4 DE JUNIO
SAN FRANCISCO CARACCIOLO, CONFESOR
LA FE DE LOS
SANTOS. — Los bienes traídos al mundo por el Espíritu Santo,
siguen revelándose en la Liturgia. Francisco Caracciolo se nos presenta como un
nuevo tipo de esta fecundidad sublime que el cristianismo ha comunicado a la tierra.
La fe de los santos es en ellos el principio de la fecundidad sobrenatural,
como lo fué en el padre de los creyentes; ella engendra para la Iglesia
miembros aislados o naciones enteras; de ella proceden igualmente las múltiples
familias de órdenes religiosas, que, en su fidelidad en seguir los caminos
diferentes en que los han puesto sus fundadores, son el elemento principal del
regio aderezo de la Iglesia. Este pensamiento expresaba el Sumo Pontífice Pío
VII el día de la canonización de San Francisco Carácciolo, intentando, decía,
"enderezar de este modo el juicio de aquellos que consideren la vida
religiosa según las vanas y engañosas miras de este mundo, y no según la
ciencia de Jesucristo".
LAS ORDENES
RELIGIOSAS EN EL SIGLO XVI. — El siglo XVI escuchó en
sus comienzos la más horrenda blasfemia que se profirió contra la Esposa de
Cristo. La llamada prostituta de Babilonia, dió entonces pruebas de su
legitimidad frente a la herejía, incapaz de hacer germinar una virtud en el
mundo, con el admirable florecimiento de las nuevas órdenes que salieron de su
seno en algunos años, para responder a las exigencias de la nueva situación que
había planteado la rebelión de Lutero. El retorno de las órdenes antiguas a su
prístino fervor, la institución de la Compañía de Jesús, de los Teatinos, de
los Hermanos de San Juan de Dios, del Oratorio de San Felipe Neri, de los
clérigos regulares de San Jerónimo Emiliano y de San Camilo de Lelis, no bastan
el espíritu divino; sino que suscita, a fines del mismo siglo, otra familia
cuyo objeto especial será la organización en sus miembros de la mortificación y
oración continuas, valiéndose para ello del uso incesante de los medios de
mortificación cristiana y de la adoración perpetua del Santísimo Sacramento.
LOS CLÉRIGOS
REGULARES Y LOS HIJOS DE SAN FRANCISCO. — Sixto V, recibió
con alegría a estos nuevos combatientes de la gran lucha. Para distinguirlos de
las otras órdenes, ya numerosas, de Clérigos, que añadían a las obligaciones de
su santo estado la práctica de los consejos, y en prueba de su afecto
sinceramente paternal, el ilustre Pontífice dado al mundo por la familia franciscana,
puso a estos últimos el nombre de Clérigos regulares Menores. Con el
mismo pensamiento de acercarse más y más a la Orden Seráfica, el santo cuya
fiesta celebramos hoy, que llegará a ser el primer General del nuevo instituto,
cambia el nombre de Ascanio, que tuvo hasta entonces, por el de Francisco. Dios
mismo parece que se complacía en asemejar a Francisco Caracciolo con el
patriarca de Asís, al conceder a ambos cuarenta y cuatro años de vida. Como su
glorioso antecesor y patrón, el fundador de los Clérigos Regulares Menores, fue
uno de esos hombres que, como dice la Sagrada Escritura, aunque vivieron pocos
años, recorrieron una larga carrera. Numerosos prodigios revelaron al mundo
durante su vida la virtud que él hubiera querido esconder por su profunda
humildad. Apenas su alma abandonó la tierra y enterrado su cuerpo, una multitud
inmensa corrió al sepulcro, que todos los días atestiguaban con algún prodigio
el favor de que gozaba ante Dios aquel cuyos despojos mortales encerraba.
VIDA. —
Ascanio Carácciolo nació en 1563 en los Abruzzos. Su devoción a la Eucaristía y
a la Sma. Virgen se demostró desde su infancia. A los 22 años, después de grave
enfermedad, abandonó el mundo para entrar en la Congregación de los Bianchi,
cuyo objeto era asistir a los prisioneros, a los condenados a galeras y a
los ajusticiados. En 1588, fundó con otros dos compañeros una nueva
congregación: la de los Clérigos Regulares Menores. Juntaría los ejercicios de
la vida activa, como la educación de la juventud, a los de la contemplación,
como, por ejemplo, la adoración perpetua del Santísimo Sacramento: Los clérigos
se obligaban a no procurar ninguna dignidad eclesiástica. Después de haber
fundado numerosos conventos en Italia y España, S. Francisco murió en Agnone el
año 1609: su cuerpo fué trasladado a Nápoles, donde aún reposa. Fué beatificado
por Clemente XIV en 1769 y canonizado en 1807 por Pío VII, el cual extendió su culto
a toda la Iglesia.
SAN FRANCISCO Y LA
EUCARISTÍA. — Tu amor al Sacramento del altar fué muy
bien recompensado, oh Francisco. Fuiste llamado al banquete de la patria eterna
cuando la Iglesia entonaba las alabanzas de la Sagrada Hostia, en las primeras Vísperas
de la fiesta que todos los años la dedica. Siempre próximo a la fiesta del
Santísimo Cuerpo de Cristo, tu aniversario continua invitando a los hombres,
como lo hacías durante la vida, a penetrar en la adoración los profundos
misterios del Sacramento del amor. La divina Sabiduría es la que dispone
misteriosamente la armonía del Ciclo Litúrgico, coronando a sus santos en el
tiempo prefijado por su divina Providencia; tú merecías el lugar que ella te ha
preparado en el santuario cerca de la Sagrada Hostia.
ORACIÓN Y
PENITENCIA. — Cuando estabas en la tierra repetías sin
cesar al Señor aquellas palabras del Salmista: El celo de tu casa me ha devorado.
Estas palabras, que no eran propiamente del Salmista sino del Hombre-Dios,
de quien era figura ', llenaban realmente tu corazón; después de muerto, se
encontraron escritas en la carne de ese corazón inanimado, como habiendo sido
la única regla de sus latidos, y de sus aspiraciones. De aquí la necesidad de
oración, junto con el ardor siempre igual por la penitencia, que te devoraba, y
que diste como distintivo a tu instituto, y que habrías deseado comunicar a
todos. Oración y penitencia, es lo único que puede colocar al hombre en el
puesto que le corresponde ante Dios. Conserva este precioso depósito en tus
hijos espirituales, oh Francisco, y, con su celo, por propagar el espíritu de
su padre, hagan, si es posible, de este sagrado depósito, el único tesoro de
toda la tierra.
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