CAPÍTULO
12
Encíclica Divini
Redemptoris
del
Papa Pío XI
sobre
el comunismo
(19
de marzo de 1937)
(SEGUNDA PARTE)
La clarividencia de los Papas
El Papa repite lo que ya había dicho un poco antes, cuando la
guerra civil española se acercaba a su desenlace, y escribe:
«Hasta los más encarnizados
enemigos de la Iglesia, que desde Moscú dirigen esta lucha contra la
civilización cristiana, atestiguan con sus ininterrumpidos ataques de palabra y
obra que el Papa-do, también en nuestros días, continúa fielmente tutelando el
santuario de la religión cristiana, y que ha llamado la atención sobre el
peligro comunista con más frecuencia y de modo más persuasivo que cualquier
otra autoridad pública terrenal».
Así que los rusos reconocían que el Papa, el Sumo Pontífice, era
el que se oponía al comunismo con más vehemencia y con más fuerza persuasiva
que cualquier otro poder público en la tierra. Desgraciadamente, todo ha
cambiado completamente a partir del concilio Vaticano II. Es casi una traición,
porque si los Papas habían juzgado oportuno durante un siglo condenar el
comunismo, ¿cómo puede ser que de golpe Roma no hable más de él ni quiera
condenarlo? Este no fue el caso del Papa Pío XI, que no tuvo miedo ni temor de
hacerlo. Se da como pretexto que “si el Papa condena el comunismo, los
católicos van a ser perseguidos todavía más en los países que están bajo el
yugo comunista”.
El abandono peor que la persecución
Esto no es verdad. Los comunistas temen a quienes los atacan
públicamente. Los que están detrás del telón de acero se sentirían sostenidos
por la Santa Sede y comprendidos por todos los católicos que no vivían bajo
régimen comunista. Esto les habría dado realmente animó cuando se preguntaban
angustiados si se les seguía apoyando y si su combate era o no aprobado por
Roma. Es el caso de los lituanos, por
ejemplo, que se suelen preguntar si la Santa Sede aprueba el combate que
sostienen hoy, porque se dan cuenta de que en cierto número de Estados, los
obispos que son nombrados ahora, como Mons. Lekaï en Hungría o Mons. Tomasek en
Checoslovaquia hacen que los sacerdotes que luchan contra el comunismo se
callen o sean ignorados. Sucede con
ellos lo que con nosotros en la Iglesia que, sin embargo, no está detrás del
telón de acero. Quisieran hacernos callar y suprimirnos. Allí sucede lo mismo.
En los países detrás del telón de acero, los cardenales y los que están en las
curias episcopales son los que prohíben a la gente que luche o tome partido
contra el gobierno comunista, de modo que no saben qué hacer. Se preguntan si
la Iglesia sigue estando contra el comunismo ateo o no. Para ellos es una
angustia incluso más terrible que la persecución. Cuando se es perseguido, se
defiende a la Iglesia y a la fe; pero lo peor de todo es no saber si el motivo
por lo que se lucha y por lo que se está dispuesto a ir a la prisión, y a
sufrir tormentos y torturas, sigue estando aprobado o no. No saber ya si los
jefes y los superiores están de su lado o si los desaprueban, es un sufrimiento moral
más grande que el dolor físico que sienten en sus mazmorras y prisiones. Sucede
algo parecido con nosotros. El hecho de que los obispos y la autoridad
eclesiástica nos echen afuera y nos tengan tirria, es un gran sufrimiento. Y
aún es peor que incluso en Roma nos hacen a un lado y nos desprecian, porque
nos preguntamos si la Iglesia aprueba el combate contra los errores modernos,
combate que ha sido el de los Papas durante dos siglos. ¿Ya no hay que combatir
contra los errores? ¿Ya no hay que luchar por la verdad? Es algo increíble. Y
este sufrimiento es mayor aun cuando vemos en qué se ha convertido la Iglesia
después del Concilio. Para muchos católicos es algo extremadamente doloroso.
¡Cuántos seglares y sacerdotes sufren el martirio por esta situación! Ya no
saben qué pensar, siendo que antes todo estaba tan claro: era toda la Iglesia
la que combatía con los Papas; la Iglesia —con Roma— y todo el mundo combatía. Ya
no se sabe qué pensar. Ya no quieren combatir al comunismo abiertamente. ¡Y eso
que el Papa ha vivido bajo un régimen comunista! Desde su llegada al
pontificado, ¿se le ha escuchado alguna vez o hemos leído en algún documento
suyo que adopte una postura abierta contra el comunismo? Quizás ha hecho alguna
alusión, en alguna oportunidad, pero no hay un auténtico combate contra esta
revolución que, como escribió el Papa Pío XI, es la más espantosa que jamás se
ha sufrido.
El empeoramiento del peligro
Antes
de su encíclica, el Papa Pío XI ya había hablado muchas veces:
«A pesar de estas repetidas
advertencias paternas, que vosotros, Venerables Hermanos, con gran satisfacción
Nuestra, habéis tan fielmente transmitido y comentado a los fieles en tantas
recientes pastorales, algunas de ellas colectivas...».
Felicita
a los obispos por haber hecho un amplio eco a sus declaraciones.
«...el peligro se va agravando cada día
más bajo el impulso de hábiles agitadores»
(§ 6).
Es
una comprobación que se encuentra en todos los documentos de los Papas: a pesar
de sus advertencias, el mal progresa. Podríamos realmente creer que Dios, para
probarnos, permite que a pesar de todo lo que los Papas han hecho y combatido,
no lleguemos a exterminar los errores ni a canalizar esta corriente que, des-de
hace dos o tres siglos, conduce al mundo a su autodestrucción.
«Por eso Nos creemos en el deber de
elevar de nuevo Nuestra voz con un documento aún más solemne, como es costumbre
de esta Sede Apostólica, Maestra de la verdad, y como lo pide el hecho de que
todo el mundo católico desea ya un documento de esta clase. Y confiamos que el
eco de Nuestra voz llegará a dondequiera que haya mentes libres de prejuicios y
corazones sinceramente deseosos del bien de la humanidad; sobre todo porque
Nuestras palabras se hallan hoy confirma-das dolorosamente por el espectáculo
de los amargos frutos producidos por las ideas subversivas; frutos que habíamos
previsto y anunciado, y que espantosamente se multiplican de hecho en los
países dominados ya por el mal, o se ciernen amenazadores sobre todos los demás
países del mundo».
Podemos
decir que el Papa lo había vislumbrado claramente. Si volviera, diría: “Ya os
lo había predicho”. Después
del Papa Pío XI, ¿cuántas naciones que no lo estaban en ese momento han caído
bajo el yugo comunista? En Africa no
había prácticamente ninguna. Bajo la dominación soviética, estaba Rusia y
también China. Pero el Extremo Oriente, Vietnam, etc., no habían caído bajo el
régimen comunista. Mientras que ahora, en Africa, casi la mitad de los países
han caído a manos de los comunistas, y esto sin contar en América a Méjico,
América Central y Cuba, y sin tomar en cuenta la influencia comunista que ha
penetrado en los países supuestamente libres. Los comunistas han hecho enormes
progresos en Italia, en Francia y en España, en donde están empezando a volver
a tener importancia. Es muy preocupante.
La impostura denunciada
«Una vez más, por lo tanto, Nos
queremos exponer en breve síntesis los principios del comunismo ateo, tal como
se manifiestan principalmente en el bolchevismo, y mostrar sus métodos de acción;
contraponemos a esos falsos principios la luminosa doctrina de la Iglesia e
inculcamos de nuevo, con insistencia, los medios con los que la civilización
cristiana, la única sociedad civil verdaderamente humana, puede librarse de
este satánico azote y desarrollarse mejor para el verdadero bienestar de la
sociedad humana» (§ 7). En la segunda parte, Pío XI
describe la teoría y la práctica de los comunistas.
Una desfiguración de la redención de los pobres
«El comunismo de hoy, de modo más
acentuado que otros movimientos similares del pasado, contiene en sí una idea
desfigurada de la redención de los pobres».
