SI HAY VERDADERAMENTE
UN INFIERNO
HAY UN INFIERNO:
ÉSTA ES LA
CREENCIA DE
TODOS LOS PUEBLOS,
EN TODOS LOS
TIEMPOS
Lo que los pueblos han creído
siempre y en todos los tiempos, constituye lo que se llama una verdad de
sentido común, o si os parece mejor, de sentimiento común universal. Quienquiera
que rehusase admitir una de estas grandes verdades universales, no tendría, como
muy justamente se dice, sentido común. Es menester, en efecto, ser loco para imaginarse
que puede alguien tener razón contra todo el mundo. En todos los tiempos, desde
el principio del mundo hasta nuestros días, todos los pueblos han creído en un
infierno. Bajo uno u otro nombre, bajo formas más o menos alteradas, han
recibido, conservado y proclamado la creencia en terribles castigos, en
castigos sin fin, en que aparece siempre el fuego para castigo de los malos despues
de la muerte.
Es este un hecho cierto, y
ha sido tan claramente demostrado por nuestros grandes filósofos cristianos,
que sería ocioso, por decirlo así, tomarse el trabajo de probarlo. Desde un
principio se encuentra consigna da claramente la existencia de un infierno
eterno de fuego en los más antiguos libros conocidos, los de Moisés. No los
cito aquí, notadlo bien, sino bajo el punto de vista puramente histórico. En
ellos se encuentra el nombre mismo del infierno con todas sus letras. Así en el
capítulo decimosexto del libro de los Números, vemos a los tres levitas Core, Datan
y Abiron que habían blasfemado de Dios y rebelado se contra Moisés,
"tragados vivos por el infierno”, repitiendo el texto: "Y bajaron
vivos al infierno; descenderuntque vivi in infernum”; y
el fuego, ignis, que hizo salir el Señor,
devoro a otros doscientos cincuenta rebeldes. Moisés escribía esto más de mil
seiscientos años antes del nacimiento de Nuestro Señor, es decir, hace cerca de
tres mil quinientos años. En el Deuteronomio dice el Señor por boca de Moisés: "Se
ha encendido en mi cólera el fuego, y sus ardores penetraran hasta las
profundidades del infierno, En el libro de Job, escrito también por Moisés, según
parecer de los más grandes sabios, los impíos, cuya vida rebosa de bienes y que
dicen a Dios: “No tenemos necesidad de Vos, no queremos vuestra ley; a que fin
serviros y rogaros?” esos impíos caen de repente en el infierno, in
pando ad inferna descendunt Job llama al infierno “la región
de las tinieblas, la región sumergida en las sombras de la muerte, la región de
las desdichas y de las tinieblas, en la que no existe orden alguno y la sombra
de la muerte, pero donde reina el horror eterno, sed
sempiternas horror inhabitat”. He
aquí testimonios ciertamente más que respetables y que se remontan a los más
apartados orígenes históricos. Mil años antes de la era cristiana, cuando no se
trataba aun de historia griega ni romana, David y Salomón hablan con frecuencia
del infierno como de una gran verdad, de tal modo conocida y admirada de todos,
que no hay necesidad de demostrarla. En el libro de los Salmos, David dice,
entre otras cosas, hablando de los pecadores: “Sean arrojados al infierno”,“
convertantur peccatores in infernum” “Que los impios sean
confundidos y precipitadosal infierno, iet deducantur in
infernum” Y en
otra parte habla de los “dolores del infierno , dolores
inferni”.
Salomón no es menos explícito.
Refiriendo los propósitos de los impíos que quieren seducir y perder al justo, dice:
“Devoremos lo vivo, como hace el infierno, sicut
infernus”. Y en aquel hermoso pasaje del libro de la
Sabiduría, en que tan admirablemente pinta la desesperación de los condenados, añade:
“He aquí lo que dicen en el infierno, in inferno,
aquellos
que han pecado, pues la esperanza del impío (...) se desvanece como el humo que
el viento se lleva”. En otro de sus libros,
llamado el Eclesiástico, dice también: “La multitud de los pecadores es como un
manojo de estopas, y su ultimo fin es la llama de fuego, flamma
ignis; (...) Tales son los infiernos y las tinieblas y las penas,
et
in fine illorum inferni et tenebrae et poenae”. Dos siglos después, más de
ochocientos años antes de Jesucristo, el gran profeta Isaías decía a su vez: “Como
has caído de lo alto de los cielos, oh Lucifer? ( . . . ) Tu que decías en tu corazón:
Yo subiré hasta el cielo ( . . . ) y seré semejante al Altísimo, te vemos
precipitado en el infierno, en el fondo del abismo, ad
infernum detraheris, in profundum laci”
.
Por este abismo, por ese
misterioso “lago” veremos más adelante que debe entenderse aquella espantosa
masa liquida de fuego que rodea y oculta la tierra, y que la misma Iglesia nos
indica como el lugar propiamente dicho del infierno. Salomón y David hablan igualmente
de ese ardiente abismo. En otro pasaje de sus profecías, I s a í a s habla del
fuego, del fuego eterno del infierno. “Los
pecadores, dice, deben temblar de espanto”. “.Cual de vosotros podrá habitar en
el fuego devorador, cum igne devorante (...)
en las llamas eternas, cum ardoribus sempiternis?”
El profeta Daniel, que vivía
doscientos años después de Isaías, dice, hablando de la resurrección final y
del juicio: “Y la muchedumbre de aquellos que duermen en el polvo, se
despertara, los unos para la vida eterna, los otros para un oprobio que no
acabara nunca”. Existe igual testimonio de los demás Profetas, hasta el
Precursor del Mesías, San Juan Bautista, el cual habla también al pueblo de Jerusalén
del fuego eterno del infierno, como de una verdad de todos conocida y de la que
nadie jamás ha dudado: he aquí el Cristo que se aproxima, exclama: “El cernera
su grano, recogerá el trigo [los escogidos] en los graneros, y la paja [los pecadores]
la arrojara al fuego inextinguible, igni inextinguibili”.
La antigüedad pagana, griega
y latina, nos habla igualmente del infierno y de sus terribles castigos, que no
tendrán fin. Bajo formas más o menos exactas, según que los pueblos se alejaban
más o menos de las tradiciones primitivas y de las enseñanzas de los Patriarcas
y Profetas, se encuentra siempre la creencia en un infierno, en un infierno de
fuego y de tinieblas. Tal es el Tártaro de los griegos y de los latinos. “Los impíos
que han despreciado las santas leyes, son precipitados en el Tártaro para no salir
jamás, y para sufrir allí horribles y eternos tormentos”, dice Sócrates, citado
por Platón, discípulo suyo. Y Platón dice también: “Debe prestarse fe a las
antiguas y sagradas tradiciones, que ensenan que después de esta vida el alma será
juzgada y castigada severamente, si no ha vivido como convenía” .Aristóteles, Cicerón,
Seneca, hablan de las mismas tradiciones, que se pierden en la noche de los
tiempos. Homero y Virgilio las han revestido de los colores de su inmortal poesía.
Quien no ha leído la relación de la bajada de Eneas a los infiernos, donde bajo
el nombre de Tártaro, de Plutón, etc., hallamos las grandes verdades primitivas,
desfiguradas, pero conservadas por el paganismo? Los suplicios de los malos son
allí eternos, y uno de ellos está pintado como “fijo, eternamente fijo en el
infierno”. Y esta creencia universal, incontestable y no contestada, el filósofo
escéptico Bayle es el primero en consignarla y re conocerla. El inglés Bolingbroke,
su compañero envolvería mismo y en impiedad, la confiesa con igual franqueza,
diciendo formalmente: “La doctrina de un es fe do futuro de recompensas y
castigos, parece que se pierde en las tinieblas de la antigüedad, precediendo a
todo lo que conocemos de cierto. Desde que empezamos a desbrozarle caos de la
historia antigua, hallamos esta creencia de la manera más sólida en el espíritu
de las primeras naciones que conocemos”. Encuentran se restos de ella hasta
entre las supersticiones informes de los salvajes de América, de África y de Oceanía.
El paganismo de la India y de Persia conserva de los mismos palpables vestigios,
y por fin, el mahometismo cuenta al infierno en el número de sus dogmas. En el
seno del Cristianismo es superfluo decir que el dogma del infierno es ensenado como
una de las verdades fundamentales que sirven de base a todo el edificio de la Religión.
Los mismos protestantes, que lo han destruido todo con su loca doctrina del
‘'libre examen”, no se han atrevido a negar el infierno. ! Cosa extraña e
inexplicable! En medio de tantas minas, Lutero, Calvino y demás han tenido que
dejar en pie esta espantosa verdad, que sin embargo había de serles
personalmente tan importuna! Así, pues, en todos los pueblos y en todos los
tiempos fue conocida y reconocida la existencia del infierno. Luego este
terrible dogma forma parte del tesoro de las grandes verdades universales que
constituyen la luz de la humanidad. Luego no es posible que un hombre sensato
la ponga en duda, diciendo en la locura de una orgullosa ignorancia !No hay infierno!
Luego hay un infierno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario