LIBRO
TERCERO
Del
progreso y de la perfección del amor
Que el amor sagrado puede aumentar más y
más en cada uno de nosotros
El sagrado concilio de Trento afirma que los amigos de Dios, andando de
virtud en virtud, son cada día renovados, es decir, progresan, por sus buenas
obras, en la justicia que han recibido por la divina gracia; y quedan más y más
justificados, según estas celestiales enseñanzas: El justo justifíquese más y
más, y el santo más y más se santifique combate por la justicia hasta la
muerte En esta escalera el que no sube,
baja; en este combate, el que no vence es vencido. Los que corren el estadio,
si bien todos corren, uno solo se lleva el premio. Corred, pues, de tal manera
que lo ganéis ¿Cuál es el premio, Jesucristo, y cómo podréis lograrlo, si no le
seguís? Si le seguís, andaréis y correréis siempre, pues Él nunca se detiene,
sino Que continúa en su carrera de amor y de obediencia, hasta la muerte, y
muerte de cruz Ve, pues, mi querido
Teótimo, y no tengas otra meta que la de tu vida, y mientras dure tu vida,
corre en pos del Salvador, pero ardorosa y velozmente, porque ¿de qué te
servirá el seguirle, si no logras la dicha, de alcanzarle? Oigamos al profeta:
Incliné, mi corazón a la práctica perpetua de tus justísimos mandamientos. No
dice que los cumplirá durante algún tiempo, sino siempre, y, porque quiere
obrar bien eternamente, obtendrá un eterno galardón. Bienaventurados los que
proceden sin mancilla, los que caminan según la ley del Señor».
La verdadera virtud no tiene límites; siempre va más allá, de un modo
particular la caridad, que es la virtud de las virtudes, la cual, teniendo un
objeto infinito, sería capaz de llegar a serlo, si encontrase un corazón en el
cual ab infinito tuviese cabida; pues nada impide que este amor sea infinito
sino la condición de la voluntad que lo recibe, condición debida a la cual, así
como jamás nadie verá a Dios en la medida que es visible, así nadie podrá
amarle en la medida que es amable. El corazón que pudiese amar a Dios con un
amor adecuado a la divina bondad, tendría una sola voluntad infinitamente
buena, lo cual solamente es propio de Dios. De donde se sigue que la caridad
puede, entre nosotros, perfeccionarse indefinidamente, es decir, puede hacerse
cada día más excelente, pero nunca puede llegar a ser infinita. La misma caridad de nuestro Redentor, en cuanto Hombre, aunque es muy
grande, y está por encima de cuanto los ángeles y los hombres pueden llegar a comprender,
no es, empero, infinita en su ser y en sí misma, sino tan sólo en la estimación
de su dignidad y de su mérito, porque es la caridad de una persona de
excelencia infinita, es decir, de una persona divina, que es el Hijo eterno del
Padre omnipotente. Es, por lo tanto, un favor extremado hecho a nuestras almas, el que
puedan crecer indefinidamente y cada día más en el amor de Dios, mientras están
en esta vida caduca.
Cómo nuestro Señor ha hecho fácil el
crecimiento en el amor.
¿Ves, Teótimo, este vaso de agua o este pedazo de pan que un alma santa
da a un pobre por amor a Dios? Pues bien, esta acción, ciertamente insignificante
y casi indigna de consideración, según el juicio humano, es recompensada por
Dios, que al instante concede por ella un aumento de caridad. Digo que es Dios
quien hace esto, porque la caridad no crece por sí misma, como el árbol que
produce sus ramas y hace, por su propia virtud, que las unas salgan de las
otras; al contrario, como quiera que la fe, la esperanza y la caridad son
virtudes que tiene su origen en la bondad divina, debemos tener siempre
nuestros corazones vueltos e inclinados hacia, ella, para impetrar la
conservación y el aumento de estas virtudes. Oh Señor nos hace decir la santa Iglesia dándonos aumento de fe, de
esperanza y de caridad a imitación de aquellos que decían al Salvador. Señor,
aumenta nuestra fe y, según la advertencia
de San Pablo, el cual asegura que poderoso es Dios para colmarnos de todo bien Las
abejas fabrican la deliciosa miel, que es su obra más preciada; más no por esto
la cera fabricada también por ellas, deja de tener su valor y de hacer que su
trabajo sea muy recomendable. El corazón amante, se ha de esforzar en hacer las
obras con gran fervor, y ha de procurar que sean de un precio muy subido: pero,
a pesar de ello, SI las hace más pequeñas, no perderá del todo su recompensa,
porque Dios se lo agradecerá, es decir, le amará cada vez un poco más, y nunca
Dios comienza a amar más a un alma que vive en caridad, sin que, a la vez, se le
aumente, pues nuestro amor a Él es el propio y peculiar efecto de su amor a
nosotros.
