"¡Yo muero, pero Dios no muere! ¡Viva Cristo Rey!"
Una vez consumados estos asesinatos dieron parte de haber alcanzado a
los rebeldes, y de haberles hecho 32 muertos en combate. ¡Justamente
el número de pacíficos vecinos sacrificados! El punto débil del movimiento
armado es la carencia casi absoluta de parque. Todos los golpes fallaron por
esta causa, aun en los casos en que inicialmente se obtuvo éxito y se quitaron
armas y pertrechos al enemigo, pues nunca fueron en cantidad suficiente para resistirle
cuando concentrando fuerzas atacaba con acopio de elementos. Igualmente quedó
demostrado que la gente está pronta, y aun era un problema la multitud de hombres
(se unían sin llevar arma alguna, como aconteció al acejotaemero Luis Navarro
Origel) Al levantarse en armas arengó al pueblo y éste lo siguió en número de
dos mil hombres, la inmensa mayoría inerme. Cuando trató de organizarlos y
dotarlos con las armas quitadas al enemigo en el golpe inicial, se vio que sólo
podía equipar a unos doscientos, con lo que el resto se sintió llamado a
engaño, y esto provocó en ellos profundo resentimiento contra el general del
Ejército Libertador que "les había sacado de su pueblo para dejarlos
colgados". Bien pronto aparecieron traficantes sin escrúpulos, quienes
ofrecían parque o armas fabricadas por el gobierno callista; pero exigían
precios exorbitantes y pago por anticipado. Eran numerosos los casos en que
cínicamente faltaban a sus compromisos, y sobre ello amenazaban a los
intermediarios con denunciar sus actividades subversivas. Para hacer frente a
los enormes gastos que exigía esta nueva actividad, la Liga Defensora de la
Libertad emitió bonos cuyo valor iba desde veinte centavos hasta cien pesos,
los cuales ostentaban elaborados dibujos y esta inscripción: "Contribución
para la conquista de la libertad.-Año de 1927.-México", y al centro la
figura de San Jorge abatiendo al dragón.
Por el reverso la siguiente leyenda: "¡México! El sacrificio de
tus hijos muertos en Zamora, Chalchihuites, León y otros lugares, como mártires
de la fe cristiana, es el toque de lucha por la libertad. Gravísimo deber nos
apremia a reconquistarla con nuestro dinero o nuestra sangre. Liga Nacional
Defensora de la Libertad Religiosa". Los socios del Daniel O'Connell
recibimos una porción de los Bonos de la Liga, como los llamó el pueblo.
Humberto Pro nos dijo al dárnoslos:
-Aquí les traigo boletos para diversos viajes de recreo: los hay de
veinte centavos que amparan un viaje de ida y vuelta a las Islas Marías en
segunda, los hay de cinco pesos para viaje de primera sin regreso y de diez
pesos para excursiones a la eternidad. De modo que vayan inscribiéndose. Entre bromas y risas nos entregamos a esta nueva actividad. Nos
estimulaba a su venta el deseo de no dejamos sobrepasar por los otros
compañeros que, también con entusiasmo, se esforzaban por colocar la mayor
cantidad posible. En una ocasión quiso Luis lo acompañara a ver a uno de los
católicos más ricos, con la esperanza de obtener de él una jugosa cooperación
económica. Nos recibió con toda clase de atenciones; pero al saber el objeto de
nuestra visita cambió por completo su actitud y el tono de su voz. Me
impresionó la transformación, que por tan inesperada y rápida fue como si Don
Miguel se hubiera quitado de pronto una careta, y apareciera el hombre mezquino
y lleno de intereses que en realidad era.
-¡Lo creí más ponderado y razonable! -dijo don Miguel-. ¿Cómo es
posible que sea usted de los irresponsables que juegan a la revolución
arriesgando el dinero y la vida de los demás? ¿Cree usted posible que puedan
tener éxito quienes se levantan en armas para pedir por amor de Dios algo de
comer, como ocurrió en el asalto de la carretera a Cuernavaca?
-Conscientemente nos hemos lanzado por el único camino digno que nos
han dejado -contestó con serenidad Luis--, y es usted injusto al afirmar que
sólo arriesgamos la vida y el dinero de los demás.
-Retiro mi reproche -interrumpió don Miguel-; pero insisto en que este
movimiento realizado por católicos es una locura que no prosperará.
-¡Prosperará! -afirmó enfáticamente Luis.
-Para hablar así es preciso que usted esté convencido de que les espera
el triunfo y no lo juzgo tan infantil para creer en ello -exclamó don Miguel.
-El triunfo está en manos de Dios y no es nuestra única meta. Estamos
obligados a luchar, pero no a triunfar.
-¿Lo ve usted? -replicó vivamente don Miguel-: usted no cree en el
triunfo. Siendo así, ¿cómo puede fomentar este movimiento atroz que compromete
la tranquilidad, la vida y el patrimonio de tantos?
-No he dicho que no crea en el triunfo -replicó más vivamente Luis-; he
dicho que no peleamos sólo por el triunfo, al menos como usted lo entiende.
Podremos ser vencidos; pero algo, a pesar de todo, saldrá victorioso de la
lucha, y ese algo es el espíritu de México que de otro modo desaparecerá bajo
la férula de los bolcheviques, quienes paso a paso irán ahogando toda manifestación
de dignidad humana, todo resto de libertad, obligándonos a pensar y actuar como
ellos. El tiempo de las contemporizaciones ha pasado, pues ya nos han llevado
demasiado lejos. ¡Una claudicación más y estamos definitiva, irremediablemente
atados al yugo soviet!
-Siempre le he considerado sincero -comentó don Miguel-; pero no creo
tengan razón usted y los suyos. El camino escogido es fatal, es la emboscada
que el gobierno les ha tendido y ustedes han caído en ella, embriagados por un
misticismo que en este mundo de realidades a nada conduce. 'Mucho más puede
conseguirse por otros caminos, con mucho menos esfuerzo. La revolución lleva ya
dentro de sí el germen de corrupción que la autodestruirá.
Su punto débil está en los hombres que la integran, los que de pronto
se han encumbrado a los puestos donde se manejan grandes cantidades de dinero,
el que administran sin control alguno, y pronto han aprendido a disfrutar de su
poder, ellos que hasta ahora lo han odiado porque no lo tenían. Empiezan a
establecer turbios contactos con los grandes negocios y mientras mayores
consideran sus méritos revolucionarios más quieren ganar a su cuenta, "si
no, pa' que peliamos", dicen ellos. Este es el momento de actuar. Podemos
infiltrarnos en sus filas, enseñarlos a vivir, y en recompensa nos dejarán
hacer; entonces veremos que no es tan fiero el león como lo pintan.
-Veo con pena que nuestros puntos de vista difieren radicalmente -dijo
Luis-; usted habla de la corrupción que se advierte ya en las filas
revolucionarias y de la intervención de sus hombres en turbios negocios, y yo
me pregunto; ¿Esta corrupción no alcanzará a todas las fuerzas vivas del país,
ya que según sus cálculos no sólo debemos dejar que siga su curso, sino que hay
que fomentarla? Brevemente
nos despedimos de don Miguel. Yo llevaba una
nueva decepción que con el tiempo habría de confirmarse; la miseria de los
mexicanos ricos, los que, salvo contadas excepciones, se han concretado a
quejarse por los daños que dicen ellos les causó la revolución o se han aliado
con ella a fuerza de bajezas, para sacar ventajas aún mayores de las que
pretenden haber perdido. 130
A PRINCIPIOS DE ABRIL DE 1927 sufrimos un fuerte golpe con la muerte de
Anacleto González Flores, prestigiado líder católico. Al verse rodeado,
Anacleto avanzó solo hacia sus aprehensores diciéndoles:
-Si me buscan, aquí estoy; pero dejen en paz a los demás. Lejos de
acceder a la petición del Maestro, amarraron a él y a sus tres jóvenes
compañeros y los condujeron inmediatamente al Cuartel Colorado de Guadalajara.
A la señora Vargas la llevaron a la Inspección de Policía, con sus tres
pequeñas hijas, y las alojaron en el calabozo que ocupaban la madre y dos
hermanas de Luis Padilla Gómez, presidente de la A.C.].M. en Guadalajara, quien
junto con Anacleto y los hermanos Vargas fue internado en el cuartel Colorado. Encontraron
al general Ferreira en estado de gran excitación, pues amonestado por su
incapacidad para pacificar el Estado, quería víctimas que ofrecer a sus
superiores para señalarlas como responsables del levantamiento de los
cristeros. Sin darles algo de comer los tuvieron amarrados hasta las dos de la
tarde, hora en que iniciaron su martirio. Acusaron al Maestro Cleto de tener
comunicación con los alzados en armas, lo que negó enfáticamente. Le formularon
interminables interrogatorios que pretendían les dieran detalles acerca, de la
forma como estaba organizada la Unión Popular, transformada en Delegación
Regional de la Liga Defensora de la Libertad. Querían los nombres de todos los
jefes, así como saber cuáles eran sus planes, y de modo muy especial que les
dijera dónde se escondía el viril arzobispo de Guadalajara, el ilustrísimo
señor Francisco Orozco y Jiménez. Viendo que nada podían obtener de él, pues
justamente se negó a traicionar al señor Arzobispo y a sus compañeros de la
Unión Popular, recurrieron a la tortura física. Lo desnudaron, lo suspendieron
de los dedos pulgares y lo flagelaron. Como insistiera en su negativa le
cortaron los pies y el cuerpo con hojas de rasurar. Exclamó él entonces: Una
sola cosa diré y es que he trabajado con todo desinterés por defender la causa
de Jesucristo y de su Iglesia. Ustedes me matarán, pero sepan que conmigo no
morirá la causa. Muchos están detrás de mí dispuestos a defenderla hasta el
martirio. Me voy, pero con la seguridad de que veré pronto, desde el Cielo, el
triunfo de la Religión y de mi Patria.
Después, dejándolo así colgado, atormentaron frente a él a los hermanos
Vargas González. Anacleto exclamó:
-¡No se ensañen con niños; si quieren sangre de hombre aquí estoy yo!
y dirigiéndose a Luis Padilla, que pedía confesión, le dijo:
-No, hermano, ya no es tiempo de confesarse, sino de pedir perdón y
perdonar. Es un Padre, no un Juez, el que nos espera. Tu misma sangre te
purificará. Obedeciendo órdenes del general Ferreira, un soldado atravesó el
costado izquierdo de Anacleto con su bayoneta, y como perdiera mucha sangre, el
general ordenó formar el cuadro de ejecución. Anacleto habló a los soldados en tales
términos que éstos se negaron a disparar y hubo de substituirlos por otro
pelotón; entonces el Maestro gritó con el resto de sus desfallecientes fuerzas:
-"¡Yo muero, pero Dios no muere! ¡Viva Cristo Rey!"
Una descarga cerrada de catorce balas ahogó sus últimas palabras. En seguida fusilaron a Luis Padilla Gómez y a
los dos hermanos Vargas. A Florentino lo perdonaron en vista de su corta edad,
y fue él quien dio los detalles del martirio y ejecución de los mártires del
Cuartel Colorado.
Por la noche entregaron los cadáveres a los familiares. La madre y
hermanas de los Vargas fueron puestas en libertad, y al ver aquélla a su hijo
Florentino junto al despojos de Jorge y Ramón, exclamó:
-¡"Ah querido hijo!, qué cerca has estado de la corona del
martirio. Tal vez necesitas ser aún mejor para merecerla". Miles de
personas de todas condiciones sociales desfilaron ante los cadáveres. Anacleto
parecía sonreír. Tenía los ojos abiertos y ninguna contracción desfiguraba su
rostro, lo cual causaba la admiración de todos los que lo veían, y tocaban a su
cuerpo crucifijos, medallas, rosarios, flores y una infinidad de objetos.
Cuando fue llevado a su casa la sangre fluía aún y con ella empaparon numerosos
lienzos; después los cortaron en pequeños trozos que conservan como reliquias
incontables personas. El sábado a las tres de la tarde fue el entierro. Formaba
el cortejo una inmensa multitud encabezada por obreros, que llevaban ofrendas
florales cruciformes. En el cementerio dos jóvenes y un obrero tomaron la palabra
para hacer el elogio de Anacleto González Flores y su obra, poniendo en su
oratoria el fuego del que clama justicia y el sentimiento del amigo que sufre
el dolor de una gran pérdida y la indignación del crimen. Aquello no parecía un
entierro, sino un día de triunfo. La multitud entusiasmada prorrumpía en gritos
o coreaba los que otros lanzaban. Los ¡Viva Cristo Rey! y ¡Viva la Virgen de
Guadalupe!, se repetían incesantemente. Los dos jóvenes que hablaron en el
cementerio lo pagaron con sus vidas, pues fueron seguidos por agentes secretos,
aprehendidos y fusilados. Sólo el obrero logró escabullirse entre la multitud. Después
de tan sangrientos sucesos cobró mayor fuerza un artículo del Maestro Cleto que
él tituló El Plebiscito de los Mártires, y el cual en su parte medular dice
así:
Es necesario saber y
querer escribir con sangre y deja? que sobre la propia carne, magullada,
sangrante, quede el propio pensamiento fijo para siempre con las torceduras del
potro, con la zarpa de los leones o la punta de la espada de los verdugos. Y
porque lo que se escribe con sangre, según la frase de Nietszche, queda escrito
para siempre, el voto de los mártires no perecerá jamás ... El mártir al acabar
de teñir con su sangre la mano del verdugo ha dejado una señal y por encima de
todos los olvidos queda escrito su voto. En la democracia y en los comicios,
donde se vota con papeles y números, sabrá la tergiversación. El fraude, el
soborno y la mentira podrán conjugarse para engañar y arrojar cómputos falsos y
para encumbrar nulidades salidas de los estercoleros. Y la democracia vendrá a
ser lo que ha sido entre nosotros: un infame escamoteo de números y de
violencias donde se carga de escupitajos y de ignominia al pueblo. No sucederá
esto con la democracia de los mártires... Hay no votaremos con hojas de papel
marcadas con el sello de una oficina municipal; hoy votaremos con vidas.
Debemos regocijarnos de que la revolución se empeñe en llegar hasta el
estrangulamiento de la vida de las conciencias. Así se echa a su pesar en la
corriente de una democracia en que los juegos de escamoteo y de
prestidigitación electoral quedarán excluidos inevitablemente. Hoy votaremos
con vidas porque aunque no habrá millones de mártires, pocos o muchos, los
habrá.
No todos los mártires destacan tanto corno Anacleto González Flores,
pero la masa anónima de ellos es de una fuerza y un valor incalculables. Mueren
por centenares para dar testimonio de su fe, defendiendo sus derechos de hombres
libres, de cristianos cabales. El callismo los mandó matar porque creyó
acabaría junto con ellos el espíritu indomable del católico mexicano, pero se
equivocó de extremo a extremo; entonces recurrió nuevamente a la calumnia,
presentando a sus víctimas como malhechores a quienes se imponía sacrificar.
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