5 DE ABRIL
SAN VICENTE FERRER, CONFESOR
Misa – Os Iusti
EL APÓSTOL DEL JUICIO FINAL. — También hoy es España la
que ofrece a la Iglesia uno de sus hijos para ser propuesto a la admiración del
pueblo cristiano. Vicente Ferrer, el Angel del juicio, anuncia la
próxima llegada del Juez soberano de vivos y muertos. Cuando, en sus días, atravesó
Europa entera en sus correrías evangélicas, los pueblos conmovidos por su
elocuencia, se golpeaban el pecho, imploraban la misericordia del Señor y se
convertían. Hoy el pensamiento del juicio que Jesucristo vendrá a ejercer sobre
las nubes del cielo, no conmueve hasta este grado a los cristianos. Se cree en
el juicio final porque es un artículo de fe, pero la espera de este día no nos
infunde mucho miedo. Durante largos años continuamos nuestra vida de pecado, y,
quizás alguno se convierte un día por una gracia especial de la bondad divina,
pero la mayor parte de los bautizados llevan una existencia muelle sin pensar
apenas en el infierno y en la reprobación y menos aún en el juicio por el cual
Dios debe poner fin a este mundo.
VERDADERA Y FALSA SEGURIDAD. — No era así en los primeros
siglos cristianos, como tampoco lo es en las almas verdaderamente convertidas.
En ellas el amor supera al temor, pero de tal manera, que la espera del juicio
de Dios está viva en el fondo de su pensamiento, y esta disposición las hace
Armes en el bien que han recobrado. De seguro que estos cristianos, que todavía
tienen tanto que expiar, se preocupan muy poco de cuál será su estado el día en
que brille en los cielos la señal del Hijo del Hombre cuando Jesús, no ya como
Redentor, sino como Juez separe las ovejas de los cabritos. Para ellos la
Cuaresma es cada año la ocasión en que dan muestras de su negligencia e
indiferencia. Al ver su tranquilidad se diría que tienen el convencimiento de
que aquel momento terrible no reserva para ellos ni una inquietud ni una
decepción.
PRUDENTE PREPARACIÓN. — Seamos más prudentes, precavámonos contra las
ilusiones del orgullo y del descuido; aseguremos con una penitencia sincera el
derecho de mirar con confianza esta hora terrible, que hace temblar hasta los
santos. ¡Qué alegría entonces oír esta palabra que sale de la boca de nuestro
Juez: "Venid, benditos de mi Padre, poseed el reino que os ha sido
preparado desde el origen del mundo"!. Vicente de Ferrer abandona el
reposo de la celda para recorrer naciones enteras que dormían en el olvido del
gran día de las justicias. Nosotros no hemos oído su voz, es cierto, pero acaso
¿no tenemos el Santo Evangelio? ¿No tenemos¿ la Iglesia que, desde el comienzo
de Cuaresma, nos ha hecho leer los oráculos que Vicente de Ferrer pronunció
ante los cristianos de su tiempo? Preparémonos, pues, a comparecer ante Aquel
que vendrá a pedirnos cuenta de las gracias que nos ha prodigado. Si aprovechamos
todos los recursos que la Santa Cuaresma nos ofrece podremos prepararnos un
juicio favorable.
VIDA. — Vicente .nació en Valencia y a los 18 años entró en
la Orden de los Hermanos Predicadores. Por su predicación y su celo convirtió a
muchos herejes y musulmanes, consolidó la fe en muchas provincias y trabajó con
éxito para poner ñn al gran cisma de Occidente. Además de una austeridad
extraordinaria dio ejemplo de todas las virtudes y obró numerosos milagros. Consumido
por los trabajos y la vejez murió en Vannes en 1419, y fué canonizado por el
Papa Calisto III.
EL TEMOR DEL JUICIO FINAL. — Tu voz Vicente fué
verdaderamente elocuente cuando logró despertar a los hombres de su apatía y
comenzaron a experimentar el saludable temor del juicio final. Nuestros padres
oyeron esta voz; se convirtieron a Dios y Dios les perdonó. También nosotros
estábamos dormidos cuando la Iglesia, al abrir la Cuaresma turbó nuestro sueño
marcando con la ceniza nuestras frentes pecadoras y nos recordó la irrevocable
sentencia de muerte que Dios pronunció sobre nosotros. A continuación de esta,
el juicio particular decidirá nuestra suerte para toda la eternidad. Después,
en el momento señalado en los decretos divinos, resucitaremos para asistir al
más solemne de los juicios. Ante la totalidad del género humano, nuestras
conciencias serán descubiertas y nuestras buenas y malas acciones manifestadas
en público para tener lugar inmediatamente la nueva promulgación de la
sentencia que hayamos merecido: Pecadores, ¿cómo soportaremos entonces la
mirada del Redentor, Juez incorruptible? ¿Cómo podremos sufrir la vista de
nuestros semejantes, cuyos ojos penetrarán en todas las indignidades de nuestra
vida? Y sobre todo, ¿cuál de las dos sentencias que los hombres oirán
pronunciar sobre ellos habremos merecido? Si el que entonces ha de ser nuestro
juez la pronunciase ahora mismo, ¿nos colocaría entre los benditos de su
Padre, a la derecha, o entre los malditos, a la izquierda?
PLEGARIA. — Nuestros padres, oh Vicente, se sobrecogían de
temor cuando oían dirigírseles estas preguntas. Hicieron sincera penitencia de sus
pecados y después de haber recibido el perdón del Señor desaparecieron sus
inquietudes para dar lugar a la confianza. ¡Angel del juicio de Dios!, ruega a
fin de que este saludable temor se apodere también de nosotros. Dentro de pocos
días nuestros ojos verán al Redentor subir al Calvario encorvado bajo el peso
de la Cruz y le oiremos decir a las hijas de Jerusalén: "No lloréis sobre
mí sino sobre vuestros hijos, porque si a la leña verde se la da este trato
¿qué se hará con la seca"? Ayúdanos a aprocharnos de esta advertencia.
Nuestros pecados nos han reducido a la condición de este leño muerto que sólo
es ya apto para el fuego de las venganzas divinas; por 'tu intercesión une de
nuevo al tronco estas ramas desgarradas para que vuelvan a la vida y la savia
circule una vez más por ellas. Amigo de las almas, ponemos en tus manos la obra
de nuestra reconciliación con Dios. Ruega también por España que te dió la vida
y la fe, la profesión religiosa y el sacerdocio; mas acuérdate también de
Francia, tu segunda patria, evangelizada con tantas fatigas, pero también con
tanto éxito, y de Bretaña, que guarda religiosamente tus restos sagrados.
Fuiste nuestro apóstol en tiempos de desgracia, pero los¿ días que atravesamos
son más tempestuosos todavía; dignaos desde lo alto del cielo mostrarte siempre
nuestro fiel protector.
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