17
DE OCTUBRE
SANTA MARGARITA MARIA, VIRGEN
SANTA MARGARITA MARIA, VIRGEN
Epístola – Efesios; III, 8-9; 14-19
Evangelio – San Mateo; XI, 25-30
LA
ESPERA PROVIDENCIAL. — A Santa Gertrudis, que cuatro siglos antes
de las revelaciones de Paray-le-Monial preguntaba un día a San Juan por qué no
nos dijo nada del Corazón de Jesús, sobre el cual había reclinado amorosamente
su cabeza en el Cenáculo, el Apóstol la respondió así: "A mí me tocaba
exponer a la Iglesia naciente, referente al Verbo, u n a sencilla palabra que
por sí sola fuese suficiente para alimentar la mente de todo el género humano hasta
el fin del mundo... La explicación de la dulzura y de la suavidad de estos
latidos divinos y el amor inmenso del Corazón Sagrado del Hombre-Dios, la Providencia
se reservó manifestarla en los tiempos modernos, para reavivar la llama de la caridad
que se iba enfriando en el mundo enfermizo y envejecido". La Iglesia siempre
se nutrió de la palabra del discípulo predilecto: "Dios es caridad";
las almas nunca desatendieron el llamamiento del Maestro: "Venid a mí todos
los fatigados y oprimidos y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y alistaos en mi escuela, pues soy suave y humilde de Corazón", y en este
Corazón abierto por la lanza, bebieron copiosamente la sangre que nos rescata y
el agua que nos vivifica. Pero llegó la hora y el Señor, en su Sabiduría
misericordiosa, quiso recordar al mundo cuánto nos ama. Francia estaba en el
período ideal del siglo de Luis XIV cuando parecía que todas las glorias se
habían dado cita alrededor del más grande de sus reyes. Por desgracia en esos
mismos días nacía el jansenismo que iba a - negar el amor en Dios y a agostarle
en el corazón de los hombres. Con u n a tenacidad pérfida, esta "herejía
desleal" se iba a empeñar en alejar de la Eucaristía a los fieles, en
hacerlos ver en Dios a un juez inexorable y taimado, y así lograría arrancar
fácilmente de nuestros corazones el amor para dejarles únicamente el temor
servil o exponerlos al desaliento y al pecado.
LAS
CONFIDENTES DEL SAGRADO CORAZÓN. — En otro tiempo Nuestro
Señor escogió para anunciar la Buena Nueva, no a los ricos y poderosos según el mundo, sino a humildes y oscuros pescadores de Galilea; de igual modo,
para esta nueva revelación de su amor eterno, escogió una humilde religiosa del
monasterio de la Visitación de Paray-le-Monial, en Francia, Margarita María de
Alacoque. Pero no es esta la primera confidente del divino Maestro ni la devoción al Sagrado Corazón de Jesús nació en la Visitación.
Santa Gertrudis, al fin del siglo XII, tuvo por misión " revelar el oficio
y la acción del Corazón divino en la economía de la gloria divina y de la
santificación de las almas " San Francisco de Asís, San Buenaventura, el
Beato Enrique Suso amaron con ternura a este "Corazón que tanto amó a los hombres " y Santa Catalina de Sena recibió muchas veces la gracia de
contemplar aquella herida. Al comenzar el siglo XVII San Juan Eudes fué, como
vimos y a el 19 de agosto, "el padre, el doctor, y el apóstol" del culto del Sagrado Corazón.
LA
VOCACIÓN DE SANTA MARGARITA MARÍA. — Santa Margarita María fué
empero "el instrumento escogido por Dios para perfeccionar y puntualizar
la devoción en su espíritu y en sus prácticas y para imprimirla un movimiento de
extensión universal". Y si hasta entonces los devotos del Sagrado Corazón
le habían tributado principalmente un culto de adoración y de acción de
gracias, Jesús pidió a la Santa Visitandina que en lo sucesivo ese culto a su
Corazón fuese sobre todo un culto de reparación por los ultrajes que recibe de
parte del mundo, que no quiere saber nada del Amor infinito. Santa Margarita
María deseó padecimientos, humillaciones, desprecios, como los quieren todas
las almas llamadas aun apostolado fe cundo en la Iglesia y aun a vida de
reparación y de expiación. Dios oyó su oración: tentaciones? del demonio, asperezas
de muchos miembros de su familia, sospechas de parte de sus Hermanas,
padecimientos físicos que Dios mismo la mandaba; todo lo aceptó con grandísima
paciencia y caridad para conseguir el triunfo y el reinado del Sagrado Corazón:
"Con tal que este Corazón esté contento, decía, que sea amado y glorificado,
eso nos debe bastar". "En cuanto a los que se ocupan en darle a
conocer y amar, ¡oh si pudiese y me fuese lícito expresar lo que se me ha dado
a entender sobre la recompensa que recibirán de este Corazón adorable, vos
diríais como yo, que son dichosos los que se emplean en ejecutar sus designios.
Este Divino Corazón se convertirá en asilo y puerto seguro, a la hora de la
muerte, de todos los que le hayan honrado durante su vida y los defenderá y
protegerá Después de tanto trabajar y sufrir, "sólo sentía necesidad de
Dios y de abismarse en el Corazón de Jesucristo", y, al expirar el 17 de
octubre de 1690, el médico declaró "que no le cabía la menor duda de que
había muerto únicamente de amor de Dios"
VIDA. —Margarita
María Alacoque nació el 22 de julio de 1647, en Lautecour, pueblo de la
diócesis de Autún. Desde la infancia dió muestras de su futura santidad.
Abrasada de amor por la Santísima Virgen y el Sacramento de
la Eucaristía, consagró a Dios su virginidad, no buscando en este voto más que
amoldar mejor su vida a las virtudes cristianas. Sus delicias eran la oración
prolongada, la contemplación de las cosas celestiales, el desprecio de sí
misma, la paciencia en las adversidades, la mortificación del cuerpo, la
caridad con el prójimo y sobre todo con los pobres. A los 24 años entró en la
Visitación de Paray-leMonial. Dios la honró con un don elevadísimo de oración y
con muchas visiones. En la más célebre de todas, mientras oraba ante la
Eucaristía, Jesús se apareció a su vista y la enseñó, en su pecho abierto, su divino Corazón consumido
por llamas y rodeado de espinas. Jesús la pidió entonces que, para corresponder
a este amor y reparar las injurias de la ingratitud de los hombres, trabajase
por introducir el culto del Sagrado Corazón, y la prometió derramar generosamente
las riquezas de los tesoros celestiales. Para realizar esta gran obra, la dió por ayuda y maestro a Un hombre de elevadísima
santidad, Claudio de la Colombiére, que la animó manifestándola el bien inmenso
que se haría en la Iglesia por medio del culto al divino Corazón. Muchos
trabajos y muchas penas la costó, de parte de los que la creían víctima de las
ilusiones, su decisión de obedecer a las órdenes del Salvador. Todo lo aguantó
con ecuanimidad, pensando que por los oprobios y los dolores se convertiría en
hostia agradable a Dios y recibiría mayores auxilios para cumplir su propósito.
Los vería en parte realizados antes de morir a los 43 años de edad el 17 de
octubre de 1690. La Iglesia reconoció sus milagros y su santidad, y Benedicto
XV la inscribió en el número de los Santos en 1920 y extendió su fiesta a la
Iglesia universal.
FELICITACIONES DE UN
CUMPLEAÑOS. — A las novicias que deseaban felicitarte y agasajarte en tu
cumpleaños, las diste el 20 de julio de 1685 el consejo de que hiciesen al
Corazón divino los honores que a ti te querían tributar. Eso sería dijiste,
"el mejor modo de demostrarte el amor que sentían por ti". Todas
compitieron en celo por darte este gusto, y en la mañana de tu cumpleaños, rodeada
de tus jóvenes discípulas, te consagraste al Sagrado Corazón "con el ardor
de un serafín". Luego, siguiendo tu ejemplo y a invitación tuya, todas pronunciaron
su acto de consagración. Era el primer acto de culto exterior que el divino
Corazón recibía en el Monasterio de Paray-le-Monial. Necesitaste, es verdad,
largas y dolorosas pruebas para llegar a este pequeño triunfo. Pero ¡qué pagada
quedaste aquel día! La Iglesia iba a responder pronto al deseo de Nuestro Señor
Jesucristo, instituyendo la fiesta del Sagrado Corazón, y los peregrinos, cada
vez más numerosos, afluirían a la modesta
capilla donde recibiste las confidencias del divino Maestro.
CONSAGRACIÓN AL SAGRADO
CORAZÓN. — Tampoco nosotros te podemos d a r hoy mayor alegría que la de
renovar nuestra consagración al Sagrado Corazón de Jesús. Te pedimos con
insistencia que nos concedas el poder acercarnos a El, presentarnos ante El,
entrarnos en El. Acuérdate que te constituyó heredera de su Corazón y de todos
sus tesoros en el tiempo y en la eternidad, dándote libertad para usar de ellos
cómo quisieras. "Te los ofrezco, te dijo, dispón de ellos a tu gusto. No
seas mezquina, pues son infinitos". Pide a Jesús que se acuerde, según lo
prometió, de los que confían en tus oraciones y que nos haga participantes de
sus riquezas. Pero, "como la entrada de su Corazón es muy estrecha y se
necesita ser pequeño y despojarse de todo para poder entrar en El " alcánzanos "ese desasimiento de las
vanidades del mundo y esa humildad tan profunda que te infundía un gran desprecio de ti misma, a la vez que te ganaba las complacencias divinas, a fin
de que, "por tus méritos y a ejemplo tuyo, amándole en todo y sobre todo,
merezcamos tener en el mismo Corazón, una mansión permanente "
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