ANOCHE FUE ASALTADO EL TREN DE GUADALAJARA.
Consumaron los alzados el atentado más monstruoso que se registra en los
anales de nuestros trastornos. Orlando de luto nuestras columnas damos la noticia
que nos fue proporcionada por el General José Álvarez, Jefe del Estado Mayor
Presidencial. El criminal acto que hizo víctimas no sólo a la escolta, que se
batió heroicamente, sino a una parte del pasaje, fue consumado por la gavilla
capitaneada por los curas Vega, Pedroza y Aguilar, el licenciado Loza y el cabecilla
apodado El Catorce. La escolta sucumbió ante la superioridad numérica de los
levantados y la fiereza de éstos que hizo víctimas, en forma espantosa y con
una crueldad que subleva, a una parte del pasaje. Informó el jefe del Estado
Mayor Presidencial que acércanos y estaban a punto de tomar contacto con los
alzados para exterminarlos, y comentaba: "La impresión de las autoridades
militares es que la actitud de los rebeldes se debe a la dura batida de las
fuerzas federales en Jalisco) que los ha obligado a reconcentrarse en otros
sitios y manifestar su despecho en forma positivamente condenable", A
pesar de la censura se supo que el asalto al tren se debió a que transportaban
en el mismo pertrechos destinados a las fuerzas federales y dinero. A las ocho
horas y media de la noche obligaron al tren a detenerse por los obstáculos
acumulados en la vía, además de que los rieles habían sido levantados en una
gran extensión. Los cristeros se apostaron bien parapetados en ambos lados de
la vía, dominando al convoy. El destacamento a cuyo cuidado iban los pertrechos
se diseminó por todos los carros y ocupó las ventanillas, desde las cuales
hicieron fuego incesantemente, sin importarles la seguridad del pasaje, el cual
tirado contra el piso de los mismos carros, quedó expuesto a las balas de los
atacantes. El combate duró casi tres horas, hasta que sucumbió el último hombre
de la escolta, que dicho sea en su honor, se portó con fiera valentía.
Una vez dominada la situación subieron los rebeldes al tren, se apoderaron
de las armas, pertrechos y dinero que en él se conducían, bajaron al pasaje,
transportaron a los heridos fuera de los carros, y quedaron dentro sólo algunos
de los soldados muertos durante la refriega; regaron los carros con el
combustible de la máquina y les prendieron fuego. Los atacantes pensaron que
ante un hecho de esta magnitud la prensa no podía permanecer callada. Además
creyeron complacer a los que se mofaban de sus procedimientos de hacer
"revolución"; pero el callismo, ante la imposibilidad de ocultar este
descalabro, lo aprovechó como publicidad negativa en contra de los alzados. Refiriéndose
al asalto, El Universal Gráfico informó el 21 de abril lo siguiente: Subieron
los rebeldes sin escuchar a las mujeres que pedían piedad. Bajaron del tren los
pasajeros que pudieron hacerla, pero se quedaron los niños y heridos. Los
asaltantes sin miramiento alguno regaron de chapopote los carros y les
prendieron fuego, consumiéndose por completo y oyéndose en medio de la hoguera
los gritos de quienes se quemaban vivos. Todos los diarios' informaron con
grandes titulares el día y hora en que llegarían a México "los
supervivientes de la catástrofe" y el gobierno dispuso que todas las
ambulancias disponibles en la ciudad de México estuvieran desde temprana hora. Frente
a la estación del ferrocarril; colocaron las camillas en el andén y apostaron
fuertes contingentes de policías y tropas haciendo valla.
