SI LOS
MUERTOS VOLVIESEN CON MÁS
FRECUENCIA,
NO POR ESTO SE CREERÍA
MÁS EN EL
INFIERNO
Un
día Nuestro Señor pasaba en Jerusalén no lejos de una casa cuyos cimientos se
ven hoy todavía, y que había pertenecido a un joven fariseo muy rico llamado
Nicencio. Había este fallecido poco tiempo hacia, y sin nombrarlo Nuestro Señor
aprovecha la ocasión de lo que en aquella casa había pasado para instruir a sus
discípulos, igualmente que a la multitud que lo seguía.
“Había,
dice, un hombre que era rico, que iba vestido de purpura y de lino, y que cada día
hacia esplendidas comidas.
“Yacía
a su puerta un pobre mendigo llamado Lázaro, cubierto de ulceras, que hubiera querido
saciarse con las migajas que caían de la mesa del rico; pero nadie se las daba
(. . .).
“Mas
sucedió que murió el pobre, y fue llevado por ángeles al seno de Abrahán [es decir,
al paraíso]. Murió a su vez el rico, y fue sepultado en el infierno.
Y allá
en medio de sus tormentos, habiendo levantado los ojos, vio a lo lejos a Abrahán
y a Lázaro en su regazo, y exclamo y dijo:
"Abrahán,
padre mío, tened piedad de mi, y enviad a Lázaro a que meta la punta de su dedo
en el agua para que me refresque un poco la lengua, pues sufro cruelmente en
esta llama. —Hijo mío, le responde Abrahán, acuérdate de que durante tu vida
has participado de los goces, y Lázaro de los sufrimientos: ahora el es
consolado, y tu sufres ( . . . ) . Al menos, replico el otro, enviadlo, os lo
suplico, a la casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos, y él les dirá lo que
aquí sufro, a fin de que no caigan como yo en este lugar de tormentos.
Y Abrahán
le responde:
"Ya
tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen. —
No,
Padre Abrahán, replico el condenado, pero si ven venir a alguno de los muertos,
harán penitencia. Y Abrahán le dice: "si no escuchan a Moisés y a los Profetas, tampoco creerán en la
palabra de un hombre que haya vuelto de entre los muertos”.
Estas
graves palabras del Hijo de Dios son la respuesta anticipada a todas las
ilusiones de las gentes, que para creer en el infierno y para convertirse,
piden resurrecciones y milagros. No serian más crédulos si abundasen a su vista
los milagros de toda clase. Testigos los judíos de los milagros del Salvador, y
particularmente de la resurrección de Lázaro en Betania, no sacaron de ellos
otra conclusión sino esta: ".Que haremos? Ved como todo el mundo corre
tras El: matemos lo” Y mas adelante, en
vista de los milagros públicos absolutamente innegables, de San Pedro y de los Apóstoles,
decían también: “Esos hombres hacen milagros, y no podemos negarlos: hagamos los
prender, y privemos los de seguir predicando el nombre de Jesús”.
He aqui lo que de ordinario producen los milagros y las resurrecciones de
muertos entre las gentes de espíritu y de corazón corrompidos.
!
Cuantas veces no se ha repetido la confesión verdaderamente espantosa que se le
escapo a Diderot , uno de los más descarados impíos del último siglo:
“Aun
cuando todo Paris, decía un día, viniese a decirme que ha visto resucitar a un muerto,
antes creería yo que todo Paris se ha vuelto loco, que admitir un milagro”!
No
ignoro que entre los más malvados pocos hay que tengan esta energía, pero en el
fondo las tendencias son las mismas; han tomado el mismo partido, y si un resto
de buen sentido les impide proferir semejantes absurdos, en la práctica obran
de este modo. Sabéis lo que debe hacerse para que no os de pena el creer en el
infierno? Vivir de tal suerte, que no se tenga que temerlo. Ved a los verdaderos
cristianos, a los cristianos castos, de limpia conciencia, fieles a todos sus
deberes: se les ocurre jamás la idea de dudar del infierno? Las dudas provienen
del corazón mas bien que de la inteligencia, y salvo raras excepciones, debidas
al orgullo de la semi-ciencia, el hombre que lleva una vida algo arreglada no
experimenta necesidad alguna de declamar contra la existencia del infierno.
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