"Dad, pues, al César lo que es del César; y a Dios, lo que es de Dios." |
VIGESIMOSEGUNDO DOMINGO
DESPUES DE PENTECOSTES
DESPUES DE PENTECOSTES
MISA
Según Honorio de Atún, la
Misa del día se refiere al tiempo del Anticristo. La Iglesia lanza su mirada en
lo que está por venir, sobre el reino de este hombre de pecado, y como
sintiendo ya los golpes de la tremenda persecución de los últimos días, toma el
Introito del Salmo 129. Si queremos una aplicación actual y siempre práctica,
dada nuestra miseria, en coincidencia con el sentido profético con que hoy van revestidas
las palabras de este Salmo, recordemos el Evangelio de la semana anterior, que en
otro tiempo era el de este Domingo. Cada cual se reconocerá en la persona del
deudor insolvente que sólo confía en la bondad de su Señor; y nosotros
exclamaremos, en la confusión de nuestra alma humillada: Si escudriñases
nuestras iniquidades, Señor, ¿quién podría resistir?
INTROITO
Si escudriñares nuestras iniquidades, Señor; Señor, ¿quién podrá resistir? Pero en ti está el perdón, oh Dios de Israel. — Salmo: Desde lo profundo clamo a ti, Señor: Señor, escucha mi voz. T. Gloria al Padre.
Si escudriñares nuestras iniquidades, Señor; Señor, ¿quién podrá resistir? Pero en ti está el perdón, oh Dios de Israel. — Salmo: Desde lo profundo clamo a ti, Señor: Señor, escucha mi voz. T. Gloria al Padre.
Acabamos de dar ánimos a
nuestra confianza cantando que en Dios hay misericordia. El mismo es el
que da a las oraciones de su Iglesia su acento piadoso porque desea oírla. Pero
se nos oirá a nosotros también con ella si rogamos como ella según la fe, es
decir, conforme a las enseñanzas del Evangelio. Rezar según la fe, hoy,
pues, equivale a perdonar a nuestro prójimo las deudas contraídas con nosotros,
si a su vez pedimos nosotros también ser absueltos por el Señor de todos.
COLECTA
Oh Dios, refugio y fortaleza nuestra: oye las piadosas preces de tu Iglesia, tú, que eres el mismo autor de la piedad, y haz que, lo que pedimos fielmente, lo consigamos eficazmente. Por Nuestro Señor Jesucristo.
Oh Dios, refugio y fortaleza nuestra: oye las piadosas preces de tu Iglesia, tú, que eres el mismo autor de la piedad, y haz que, lo que pedimos fielmente, lo consigamos eficazmente. Por Nuestro Señor Jesucristo.
EPISTOLA
Lección de la Epístola del Ap. San Pablo a los Filipenses (Flp., I, 6-1)
Lección de la Epístola del Ap. San Pablo a los Filipenses (Flp., I, 6-1)
Hermanos: Confiamos en el
Señor Jesús que, el que comenzó en vosotros la buena obra,
la perfeccionará hasta el día de Jesucristo. Es justo que yo sienta esto
de todos vosotros: porque os tengo en el corazón; y en mis cadenas, y en
la defensa y confirmación del Evangelio, todos vosotros sois los
compañeros de mi gozo. Porque Dios me es testigo de cuánto os amo a todos
vosotros en las entrañas de Jesucristo. Y lo que pido es que vuestra
caridad crezca más y más en ciencia y en todo conocimiento: para que
probéis cosas mayores, para que estéis puros y sin mancha el día de
Cristo, llenos de frutos de justicia, por Jesucristo, para gloria y loor de
Dios.
EL ALMA DE SAN PABLO. — San Pablo, en nombre de
la Iglesia, de nuevo nos advierte que se acerca el fin. Pero a este último día,
que en el Domingo pasado llamaba día malo, le llama hoy por dos veces,
en el corto pasaje de la Epístola a los Filipenses que acabamos de oír, el día
de Cristo Jesús. La carta a los Filipenses rebosa confianza y por ella
se desborda la alegría: y con todo, nos señala la cruel persecución contra la
Iglesia y al enemigo que se vale de la tempestad para excitar las malas
pasiones aun dentro del rebaño de Cristo. El Apóstol está encadenado; la
envidia y la traición de los falsos hermanos aumenta sus males. Pero la alegría
domina en su corazón por encima de los padecimientos porque ha llegado ya a la
plenitud del amor, en que el dolor da vida a la divina caridad. Para él
Jesucristo es su vida y la muerte una ganancia; entre la muerte, que respondería
al más íntimo deseo de su corazón entregándole a Cristo, y la vida que multiplica
sus méritos y el fruto de sus obras, no sabe qué escoger. Y, en efecto, ¿qué
pueden en él las consideraciones personales? Su actual alegría, su alegría
futura, consiste en que Cristo sea conocido y glorificado, y poco le importa de
qué manera. No se equivocará en su esperanza, ya que la vida y la muerte
terminarán por glorificar a Cristo en su carne.
LA ORACIÓN DE SAN PABLO. — Así se explica la
indiferencia sublime en que está el alma de San Pablo, indiferencia que es la
cumbre de la vida cristiana, y que no se parece nada, claro está, al nirvana fatal
en el que pretendieron los falsos místicos del siglo XVII encerrar el amor. A
pesar de la altura a que ha llegado en el camino de la perfección, ¡qué ternura
prodiga a sus hermanos el convertido de Damasco! Dios es testigo, dice,
de la ternura con que os amo a todos en las entrañas de Jesucristo. La
aspiración que le llena y absorbe es que Dios, que ha comenzado en ellos la obra
buena por excelencia, la obra de la perfección del cristiano que tiene su
fin en el Apóstol, la continúe y la termine en todos para el día en que
aparezca Cristo en su gloria. Ruega para que la caridad, esta veste nupcial de los benditos del Padre que él ha desposado con el único
Esposo, los rodee de resplandor sin igual en el gran día de las bodas eternas.
EL LIBERALISMO. — Ahora bien, el medio de que se desarrolle
en ellos la caridad de un modo seguro, consiste en que crezca en la inteligencia
y en la ciencia de la salvación, es decir, en la fe; la fe, en efecto, es
la que pone la base de toda justicia sobrenatural. Una fe menguada, desde
luego, sólo puede producir una caridad limitada. ¡Cuánto se engañan, por tanto,
los hombres que no se cuidan de que la verdad revelada vaya a la par con el amor!
Su cristianismo se reduce a creer lo menos posible, a proclamar lo inoportuno
de nuevas definiciones, a reducir constante y científicamente el horizonte sobrenatural
por miramientos con el error. La caridad, dicen, es la reina de las virtudes;
ella les sugiere hasta el modo de manejar la mentira; reconocer para el error
iguales derechos que para la verdad, es para ellos la última palabra de la
civilización cristiana, que se funda en el amor. Y pierden de vista que el
primer objeto de la caridad es Dios, verdad sustancial, y olvidan también que
no se hace acto de amor colocando a igual nivel el objeto amado y a su enemigo
mortal.
INTEGRIDAD DE LA FE. — No lo entendían así los
Apóstoles: para hacer germinar la caridad en el mundo, sembraban en él la
verdad. Todo nuevo rayo de luz servía en el alma de sus discípulos para el
amor; y estos discípulos, al convertirse ellos también en luz en el
santo bautismo en nada ponían tanto empeño como en no hacer pacto con las
tinieblas. Renegar de la verdad, en esos tiempos, era el crimen más grande; exponerse
por descuido a menguar sus derechos en lo más mínimo, era una suma imprudencia.
El cristianismo había encontrado al error dueño del mundo; ante la noche que
inmovilizaba en la muerte a la raza humana, el único procedimiento de salvación
que conoció fué hacer brillar la luz; ni tuvo más política que la de proclamar el
poder de la verdad sola para salvar al hombre y de afirmar sus derechos
exclusivos a reinar en el mundo. Este fué el triunfo del Evangelio después de
tres siglos de lucha encarnizada y violenta de parte de las tinieblas, que se
creían soberanas y que como tales querían continuar; de lucha serena y radiante
de parte de los cristianos, cuya sangre derramada hacía crecer el contento,
consolidando en el mundo el reino simultáneo del amor y de la verdad. Hoy, por
la convivencia de los bautizados, el error vuelve a sus pretendidos derechos y
la caridad de muchísimos, por lo mismo, ha disminuido; la noche se extiende
otra vez sobre un mundo glacial y agonizante. La línea de conducta de los hijos
de la luz3 sigue siendo la misma que en los días primeros. Sin inquietudes
ni temores, contentos de sufrir por Jesucristo, como sus mayores y como los
apóstoles *, conservan como algo muy querido la palabra de vida; pues saben
que, mientras en el mundo exista un rayo de esperanza, emanará de la verdad.
Canta el Gradual la dulce
y fuerte unidad que reina y se conservará en la Iglesia hasta el fin mediante
el amor; a su aumento nos exhorta la Epístola, como lo recomendaba cual único
medio de salvación para el día del
juicio, el Evangelio que antiguamente se leía en este Domingo.
GRADUAL
¡Qué bueno y deleitoso es habitar como hermanos unidos! T. Como el ungüento en la cabeza, que se escurre hasta la barba, hasta la barba de Aarón. Aleluya, aleluya. J. Los que temen al Señor, esperan en El, que es su ayudador y su protector, Aleluya.
¡Qué bueno y deleitoso es habitar como hermanos unidos! T. Como el ungüento en la cabeza, que se escurre hasta la barba, hasta la barba de Aarón. Aleluya, aleluya. J. Los que temen al Señor, esperan en El, que es su ayudador y su protector, Aleluya.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según San Mateo (Mt„ XXII, 15-21).
En aquel tiempo, yendo los fariseos, tuvieron consejo para sorprender a Jesús en sus palabras. Y le enviaron sus discípulos, con los herodianos, diciendo: Maestro, sabemos que eres veraz, y que enseñas de veras el camino de Dios y no te preocupas de nadie: porque no miras la persona de los hombres: dinos, pues, qué te parece: ¿es lícito dar tributo al César, o no? Pero Jesús, conocida la maldad de ellos, dijo: ¿Por qué me tentáis, hipócritas? Mostradme la moneda del tributo. Y ellos le presentaron un denario. Y díjoles Jesús: ¿De quién es esta imagen, y esta inscripción? Dijéronle: Del César. Entonces les dijo El: Dad, pues, al César lo que es del César; y a Dios, lo que es de Dios.
Continuación del santo Evangelio según San Mateo (Mt„ XXII, 15-21).
En aquel tiempo, yendo los fariseos, tuvieron consejo para sorprender a Jesús en sus palabras. Y le enviaron sus discípulos, con los herodianos, diciendo: Maestro, sabemos que eres veraz, y que enseñas de veras el camino de Dios y no te preocupas de nadie: porque no miras la persona de los hombres: dinos, pues, qué te parece: ¿es lícito dar tributo al César, o no? Pero Jesús, conocida la maldad de ellos, dijo: ¿Por qué me tentáis, hipócritas? Mostradme la moneda del tributo. Y ellos le presentaron un denario. Y díjoles Jesús: ¿De quién es esta imagen, y esta inscripción? Dijéronle: Del César. Entonces les dijo El: Dad, pues, al César lo que es del César; y a Dios, lo que es de Dios.
LECCIONES
DE PRUDENCIA. — Se diría que la penuria de las verdades
ha de ser el peligro más especial de los últimos tiempos, ya que la Iglesia, en
estas semanas que tienen por fin hacernos presentes los últimos días del mundo,
nos encamina continuamente hacia la prudencia del entendimiento como a la gran
virtud que entonces debe resguardar a sus hijos. El Domingo volvía a poner en sus
manos como arma defensiva el escudo de la fe, y como arma ofensiva la palabra
de Dios; ocho días antes se les recomendaba la circunspección de la
inteligencia para conservar, en los días malos, su santidad fundada en la
verdad y su riqueza apoyada en la ciencia. Hoy, en la Epístola, se les proponían una vez más la
inteligencia y la ciencia, como suficientes por sí mismas para aumentar su amor
y perfeccionar la obra de su santificación para el día de Cristo. El Evangelio
concluye oportunamente estas lecciones del Apóstol con el relato de un hecho
sacado de la historia del Salvador, y las da la autoridad que lleva siempre consigo
todo ejemplo que procede de la vida del divino modelo de la Iglesia. Y, en efecto,
Jesucristo se nos manifiesta aquí como ejemplo de los suyos en los lazos que
las intrigas de los malvados tienden a su buena fe.