Así
es como el Papa ve al comunismo. El comunismo se presenta al mundo como la
redención de los pobres, que viene a traer la salvación a los pobres, a los
desgraciados y a los que padecen hambre... Es una contrarredención, si se puede
decir, tal como acostumbra hacer el demonio, que imita en cierta medida a la
religión cristiana y a Nuestro Señor, que vino a traer la redención a las almas
y a la civilización cristiana, la más hermosa de todas. De modo que para destruir
esta civilización cristiana hay que presentar al mundo una especie de
contrarredención. Se han inventado esta estrategia: presentarse al mundo como
los que traen la redención de los pobres. «Un seudoideal de justicia, de igualdad
y de fraternidad en el trabajo, impregna toda su doctrina y toda su
actividad...»
Efectivamente,
los comunistas se presentan como animados por una verdadera mística, algo así
como una nueva religión y un nuevo evangelio. Es el medio que emplean para
engañar a los pobres, llamándose los liberadores de las clases pobres, de los
obreros...
«...con cierto falso misticismo que
comunica a las masas, halagadas por falaces promesas, un ímpetu y entusiasmo
contagiosos, especialmente en tiempos como los nuestros, en los que a la defectuosa
distribución de los bienes de este mundo ha seguido la miseria de mucha gente».
La economía liberal, fruto de la Revolución
Con
el sistema de la economía liberal, que es el fruto de la Revolución francesa,
están las mismas personas que difundieron el veneno de esa supuesta libertad,
porque detrás de todo esto, como va a decir el Papa, están las sociedades
secretas. Ahora bien, esa gente es la que acabó con todo lo que existía para
defender al obrero: las corporaciones, las asociaciones obreras... Se acabó con
todo eso en el momento de la Revolución, de modo que el obrero se halló sólo
frente a sus jefes, al mismo tiempo que se permitió toda la libertad: economía
liberal, libertad de comercio, libertad de industria, etc. Evidentemente, los
que tenían el dinero lo aprovecharon para acumular fortunas considerables en detrimento
de los trabajadores que se hallaban desamparados... No tenían ningún vínculo
entre sí, pues todas las corporaciones se habían desintegrado. Sin embargo,
durante el siglo XIX, hay que reconocer que gracias a los esfuerzos de la Iglesia
católica, del Papa León XIII, de los católicos franceses como La Tour du Pin, y
en otros países como por ejemplo Alemania, se trató de volver a dar a los
obreros cierta organización para defenderse contra los que se aprovechaban
abusivamente de su trabajo y debilidad.
Todos
estos sufrimientos e injusticias son frutos de los errores y no de la
civilización cristiana tal como la Iglesia la había establecido. Pero son los
frutos de los errores que fueron difundidos ya por el protestantismo y luego
por la Revolución: el espíritu liberal, que permite la libertad total de comercio e industria, mientras que antes había reglas. No
podía colocarse una industria en cualquier lugar ni de cualquier modo; ni se
podía aplastar a los demás, destruir a los pequeños ni formar monopolios como
se hace ahora. Son siempre prácticamente los resultados de la economía liberal,
no el fruto de la Iglesia. Incluso los sacerdotes han acusado a menudo a la
Iglesia diciendo: “Es el resultado de la civilización cristiana”. ¡Es
completamente falso! Es el resultado de la Revolución. Los revolucionarios han
roto las estructuras que había antes y que defendían al obrero, uniendo al
patrón y al obrero, y que los hacían trabajar juntos en asociaciones y
corporaciones que solían tener un aspecto religioso: su santo patrono e incluso
fiestas religiosas... Eran asociaciones organizadas para el trabajo, el oficio
y la profesión. Tenían su santo patrono de la profesión: todo esto estaba hecho
en un espíritu cristiano. Ahora bien, ¡tiraron todo esto al suelo! Los obreros
se encontraron solos ante personas que, sin fe ni ley ni moral, se aprovecharon
para abusar de ellos. Hubo enormes abusos, hay que reconocerlo, y formas de
explotación vergonzosas. Por desgracia, fue en ese momento cuando se presentó
el comunismo, que dice: “Nosotros, nosotros os vamos a liberar ahora; nosotros,
nosotros, nosotros”, etc. Llegaron
en el momento justo en que podían encontrar fácilmente una audiencia enorme en
la población y especialmente entre los obreros. «...especialmente en tiempos como los nuestros —sigue diciendo el Papa—
en los que a la defectuosa distribución de los bienes de este mundo ha seguido
una miseria de mucha gente. Más aún, se hace gala de este seudo ideal, como si
él hubiera sido el iniciador de cierto progreso económico, el cual, cuando es
real, se explica por otras causas muy distintas». Evocando
cómo los comunistas explotaron la situación generadora de injusticias sociales,
Pío XI indica de dónde saca las ideas del comunismo.