Tal es el amor que Dios tiene a nuestras almas tal el deseo de hacernos
crecer en el amor que debemos profesarle. Su divina dulzura hace que todas
nuestras cosas sean útiles; todo lo convierte en bien; hace que redunden en
provecho nuestro todos nuestros quehaceres, por humildes y sencillos que sean. En
la esfera de las virtudes morales, las obras pequeñas no acrecientan la virtud
de la cual proceden, sino que más bien la disminuyen; porque una gran generosidad
perece, cuando comienza a dar cosas de poca monta, y de generosidad se
convierta en tacañería. Pero en la economía de las virtudes que estriban en la
misericordia divina, sobre todo en la caridad, todas las obras redundan en
aumento de las mismas; lo cual no es de maravillar, porque el amor sagrado,
como rey de las virtudes, nada tiene, pequeño o grande, que no sea amable, pues
el bálsamo, príncipe de los árboles aromáticos, nada posee ni corteza ni hojas,
que no exhale olor. ¿Y qué puede producir el amor que no sea amor y que no
tienda al amor?
Cómo el alma, que vive en caridad,
progresa en ella
Aunque, merced a la caridad derramada en nuestros corazones, podamos
andar en la presencia de Dios y progresar en el camino de la salvación, siempre
la divina bondad asiste al alma a la cual ha dado su amor, y la sostiene
continuamente con su mano. Porque, de esta manera, 1°, da a conocer mejor la
dulzura de su amor para con ella; 2.°, la va animando siempre más y más; 3.°,
la alivia contra las inclinaciones depravadas y contra los malos hábitos
contraídos por los pecados pasados; 4.°, y finalmente, la sostiene y defiende
contra las tentaciones. ¿Acaso no vemos, oh Teótimo, que, con frecuencia, los
hombres sanos y robustos tienen necesidad de que se les excite, para que
empleen su fuerza y su vigor, y, por decirlo así, que se les acompañe de la mano
hasta la obra? Así, habiéndonos dado Días su caridad, y, por ella, la fuerza y
los medios para adelantar en el camino de la perfección, con todo, su amor no
le permite dejarnos solos, sino que le impele a ponerse en camino con nosotros,
le insta a que nos inste, mueve su corazón a que mueva e impulse al nuestro a
emplear bien la caridad que nos ha dado, mediante la frecuente repetición, con
sus inspiraciones, de las advertencias que nos hace San Pablo: Os exhortamos a
no recibir en vano la gracia de Dios". Mientras tenemos tiempo hagamos
bien a todos Corred de tal manera que ganéis
el premio. Debemos pues hacer cuenta, con frecuencia, que Dios repite a los
oídos de nuestro corazón las palabras que decía el santo padre Abraham: Camina
delante de Mí y sé perfecta Sobre todo
es necesaria una asistencia especial de Dios al alma que tiene puesto el amor
santo en empresas señaladas y extraordinarias porque, si bien la caridad, por
pequeña que Sea nos da la suficiente inclinación, y, como creo, la fuerza
bastante para aspirar y para, acometer empresas excelentes y de gran
importancia, nuestros corazones tienen necesidad de ser impelidos y levantados
por la mano y por el movimiento de este gran Señor. Así S. Antonio y S. Simeón
Estilita estaban en caridad y en gracia de Dios, cuando se resolvieron a
emprender un género de vida tan levantado, y también la bienaventurada madre
Teresa, cuando hizo el voto especial de obediencia; S. Francisco y S. Luis,
cuando emprendieron el viaje a ultramar para la gloria de Dios; el
bienaventurado Francisco Javier, cuando consagró su vida a la conversión de los
indios; S. Carlos, cuando se puso al servicio de los apestados; S. Paulino,
cuando se vendió para rescatar el hijo de la pobre viuda: jamás, empero,
hubieran tenido arranques tan audaces y generosos, si a la caridad, que estaba
en sus corazones, no hubiera añadido Dios las inspiraciones, las advertencias,
las luces y las fuerzas especiales, por las cuales les animaba y lanzaba hacia
estas proezas de valor espiritual.
¿No veis al joven del Evangelio, al cual nuestro Señor amaba, de lo que
se desprende que vivía en caridad? ". En manera alguna pensaba en vender
todo cuanto tenía para darlo a los pobres y seguir a nuestro Señor. Al
contrario, cuando el Salvador le invitó a que hiciese esto, ni siquiera
entonces tuvo el valor de realizarlo. Para estas grandes empresas, tenemos
necesidad no sólo de ser inspirados, sino también robustecidos para poner en
práctica lo que la inspiración exige de nosotros. Como también, en las grandes acometidas
de las tentaciones extraordinarias, nos es absolutamente necesaria una
presencia particular del celestial auxilio. Por esta causa, la santa Iglesia
nos hace decir con frecuencia: ¡Moved, oh Señor, nuestros corazones! Te suplicamos,
Señor, que prevengas nuestros actos con santas inspiraciones y que con tu
auxilio las continúes. ¡Oh Señor, acude presto en nuestra ayuda!; para que, con
tales preces, alcancemos la gracia de poder hacer obras excelentes y
extraordinarias y de hacer con más frecuencia y con mayor fervor las
ordinarias, como también para que podamos resistir con más ardor a las pequeñas
tentaciones y combatir valientemente las más fuertes.
