CAPITULO XVI
LA MENTALIDAD
CATÓLICO-LIBERAL
“Hay flaquezas
tiránicas, debilidades perversas y vencidos dignos de serlo.”
Charles
Maurras, Mis Ideas Políticas
Una enfermedad del
espíritu
Más que una confusión,
el catolicismo liberal es una “enfermedad del espíritu”. El espíritu no
consigue sencillamente descansar en la verdad. Apenas se atreve a afirmar algo,
se le presenta la contra-afirmación, que también se ve obligado a admitir. El
Papa Pablo VI fue el prototipo de este espíritu dividido, de este ser de doble
faz –incluso se podía ver esto físicamente, en su rostro– en perpetuo vaivén
entre los contradictorios y animado de un movimiento pendular, que oscilaba
regularmente entre la novedad y la Tradición. Dirán algunos: ¿esquizofrenia
intelectual? Creo que el Padre
Clerissac vio más en profundidad la naturaleza de esta enfermedad. Es una
“falta de integridad del espíritu”, escribe, de un espíritu que no tiene “suficiente
confianza en la verdad”: “Esta falta de
integridad del espíritu en las épocas del liberalismo, se explica del lado
psicológico por dos rasgos manifiestos: los liberales son receptivos y
febriles. Receptivos, porque asumen con demasiada facilidad los modales de sus
contemporáneos. Febriles porque por miedo de contrariar esos diversos modales,
se encuentran en continua inquietud apologética; parecen sufrir ellos mismos
las dudas que combaten; no tienen suficiente confianza en la verdad; quieren
justificar demasiado, demostrar demasiado, adaptar o incluso disculpar
demasiado.”
Ponerse en armonía con
el mundo
¡Excusar demasiado!
¡Qué expresión oportuna! Quieren disculpar todo el pasado de la Iglesia: las
Cruzadas, la Inquisición, etc. En cuanto a justificar y demostrar, lo hacen
bien tímidamente, sobre todo si se trata de los derechos de Jesucristo; pero
adaptar, por cierto que lo hacen, ese es su principio: “Parten de un
principio práctico y de un hecho que juzgan innegable: que la Iglesia no podría
ser escuchada en el ambiente concreto en que debe cumplir su misión divina sin
armonizarse con él.” Así, más tarde, los
modernistas querrán adaptar la predicación del Evangelio a la falsa ciencia
crítica y a la falsa filosofía inmanentista de la época, “esforzándose por
hacer accesible la verdad cristiana a los espíritus formados para negar lo
sobrenatural”. Así pues, según ellos, para convertir a quienes no creen en lo
sobrenatural, es preciso hacer abstracción de la revelación de Nuestro Señor,
de la gracia, de los milagros... Si tenéis que tratar con ateos, ¡no les
habléis de Dios, poneos a su nivel, sintonizaos con ellos, entrad en su
sistema! Después de lo cual, os habréis convertido en marxistas-cristianos:
¡serán ellos quienes os habrán convertido!
Es el mismo
razonamiento que sostuvo la “Misión de Francia” y que actualmente
sostienen numerosos sacerdotes respecto al apostolado en el mundo obrero. Si
queremos convertirlos, debemos trabajar con los obreros, no mostrarnos como
sacerdotes, compartir sus preocupaciones, conocer sus reivindicaciones; así
llegaremos a ser como la levadura en la masa... – y gracias a esto, ¡fueron
esos sacerdotes quienes se convirtieron y terminaron siendo agitadores
sindicales! –. “Bueno, se nos dirá, hay que comprender: era preciso asimilarse
completamente a ese ambiente, no encararse con él, no darle la impresión de que
se lo quiere evangelizar e imponerle una verdad.” ¡Qué error! ¡Pues esas gentes
que no creen, tienen sed de la verdad, tienen hambre del pan de la verdad, que
esos sacerdotes extraviados no quieren repartirles! Es también este
razonamiento falso el que se sugirió a los misioneros: ¡No, no prediquéis
enseguida a Jesucristo a esos pobres indígenas que ante todo se mueren de
hambre! ¡Dadles primero de comer, luego herramientas, después enseñadles a
trabajar, enseñadles el alfabeto, la higiene... y ¿por qué no?, la
contracepción! ¡Pero no les habléis de Dios, tienen su estómago vacío! –Pero yo
diría: precisamente porque son pobres y desprovistos de bienes terrenos, son extraordinariamente
accesibles al Reino de los Cielos, al “buscad primero el Reino de los Cielos”,
al Dios que los ama y ha sufrido por ellos, para que ellos participen, por sus
miserias, de sus sufrimientos redentores. Si, por el contrario, pretendéis
coloca-ros a su nivel, terminaréis por hacerlos gritar contra la injusticia y
encender en ellos el odio. Pero, si les lleváis a Dios, los levantaréis, los
elevaréis, los enriqueceréis verdaderamente.
Reconciliarse con los
principios de 1789
En política, los
católicos liberales ven en los principios de 1789 verdades cristianas, sin duda
un poco descarriadas, pero una vez purificados, los ideales modernos: libertad,
igualdad, fraternidad, democracia (ideología) y pluralismo, son finalmente
asimilables por la Iglesia. Es el error que Pío IX condena en el Syllabus: “El
Pontífice Romano puede y debe reconciliarse y transigir con el progreso, el
liberalismo y la civilización moderna.”
“¿Qué queréis? declara
el católico liberal, no se puede ir siempre contra las ideas de nuestro tiempo,
remar continuamente contra la corriente, parecer retrógrado o reacciona-rio.”
No más antagonismo entre la Iglesia y el espíritu liberal laico y sin Dios. Hay
que conciliar lo irreconciliable: la Iglesia y la Revolución, Nuestro Señor
Jesucristo y el Príncipe de este mundo. Ahora bien, no se puede imaginar
empresa más impía y más disolvente del espíritu cristiano, del buen combate por
la fe, del espíritu de cruzada, es decir, del celo por conquistar el mundo para
Jesucristo. De la pusilanimidad a
la apostasía Hay en todo este
liberalismo que se dice católico, una falta de fe, o más precisamente una falta
del espíritu de la fe, que es un espíritu de totalidad: someterlo todo a
Jesucristo, restaurarlo todo, “recapitularlo todo en Cristo”, como dice San
Pablo (Ef. 1, 20). Ya nadie se atreve a reclamar para la Iglesia la totalidad
de sus derechos, uno se resigna sin luchar, se acomoda inclusive muy bien al
laicismo, y al fin termina aprobándolo. Dom Delatte y el Card. Billot definen
bien esta tendencia a la apostasía:
“De ahora en más, una
profunda zanja dividiría a los católicos (con Falloux y Montalembert del lado
liberal en Francia en el siglo XIX) en dos grupos: los que se preocupaban
primero por la libertad de acción de la Iglesia y la conservación de sus
derechos en una sociedad todavía cristiana; y aquellos que primero se
esforzaban por determinar la medida de cristianismo que la sociedad moderna
podía soportar, para invitar luego a la Iglesia a acomodarse con ella.”
Todo el catolicismo
liberal, dice el Card. Billot, está encerrado en un sostenido equívoco: “la
confusión entre tolerancia y aprobación”: “El problema entre los
liberales y nosotros (...) no está en saber si, dada la malicia del siglo, hay
que soportar con paciencia lo que escapa a nuestro poder, y al mismo tiempo
trabajar para evitar males mayores y realizar todo el bien que sea aún posible;
el problema es precisamente si conviene aprobar (...) (el nuevo estado de
cosas), cantar los principios que son el fundamento de este orden de cosas,
promoverlos por la palabra, la doctrina y las obras, como hacen los católicos
llamados liberales.”De este modo,
Montalembert, con su eslogan: “Una Iglesia libre en un Estado libre” será
el campeón de la separación de la Iglesia y el Estado, rehusando admitir que
esta mutua libertad llevaría necesariamente a una Iglesia sometida en un Estado
expoliador. Del mismo modo De Broglie escribirá una historia liberal de la
Iglesia, donde los excesos de los Césares cristianos sobrepasan el beneficio de
las Constituciones cristianas. Así también, un Jacques Piou, se hará el heraldo
de la adhesión de los católicos franceses a la república, pero no tanto al
estado de hecho del régimen republicano, cuanto a la ideología democrática y liberal;
he aquí el cántico de la Acción Liberal Popular de Piou en la época del 1900,
citado por Jacques Ploncard D'Assac.
Nosotros
somos de Acción Liberal
Queremos
vivir en libertad,
En
pro o en contra, a voluntad.
La
libertad es nuestra gloria
Gritemos:
“¡Viva la Libertad!”
Queremos
creer o no creer.
Estribillo:
Aclamemos
la Acción liberal,
Liberal,
liberal,
Para
todos que la ley sea igual,
Sea
igual.
¡Viva
la Acción Liberal de Piou!
Los católicos
liberales de 1984 no actuaban mejor cuando cantaban su cántico de la escuela
libre en las calles de París:
“¡Libertad,
libertad, tu eres la única verdad!”
¡Qué plaga, estos
católicos liberales! Se guardan su fe en el bolsillo y adoptan las máximas del
siglo. Qué daño incalculable han causado a la Iglesia con su falta de fe y su
apostasía.
Terminaré con una
página de Dom Guéranger, llena de ese espíritu de fe, del cual os he hablado: “Hoy más que nunca
(...) la sociedad necesita doctrinas fuertes y consecuentes consigo mismas. En
medio de la disolución general de las ideas, solamente el aserto, un aserto
firme, denso, sin mezcla, podrá hacerse aceptar. Las transacciones se vuelven
cada vez más estériles y cada una de ellas se lleva un jirón de la verdad (...)
Mostraos pues (...) tal como sois en el fondo: católicos convencidos (...)
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