Mas, porque esta suprema sabiduría había resuelto mezclar de tal manera
el amor original con la voluntad de sus criaturas, que no la forzase en manera alguna
sino que la dejase en libertad, previó que una parte, la menor, de la
naturaleza angélica, apartándose voluntariamente del santo amor, perdería, por
consiguiente, la gloria. Y, puesto que la naturaleza angélica no podía cometer
este pecado. Sino con una especial malicia, sin tentación ni motivo alguno que
pudiese excusaría, y por otra parte, la mayoría de esta misma naturaleza había
de permanecer firme en el servicio del Salvador, Dios, que había tan
grandemente glorificado su misericordia con su designio de la creación de los
ángeles, quiso también exaltar su justicia, y, en el furor de su indignación,
determinó abandonar para siempre a aquella triste y desgraciada multitud de pérfidos,
que, en el furor de su rebeldía, le habían tan villanamente dejado previó también
que el primer hombre abusaría de su libertad, y que, perdiendo la gracia, perdería
también la gloria; pero no quiso tratar tan rigurosamente a la naturaleza
humana como a la angélica.
Era la naturaleza humana aquella naturaleza de la cual había resuelto
sacar una afortunada pieza, para unirla a su divinidad vio que era una naturaleza
débil; un viento que va y no vuelve, porque al irse, ya queda desvanecido. Tuvo
en cuenta el engaño de que había sido objeto el primer hombre, por parte del
maligno y perverso Satanás, y la fuerza de la tentación que le arruinó. Vio que
todo el linaje humano perecía por la falta de uno solo, y, por todas estas razones,
miró con compasión a nuestra naturaleza y resolvió perdonarla. Mas, para que la
dulzura de su misericordia apareciese adornada con la belleza de su justicia,
determinó salvar al hombre por vía de rigurosa redención, y, como ésta no se
pudiese realizar inmediatamente, sino por medio de su Hijo, decretó que éste
rescatase a los hombres, no sólo por uno de sus actos de amor, que hubiera sido
más Que suficiente para rescatar millares de millones de hombres, sino también
por todos los innumerables actos de amor y de dolor que habría de sufrir hasta la muerte, y muerte de cruz a
la cual le destinó, queriendo, con ello, que se hiciese partícipe. de nuestras
miserias, para hacernos, después, participes de su gloria, mostrándonos, de
esta manera, las riquezas de su bondad por esta redención copiosa 8, abundante,
superabundante, magnífica y excesiva, la cual adquirió y, por decirlo así,
reconquistó para nosotros todos los medios necesarios para llegar a la gloria,
de suerte que jamás pudiese nadie quejarse de haber faltado la divina
misericordia a uno solo.
Que la celestial Providencia a proveído
a los hombres
de una redención copiosísima
La divina Providencia, al trazar su eterno proyecto y plan de todo
cuanto habla de crear, quiso, en primer lugar, y amó con singular predilección,
al objeto más amable de su amor, que es nuestro Salvador, y, después, por
orden, a todas las demás criaturas, según la mayor o menor relación de las
mismas con el servicio, el honor y la gloria del mismo Señor. Todo, pues, ha
sido hecho para este Hombre divino, el cual, por lo mismo, es llamado el primogénito
de toda criatura, poseído por la divina Majestad desde el principio de sus
caminos, antes de que hiciese cosa alguna; creado al comienzo, antes de los
siglos, porque en Él fueron hechas todas las cosas, y Él es antes que todas
ellas y todas las cosas están establecidas en Él, y Él es el jefe de toda la IgLesia, poseyendo, en todo, la primacía ".
¿Quién, pues, dudará de la abundancia de medios de salvación, pues
tenemos un tan gran Salvador, por consideración al cual hemos sido hechos y por
cuyos méritos hemos sido rescatados? Pues él murió por todos, porque todos
estaban muertos, y su misericordia fue más saludable para rescatar el linaje
humano, que había sido venenosa la miseria de Adán para perderle. Y tan lejos
estuvo el pecado de Adán de exceder a la bondad divina, que, al contrario, la
excitó y la provocó, de tal manera que, por una suave y amorosísimo emulación y
porfía se robusteció en presencia de su adversario, y, como quien concentra sus
fuerzas para vencer, hizo que sobreabunde la gracia donde había abundado la
iniquidad, de suerte que la santa Iglesia, movida por un santo exceso de admiración,
exclama conmovida, la víspera de Pascua:
¡Oh pecado de Adán, verdaderamente necesario, que ha sido borrado por
la muerte de Jesucristo! ¡Oh feliz culpa, que ha merecido tener un tal y tan
grande Redentor! Tenemos, pues, razón, de decir con uno de los antiguos: Estábamos
perdidos, si no nos hubiésemos perdido; es decir, nuestra pérdida nos fue
provechosa, porque, en efecto, la naturaleza recibió más gracia por la
redención, de la que jamás hubiera recibido por la inocencia de Adán, si
hubiese perseverado en ella.
Porque, aunque la divina Providencia haya dejado en el hombre grandes
señales de su severidad, aun entre la misma gracia de su misericordia, como,
por ejemplo, la necesidad de morir, las enfermedades, los trabajos, la rebelión
de la sensualidad con todo, el favor celestial, como sobrenadando por encima de
todo esto, se complace en convertir todas estas miserias en mayor provecho de
aquellos a quienes ama, haciendo que de los trabajos nazca la paciencia, que la
necesidad de morir produzca el desprecio del mundo, y que se reporten mil
victorias sobre la concupiscencia. Los ángeles dice el Salvador- se alegran más
en el cielo Por un pecador que hace penitencia, que por noventa y nueve justos
que no necesitan de ella. Asimismo, el estado de la redención vale cien veces
más que el de la inocencia. Ciertamente, al ser rociados con la sangre de
nuestro Señor por el hisopo de la cruz. hemos recibido una blancura sin
comparación más excelente que la de la nieve de la inocencia y hemos salido,
como Naaman, del baño del río de la salud más puros y más limpios que si jamás
hubiésemos sido leprosos, a fin de que la divina Majestad, tal como nos mandó
que lo hiciéramos nosotros, no fuese vencida por el mal, sino que venciese el
mal con el bien n, y para que su misericordia, como aceite sagrado, prevaleciese
sobre sus juicios, y sus piedades excediesen a todas sus obras.
De algunos favores especiales hechos en
la redención
le los hombres por la Divina
Providencia.
Muestra Dios, sin duda, de una manera admirable la riqueza
incomprensible de su poder en esta tan enorme variedad de cosas que vemos en.
la naturaleza; pero manifiesta todavía con mayor magnificencia los tesoros
infinitos de su bondad en la variedad sin igual de bienes que reconocemos en la
gracia; porque, en el exceso de su misericordia, no se contentó con favorecer a
su pueblo con una redención general y universal, por lo que cada uno pudiese
ser salvo, sino que la diversificó con tan variados matices, que mientras su
liberalidad resplandece en esta variedad, ésta, a su vez, embellece a aquélla. Reservó, pues, primeramente, para su santísima madre un favor, digno
del amor de un hijo, el cual, siendo omnisciente, omnipotente infinitamente
bueno, hubo de elegir una madre que fuese según su beneplácito, y, por consiguiente,
quiso que su redención le fuese aplicada por manera de remedio preservativo,
para que el pecado, que se deslizaba de generación en generación, no llegase hasta
ella; de forma que fue rescatada de una manera tan excelsa, que, aunque el torrente
de la iniquidad original hizo que sus desdichadas olas batiesen hasta muy cerca
de la concepción de esta sagrada Señora, con tanto ímpetu como lo hizo contra
las demás hijas de Adán, con todo, al llegar allí, no pasó más adelante, sino
que se detuvo, como antiguamente el Jordán, en tiempo de Josué y por los mismos
respetos; porque este río detuvo la corriente de sus aguas en reverencia del
paso del Arca de la Alianza, y el pecado original retiró sus aguas reverente y
temeroso en presencia del verdadero tabernáculo de la alianza eterna.
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