La prensa al dar la reseña de su llegada dijo: "Vivimos a una niña
de apenas 5 años de edad con ropas manchadas de sangre. Una ancianita herida
que casi no podía hablar y fue recogida por la Cruz Blanca. En los carros de segunda
venía un soldado acribillado de balas y herido de arma blanca y cuatro
pasajeros heridos. En el express cinco cadáveres de soldados, también recogidos
por las Cruces". El 26 de abril publicó El Universal Gráfico, en primera
plana, tres fotografías, una de un carro de ferrocarril con hierros retorcidos,
otra con un carro entero y tres hombres tirados en el terraplén y una última
donde se ve la locomotora fuertemente inclinada. El tono del texto explicativo
acusa a las claras su intencionado fin, pues su dramaticidad no corresponde a
las fotografías publicadas y los argumentos esgrimidos son desusados. La
leyenda dice así: Primeras fotografías que dan una idea exacta de la magnitud
del atentado que causa verdadero estremecimiento, pero que sin embargo, el
periódico en su obra de reileiar la verdad se ve en el caso de publicar, contrariando
sus deseos de ofrecer siempre a sus lectores hechos gratos, amables, que levanten
el espíritu y no produzcan, como en el caso, violenta sensación de horror.
Los sindicatos de la CROM y el gobierno organizaron novilladas y
festejos en beneficio de los familiares de los soldados muertos en el tren y por
muchos días mantuvieron viva la espectación del pueblo. El asalto al tren de
Guadalajara sirvió al callismo como pretexto para consumar otro atentado que hasta
entonces no se había atrevido a intentar: la expulsión del país de los
arzobispos y obispos mexicanos, encabezados por el anciano arzobispo de México,
señor José Mora y del Río, de quien dijo Tejeda, el Secretario de Gobernación,
que "como era el director intelectual del ataque e incendio del tren había
salido huyendo del territorio nacional". La persecución de los católicos
se extremó y se hizo más rígida la búsqueda de sacerdotes y religiosos, los
cuales al ser aprehendidos invariablemente acusados de estar en connivencia con
los levantados en armas, e inclusive de ser directores del movimiento.
Los miembros del Comité Directivo de la Liga Defensora de la Libertad
fueron aprehendidos, pero ya prevista esta contingencia entraron sucesivamente
en funciones otros Comités previamente librados. Luis, el noble Anciano del
Grupo, formó parte de uno de dichos Comités sustitutos, por lo que la
Inspección de Policía ordeno su captura; penetraron a su casa por las azoteas
vecinas, pero no lograron su objeto porque ese día había salido en comisión a
una de las ciudades próximas a la capital. Saquearon su domicilio los agentes y
se llevaron el dinero y objetos de valor que encontraron, Por fortuna él pudo
ser advertido cuando venía de regreso y aprovechando el ofrecimiento que mi
padre le había hecho, se refugió en mi casa, en la cual permaneció por bastante
tiempo. Con el pase días muy gratos, mesclando las bromas que le jugaba, y las
que a Luis le gustaban, con provechosas lecciones de oratoria, pues era notable
declamador. Durante las noches si disfrazaba con ropas de obrero y salía
conmigo “a estirar las piernas”, según decía. En una ocasión lo acompañe a una
cena a la cual asistieron personalidades eclesiásticas y directores de acción
católica. Allí le pidieron insistentemente recitara “Para entonces”, de
Gutiérrez Nájera, la que escucho la concurrencia con religioso silencio:
Quiero morir cuando decline el día,
En altamar y con la cara al cielo.
Cuando recitó aquello de Quiero morir y joven, le dije: ¡Ya no se te
hizo, lo que provocó carcajada general; pero en seguida se produjo la reacción;
me sentí corrido y apenado, pues era el único muchacho en la reunión y me
acosaron las miradas de tanto circunspecto comensal. Otro motivo de
entretención nos lo daba la lectura de los periódicos, pues nos acostumbramos a
"leer entre líneas", es decir, a interpretar las escasas noticias que
los diarios daban temerosos de contravenir la rígida Ley contra Alarmistas. Las
única, noticias relacionadas con el movimiento armado eran los partes
oficiales, redactados todos más o menos en los mismos términos. Reproduzco UI10
cualquiera, el publicado en Excélsior el 17 de mayo de 1927, por tenerlo a la
mano.
CINCUENTA MUERTOS
A UNA PARTIDA REBELDE.
Fue aniquilada la gavilla del Pbro. A. Pedroza. En la Presidencia de la
República se nos proporcionó el siguiente boletín de noticias acerca de la
campaña que se está desarrollando en el Estado de Jalisco. Dice así: La chusma episcopal de bandidos que encabezan
los presbíteros Antonio Pedroza, de Ayo el Chico; Pedro González de Jalpa y el
Cura Vega, fueron alcanzados por las fuerzas federales, después de cinco días
de tenaz persecución en que los asaltantes y ladrones del tren de Guadalajara
huyeron vergonzosamente. Según informa el General Espiridión Rodríguez Escobar,
Jefe de la columna, los ladrones episcopales se preparaban, según las órdenes
del episcopado y las instrucciones de la Iglesia en esta compañía, para asaltar
otro tren de pasajeros asesinar a todos los que vinieran en trenes de segunda. Las
gavillas e episcopales que merodeaban por los Altos han tenido en esta última semana
más de cien bajas. Se tomaron prisioneros cuarenta JI cinco mujeres y niños que
los episcopales tenían escondidos en las barrancas. Por el rumbo de Los Altos,
es decir, por la zona que comprende los pueblos de Tototlán, Tepatitlán,
Arandas, hasta San Miguel el Alto y San Julián, han quedado algunas gavillas
tratando de ocultarse de la persecución. Era imposible tomar en serio los
partes de la Presidencia de la República y de buena gana reíamos con párrafos
como el de que "los ladrones episcopales", "por órdenes de los
obispos e instrucciones de la Iglesia iban a asesinar a todos los pasajeros que
vinieran en segunda". -Asaltarían los lujosos coches-dormitorio, que es
donde viajan ahora los revolucionarios -comentó Luis-, y no los de segunda donde
viajaban los nuestros. Otras veces las noticias eran francamente chuscas,
revelando el ánimo y la mentalidad de los esbirros del callismo. El cuatro de
julio de 1927 Excélsior publicó en primera plana la siguiente noticia:
UN INCIDENTE PENOSO
EN LA LEGACIÓN RUSA.
Un grupo de ignorantes agentes policíacos pretendía catear la residencia
diplomática de la República Soviética. Creían que estaban celebrando cultos. Por
un error de un policía, la Legación de la Unión de las Repúblicas Soviéticas Socialistas,
estuvo a punto de sufrir la violación de su derecho de extraterritorialidad,
así como también la propia Ministra, excelentísima señora Alejandra Kollontay,
iba a ser detenida y llevada a las oficinas de la policía, acusada de
desarrollar ceremonias religiosas en el edificio de la Legación en Rhin. Sucedió
que numerosas personas fueron invitadas a la fiesta de despedida a la señora
Kollontay, que parte para Alemania, lo que atrajo la atención del guardián que
vigilaba una de las esquinas de la calle y sucedió que en los momentos en que
trataba de averiguar a través de la reja de la casa lo que estaba pasando en su
interior, escuchó algunos cantos, que le parecieron de Iglesia. La música rusa
y, especialmente, el Himno Internacional, que es el canto bolchevique, tienen
ciertas modulaciones parecidas a la música religiosa, por lo que en el cerebro
del modesto guardián surgió la idea de que se estaba violando la reciente ley
de cultos y que aquellos cantos eran, indudablemente, del rosario. El policía
pensó inmediatamente que podía hacer méritos y aun vislumbró un posible
ascenso, con sólo dar parte a la comisaría, lo que hizo desde luego. Esta
oficina mandó en el acto un grupo de agentes para que procedieran a detener a
todos los que se hallaban en el interior de aquella residencia. Los agentes
llegaron violentamente y todavía pudieron enterarse de que lo asegurado por el
gendarme era cierto; aunque no podían percibir con exactitud las palabras de lo
que se estaba cantando pues lo hacían en ruso, pero creyeron que eran oraciones
en latín.
Desde luego comenzaron a estudiar la situación del edificio y se
informaron si tenía salida por la parte de atrás, a fin de impedir que los
supuestos infractores pudieran escapar y, ya una vez cerciorados de estos
detalles, procedieron a dar el golpe, como se dice en estos trances policíacos.
Sin embargo, el desacato pudo evitarse a tiempo, para lo cual bastó la
intervención de los secretarios de la Legación, que pasaron a la octava
comisaría, en donde se identificaron, y a la vez solicitaron las debidas
garantías para la señora Kollontay. Naturalmente que no siempre nos hacían reír
las noticias de los diarios; en ocasiones eran terribles, como la que se
refirió a la muerte del Dr. Baltasar López, a quien Luis mucho estimaba. En la
página editorial, con el título de "El pánico en las pequeñas
localidades", leímos el artículo siguiente: Frecuentemente, sin que
hayamos podido obtener hasta lo presente resultados prácticos, nos hemos
quejado de los abusos (y seguido de graves delitos) que cometen los jefes
militares pequeño, y grandes, con el pretexto de extinguir los focos de
rebelión que han brotado en diferentes partes del país.
Nos hemos referido a atentados cometidos en las grandes ciudades, pero
lo qué no podríamos decir de la situación angustiosa de las pequeñas poblaciones,
donde la autoridad militar es omnipotente y donde las quejas de las víctimas
son ahogadas sin permitir que trasluzcan hasta la capital? Interminable sería
la lista de esta clase de agresiones: los mismos periodistas no las conocemos
todas. Nuestros corresponsales, temiendo caer bajo el enojo y la venganza de
los caciques apenas si osan informar hechos que por su enormidad no pueden ser
disimulados. Es por esto que muchos crímenes quedan sin castigo, aun ignorados
por las autoridades del Centro. Como ejemplo típico de lo que pasa en las
pequeñas localidades, reproducimos el relato que una persona, cuya veracidad
está encima de cualquier duda, nos comunica desde una población del interior
del país. Nosotros garantizamos la exactitud de esta información; la
monstruosidad de los hechos que ella revela es tal que nos hace imprimirla en
editorial. He aquí la carta: El miércoles 6 de este mes (mayo de 1927) a las
cinco de La mañana, en el municipio de Moroleón (Estado de Guanajuato), un
camión proveniente de Acámbaro se detuvo frente a la casa del estimable doctor
Baltasar López. El auto estaba lleno de soldados federales al mando de un
capitán. Este bajó en seguida y golpeó violentamente la puerta. Los ocupantes
despertaron y el infortunado doctor apareció por una ventana. Inquirió el
motivo de la llamada. El Capitán respondió -¿Quién es usted? -El doctor
Baltasar López-. Venga en seguida a atender un enfermo ordenó el soldado.
El doctor, temiendo por su seguridad, se excusó diciendo que él mismo
estaba enfermo y que no podía salir a semejante hora. Pero el soldado renovó la
orden, previniendo al doctor que debería salir de todos modos, bajo la amenaza
de ser obligado por la fuerza. El doctor se vistió a toda prisa y salió.
Preguntó a dónde iban.
-A Acámbaro -le contestaron.
Montó en el vehículo, que se puso en marcha. En la primera esquina de
la calle, el culpable (?) pidió permiso para comprar cigarros. El comerciante
no quiso recibirle dinero al doctor, quien entonces le suplicó avisar a su
cuñado, señor Miguel Cerrato, que lo llevaban preso, aparentemente para
Acámbaro. El auto de la muerte continuó su ruta. Más lejos, frente a la casa
del presidente municipal de Uriangato, se detuvo de nuevo. Llamaron al
presidente a golpes de culata sobre el batiente de su puerta. Al salir, el
capitán le ordenó: "Haga levantar el cadáver de este hombre que voy a
fusilar en el lugar". El coche volvió a partir, dejando estupefacto al
funcionario, que veía caer una cabeza inocente sin formular la más mínima
pregunta. Un poco más lejos, hicieron descender al doctor López, aún no
repuesto de la impresión de horror que le causaron las palabras del capitán al
presidente municipal, y se echó al cuello del soldado pidiéndole piedad,
protestando su inocencia absoluta en todo lo que se le pudiera imputar,
ofreciendo como testigo de su honradez al pueblo entero de Moroleón. Así luchó
el desventurado contra ese ser sanguinario. ..Hasta que esta hiena para
deshacerse de él le arrojó de cara contra el muro, rompiéndole las narices y
las mejillas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario