VIGESIMOPRIMERO
DOMINGO
DESPUES DE PENTECOSTES
DESPUES DE PENTECOSTES
EL OFICIO. — Los Domingos que van a continuación
son los últimos del ciclo anual, pero el grado de proximidad que los relaciona
con su último término, varía cada año con la Pascua. Esta variación
imposibilita la coincidencia exacta entre la composición de sus Misas y las
lecturas del Oficio nocturno, que se hacen de un modo fijo desde agosto de la
manera que hemos dicho. La instrucción que los fieles deben sacar de la sagrada
Liturgia sería incompleta, ni verían tampoco la solicitud de la Iglesia en
estas últimas semanas tan claramente como conviene para dejarse dominar de ella
por entero, si pasan para ellos inadvertidas las lecturas que se hacen en los
meses de octubre y noviembre: en el primero se leen los Macabeos, que nos
animan a los últimos combates, y en el segundo se leen los Profetas, que
anuncian los juicios de Dios.
MISA
LUCHA CONTRA EL DIABLO. — Durando de Mende, en su
Racional, se esfuerza por probar que este Domingo y los que le siguen dependen
siempre del Evangelio de las bodas divinas y no son más que su explicación.
"Y porque estas bodas, dice para hoy, no tienen mayor enemigo que la envidia
de Satanás contra el hombre, la Iglesia trata, en este Domingo, de la guerra
contra Satanás y de la armadura de que nos debemos revestir para defendernos en
ella, según se verá en la Epístola. Y, como el cilicio y la ceniza son las
armas de la penitencia, la Iglesia en el Introito saca a relucir la voz de
Mardoqueo, que rogaba a Dios, cubierto del cilicio y la ceniza" .
MISERIA DEL GÉNERO HUMANO. — Su fundamento tienen
las reflexiones del Obispo de Mende. Mas, bien que el pensamiento de la unión
divina, que pronto se consumará, no abandone nunca a la Iglesia, ésta se mostrará
de modo especial verdaderamente Esposa en la desdicha de los últimos tiempos,
cuando, olvidándose de sí misma, sólo pensará en los hombres, cuya salvación la
confió el Esposo. Lo hemos dicho ya: la proximidad del juicio final, el estado
lamentable del mundo en los años que precederán inmediatamente al desenlace de
la historia humana, es lo que domina en la Liturgia de estos Domingos. La parte
de la Misa de hoy que más impresionó a nuestros padres, es el Ofertorio sacado
de Job, con su versículos de exclamaciones expresivas y repeticiones
apremiantes; puede decirse, en efecto, que este Ofertorio encierra perfectamente
el verdadero sentido que conviene dar al Domingo vigésimo primero después de
Pentecostés. Al mundo, que se ve reducido, como Job en el estercolero, a la más
extrema miseria, ya solamente le queda la esperanza en Dios. Los santos que
todavía viven en él, honran al Señor con una paciencia y una resignación, que en
nada merman el ardor y la fuerza de sus súplicas. Tal es el sentimiento que
desde el primer instante produce en ellos la oración sublime formulada por Mardoqueo.
Rogaba éste a favor de su pueblo condenado a un exterminio total, figura del
que espera al género humano
INTROITO
En tu voluntad, Señor, están puestas todas las cosas, y no hay quien pueda resistir a tu voluntad: porque tú lo has hecho todo, el cielo y la tierra, y todo cuanto se contiene en el ámbito del cielo: tú eres el Señor de todo. — Salmo: Bienaventurados los puros en su camino: los que andan en la Ley del Señor. V. Gloria al Padre.
En tu voluntad, Señor, están puestas todas las cosas, y no hay quien pueda resistir a tu voluntad: porque tú lo has hecho todo, el cielo y la tierra, y todo cuanto se contiene en el ámbito del cielo: tú eres el Señor de todo. — Salmo: Bienaventurados los puros en su camino: los que andan en la Ley del Señor. V. Gloria al Padre.
La Iglesia, en la Colecta,
indica bastante que, si bien está pronta a sufrir los tiempos malos, prefiere
la paz, que la permite ofrecer libremente el tributo simultáneo de las obras y la alabanza. El último ruego de Mardoqueo
en la oración cuyas primeras palabras las tenemos en el Introito, era para esta
libertad de la alabanza divina, que será el último amparo del mundo: Podamos
cantar a tu Nombre, oh Señor, y no cierres la boca de los que te
alaban"
COLECTA
Suplicamoste, Señor, custodies a tu familia con tu continua piedad: para que, con tu protección, se vea libre de todas las adversidades y, con buenos actos, sirva devota a tu nombre. Por Nuestro Señor Jesucristo.
