apréndelas tú con toda diligencia: pues así, y sólo así comprenderás
el secreto de la verdadera santidad.
Oración:
Oh Dios, que en el corazón
de tu bienaventurada virgen santa Gertrudis, te preparaste una agradable
morada; por sus méritos e intercesión, limpia las manchas del nuestro, para que
merezca ser digna habitación de tu divina Majestad. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
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