De la santa perseverancia en el sagrado
amor
Así como una tierna madre que lleva consigo a su hijito, le ayuda y le
sostiene según lo necesite, unas veces dejándole dar algunos pasos en los
lugares llanos y menos peligrosos; otras dándole la mano y aguantándole; otras tomándole
en brazos y llevándole de la misma manera, nuestro Señor tiene un cuidado
continuo de la dirección de sus hijos, es decir, de los hombres que viven en
caridad, haciéndoles andar delante de Él, dándoles la mano en las dificultades,
sosteniéndolos Él mismo en sus penas, pues ve que de otra manera, se les harían
insoportables. Lo cual declara por Isaías, cuando dice: Yo soy el Señor tu
Dios, que te tomo por la mano y te estoy diciendo: No temas, que Yo soy el que
te socorro. Debemos, pues, con gran ánimo, tener una firmísima confianza en
Dios y en sus auxilios, porque, si correspondemos a su gracia, llevará al cabo
la buena obra de nuestra salvación, tal como la ha Comenzado obrando en
nosotros no sólo el querer sino el ejecuta " como lo advierte también el
santo concilio de Trento.
En esta dirección que la dulzura de Dios imprime en nuestras almas,
desde que son introducidas en la caridad hasta la final consumación de ésta,
que no se produce sino en la hora de la muerte, consiste el gran don de la perseverancia,
al cual nuestro Señor vincula el gran don de la gloria eterna, según nos ha
dicho: Quien perseverare hasta el fin, éste se salvará" porque este don no
es más que el conjunto, de los diversos favores, consuelos y auxilios, merced a
los cuales nos conservamos en el amor de Dios hasta el fin, como la crianza, la
educación y la instrucción de un niño no son otra cosa que una multitud de
cuidados, ayudas y socorros, y de varios oficios ejercitados y continuados con
él hasta la edad en que ya no los necesita. Pero esta serie de socorros y
favores no es igual en todos los que perseveran, porque en unos es mucho más
breve, como en los que se convierten a Dios poco antes de su muerte, tal como
le ocurrió al buen ladrón; al dichoso portero que vigilaba a los cuarenta
mártires de Sebaste, quien, al ver que uno de ellos perdía el ánimo y dejaba la
palma del martirio, se puso en su lugar, y en un momento fue hecho, de una vez,
cristiano, mártir y bienaventurado; y a otros mil, de quienes hemos visto o
sabido que han tenido la dicha de morir bien, después de haber vivido mal. No
tienen estos necesidad de una gran variedad de auxilios; al contrario, si no
les sobreviene alguna grave tentación, pueden obtener una perseverancia muy
breve, con la sola caridad que han recibido y los auxilios, gracias a los
cuales se han convertido; porque estos tales llegan al puerto sin navegación y
hacen toda su peregrinación de un solo salto, que la omnipotente misericordia
de Dios les hace dar tan a propósito, que sus enemigos les ven triunfar, antes
de verles combatir, y así su conversión y su perseverancia son casi una misma,
cosa. En otros, al contrario, la perseverancia es muy prolongada, como en Santa
Ana la profetisa, en San Juan Evangelista, en San Pablo primer ermitaño, en San
Hilarión, en San Romualdo, en San Francisco de Paula; para éstos han sido menester
mil diversos auxilios, según la variedad de contingencias de su peregrinación y
según la duración de ésta. Siempre, empero, la perseverancia es el don más
deseable que podemos esperar en esta vida, el cual, como dice el santo
concilio, no es posible recibir sino de Dios, que es el único que puede
derribar al que está en pie, y levantar al caído.
Por esta causa, hemos de pedirlo continuamente, empleando, a la vez,
los medios que Dios nos ha enseñado para conseguirlo, como la oración, el
ayuno, la limosna, el uso de los sacramentos, el trato con los buenos, el oír y
leer cosas santas. y podemos decir con verdad, juntamente con el Apóstol, que
ni la vida, ni la muerte, ni los ángeles, ni lo que hay de más alto ni de más
profundo, podrá jamás separamos del amor de Dios que está en Jesucristo nuestro
Señor "Si, porque ninguna criatura puede arrancarnos de este santo amor;
únicamente nosotros podemos dejarlo y abandonarlo, por nuestra propia voluntad,
fuera de la cual nada, en este punto, hemos de temer.
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