Suplicamoste, Señor, custodies a tu familia con tu continua piedad: para que, con tu protección, se vea libre de todas las adversidades y, con buenos actos, sirva devota a tu nombre. Por Nuestro Señor Jesucristo.
EPISTOLA
Lección de la Epístola del Ap. San Pablo a los Efesios (Ef„ VI, 10-17).
Lección de la Epístola del Ap. San Pablo a los Efesios (Ef„ VI, 10-17).
Hermanos: Confortaos en el
Señor y en el poder de su virtud. Revestios de la armadura
de Dios para que podáis resistir a las asechanzas del diablo. Porque no
tenemos que luchar contra la carne y la sangre, sino contra los príncipes y
potestades, contra los tenebrosos rectores de este mundo, contra los
espíritus del mal en los cielos. Por lo cual, tomad la armadura de Dios, para
que podáis resistir en el día malo y ser perfectos en todo. Tened, pues,
ceñidos vuestros lomos con la verdad, y estad vestidos de la loriga
de la justicia, y tened los pies calzados con la preparación del
Evangelio de la paz: tomad en todo el escudo de la fe, con el cual
podréis extinguir todos los dardos encendidos del malvado: y el yelmo de
la salud: y la espada del espíritu, que es la palabra de Dios.
EL DÍA DEL JUICIO. — Los días malos, que ya señalaba
el Apóstol el último Domingo, son muchos en la vida de cada hombre y en la
historia del mundo. Mas, para cada hombre y para el mundo, hay un día malo entre
todos: el del fin y el del juicio, del cual canta la Iglesia que la desgracia y
la miseria le convertirán en un día de gran amargura. Los años se han
dado al hombre, y los siglos se suceden unos a otros para preparar el último
día. Dichosos los combatientes del buen combate y los vencedores de ese día
terrible; se los verá entonces de pie sobre las ruinas y perfectos en
todo, conforme a la palabra del Doctor de las naciones. No conocerán la segunda
muerte; coronados con la diadema de la justicia, reinarán con Dios sobre el
trono de su Verbo.
APOYARSE EN CRISTO. — La guerra es fácil con el
Hombre-Dios por jefe. Únicamente nos pide por su Apóstol que busquemos
nuestra fuerza sólo en El y en la potencia de m virtud. La Iglesia
sube del desierto apoyada en su Amado. El alma fiel se siente conmovida al
pensar que sus armas son las mismas que tiene el Esposo. No en vano los Profetas
nos le pintaron ya de antemano ciñendo antes que nadie el escudo de la fe,
tomando el casco de la salud, la coraza de la justicia y la espada
del espíritu, que es la palabra de Dios. El Evangelio nos le presentó en
medio de la lid para, con su ejemplo, formar a los suyos en el manejo de estas
armas divinas.
EL ARMA DE LA FE. — Armas múltiples por
razón de sus múltiples efectos, pero todas, ofensivas o defensivas, se resumen
en la fe. Fácilmente ello se echa de ver al leer la Epístola de hoy, además de
que eso es lo que nuestro jefe divino quiso enseñarnos cuando, al ser tentado
por tres veces en la montaña de la Cuarentena, quiso responder otras tantas con
textos de la Escritura. La victoria que triunfa del mundo es la de nuestra fe,
dice San Juan; y en e¡ combate de la fe resume el Apóstol, al final de su
carrera, sus propias luchas y las de toda vida cristiana.. A pesar de las
condiciones nada favorables que señala el Apóstol, es la fe la que asegura el
triunfo a los hombres de buena voluntad. Si en la lucha emprendida tuviésemos que
juzgar de las esperanzas del éxito de las partes adversas comparando sus
fuerzas respectivas, es seguro que las conjeturas nos serían desfavorables.
Porque no tenemos que hacer frente a hombres de carne y sangre, sino a
enemigos impalpables que llenan el aire y son, por tanto, invisibles, inteligentes
y fuertes; que conocen a maravilla los tristes secretos de nuestra pobre
naturaleza caída y dirigen todo su valer contra el hombre para engañarle y
perderle por el odio que tienen a Dios. En su origen fueron creados para
reflejar en la pureza de una naturaleza completamente espiritual el resplandor
divino de su autor; ahora, por su orgullo, son y manifiestan ser una monstruosidad
de puras inteligencias consagradas al mal y a odiar la luz.
CONVERTIRSE EN LUZ. — Nosotros, que ya por nuestra
naturaleza sólo somos tinieblas,¿cómo, pues, lucharemos con estas potencias espirituales,
que ponen toda su ciencia al servicio de la oscuridad? San Juan Crisóstomo lo
dice: "Convirtiéndose en luz." Es cierto que la faz del Padre no
puede lucir directamente sobre nosotros antes del gran día de la revelación de
los hijos de Dios; pero ya desde ahora tenemos la palabra revelada que suple
nuestra ceguera. El bautismo abrió el oído en nosotros, pero no abrió todavía
los ojos; Dios habla por la Escritura y por su Iglesia, y la fe nos da una certeza tan grande como si ya viésemos. Con su docilidad de niño, el justo camina en paz por la sencillez del
Evangelio. La fe le guarda contra los peligros mejor que el escudo, y mejor que
el casco y la coraza; la fe amortigua los dardos de las pasiones e inutiliza
los engaños enemigos. Con ella no se necesitan razonamientos sutiles ni largas
consideraciones, para descubrir los sofismas del infierno o tomar una decisión
en un sentido u otro. ¿No bastará en cualquier circunstancia la palabra de
Dios, que nunca se equivoca? Satanás teme al que con ella se contenta; tema más
a un hombre así, que a las academias y escuelas de los filósofos. Está acostumbrado
a sentirse triturar en todo choque debajo de sus pies. El día del gran combate fué
arrojado de los cielos con una sola palabra de San Miguel Arcángel, convertido
en estos días en modelo y defensor nuestro. En el Gradual y Versículo recuerda
la Iglesia al Señor, que nunca cesó de ser el refugio de su pueblo; su bondad y
su poder precedieron a todos los siglos, porque Dios existe desde la eternidad.
Defienda, pues, ahora a los suyos, que se ven obligados en su pequeño número a
preparar, como en otro tiempo Israel, el éxodo final de la Iglesia, la cual
abandona este mundo nuevamente infiel para ir a la verdadera tierra prometida.
GRADUAL
Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación. J. Antes que se hiciesen los montes o se formase la tierra y el orbe: desde siempre y para siempre tú eres Dios. Aleluya, aleluya, y. Al salir de Egipto Israel, salió de un pueblo extranjero la casa de Jacob. Aleluya.
Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación. J. Antes que se hiciesen los montes o se formase la tierra y el orbe: desde siempre y para siempre tú eres Dios. Aleluya, aleluya, y. Al salir de Egipto Israel, salió de un pueblo extranjero la casa de Jacob. Aleluya.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según San Mateo (Mat., XVIII, 23-35).
Continuación del santo Evangelio según San Mateo (Mat., XVIII, 23-35).
En aquel tiempo dijo Jesús
a sus discípulos esta parábola: El reino de los cielos es
semejante a un rey que quiso pedir cuentas a sus siervos. Y, habiendo
comenzado a pedir cuentas, le fué presentado uno que le debía diez
mil talentos. Mas, como no tuviese con qué pagarlos, su señor mandó
venderle a él, y a su mujer, y a sus hijos, y todo cuanto tenía, para
que pagase. Postrándose entonces aquel siervo, ie rogó diciendo: Ten
paciencia conmigo, y todo te lo pagaré. Y, compadecido el señor de aquel
siervo, le soltó, y le perdonó la deuda. Mas, habiendo salido aquel siervo,
encontró a uno de sus consiervos, el cual le debía cien denarios: y,
apretándole, le ahogaba diciendo: Da lo que debes. Y, postrándose su
consiervo, le rogó diciendo: Ten paciencia conmigo, y todo te lo pagaré. Pero
él no quiso: sino que se fué, y le metió en la cárcel hasta que pagase
la deuda. Y, cuando vieron sus consiervos lo que había hecho, se contristaron
mucho: y fueron y contaron a su señor todo lo sucedido. Entonces su
señor llamó a aquel siervo, y le dijo: Siervo malo, ¿no te perdoné a ti
toda la deuda porque me lo rogaste? ¿No debiste, pues, compadecerte tú también
de tu consiervo, como yo me compadecí de ti? Y, airado su señor,
le entregó a los verdugos hasta que pagase toda la deuda. Así hará
también mi Padre celestial con vosotros, si no perdonare cada cual a su
hermano de todo corazón.
Meditemos la parábola de
nuestro Evangelio, que sólo pretende enseñarnos un medio seguro para saldar
nuestras cuentas desde ahora con el Rey eterno.
SENTIDO DE LA PARÁBOLA. — En realidad, todos nosotros
somos ese servidor negligente e insolvente deudor, que su amo tiene derecho a vender
con todo lo que posee y entregarle a los verdugos. La deuda que hemos contraído
con su Majestad por nuestras faltas, es de tal naturaleza, que requiere en toda
justicia tormentos sin fin y supone un infierno eterno, donde, pagando continuamente
el hombre, jamás satisface la deuda. ¡Alabanza, pues, y reconocimiento infinito
al divino acreedor! Compadecido por los ruegos del desgraciado que le pide un
poco más de tiempo para pagar, el amo va más allá de su petición y al momento le perdona
toda la deuda, pero poniéndole con justicia una condición, según lo demuestra
lo que sigue. La condición fué la de que obrase con sus compañeros de igual
modo que su amo había hecho con él. Tratado tan generosamente por su Rey y
Señor, y perdonada gratuitamente una deuda infinita, ¿podría rechazar él,
viniendo de un igual, el ruego que a él le salvó y mostrarse despiadado con obligaciones
que tuviesen para con él? "Ciertamente, dice San Agustín, todo hombre
tiene por deudor a su hermano; porque ¿qué hombre hay que no haya sido nunca
ofendido por nadie? Pero, ¿qué hombre existe también que no sea deudor de Dios,
puesto que todos pecaron? El hombre es, pues, a la vez, deudor de Dios y acreedor
de su hermano. Por eso, Dios justo te ha dado esta orden: obrar con tu deudor
como él hace con el suyo...Todos los días rezamos, y todos los días hacemos
subir la misma súplica hasta los oídos divinos, y todos los días también nos
prosternamos para decir: Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos
a nuestros deudores. ¿De qué deudas hablas tú, de todas tus deudas o solamente
de una parte de ellas? Dirás: De todas. Luego perdona tú todo a tu deudor, dado
que ésa es la regla puesta y la condición aceptada".
PERDONAR PARA SER PERDONADO.—"Es más grande,
dice San Juan Crisóstomo, perdonar al prójimo sus agravios para con nosotros
que una deuda de dinero; pues, perdonándole sus faltas, imitamos a Dios".
Y ¿qué es, visto bien todo, la injusticia del hombre con otro hombre si se compara
con la ofensa del hombre para con Dios? Mas ¡ay!, ésta nos es familiar: el
justo lo experimenta siete veces al día 4; más o menos, pues, llena
nuestro diario vivir. Muévanos siquiera a ser misericordiosos con los demás, la
seguridad de ser perdonados todas las tardes con la sola condición de retractar
nuestras miserias. Es costumbre laudable la de no acostarse si no es para quedarse
dormido en los brazos de Dios, como el niño de un día; pero, si sentimos la
necesidad santa de no encontrar al ñn del día en el corazón del Padre que está
en los cielos 5, más que el olvido de nuestras faltas y un amor infinito, ¿cómo
pretender a la vez conservar en nuestro corazón molestos recuerdos o rencores
pequeños o grandes, contra nuestros hermanos, que son también hijos suyos? Ni
siquiera en el caso de haber sido objeto de violencias injustas, o de injurias
tremendas, se podrán comparar nunca sus faltas contra nosotros con nuestros
atentados a este bondadosísimo Dios, de quien ya nacimos enemigos y a quien hemos
causado la muerte. Imposible encontrar un caso en que no se pueda aplicar la
regla del Apóstol: Sed misericordiosos, perdonaos mutuamente como Dios os ha
perdonado en Cristo; sed los imitadores de Dios como sus hijos carísimos"
Llamas a Dios Padre tuyo y ¡no
olvidas una injuria! "Eso no lo hace un hijo de Dios", sigue diciendo
admirablemente San Juan Crisóstomo; "la obra de un hijo de Dios consiste en
perdonar a sus enemigos, rogar por los que le mortifican, dar su sangre por los
que le odian. He aquí lo que es digno de un hijo de Dios; hacer hermanos suyos
y sus coherederos a los enemigos, a los ingratos, a los ladrones, a los desvergonzados,
a los traidores". Ponemos aquí íntegramente el célebre Ofertorio de Job,
con sus versículos. Lo que hemos dicho al principio de este Domingo, ayudará a entenderlo.
La antífona, lo único que hoy se conserva, nos pone delante, dice Amalario, las
palabras del historiador que cuenta sencillamente los hechos; por eso su estilo
es el narrativo. Job, al contrario, entra en escena en los versículos, con el cuerpo agotado y el alma llena de amargura: sus
repeticiones, interrupciones, nuevos comienzos, sus frases sin terminar, expresan
al vivo su respiración jadeante y su dolor
OFERTORIO
Había en la tierra de Hus un hombre llamado Job: era sencillo y recto y temeroso de Dios: al cual pidió Satanás, para tentarle: y le fué dado por el Señor poder sobre sus bienes y sobre su carne: y destruyó toda su riqueza y los hijos: e hirió también su carne con graves úlceras. y. I. — ¡Ojalá Dios pesase mis pecados, ojalá Dios pesase mis pecados, por los que he merecido la cólera, por los que he merecido la cólera, y los males y los males que sufro: éstos parecerían más grandes! —Había en la tierra de Hus. y. II. — Porque ¿qué fuerza tengo, qué fuerza tengo, qué fuerza tengo para sobrellevarlos, o cuándo llegará mi fin, para obrar con paciencia? —Había en la tierra de Hus. J. III. — ¿Acaso mi resistencia es como la de las rocas, o mi carne es de bronce?, ¿o mi carne es de bronce? —Había en la tierra de Hus. y. IV. — Porque, porque, porque mi ojo no volverá ya a encontrarse en condiciones de ver la felicidad, de ver la felicidad, de ver la felicidad, de ver la felicidad, de ver la felicidad, de ver la felicidad, de ver la felicidad, de ver la felicidad, de ver la felicidad. —Había en la tierra de Hus.
Había en la tierra de Hus un hombre llamado Job: era sencillo y recto y temeroso de Dios: al cual pidió Satanás, para tentarle: y le fué dado por el Señor poder sobre sus bienes y sobre su carne: y destruyó toda su riqueza y los hijos: e hirió también su carne con graves úlceras. y. I. — ¡Ojalá Dios pesase mis pecados, ojalá Dios pesase mis pecados, por los que he merecido la cólera, por los que he merecido la cólera, y los males y los males que sufro: éstos parecerían más grandes! —Había en la tierra de Hus. y. II. — Porque ¿qué fuerza tengo, qué fuerza tengo, qué fuerza tengo para sobrellevarlos, o cuándo llegará mi fin, para obrar con paciencia? —Había en la tierra de Hus. J. III. — ¿Acaso mi resistencia es como la de las rocas, o mi carne es de bronce?, ¿o mi carne es de bronce? —Había en la tierra de Hus. y. IV. — Porque, porque, porque mi ojo no volverá ya a encontrarse en condiciones de ver la felicidad, de ver la felicidad, de ver la felicidad, de ver la felicidad, de ver la felicidad, de ver la felicidad, de ver la felicidad, de ver la felicidad, de ver la felicidad. —Había en la tierra de Hus.
La salvación del mundo,
como la del hombre, está siempre en potencia en el augusto Sacrificio, cuya
virtud cura en la tierra y aplaca en el cielo. Ofrezcámosle, sin desalentarnos
nunca, como un recurso supremo a la misericordia divina.
SECRETA
Recibe, Señor, propicio estas hostias, con las que has querido aplacarte y restituirnos a nosotros la salud con poderosa piedad. Por Nuestro Señor Jesucristo.
Recibe, Señor, propicio estas hostias, con las que has querido aplacarte y restituirnos a nosotros la salud con poderosa piedad. Por Nuestro Señor Jesucristo.
En el fondo del alma de la
Santa Madre Iglesia corren parejas una esperanza indefectible y su admirable
paciencia. Por más que se repitan contra ella las persecuciones, su oración no
desmaya; porque guarda fielmente en su corazón el recuerdo de la palabra de
salvación que la dio el Señor. La antífona de la Comunión nos lo recuerda.
COMUNION
Desfallece mi alma por recibir de ti la salvación; espero en tu palabra: ¿cuándo juzgarás a los que me persiguen? Los inicuos me han perseguido: socórreme, Señor, Dios mío.
Desfallece mi alma por recibir de ti la salvación; espero en tu palabra: ¿cuándo juzgarás a los que me persiguen? Los inicuos me han perseguido: socórreme, Señor, Dios mío.
En posesión ya del
alimento de inmortalidad, consigamos vivir con la sinceridad de un alma purificada.
POSCOMUNION
Conseguido el alimento de la inmortalidad, suplicárnosle, Señor, hagas que, lo que hemos recibido con la boca, lo practiquemos con alma pura. Por Nuestro Señor Jesucristo,
Conseguido el alimento de la inmortalidad, suplicárnosle, Señor, hagas que, lo que hemos recibido con la boca, lo practiquemos con alma pura. Por Nuestro Señor Jesucristo,
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