EL TRIBUTO AL CÉSAR. — Era el último día de las
enseñanzas públicas del Hombre Dios, la víspera casi de su salida de este mundo. Sus enemigos, tantas veces desenmascarados en sys astucias, intentaron un
esfuerzo supremo. Los Fariseos, que no reconocían el poder del César y su
derecho al tributo, se unieron con sus adversarios, los partidarios de Herodes
y de Roma, para poner a Jesús la cuestión insidiosa: ¿Está, o no,
permitido pagar el tributo al César? Si la respuesta del Salvador era
negativa, incurría en la cólera del príncipe; si afirmativa, perdía todo crédito
en el ánimo del pueblo. Jesús, con su divina prudencia, desconcertó sus
ardides. Los dos partidos, unidos tan extrañamente por la pasión, se negaron a
entender el oráculo que podía unirlos en la verdad, y sin duda ninguna, al poco
tiempo volvieron a sus querellas. Pero la coalición que contra el Justo se formó,
se había roto; el esfuerzo del error, como siempre, se había vuelto contra
ella; y la palabra que esa coalición había suscitado pasando de los labios del
Esposo a los de la Esposa, no dejaría ya de resonar en este mundo, en el que
esa palabra forma la base del derecho social entre las naciones.
LA AUTORIDAD VIENE DE DIOS. — Dad al César lo que
es del César, y a Dios lo que es de Dios, repetían los Apóstoles; y, al
proclamar muy alto que hay que obedecer a Dios antes que a los nombres, añadían:
"Sométase toda alma a los poderes superiores; pues no hay poder que no derive
de Dios, y los que existen, Dios los ha establecido. Por consiguiente, el que
resiste al poder, resiste al orden establecido por Dios, y se atrae la
condenación. Sed, pues, sumisos, porque es necesario, sumisos no sólo por el
sentimiento del temor, sino también por el deber de la conciencia. Por la misma
razón pagáis los tributos a los príncipes, porque son los ministros de
Dios." La voluntad de Dios esa es la fuente y la verdadera grandeza
de toda autoridad entre los hombres. El hombre, por sí mismo, no tiene derecho
a mandar a su semejante. El número no altera en nada esta impotencia de los
hombres sobre mi conciencia, ya que, muchos o pocos, por naturaleza soy igual a
cada uno de ellos, y añadir los derechos que cada uno tiene sobre mí, es lo
mismo que añadir la nada. Pero Dios, al querer que los hombres vivan en sociedad,
por lo mismo quiso también que al frente hubiese un poder encargado de reducir
las múltiples voluntades a la unidad del fin social. Da también a los
acontecimientos que su providencia dirige, y hasta a los hombres en los
orígenes de las sociedades, una gran amplitud para determinar la forma en que
se debe ejercer el poder civil y su modo de transmisión. Pero, una vez
investidos regularmente, los depositarios soberanos del poder sólo dependen de
Dios en la esfera de las atribuciones legítimas, porque de él solo les viene el
poder y no de sus pueblos, que no se le podrían otorgar porque ellos tampoco le
poseen. Mientras cumplan las condiciones del pacto social, o no conviertan en
ruina de la sociedad el poder que recibieron para su bien, el derecho que tienen
a la obediencia es el mismo) de Dios: ya recauden los tributos necesarios a' su
gobierno, ya restrinjan con las leyes que dan ellos en el comercio ordinario de
la vida la libertad que permite el derecho natural, ya también publiquen edictos
que lanzan al soldado en defensa de la patria a una muerte segura. En todos estos
casos, es el mismo Dios quien manda por ellos y quiere ser obedecido: desde
este mundo pone la espada en sus manos para castigo de los rebeldes; El mismo
castigará eternamente en el otro a los que no se hayan corregido.
LA LEY OBLIGA. — ¡Cuán grande es, pues, esta dignidad
de la ley humana, que hace del legislador el vicario mismo de Dios, a la vez
que evita al súbdito la humillación de rebajarse ante otro hombre! Mas, para
que la ley obligue y sea verdaderamente ley, es natural que ante
todo debe conformarse con las prescripciones y prohibiciones del Ser supremo,
cuya sola voluntad puede darla su carácter augusto, haciéndola entrar en el
dominio de la conciencia. Por esta razón no puede existir en el mundo una ley
contra Dios, contra su Ungido o su Iglesia. Desde el momento en que Dios no
esté con el hombre que manda, el poder de ese hombre sólo es una fuerza brutal.
El príncipe o la asamblea que pretenda reglamentar las costumbres, la vida moral
de un país en contra de Dios, merece la oposición y el desprecio de las
personas valientes; llamar con el nombre sagrado de ley a esas elucubraciones
tiránicas es una profanación indigna de un cristiano y de todo hombre libre.
La Antífona del Ofertorio
y sus antiguos versículos hacen referencia, igual que el Introito, al tiempo de
la última persecución. Las palabras están tomadas de la oración de Ester en el
momento de presentarse ante Asuéro para luchar contra Amán, figura del
Anticristo. Ester es figura de la Iglesia.
OFERTORIO
Acuérdate de mí, Señor, que dominas sobre todo poder: y pon en mi boca la palabra justa, para que agraden mis palabras al príncipe. T. — Acuérdate que me he presentado ante ti. T. — Convierte su corazón en odio de nuestros enemigos y de sus cómplices; y líbranos por tu poderosa mano, tú. que eres nuestro Dios para siempre. T. — Rey de Israel, escúchanos, tú, que guías a José como a una oveja. —Acuérdate de mí, Señor.
Acuérdate de mí, Señor, que dominas sobre todo poder: y pon en mi boca la palabra justa, para que agraden mis palabras al príncipe. T. — Acuérdate que me he presentado ante ti. T. — Convierte su corazón en odio de nuestros enemigos y de sus cómplices; y líbranos por tu poderosa mano, tú. que eres nuestro Dios para siempre. T. — Rey de Israel, escúchanos, tú, que guías a José como a una oveja. —Acuérdate de mí, Señor.
La garantía más segura
contra la adversidad es la ausencia del pecado en las almas, pues el pecado
despierta la cólera de Dios y pide venganza. Digamos con la Iglesia en la
Secreta:
SECRETA
Haz,
oh Dios misericordioso, que esta saludable oblación nos
libre incesantemente de nuestras culpas, y nos proteja contra toda
adversidad. Por Nuestro Señor Jesucristo.
La Antífona de la Comunión
nos hace notar, para después imitar, la perseverancia y la solicitud de las
súplicas de la Santa Madre Iglesia.
COMUNION
Clamo porque tú me oyes, oh Dios: inclina tu oído, y escucha mis palabras.
Clamo porque tú me oyes, oh Dios: inclina tu oído, y escucha mis palabras.
Al celebrar en los
Misterios la memoria del Salvador según recomendación suya, no debemos perder
de vista que estos Misterios sagrados son también el refugio de nuestra
miseria. Sería una presunción o una locura no pensar utilizarlos en la oración,
como en la Poscomunión hace la Iglesia.
POSCOMUNION
Hemos recibido, Señor, los dones de tu sagrado Misterio, suplicándote humildemente hagas que, lo que nos mandaste celebrar en recuerdo tuyo, se convierta en remedio de nuestra enfermedad. Tú, que vives.
Hemos recibido, Señor, los dones de tu sagrado Misterio, suplicándote humildemente hagas que, lo que nos mandaste celebrar en recuerdo tuyo, se convierta en remedio de nuestra enfermedad. Tú, que vives.
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