El materialismo dialéctico y la lucha de clases
«La doctrina, que el comunismo oculta
bajo apariencias a veces tan seductoras, se funda hoy esencialmente en los
principios del materialismo, llamado dialéctico e histórico, ya proclamados por
Marx, y cuya única genuina interpretación pretenden poseer los teorizantes del
bolchevismo» (§ 9).
El
Papa no se extiende mucho sobre la doctrina. La expone en pocas líneas:
«Esta doctrina enseña que no existe más
que una sola realidad, la materia, con sus fuerzas ciegas: la planta, el
animal, el hombre son el resultado de su evolución».
Es
una teoría similar al sistema evolucionista: todo se encuentra en la materia.
«La misma sociedad humana no es sino
una apariencia y una forma de la materia, que evoluciona del modo dicho, y que
por ineludible necesidad tiende, en un perpetuo conflicto de fuerzas, hacia la
síntesis final: una sociedad sin clases».
Una
sociedad completamente nivelada e igual... Esto es lo que según los principios
del comunismo tendría que ser la evolución, una evolución fatal e inevitable,
por la aplicación de un principio interno a la materia que provoca esa
evolución contra la que nadie puede hacer nada. Pero hay un medio para
precipitarla y apresurarla:
«En semejante doctrina es evidente que
no queda ya lugar para la idea de Dios: no existe diferencia entre el espíritu
y la materia, ni entre el cuerpo y el alma [por consiguiente, el alma no
existe, sino sólo el cuerpo]; ni sobrevive el alma a la muerte, ni por
consiguiente puede haber esperanza alguna de otra vida. Insistiendo en el
aspecto dialéctico de su materialismo, los comunistas sostienen que los hombres
pueden acelerar el conflicto que ha de conducir al mundo hacia la síntesis final».
De
ahí el medio que emplean para acelerar este movimiento: la dialéctica.
«De ahí sus esfuerzos para hacer más
agudos los antagonismos que surgen entre las diversas clases de la sociedad; la
lucha de clases, con sus odios y destrucciones, toma el aspecto de una cruzada por el progreso de
la humanidad».
Se
podría añadir que esta expresión “lucha de clases” no hay que tomarla
únicamente en el sentido de la lucha de los obreros contra los patronos sino
también en el conjunto de todas las destrucciones sociales. Por supuesto, es
una ocasión evidentemente magnífica para tratar de levantar y confrontar a los
jefes y empleados. Según los comunistas, únicamente la lucha y el combate
permanentes permiten, supuestamente, hacer progresar a la sociedad desde el
punto de vista económico.
Pero
no sólo se esfuerzan por inflamar esta lucha de clases, sino también de los
ciudadanos contra la autoridad y el gobierno. Se trata de aprovechar cualquier
oportunidad para intentar levantar a los ciudadanos contra la autoridad. Se
multiplicarán las manifestaciones. Si es necesario, se provocarán disturbios.
La lucha de clases es también esto. En todas partes, en el interior de todas
las sociedades, los comunistas tratarán de oponer a unos contra otros.
Preconizan la emancipación de los hijos contra los padres... e incluso en las
sociedades religiosas, tratarán de levantar al que supuestamente es el bajo
clero contra el alto clero. En cualquier lugar en que se puedan introducir y
fomentar esta dialéctica y esa lucha en el interior de las sociedades, está uno
de sus principios: hay que luchar siempre. «La
lucha de clases, con sus odios y destrucciones —sigue diciendo el Papa— toma el
aspecto de una cruzada por el progreso de la humanidad».
No hay comentarios:
Publicar un comentario