SE LIBRARA LA BATALLA
La lucha por la libertad
es tan vieja como el mundo y se renueva todos los días, porque todos los días
se renueva, bajo el movimiento desbordante con que brotan los renuevos del
antiguo tronco de la humanidad, los choques estrepitosos de las pasiones de los
fuertes y de los poderosos contra los débiles y contra los de abajo. Todo el
que asciende a las alturas desde donde se hace poner en macha a la humanidad,
tiene que sentir el vértigo de la inmensidad del espacio y, como el águila
tendida sobre las llanuras y las montañas, puede fácilmente experimentar la
impresión excesivamente fuerte de su encumbramiento y de la pequeñez de los que
se hallan al ras de la tierra.
Laboulaye, con mirada
penetrante y segura, pudo formular esta ley que todos los días comprueban los
hechos y, sobre todo, las actitudes y los gestos de los fuertes y de los
encumbrados; “todo poder tiende a extralimitarse”; y cuando la gravitación de
las alturas hace que los de arriba extiendan su brazo para encadenar a los de
abajo y para profanar en ellos la majestad del derecho y de la libertad,
entonces se plantea un problema de libertad y, y entonces también se abre
margen a la lucha por la libertad. Esto significa que los de abajo siempre se
han encontrado en la necesidad de vigilar a los de arriba y, sobre todo, de
volver su cara atrevidamente hacia las profanaciones y hacia el puño audaz de
los que se extralimitan, para contenerlos y hacer respetar los atributos del
hombre y del ciudadano.
La armonía absoluta entre
los súbditos y los gobernantes puede romperse y de hecho se rompe todos los
días, cuando el hombre inerme, pequeño, cae al golpe brutal de la espada del
fuerte y del grande. Y por esto no hay que esperar que la lucha por la libertad
termine alguna vez, si es que se pretende hacer de la humanidad, no una legión
inmensa de esclavos, sino una muchedumbre de seres libres y altos de espíritu y
de voluntad. Pero aparte de que la
lucha por la libertad todos los días se renueva, todos los días también pide,
exige, contra los profanadores del derecho. Esto explica que en los pueblos
donde la libertad no es una mentira y donde la democracia no es una farsa, haya
hacia todos los rumbos muchas plumas que erizan el espacio y que se hallan
vueltas hacia los alcázares de los déspotas.
Más aún: los tiempos
modernos han tenido que variar de una manera fundamental la táctica para rendir
tiranos. Ayer, Espartaco se escoltaba de esclavos armados de puñales, para
reivindicar la libertad. Hoy, la opinión, cuando tiene sus grandes órganos, sus
grandes e inmensos portavoces y en cada conciencia encuentra un baluarte que no
capitula y que tampoco está dispuesto a transigir, por más que no desnude el
acero fratricida, hiere, derriba y mata tiranos sin derramar una gota de sangre.
Será, pues, preciso, pensar en que la batalla será inevitable; que, como dijo
el célebre orador francés: “la libertad no se pide, se arrebata”, y que para
arrebatarla no necesitamos más que organizarnos, respaldar nuestra opinión y
nuestros derechos con fuerza moral, cuya gravitación resquebraje las espaldas y
los puños de nuestros verdugos.
UNA LECCIÓN PARA LOS PARIAS
Los católicos de
Alsacia–Lorena[1]
acaban de añadir una página de victoria a las múltiples que han sido escritas
en todos los siglos por la actitud serena, altiva y enérgica de los mártires y
de los espíritus que lejos de capitular ante las persecuciones de los césares,
vuelven su pensamiento hecho bandera, su palabra hecha grito de combate y su
cohesión y su organización hacia el puño cerrado y amenazante de los verdugos
de la libertad de conciencia. Y así como acaban de vencer los católicos de
Alsacia–Lorena, vencieron los católicos alemanes al despotismo protestante,
los irlandeses capitaneados por O’Connell a la orgullosa y fuerte Inglaterra y
así vencieron los primeros cristianos las legiones y los desfiladeros de
espadas que escoltaban a la vieja Roma.
No se derramó una sola
gota de sangre; no brilló al sol el acero fratricida que desata la guerra
civil; no se hirió a ninguno de los actuales profanadores del derecho de
pensar, en Francia; no se clavó un puñal en el corazón de Eduardo Herriot, que
encarna y representa en estos instantes la tiranía sectaria y socialista que
nunca ha tolerado ni tolera que se crea en Dios y que se piense libremente. Los
católicos de Alsacia–Lorena aprendieron durante el medio siglo que vivieron al
lado de Alemania, que el Catolicismo, para que sea un sistema, una doctrina,
como los concibió su Fundador, de combate, no contra el mal y el error en sus
formas abstractas y metafísicas, sino hechos leyes, potros, persecución abierta
e implacable contra la verdad, es preciso que los católicos no se entreguen a
los éxtasis de los antiguos ermitaños, ni a los deliquios de los anacoretas y
oculten sus carnes desgarradas y envejecidas en la inmolación y su espíritu
luminoso de santidad, en lo íntimo, en lo recóndito de la conciencia y en los
repliegues del mundo interior; sino que es necesario que toda la sed de
sacrificarse, sobre todo en estos momentos en que la vida pública y social se
descuartiza y se derrumba, se convierta, para valernos de una frase reciente
del Papa reinante, en osadías santas, que resuciten las escenas del circo, en
los comienzos de la difusión del cristianismo y sobre todo, escriban las páginas
que escribieron los católicos irlandeses. El Cristianismo no es ni doctrinal ni
de éxtasis; es una gloriosa vanguardia de hechos y de ideas que luchan
incansablemente contra el mal sean cuales fueren sus formas y sin amedrentarse
porque sea necesario encontrarse cara a cara con los reyes y los demagogos
hechos gobierno. Reducir, pues, el catolicismo a plegaria secreta, a hecho
oculto, a queja medrosa, a temblor y espanto ante los poderes públicos, cuando
éstos matan el alma nacional y atasajan en plena vía la Patria, no es solamente
cobardía y desorientación disculpable, es un crimen histórico religioso,
público y social que merece todas las execraciones. Los católicos de
Alsacia–Lorena, a base de organización, a base de cohesión, a base de
movilización y disciplina de las energías católicas y de una afirmación rotunda
y aplastante de la libertad de la conciencia en plena vía pública, ante el
Gobierno francés convertido en perseguidor y sin derramar una gota de sangre ni
apelas a la violencia de la espada, han rendido la máquina de guerra del
despotismo socialista y han vencido.
Los católicos mexicanos
debemos aprender la lección: apoyarnos en las mismas bases y romperemos el puño
armado de los perseguidores. ¿Sabemos el puño armado de los perseguidores. ¿Sabremos
seguir el camino glorioso abierto a todos los esclavos por Alsacia–Lorena?
[1] Alsacia-Lorena. Regiones limítrofes entre Francia y
Alemania, que encarnan una rivalidad histórica entre ambas potencias.
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